17 de Noviembre de 2008
El Instituto Dr. Luis Agote, el Agote,
aloja a 38 chicos entre 18 y 20 años. Nahuel Gallota
coordina allí un taller de periodismo deportivo.
La mayoría está condenada por robo y tentativa de homicidio,
y algunos pasaron de la tentativa al hecho.
Sus “vidas libres” son un sueño vano.
Creen que la felicidad se aloja en un Big Mac, un beso, un
206, un trago, una noche perfecta que nunca termina de
pasar.
¿No fuimos nosotros, los adultos, quienes les vendimos esos
sueños?
Matan porque los matan: saben que sus vidas no valen nada e
intuyen que las de los demás tampoco.
Matar es un flash, una película que sucede en otro lado al
que se entra y sale, una pesadilla de puerta giratoria.
A ellos no les importa; a nosotros no nos importan ellos, al
Sistema no le importan ni ellos ni nosotros, y así……
LA NARANJA MECÁNICA. El mismo jefe de la Policía
Bonaerense que hace un par de años sostuvo la inexistencia
del “paco” asegura ahora que “según estadísticas de su
fuerza” (?) “los menores cometen un millón de delitos graves
por año”. “Tampoco registra la Corte, en los últimos siete
años, un alza considerable del delito a cargo de menores,
sino que la tendencia fluctuó: en 2000 se iniciaron 23.105
expedientes, en 2006 subió a 31.602 causas, hasta llegar a
las 29.371 del año pasado.”
En octubre último Unicef, el Ministerio de Desarrollo Social
y la Universidad Nacional de Tres de Febrero presentaron un
estudio nacional sobre la cantidad de menores “en conflicto
con la ley”, en base a datos de diciembre de 2007: hay 6.294
jóvenes en institutos por orden judicial, el 30% del total
está en establecimientos cerrados o semicerrados y el 70% en
programas alternativos que no implican privación de la
libertad. Hay 11 varones por cada mujer alojada, y el 90% de
los chicos “institucionalizados” son hombres.
…La mayoría está preso por robo, y en el 38% de los casos se
trata de delitos contra la propiedad sin armas.
Hay en el país 119 establecimientos de privación de la
libertad de menores, treinta y nueve de ellos contradicen la
Convención de los Derechos del Niño, permitiendo el encierro
mayor de 72 horas en comisarías o cárceles de adultos.
Se les imparte entre dos a cuatro horas diarias de educación
primaria y de dos a cinco de secundaria, y el 40% de los
establecimientos tienen talleres de capacitación en oficios.
Las penas para menores están reguladas por dos decretos
ley de la dictadura, el 22.278 y el 22.803, que dividen a
los adolescentes en dos grupos:
–Menores de 16 años: no son punibles, pero pueden terminar
en un instituto por decisión del juez. No se los juzga ni
castiga por el delito, sino que se les abre un “expediente
tutelar”. El chico es considerado un “incapaz” y el juez
asume su tutela. Las categorías del decreto son ambiguas: se
habla de “menores en situación de riesgo”, “en peligro moral
o material” o en “circunstancias especialmente difíciles”,
con lo que se termina equiparando al menor abandonado con el
menor delincuente.
–Entre 16 y 18 años: son punibles con restricciones. Se
instruye una investigación sobre el delito, pero el chico no
cumple condena hasta ser mayor de edad. Es en ese momento
cuando el juez decide si la pena se aplica y el chico pasa a
una cárcel de adultos.
–Con esta ley se abre la posibilidad a la intervención
judicial más discrecional que hay –le dijo a Crítica de
la Argentina Laura
Musa, a cargo de la Asesoría General Tutelar de la Ciudad–.
El chico puede estar encerrado en un instituto tanto tiempo
como le plazca al juez. Para colmo, hay mecanismos que
facilitan la fuga, necesitan ingresar chicos todo el
tiempo…….
EL INFORME COSACOV. El perito del Equipo Técnico de
Menores del Poder Judicial y docente de la Universidad de
Córdoba Norberto Cosacov realizó un pormenorizado estudio
sobre los menores que pasaron por los juzgados
correccionales de su provincia entre 2006 y 2007. Según
Cosacov “las variantes arrojadas en la encuesta de Córdoba
se corresponden a las obtenidas en todas las grandes
ciudades del país”. El estudio muestra que la mayoría de los
jóvenes que delinquen no provienen de hogares indigentes
(esto es con ingresos inferiores a $570 mensuales para
cuatro personas), sino de hogares pobres y de clase media
baja, con ingresos por hogar entre 500 y 2.500 pesos
mensuales. Siete de cada diez afirman que no roban para
comprar drogas sino ropa y calzado de lujo, financiar
salidas y entretenimientos; la mayor parte de los
encuestados sostiene que querría irse del barrio que habita,
y su sueño más reiterado es el de “poner un maxikiosco”. El
34% admite consumir regularmente alcohol, el 21% marihuana,
el 18% pastillas mezcladas con alcohol, el 14% pegamento y
el 7% cocaína. El 51% dijo que no salió a robar drogado. El
33% dijo haber sufrido maltrato infantil y el 40% no quiso
responder a esa pregunta.
La mitad de los jóvenes entrevistados no supo qué contestar
cuando se le preguntó qué harían, de ser jueces, con un caso
como el suyo. El 16% dijo que “lo dejaría libre” y el 19%
optó por “darle otra oportunidad”. Ninguno de ellos usaba
piercing o se teñía el pelo, pero la gran mayoría exhibía
sus tatuajes como símbolo de pertenencia y expresaban, tanto
en su vocabulario como en los comentarios, un fuerte nivel
de racismo. Reproducción parcial de la columna de Investigación: Jorge Lanata / Jorge Camarasa (Desde
Córdoba) / Luciana Geuna / Jesica Bossi para Critica de la
Argentina.
