04 de Noviembre de 2008
El mismo día en que se conoció la decisión del juez
norteamericano Thomas Griesa de congelar fondos de las
administradoras de fondos de jubilaciones argentinas en los
Estados Unidos, con el fin de preservar los derechos de
bonistas que demandaron al Estado nacional por el no pago de
su deuda, tanto la presidenta Cristina Fernández de Kirchner
como su esposo salieron a desmentir que el proyecto de
reforma previsional que impulsan constituyera una
"estatización".
La explicación sonó bastante extraña: hasta ese momento,
tanto funcionarios gubernamentales como distintos analistas
venían hablando de la "reestatización" del sistema
jubilatorio sin que a los integrantes del matrimonio
presidencial se les moviera un pelo.
"Hay una gran distorsión comunicacional. Se ha dicho que la
Argentina estatiza. Pero la Argentina cambia el sistema y
pasa la administración nuevamente al sector público", dijo
la Presidenta. Sus aclaraciones sólo provocan más dudas.
¿Quiso decir que los fondos seguirán siendo de los futuros
jubilados, aunque serán administrados por la Anses? ¿Que el
Estado se limitará a cumplir el papel que venían
desempeñando las AFJP? Si fuera realmente así, los
aportantes al sistema de capitalización privado cuyos
ahorros pasarían ahora al Estado no deberían perder el saldo
obligatorio de sus cuentas individuales, conformadas por los
aportes efectuados desde su afiliación. Pero no parece ser
ésta la idea de los inspiradores del proyecto oficial.
Para disimular el verdadero propósito de la iniciativa (el
control político y el manejo discrecional de una masa
impresionante de recursos), el texto del proyecto garantiza
a los futuros jubilados que hoy aportan a las AFJP, en forma
incontrastable, "la percepción de iguales o mejores
prestaciones y beneficios que los que gozan a la fecha de
entrada en vigencia de la presente ley".
Se trata de una promesa vacua, por cuanto son innumerables
los factores que inciden en uno y otro subsistema
jubilatorio para poder proyectar un mínimo garantizado. Y si
se elimina el régimen de capitalización, resultaría
imposible imaginar los beneficios resultantes dentro de dos
o tres décadas si las AFJP hubieran seguido funcionando. En
síntesis, se propicia compensar un activo concreto y
heredable por un derecho en expectativa, lo cual se parece
mucho a una confiscación.
El doble discurso del Gobierno en materia previsional no
termina allí. La Presidenta ha venido insistiendo en que se
busca "proteger" a los aportantes a las AFJP de los malos
manejos de sus fondos previsionales por éstas. Pero oculta
la primera mandataria que las principales pérdidas obedecen
a la imposición del Estado a las administradoras de que
tuvieran en sus carteras títulos públicos que fueron
defaulteados o que son ajustables por una variable, como
el costo de vida, reiteradamente manipulada hacia abajo por
el Indec, alentando la depreciación de esos bonos.
Esta dialéctica no puede sorprender a nadie.
Lamentablemente, los Kirchner han hecho del doble discurso
una estrategia central en su proceso de acumulación de
poder. Más de una vez, por ejemplo, se han declarado
partidarios de la discusión de ideas. Sin embargo, a lo
largo de más de cinco años en el gobierno, apenas hubo una
conferencia de prensa armada más o menos seriamente y jamás
convocaron a un diálogo genuino a sectores de la oposición.
La verdadera discusión de ideas no puede darse desde un
atril enfocado por las cámaras de televisión, sin derecho a
la pregunta.
El matrimonio gobernante también habló en muchas ocasiones
de la política de la no impunidad, sin aclarar que
procuraron dejar fuera de la revisión de nuestro pasado
trágico a muchos asesinos que actuaron desde la
clandestinidad, o que aquella lucha contra la impunidad
excluye a quienes toman comisarías o hacen apología del
delito cuando ocupan cargos gubernamentales o son
financiados por el oficialismo.
Más de una vez, quienes ocupan hoy la Casa Rosada hablaron
de la importancia del federalismo y de que exista un país
cada vez más federal. No obstante, pocas veces se vio tamaña
concentración de recursos que no se coparticipan con las
provincias en manos del gobierno nacional. La presidenta de
la Nación controla actualmente alrededor del 70 por ciento
del total de lo recaudado y esto hubiese sido más grave si
se aprobaba el proyectado aumento de las retenciones a las
exportaciones agrícolas. El federalismo se proclama, pero no
se ejerce.
Del mismo modo, el papel del Congreso de la Nación en la
política tributaria y en la confección del presupuesto, al
menos en los últimos años, ha sido más que limitado.
Porque mientras la Presidenta insiste en su compromiso con
la calidad institucional, los congresistas del oficialismo
continúan delegando facultades legislativas, expresamente
prohibidas por la Constitución, al Poder Ejecutivo.
Desfigurar la realidad, engañar a la población sobre los
reales propósitos de una iniciativa legal, ocultar actos y
sus consecuencias -el destino de los fondos de Santa Cruz,
por ejemplo-, difundir las escandalosas cifras del Indec,
efectuar promesas vacías de contenido, manosear determinadas
informaciones con objetivos meramente electorales y
disfrazar el pasado constituyen diferentes formas de
mentira. Y faltar a la verdad desde un cargo público
equivale a un abuso de poder y a un fraude político, que
tarde o temprano, será castigado por la ciudadanía.
Reproducción textual del Editorial del diario La Nación
del día 02-11-08