24 de Octubre de 2008
Los pagos de
coimas a la Policía Federal y la verdad sobre los aportes a
la campaña de Cristina: cómo el Gobierno lavó dinero con la
mafia de los medicamentos.
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En esta historia hay muerte. Muertes, en
verdad, que no tienen conexión aparente, cuyas diagonales se
cruzan en los sitios menos pensados. Esta historia empezó
con una muerte y ahora –lejos está aún de su final– tiene
tres, aunque tuvo y tendrá varias más en su desarrollo. El
primer asesinato fue el 23 de diciembre de 2004, el de
Verónica Díaz, después de recibir una inyección de Yectafer
Sorbitex en el Hospital Artémides Zatti, de Viedma. Verónica
tenía falta de hierro (anemia ferropénica) y el Yectafer
estaba adulterado. Dosis del mismo medicamento mataron a
otras tres mujeres y afectaron a treinta y dos. Las tres
muertes que cruzan en diagonal a la primera sucedieron a
mediados de agosto pasado, en lo que se conoció como “el
triple crimen de los empresarios”: Sebastián Forza, Damián
Ferrón y Leopoldo Bina. El elemento en común es la mafia de
los medicamentos, robados o adulterados entonces,
proveedores de efedrina ahora, meras exigencias del mercado.
En los nudos de este ovillo hay los mismos policías, los
mismos traficantes, los mismos intereses y la misma
impunidad.
CHIPI CHIPI BOMBÓN. La muerte de Verónica Díaz en 2004 está
sepultada bajo 63 cuerpos de un expediente que tramita en el
juzgado federal de Norberto Oyarbide. En toda la causa
aparece con claridad la “pata policial” cobrando peaje o
garantizando protección. Sandra Vitale, parte de la banda
dedicada a rellenar las ampollas de Yectafer, le dice a su
abogado, según se oye en las escuchas telefónicas:
–La investigación, es eso lo que me preocupa.
–Quedate tranquila, yo lo hablo con la gente de Madariaga y
General Paz.
En Madariaga 6976 funciona la División de Delitos contra la
Salud de la Policía Federal: los hombres justos en el lugar
justo, cuando se trata de remedios adulterados. La división
es la encargada de los procedimientos que las Justicia
ordena en las causas vinculadas con medicamentos y trabaja
en coordinación con la ANMAT (Administración Nacional de
Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica). Convencido de
la complicidad policial, Oyarbide apartó a la División de
Delitos contra la Salud de la investigación y surgió
entonces una causa que investiga esa complicidad y tramita
en el Juzgado Federal Nº 10 a cargo de Julián Ercolini. La
causa está hoy en el limbo tribunalicio hasta que la Cámara
decida una cuestión de competencia.
El nombre que todos mencionan a media voz suena cálido y
familiar: “Chipi”. Chipi es el suboficial Chipi Mondragón, a
cargo de gran parte de los operativos relacionados con
droguerías y señalado como quien “recauda” a cambio de
protección. La historia de Chipi fue confirmada a este
diario por una fuente de la justicia federal con causas
vinculadas a la mafia de los medicamentos, otra de la
justicia ordinaria, cuatro miembros de la Policía Federal y
representantes de laboratorios que comercializan drogas
contra el sida, la hemofilia y el cáncer, tres productos top
en el ranking del robo de remedios. En privado, Solange
Bellona, la viuda de Forza, reconoció que Chipi les brindaba
sus servicios. Chipi le debe su apodo a Chipy, un pequeño
dragón creado por García Ferré en los 70, con quien tiene un
aire parecido: Mondragón es rubio y bajito.
–Hace más ruido que una maraca –le dijo a Crítica de la
Argentina un jefe policial que conoce al personaje en
cuestión–. Actúa con mucho margen, con libertad, pero no se
maneja solo. Reporta más arriba.
–Chipi investiga, avisa y cobra –aseguró una fuente de los
laboratorios–. Le cobra a las droguerías para avisar antes
de los allanamientos.