NOTAS RELACIONADAS:
El delito y los jóvenes en riesgo social y
económico
La creciente participación de jóvenes
en delitos y, en particular, en sus versiones más violentas,
obliga a considerar la situación social y educativa que
atraviesa la juventud de nuestro país.
El aumento de la pobreza de los años noventa estuvo asociado
con la pérdida de puestos de trabajo de los jefes de
familia, y acompañado con una tendencia a la disgregación de
los lazos familiares y a la erosión de los sistemas de
socialización y transmisión de valores hacia los jóvenes.
En los últimos años la pobreza se redujo, pero los problemas
generados en los años precedentes no se revirtieron, al
menos no en su totalidad.
A esto se sumó la expansión de la drogadicción entre los
jóvenes y del narcotráfico como fuente de ocupación y de
ingresos.
Como consecuencia de la situación vigente, un segmento
importante de los jóvenes se encuentran en situación de
vulnerabilidad económica y social. En la provincia de Buenos
Aires las estimaciones oficiales dan cuenta de que unos
400.000 jóvenes no estudian ni trabajan, por lo cual están
excluidos de los circuitos básicos de integración social.
Este problema también se manifiesta, aunque en una magnitud
menor, en la Ciudad de Buenos Aires y en otros grandes
centros urbanos del país.
Una estadística del Ministerio de Educación revela, por su
parte, que mientras la población de jóvenes entre 15 y 19
años comenzó a aumentar a partir de 2001, la matrícula de
jóvenes en el colegio secundario se estancó en 2002 y
comenzó a caer en 2003. Es decir que, mientras la
participación de esa franja etaria en la población total
aumenta, su inclusión en la escuela secundaria está
decreciendo.
Esta evolución es inquietante porque indica que un número
importante de jóvenes no está recibiendo un nivel de
formación indispensable para su desempeño laboral en el
futuro y, peor aún, que no está participando de un ámbito
crucial en la transmisión de las informaciones y valores
indispensables para una adecuada inserción en la sociedad.
A esto se agrega el déficit en el funcionamiento de las
instituciones que albergan a los jóvenes escolarizados ya
que, la combinación de problemas gremiales con históricas
deficiencias de infraestructura, están afectando los
dictados de clases y hasta el número de días de enseñanza
que reciben los chicos.
Todo indica, por lo tanto, que la base de cualquier política
de seguridad de largo plazo debe comenzar por mejorar las
condiciones de vida y las oportunidades de progreso de la
población de las zonas deprimidas.
Esto requiere, en primer lugar, sostener el crecimiento de
la economía y la creación de empleo, como base para evitar
un aumento de la pobreza familiar.
En segundo lugar, incrementar los programas sociales
específicos y una masiva inversión en educación, para
rescatar de la calle y del riesgo social a los chicos y
jóvenes.
Finalmente, hay que tener en cuenta las deficiencias del
sistema judicial y de alojamiento de jóvenes que cometen
delitos.
Ambas instituciones están muy lejos de funcionar como un
ámbito de contención y resocialización y que, como han
demostrado numerosas investigaciones, es escenario de
numerosas violaciones a derechos establecidos.
En el cuadro social e institucional vigente, ni las medidas
policiales ni las modificaciones legales permitirán revertir
en forma sustantiva y duradera el problema de la
inseguridad.
Es necesario, por lo tanto una política de Estado, nacional
y provincial, para recuperar a la juventud en riesgo para el
estudio y el trabajo.
El aumento del delito juvenil obliga a considerar la
situación social y económica de la juventud. Las
estadísticas oficiales muestran que una franja importante de
jóvenes no trabaja ni estudia y que está retrocediendo la
escolaridad secundaria. El sistema judicial para los jóvenes
no cumple su función. Para mejorar la seguridad en forma
sustantiva es necesario rescatar a la juventud en riesgo
para el estudio y el trabajo.
Editorial del Diario Clarín del 16-11-08
Una joven da
ejemplo de como tratarlos!!!
Imputabilidad
Señor Director:
"La delincuencia juvenil crece día
tras día; los protagonistas son cada vez más jóvenes y los
delitos son cada vez más graves.
"El desarrollo mental del niño y del adolescente ha avanzado
muchísimo.
Cuando se sancionó nuestro Código un chico de 14 años no
estaba incorporado en la vida social; hoy, ya lo están a los
12.
Las estadísticas policiales revelan que en 2001 fueron
detenidos 40 menores por día, casi dos por hora, por
diversos delitos en la provincia de Buenos Aires. Esa cifra
en la actualidad ha aumentado, aproximadamente, un ocho por
ciento.
"Esto nos demuestra que el régimen penal de menores no está
dando respuestas a las necesidades que en la actualidad
requiere nuestra sociedad.
Pero, a la hora de poner una sanción, no hay que tener en
cuenta sólo el delito cometido, sino también los factores
psicológicos, familiares y sociales y, con eso, tomar las
medidas que mejor incidan en su educación.
Es un compromiso que debemos asumir todos.
No sólo bajando la edad de imputabilidad se solucionará,
sino que hay que prevenir, responsabilizando a los jóvenes
de sus actos, asegurando siempre su bienestar."
Carta de electores del diario La
Nación del 16-11-08
María del Pilar de Hagen
DNI 37.837.211
Mazzini 534, Chascomús