LOS KIRCHNER SOLOS,
AVALADOS POR MALAS COMPAÑÍAS
VAN PERDIENDO EL "PODER"

 08 de Septiembre de 2008

El estado de gracia no se ha ocupado en estos nueve meses de Cristina Fernández. Ese privilegio le cupo únicamente en su tiempo a Néstor Kirchner. La Presidenta vive acechada por viejos problemas irresueltos y por errores políticos propios y también de la sociedad matrimonial. Buscó un resuello la semana pasada cuando anunció por sorpresa la cancelación de la deuda con el Club de París. Pero un mundo cambiante, inquieto por las malas noticias económicas, le respondió con una reacción morosa. Una sociedad embroncada y permeable a provocaciones reprodujo episodios de violencia conocidos.

¿Sólo la mano del infortunio? Para nada. Tales situaciones responden a responsabilidades de Cristina y de Kirchner. Responden además a ineficacias de la administración. El matrimonio presidencial no pudo prever que el incremento del desempleo en Estados Unidos y las huellas recesivas en España y otras naciones de Europa empujaran los mercados hacia abajo. Debió haber previsto, en cambio, que una decisión tan importante como la de saldar la deuda con 19 países ricos —sobre todo Alemania y Japón— hubiera merecido tal vez una maduración, algo de consenso y no un simple golpe de espasmo.

¿Cómo es eso? Cristina y Kirchner resolvieron saldar de un saque aquella deuda refugiados en la soledad de El Calafate. Tuvo una participación activa en el texto de la resolución el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini. Hubo consultas a la distancia con Sergio Massa, el jefe de Gabinete, y Carlos Fernández, el ministro de Economía. Ambos venían bregando por la solución del problema, pero imaginaban una salida menos expeditiva. Martín Redrado había anticipado su convencimiento de que se evitara, en lo posible, la utilización de las reservas del Banco Central.

La escena pareciera reveladora de una cosa. Los Kirchner, pese al daño político sufrido en estos meses y a la sucesión de derrotas, no han modificado el sistema de toma de decisiones inaugurado ni bien llegaron en el 2003 al poder. Esas decisiones, aun las cruciales, alumbran entre cuatro paredes en las cuales se suelen cobijar apenas dos o tres personas. Alberto Fernández, el ex jefe de Gabinete, fue durante años parte de ese núcleo. Pero ya no está.

Quizás ese apresuramiento haya conspirado, en parte, contra el objetivo matrimonial de recuperar rápido en el mundo la confianza perdida. Esa confianza se desmoronó, en especial, cuando se contrató el último financiamiento de Hugo Chávez a tasas siderales. La premura, además, permitió abrir un debate sobre la calidad jurídica de la decisión. Ese debate puede tener una manifiesta intencionalidad en los mercados externos donde los bonistas que no entraron al canje de la deuda hacen sentir sus influencias y su presión. Pero no todos los directores del Banco Central están seguros de que en el caso del Club de París, a diferencia de lo que ocurrió con el FMI, alcance con una orden presidencial para disponer el pago con fondos de "libre disponibilidad". Algunos señalan la necesidad de una ley del Congreso para habilitar la iniciativa. Menudo desafío para el Gobierno si esa hipótesis llega a prosperar.

Hay otros aspectos que, por lo visto hasta ahora, también fueron pasados por alto. El gesto pretendió, sin dudas, demostrar la voluntad de pago del Gobierno para ahuyentar fantasmas sobre un supuesto default que se podía cernir. Pero las sospechas no refieren sólo a esa voluntad: hay facetas de la economía, como la inflación y el rigor estadístico, que ayudan a echar una sombra espesa sobre todo lo demás.

Esas sombras van cubriendo incluso el cuerpo político oficial. No hay gobernador ni dirigente peronista —en la oposición tiene forma de clamor— que no se interrogue diariamente cuándo el matrimonio Kirchner afrontará el problema de la inflación. Ese retrato de preocupación quedó reflejado en Diputados durante la discusión de la movilidad jubilatoria: el oficialismo entero, con expreso respaldo sindical, cambió la fórmula propuesta por el Poder Ejecutivo para el cálculo de los próximos ajustes. Esa fórmula contemplaba sólo los índices del INDEC. Se le añadió otro indicador más fiable que elabora Seguridad Social.

Los sindicatos también se encargan cada semana de ridiculizar las cifras oficiales. Lo hacen con discreción para no levantar polvareda. Los camioneros de Hugo Moyano acaban de conseguir un aumento adicional no remunerativo de salarios. El gremio de la salud obtuvo algo similar en vísperas de las.elecciones internas. La excusa gubernamental de que esos incrementos apuntan a fortalecer el poder adquisitivo y no son una compensación urgida por la mayor inflación se derrite como hielo al sol.