El vínculo entre Forza y Chipi tiene pruebas que van más
allá de las declaraciones. Este diario tuvo acceso exclusivo
a los datos de la computadora de Sebastián Forza que constan
en el expediente que investiga la Justicia. Allí, en un
archivo de Excel, figura que Forza emitió doce cheques para
Chipi. Sólo en 2007 Forza firmó y entregó más de 1.500
cheques, muchos de ellos destinados a droguerías (entre
ellas a Unifarma y Droguería Urbana, sociedades vinculadas
con la mafia de los medicamentos e investigadas por la
Justicia). Chipi Mondragón (que en algunos pagos aparece
vinculado a otra persona, alias “Manteca”) recibió de
Sebastián Forza, según aparece en su computadora (ver
recuadro en edición impresa).
GRUPO DE FAMILIA. Durante los meses previos al asesinato de
Forza, un laboratorio norteamericano contrató a un estudio
jurídico para que investigara varios casos de robo de sus
medicamentos. Los abogados trabajaron con todo tipo de
informantes: desde agentes activos de la DEA hasta ex espías
del FBI con base en Buenos Aires. En el devenir de la
investigación, se encontraron una tarde con Sebastián Forza.
–Yo les cuento cómo los robamos pero a cambio ustedes
gestionan que mi empresa sea proveedora exclusiva.
Forza contó todos los detalles aunque finalmente lo hizo a
cambio de una cifra importante. Los abogados recuerdan hoy
al personaje como a una persona muy alterada: los llamaba
todo el tiempo, hablaba de más por teléfono, les dijo varias
veces que estaba amenazado.
En los últimos diez años, la Justicia investigó más de 550
casos de robo, adulteración o falsificación de medicamentos.
Desde 1997 existe una comisión especial que se dedica a ese
tipo de delitos; está a cargo de los fiscales Adrián Giménez
y Marcelo Munilla Lacasa, y trabaja en conjunto con el INAME
(Instituto Nacional de Medicamentos).
La ya mencionada causa Yectafer muestra con claridad los
manejos de la mafia del sector: cada eslabón de la cadena
funcionaba por separado, unos se ocupaban de la fabricación
y el envasado del medicamento (Ángel Cirullo y Carlos
Maidana, en el expediente de Oyarbide), otros lo
comercializaban a una primera empresa (Norberto Nagle y
Estefanía Ferraro) y otros los vendían a distintas
droguerías y farmacias.
Los medicamentos pueden ser falsificados por completo,
parcialmente (se usa el envase pero se lo rellena con otra
cosa), se adultera la fecha de vencimiento o se crean
productos nuevos, no registrados. Lo más común es el
rellenado del envase original. En remedios oncológicos,de
sida o hemofílicos hay productos cuyo valor oscila entre los
3 y 15 mil pesos; es un negocio de menor volumen pero de
ingresos altísimos. En el mundo, según el Center for
Medicine in the Public Interest, de Estados Unidos, el
mercado de medicamentos falsificados asciende a 75 mil
millones de dólares al año.
Una de las empresas clave, investigada por adulteración, es
la Droguería San Javier, de Carlos Torres y Néstor Lorenzo.
Lorenzo es, según varias fuentes del mercado, uno de los
empresarios más “temidos” del rubro. Como Chipi, nadie cree
que actúe por sí sólo; se lo vincula a Néstor Vázquez, quien
fuera gerente de prestaciones de la Superintendencia de
Servicios de Salud (donde está ahora Héctor Capaccioli)
durante la gestión de José Luis Lingieri en el menemismo.
Vázquez es ahora gerenciador de La Bancaria. El contador
Lorenzo, de 53 años, figura además en el directorio de
Multipharma S.A. y Elaboradora de Productos Biológicos S.A.,
también integra las empresas Digital Eco S.A.(de tecnología)
y Citywatch S.A. (dedicada a fabricar y comercializar
sistemas de control fílmico y fotográfico de tránsito).
Lorenzo, quien se la pasa de trabajo en trabajo, también
gerencia el COE (Centro Oncológico de Excelencia) de Gonnet,
una fundación con pasado prestigioso que lleva diez años
sumida en la crisis financiera. El COE no tiene actividad y
ni siquiera está nombrado el director que debe aportar el
Estado provincial, pero Lorenzo sigue pagando el sueldo a
los 130 empleados que allí quedaron. ¿Conciencia social o
uso del nombre de la fundación con otros fines?
