02 de Diciembre de 2008
Un cumpleaños amargo
La Ley
de Bosques fue sancionada por el Congreso el 28 de noviembre
del año pasado. Pero el Ejecutivo todavía no la promulga y
reglamenta.
![La torta gigante que Greenpeace le llevó a Massa para](comunidad%20371_archivos/image001.jpg)
Desde ya
les pido perdón a los editores y lectores de este diario por
ejercer la insistencia de manera terca y machacona. Pero no
me cabe otra. En nuestro querido país, no basta que un
legislador proponga una ley y consiga, tras ingentes
esfuerzos, que se la voten. Es preciso que abogue después,
hasta el cansancio, para que el Poder Ejecutivo la promulgue
y la reglamente.
Es el caso de la Ley 26.331, llamada
“De Bosques”, que fue sancionada por el Congreso hace un
año. Año que se cumplió el pasado viernes 28 de noviembre. Y
seguimos hasta el momento de escribir estas líneas sin el
decreto reglamentario del Ejecutivo. En contra, por cierto,
de lo que la ley establece en su artículo 42, donde indica
que la reglamentación debe producirse en un plazo máximo de
noventa días.
O sea que si se reglamentara en el breve lapso que media
entre la redacción de esta columna y su ubicación, igual el
Gobierno estaría en pecado. Pero no hay indicios de que eso
ocurra. Sólo promesas.
Hasta donde sé, la Ley de Bosques está varada en una oficina
del Ministerio de economía. Aunque se encuentra en vigencia
desde su publicación en el Boletín Oficial y por lo tanto
prohíbe expresamente nuevos desmontes de bosques nativos, su
falta de reglamentación genera confusión (honesta o
maliciosa) en las autoridades de aplicación, que son los
organismos provinciales. Algunos funcionarios, como el
director de Bosques de Entre Ríos, dicen desconocer, por
ejemplo, qué escala de multas deberían aplicar a los
desmontadores seriales.
Es sintomático que el Ejecutivo defienda a capa y espada
el concepto de emergencia económica y no preste atención a
la emergencia forestal que estamos padeciendo desde que se
desató la fiebre de la soja en la Argentina. Emergencia que
es parte de una situación francamente crítica en casi todos
los rubros que hacen a los recursos naturales y la
preservación del ambiente. El reciente veto presidencial a
la Ley de Protección de los Glaciares ejemplifica esta
desaprensión en los hechos, que pretende cubrirse con una
defensa retórica del ambiente, consagrado como derecho
humano fundamental en el artículo 41 de la Constitución
Nacional.
Inútiles han sido todos los esfuerzos realizados hasta el
presente para que la ley se reglamente. El 29 de julio
último, al cumplirse ocho meses desde la promulgación,
presentamos un pedido de informes al Poder Ejecutivo para
que nos explicara cuáles eran las razones por las que no se
había reglamentado; cuáles eran los motivos por los que no
se había cumplido con el artículo 42 y para que se sirviera
explicitar cuál o cuáles fueron los organismos que
provocaron el atraso.
Dos meses más tarde, descubrimos que en el proyecto de ley
de presupuesto para 2009 no existía ninguna partida
destinada a la implementación de la Ley de Bosques. Como
algunos lectores interesados en el tema recordarán, cuando
el proyecto obtuvo media sanción en Diputados, el Senado le
incorporó una cláusula cuyo objetivo era crear un fondo
especial para las provincias de mil millones de pesos,
destinado a otorgar compensaciones a los productores a los
que se les impedía realizar nuevos desmontes. En Diputados
estuvimos de acuerdo con la creación de ese fondo, porque
pensamos que el daño ambiental que podía seguir
produciéndose si no se paraba la tala iba a ser muy
superior.
Se comunicó entonces conmigo Romina Picolotti, la secretaria
de Ambiente y Desarrollo Sustentable, para informarme
oficiosamente que dispondrían una partida extra de 400
millones de pesos para el citado fondo compensatorio. Era en
vísperas de la presentación del jefe de Gabinete Sergio
Massa ante la Cámara de Diputados.
El primero de octubre, en el recinto, le pregunté
públicamente a Massa por la falta de reglamentación y sus
responsables. Me respondió textualmente: “Probablemente el
señor diputado haya tenido suficiente información a partir
del diálogo que mantuviera con la secretaria de Política
Ambiental. De no ser así, la secretaria sigue a su
disposición, tal como lo estuvo hace muy pocos días. Lo que
sí quiero que quede claro ante este Parlamento es que la
omisión en torno al financiamiento de la Ley de Bosques va a
ser saldada con una nota del Poder Ejecutivo a la comisión
de Presupuesto y Hacienda en la que quede claro que se trató
de una omisión y no de la voluntad de incumplir con una
obligación planteada por medio de una ley”.
Repliqué: “En su respuesta, el señor ministro no contestó lo
medular de la pregunta. Yo le pregunté por qué no se había
reglamentado en 280 días la Ley de Bosques y él se refirió a
una comunicación telefónica que la secretaria de Ambiente
tuvo conmigo, lo cual es cierto, pero eso no responde qué
funcionarios son responsables de no haber reglamentado la
ley”.
No era una cuestión baladí, burocrática o
administrativa. La no reglamentación en un año va a traer
consecuencias judiciales tendientes a obstaculizar los
objetivos centrales que buscamos al legislar a favor de
nuestros castigados bosques nativos. Esto es así porque la
ley estableció una moratoria de un año, en el que no se
pueden efectuar nuevos desmontes, hasta que las provincias
realicen un ordenamiento territorial. O sea, para que
determinen en qué zonas no puede haber categóricamente
desmontes, en cuáles podrían ejecutarse previo estudio de
impacto ambiental y la realización de audiencias públicas en
las que participen las comunidades interesadas y en cuáles
montes pueden actuar las topadoras sin objeciones.
El año de la moratoria ha concluido y no todas las
provincias han realizado su ordenamiento territorial. Esto
podría dar pie a que los vivos que nunca faltan argumenten
que se acabó el tiempo de veda y que pueden volver a
desmontar alegremente.
Desde luego que el espíritu protector de la ley lo prohíbe
expresamente, pero la demora en la reglamentación, que
consumió los 365 días de moratoria, podría dar lugar a
diversas presentaciones ante la Justicia. Así lo admiten,
sotto voce, en la propia Secretaría de Ambiente, donde a
la vez pretenden tranquilizarnos afirmando que es inminente
la promulgación del decreto.
Aunque así sea, si sumamos esta indefendible demora a la
que hubo en el propio tratamiento de la ley, que comenzó a
mediados de 2006, veremos que en el medio perdimos muchas
forestas para siempre. Solamente en Salta, en el año del
tratamiento de la 26.331, el ecocida Juan Carlos Romero
autorizó el desmonte de 478 mil hectáreas.
Así vamos.
M.
Bonasso. Su columna en el diario Critica de la Argentina.