Cristina y Kirchner no dan aún señales de que la inflación sea también para ellos una cuestión perentoria. La única señal es, en realidad, simbólica: Guillermo Moreno está bien retraído, casi sin figuración pública. Aun oculto, el secretario de Comercio estuvo la semana pasada metido en una trifulca con un funcionario kirchnerista. También es cierto que el matrimonio presidencial es experto en atesorar secretos. "Los hay", repite enigmáticamte Kirchner a ciertos visitantes. Pero resulta difícil imaginar que puedan existir intenciones de encarrilar la inflación y el INDEC si con anterioridad no se se instrumentan medidas económicas en esa dirección. Tampoco asoman pistas de que la Presidenta y el ex presidente hayan facilitado algún resquicio para las opiniones de la legión de economistas de pensamiento no ortodoxo que repiquetean con el riesgo inflacionario.

Cristina fue más explícita en otros terrenos. Su presencia al lado de Julio De Vido y Ricardo Jaime, en los salones del Ministerio de Economía, pudo interpretarse sólo como un indisimulado aval político a ambos. Es el área de Gobierno, por lejos, más cascoteada por la oposición. Que despierta también resistencia en el oficialismo. La última semana un diputado de la Coalición Cívica pidió el tratamiento sobre tablas de una comisión investigadora para el secretario de Transporte por una resolución sobre un tren rápido a Mendoza. La votación fue nominal y ese mecanismo puede haber retaceado voluntades oficiales. La iniciativa no prosperó porque tuvo 102 votos en contra y 71 a favor. Pero hubo una decena de sonoras abstenciones de legisladores peronistas y también de aliados.

El respaldo de la Presidenta parece transparentar que aquellos dos funcionarios controvertidos han quedado como motor de la gestión después de la renuncia de Alberto Fernández. Denuncia también la persistente influencia de Kirchner: son hombres de su entraña política y personal. Eso explicaría que Cristina no haya reparado en los costos de ese respaldo en tiempos turbulentos, sobre todo, para Jaime. Fue zarandeado en el Congreso por la reestatización de Aerolíneas Argentinas aunque esa reestatización, al final, quedó consagrada con amplitud. Los Kirchner la vivieron como un éxito político y una reivindicación histórica.

El proceso parlamentario del retorno de la empresa aérea al Estado coincidió con los mejores promedios de prestación de servicios —sobre todo en puntualidad— que registró en los últimos cuatro años. Los siete gremios aeronáuticos cumplieron sus tareas sin irregularidades. A esas permanentes irregularidades y a la falta de tarifas competitivas adjudicaron los inversores españoles el fracaso de su gestión. Jaime nunca disimuló su buen vínculo con aquellos gremios.

Aerolíneas es apenas un caso de las innumerables anomalías que trastornan el sistema de transporte en la Argentina. La política de subsidios como única respuesta fogoneada por Kirchner y ejecutada por Jaime ha dado malos resultados y ha convertido a los transportes en un temible campo de pruebas del vandalismo político y de la intemperancia social. Esa combinación prevaleció en la violencia desatada la semana pasada en las estaciones ferroviarias de Merlo y Castelar. Esa combinación tiende también a distorsionar la realidad: el fracaso de la política oficial no podría ser justificativo para ninguna barbarie.

Jaime tuvo suerte otra vez. Aquella irrupción de los violentos sirvió para que Cristina y Kirchner creyeran que detrás del descontento social pudo estar agazapada, en verdad, otra confabulación contra el Gobierno. Jaime parece ahora en su sillón más firme que antes. A Moreno le sucede lo mismo cada vez que queda bajo la tormenta de un juicio público.

Kirchner le coloca el ojo a la política antes que a la gestión. Asegura que, en ese aspecto, su paso al segundo plano es definitivo. Pero ha convertido la residencia de Olivos en un cuartel partidario. Desfilan peronistas, sobre todo bonaerenses, y desfilan también algunos aliados. Pasa horas hablando por teléfono. No perdió la dilección por las encuestas e indaga sobre cada movimiento político. Llamó a un diputado cobista para preguntarle qué pretende hacer Julio Cobos con el radicalismo. Pero ese diálogo duró poco y terminó mal.

Más sedado, casi manso, andaría a la búsqueda de un destino que extravió cuando asumió Cristina.

Reproduccion textual de la columna del diario Clarín del 7-9-08 del politicologo Eduardo Van der Kooy