El movedizo Lorenzo, claro, no podía no tener vínculos con
Forza. Lo conoció en 2001, cuando trabajaba en la Droguería
Austral, y en 2005 comenzó a venderle a Baired Med (de Forza)
productos oncológicos y de HIV. Ya Forza como Lorenzo
aparecen mencionados en varias causas por robo de
medicamentos del Plan Nacional contra el Sida. En octubre
del año pasado, Forza y Lorenzo volvieron a encontrarse y el
empresario asesinado le vendió mercadería por cinco millones
de pesos. Lorenzo le pagó con cheques de terceros, entre
ellos de la Obra Social de Bancarios. La relación comercial
entre ambos se registró hasta marzo de 2008. Cuando tuvo que
declarar en la causa por el triple crimen, Lorenzo dijo que
se distanció de Forza “porque no tenía buena reputación en
el mercado de los medicamentos”.
A través de su droguería Multipharma y también a nombre de
su socio Carlos Torres, Lorenzo aportó 710 mil pesos a la
campaña de Cristina Kirchner. Baires Med (de Forza, como
dijimos), Unifarma (del suicidado Ariel Vilán, señalado como
testaferro del grupo), Droguería Urbana, Nucleo Farma,
Droguería del Plata y Droguería Plaza, todas empresas
investigadas por la Justicia como parte de la mafia de los
medicamentos, también fueron aportantes a las campañas K
desde 2003.
PLATA FÁCIL, GOBIERNO COMPLICADO. “Forza era una persona muy
suelta para hablar –declaró ante la Justicia el 15 de
octubre el cirujano Gustavo Ricchiuto–. Por ejemplo, decía
haber aportado dinero para la campaña de Cristina Kirchner y
nadie le creyó, pero después resultó que era así. También
señaló en su momento que se había hecho escándalo con la
valija de Antonini Wilson por 800 mil dólares, pero ese día
habían ingresado otras valijas por cuatro millones
doscientos mil dólares más.”
El “aporte electoral” de Forza, como el de otro empresario
del sector, Marcos Daniel Hendler, o el de Julio Posse, el
monotributista y agente de la DEA, eran, en realidad, parte
de una operación que involucra a las más altas esferas del
gobierno nacional. La administración K lavó dinero para
ingresarlo legalmente a la campaña de Cristina: entregaron a
socios, aliados o amigos dinero en efectivo a cambio de
cheques blancos que pudieran ser declarados ante los propios
controles del Estado. Por eso las cifras no cierran:
empresas quebradas que “donan” 300 mil pesos, jubilados que
regalan dinero, monotrobutistas que, presos del fervor
cristinista, dan lo que no tienen. La respuesta es simple:
nunca lo dieron.
Ésta era la mecánica: Héctor Capaccioli o algún contador del
Frente para la Victoria recibían al “donante” en las
oficinas de Roque Sáenz Peña 530, combinaban una cifra y
entregaban euros o dólares a cambio de cheques declarados.
El compromiso siempre era el mismo: que el dinero esté
depositado en la cuenta correspondiente para la fecha de
vencimiento del cheque, que era cuando el FPV emitía la
orden de cobro. (Ver en la edición impresa los facsímiles de
varios cheques del agente Julio Posse.) La cifra que el
donante recibía en efectivo y debía depositar tenía, claro,
un descuento: el donante se quedaba con el 10% y donaba el
resto. En el caso de Néstor Lorenzo, su aporte fue hecho a
través de su socio en San Javier, Carlos Torres (170 mil) y
Julio Posse (otros 170 mil). También hay 310 mil pesos
aportados por Multipharma, una empresa que dirige con
Torres.
De los más de diez millones de pesos que el FPV declaró en
concepto de aportes de empresas, 3.650.000 fueron “donados”
por firmas del sector de los medicamentos y droguerías.
Jorge Lanata,
INVESTIGACIÓN: JL / LUCIANA GEUNA /
JESICA BOSSI / MARÍA HELENA RIPETTA