01 de Septiembre de 2008
A solas con Néstor Kirchner
Anticipamos a continuación el
prólogo del nuevo libro del autor de esta nota: Los Kirchner.
La política de la desmesura (Sudamericana)
Conocí a Néstor Kirchner a
mediados de 2002. Quería ser candidato a presidente en las
elecciones del año siguiente, pero él estaba seguro de que
perdería esa batalla. El entonces presidente, Eduardo
Duhalde, prefería como candidatos del peronismo a Carlos
Reutemann o a José Manuel de la Sota, que venían de liderar
decisivos distritos electorales. Lejos y desahuciado,
Kirchner andaba entonces cerca de candidatos como Elisa Carrió,
criticando duramente a Duhalde.
Lo cierto es que Reutemann no
quiso la candidatura peronista y a De la Sota no le fue bien
con las encuestas. Otros dirigentes peronistas no aceptaron
los sondeos de Duhalde para ser candidatos presidenciales
(Felipe Solá, por ejemplo) y el entonces presidente se quedó
ante una opción demasiado feroz para su destino: o apoyaba a
Kirchner o tendría que devolverle la Presidencia a Carlos
Menem, su eterno enemigo, que también era candidato.
Decidió apoyar a Kirchner. Kirchner se reacomodó, rápido, y
calló de inmediato sus críticas a Duhalde.
La campaña electoral de 2003
la hicieron juntos. Duhalde le acercó a Kirchner sus propios
funcionarios, la estructura del peronismo bonaerense y
recursos que ya empezaban a ingresar generosamente al Estado
nacional por el aumento del precio de las materias primas en
los mercados internacionales.
No obstante, sobre el final
de la campaña, los pronósticos no cerraban para Kirchner.
Duhalde echó mano entonces a su mejor baraja en esos tiempos:
le pidió a su ministro de Economía, Roberto Lavagna, que
anunciara su continuidad al frente del equipo económico en un
eventual gobierno de Kirchner. Lavagna lo hizo. Néstor
Kirchner ganó después la presidencia con módicos votos.
Kirchner desplegó una campaña
electoral prometiendo cosas que nunca cumplió. Una vez le
pregunté qué haría con los dirigentes de la oposición si
llegaba a la presidencia. "Mis reuniones con ellos serán tan
habituales, tan comunes que ni figuraran en la tapa de los
diarios", me respondió.
Nunca los recibió y, salvo
excepciones, tampoco habló por teléfono con ninguno.
Durante la campaña, describió
con crudeza y realismo los problemas del transporte público y
prometió que negociaría con los empresarios un sistema mejor.
El problema lo resolvió luego ?o creyó resolverlo? con un
torrente de subsidios a los empresarios.
El transporte público es hoy
mucho peor de lo que era cuando llegó Kirchner. Son dos
ejemplos que sirven para describir la personalidad y la
administración de Néstor Kirchner.
Duhalde, el protector
concluyente de su candidatura presidencial, y Lavagna, el
garante convincente de ella, fueron despedidos poco después de
las cercanías del poder. Es imposible rastrear en la historia
un caso parecido al de Kirchner, por lo menos en sus formas
tan brutales de construir poder. Premios y castigos.
Con nadie, ni con sus leales
ni con sus adversarios, probó nunca la seducción, el eterno
arte de los políticos cabales.
Kirchner ha creado muchos
mitos. ¿Era un infierno, como él dice, la Argentina que
recibió en mayo de 2003? El país creció en ese año al ritmo
del 8,2 por ciento anual. Ningún infierno es tan bondadoso.
Suele señalar también que debió ser duro, gritón e
intimidatorio porque su debilidad de origen (fue el presidente
menos votado de la historia) lo colocaba como blanco
predilecto de opositores, empresarios y medios periodísticos.
Sin embargo, todos ellos
aspiraban a normalizar el destartalado sistema institucional
tras la gran crisis de 2001 y 2002. Después se supo que
sencillamente Kirchner no sabía ser de otro modo.
En los cuatro años y medio de
su gobierno me reuní muchas veces con él. Siempre la
iniciativa fue suya; nunca tuve sus teléfonos ni conozco el
nombre de sus secretarios o edecanes. Algunos columnistas
políticos estamos acostumbrados a hablar con los presidentes.
Lo he hecho con todos los presidentes desde 1983. Necesitamos
verlos, muy de vez en cuando, para tener una idea lo más
cercana posible de sus ideas, de sus reacciones y hasta de sus
pasiones.
En la intimidad, Kirchner no
desentonaba con los otros presidentes democráticos que había
conocido. En el sosiego de un despacho oficial, era muy
distinto de ese hombre incendiario y belicoso que aparecía en
las tribunas.
Pero era distinto en una
cosa. Los otros presidentes contestaban con la verdad o la
escondían, pero no la desfiguraban.
Al final, llegué a la
conclusión de que Kirchner le habla al oído del que lo
escucha. Esto es: decía, y dice, exactamente lo que el
interlocutor quiere escuchar o él cree que quiere escuchar.
Después, hacía y hace todo lo contrario. Esta fue, por lo
menos, mi experiencia.
Mi relación con él, siempre
profesional, fue cambiante y contradictoria. Kirchner es uno
de esos hombres (y he conocido pocos de esa naturaleza en el
ejercicio del periodismo) que es capaz de ofender y luego
seguir buscando la conversación como si nada hubiera pasado.
El momento más tenso fue cuando me atribuyó públicamente una
nota del diario Clarín en los años 70, de supuesta
condescendencia con la dictadura militar, que no existe en
ninguna hemeroteca. De hecho, yo empecé a escribir las
columnas dominicales de Clarín a principio de los años 80. En
definitiva, nunca había escrito esa nota y así lo afirmé
categóricamente en un duro artículo en el diario La Nacion, en
el que señalaba que Kirchner carecía de la sensibilidad
necesaria para distinguir entre un gobierno democrático de
origen, y el suyo lo era, y un gobierno democrático de
ejercicio, condición que estaba perdiendo rápidamente.
Más sorprendente que todo eso
fue su reacción cuando comprobó que su propia imputación era
falsa. Me invitó a tomar un café en la Casa de Gobierno. No
bien me vio me lanzó la siguiente frase: "Me rectifico, pero
usted quiere que otro presidente esté en este despacho".
Corría el año 2006 y las elecciones presidenciales se
realizarían en 2007. "Me está hablando de un problema del
próximo año", le respondí, esperando el momento de una
disculpa. Nunca hubo disculpas.
Esa anécdota sirve para
entrar de lleno en la extraña relación de Kirchner con los
medios de comunicación. Ningún otro presidente de la nueva
democracia argentina les ha dado tanta importancia a los
medios como el ahora ex presidente. Está siempre pendiente de
cada línea que escriben los periodistas o de cada voz que
emite la radio y la televisión. Un empinado kirchnerista le
preguntó una vez a Duhalde qué consejos le daría él a Kirchner.
La respuesta de Duhalde pegó en el corazón del modelo de los
Kirchner: "Que dejen de leer los diarios y que se dediquen a
gobernar", les mandó decir.
La obsesión por los medios
y los periodistas es perfectamente compartida por su esposa.
Esa obsesión es conspirativa también. Ambos consideran a los
periodistas meros escribas al servicio de empresas que siempre
defienden intereses inconfesables.
Aun cuando suelen rescatar la
coherencia del diario La Nacion, también en este caso están
seguros de que sus periodistas escriben según la orden que
diariamente reciben de sus directivos. Es una visión
provinciana e irreal. Esa mirada es consecuencia también de
otra cosa: durante muchos años no hubo para los Kirchner otra
supuesta oposición que no fuera el examen crítico del
periodismo.
Luego, ya recientemente,
le sobrevino la derrota. No la supo administrar, porque
francamente nunca había gobernado en la adversidad. Se encerró
en un círculo de incondicionales, donde las malas noticias no
llegan hasta que estallan, desordenadas e irremediables, en el
espacio público.
Ni siquiera supo
aprovechar el mejor momento internacional de la economía
argentina desde la Segunda Guerra. Postergó decisiones
económicas fundamentales en homenaje a las mediciones de
opinión pública, pero esas postergaciones le significaron con
el tiempo un catastrófico derrumbe en tales encuestas.
Por obra de una extraña
casualidad, estuve por última vez con Kirchner el día que se
fue del despacho presidencial, horas antes de que ingresara a
él su esposa. Yo tenía una cita con un funcionario en la Casa
de Gobierno a la misma hora en que el todavía presidente se
despedía de sus oficinas y del personal.
Me topé con él. Nos
saludamos cordialmente. "Nos seguimos viendo", le propuse yo.
"Sí, pero dentro de siete u ocho meses. Debo desaparecer de
todos lados para permitirle a Cristina que se instale
cómodamente como presidenta", me respondió.
Una semana después estaba,
en medio de un espectacular operativo, en la selva colombiana
con Hugo Chávez y Oliver Stone para garantizar la liberación
de un niño secuestrado por las FARC que no estaba secuestrado.
Ese papelón internacional
marcó el inició de un permanente protagonismo público del ex
presidente, que convirtió a su esposa en una presidenta débil.
La relación entre el
presidente y el periodista terminó como empezó: con palabras
escritas en el agua, con aseveraciones y promesas que el
jefe del Estado nunca cumplió.
Reproducción de la columna del 30-08-08 en el Diario La
Nación de:
PERFIL DE UN POLITICOLOGO: Joaquín Morales Solá
Ejerce el periodismo desde los 16 años cuando ingresó al
diario La Gaceta de Tucumán. En 1975, Clarín lo convocó para
ser prosecretario de la sección Política. Durante 12 años fue
segundo jefe de Redacción y autor de la columna política
dominical de ese diario.
Fue columnista político del noticiero de Telefé y del programa
"Tiempo Nuevo", de Bernardo Neustadt.
Durante 1997, condujo "Dos en la noticia" junto con Magdalena
Ruiz Guiñazú, por el ex Canal 9. Actualmente es columnista
político del diario LA NACION.
En 1990, el gobierno de Italia lo condecoró con la Orden al
Mérito de la República Italiana. Posteriormente, en 1992,
España lo distinguió con la Orden de Isabel la Católica. En
1998, recibió la Orden Nacional al Mérito que entrega la
república de Francia.
Diario La Nación
El Editor![](comunidad303espa_archivos/image001.gif)
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