30 de Septiembre de 2008
Un infierno de drogas y chicos abusados, a
minutos del Obelisco
En Pompeya hay chicas que se prostituyen a
los 11 años para comprar paco. Sus clientes suelen ser
camioneros, que les dan 5 pesos. La Policía está en la mira.
Y la Justicia, sin recursos, no responde.
Estamos a 40 cuadras del Obelisco, dentro de la
Capital, esta ciudad soberbia que se jacta de sus turistas, de
su cultura, de tantas cosas. Sólo que estamos del lado
equivocado, en el más profundo sur, y alguien ha llamado al
102, el teléfono de las emergencias del Consejo de la Niñez:
-Estoy viendo a una chiquita bajando de un camión. Está
llorando y se agarra la cola con la mano.
Estamos en el cruce de las avenidas Amancio Alcorta y Perito
Moreno, en Pompeya. La chiquita de la que habla el vecino
puede tener once, doce, trece años, pero no lo sabremos nunca
porque apenas baja del camión se mete en una casilla del
barrio Zabaleta o de la villa 21. Lo que hará ahí adentro ya
se sabe: aprovechará los cinco pesos que le dio el camionero a
cambio de un rato de sexo y comprará una bolsita de paco, con
la que se alejará del mundo durante un par de horas. Hasta la
próxima vez.
Esta es la realidad de la "zona Zabaleta", a seis cuadras de
la cancha de Huracán, a cuarenta del Obelisco y de los
turistas. Un lugar atrapado en una espiral perversa que se
sumerge entre la locura del paco, la explotación sexual
infantil, las sospechas sobre corrupción o inacción policial,
la inoperancia de la justicia y la escasa presencia del
gobierno porteño. Así lo reflejan los testimonios de los pocos
actores sociales que trabajan en la zona, los de las propias
víctimas y una serie de informes del Consejo de la Niñez, el
organismo que debe defender los derechos de los niños en la
Ciudad y que viene reclamando desde hace años la intervención
del Estado en la zona. No es para menos: hasta el año pasado
sólo trabajaban en el lugar dos operadores sociales del
gobierno. Hoy son apenas cuatro.
Estamos en la "zona Zabaleta", un triángulo de cuatro o cinco
manzanas oscuras y abandonadas. Es de noche y lo que se ve no
parece posible. Son chicos deambulando bajo ropa sucia y
deshecha; andan como sonámbulos con la bolsita de pegamento en
la nariz o la bolsita del paco en la mano, se agrupan contra
una pared o bajo un árbol o detrás de los cartones de una
"ranchería" donde deberán dormir y ocultarse de las lluvias y
el frío. Lo que se ve son cuerpos casi fantasmales, a simple
vista es imposible adivinar su sexo o su edad. Viven o
sobreviven en la calle o en alguno de los barrios marginales
de la zona -la villa 21, Zabaleta- donde se agrupan unas 30
mil personas, de las cuales la mitad tiene menos de 12 años.
¿Cuántos son los chicos en situación de riesgo o ya en el
pozo? En el gobierno porteño aseguraron a Clarín que está en
preparación un estudio profundo sobre este tema, pero por
ahora es sólo una intuición, una intuición de varios cientos
de chicos, esclavos del paco y el abuso. Ellas empiezan a los
once, y los pibes, aunque son menos, arrancan todavía antes, a
los ocho o nueve años.
Los primeros informes oficiales que alertaron sobre la zona
Zabaleta son de 2005. A partir de 2006, las quejas del Consejo
de la Niñez se hicieron constantes. Hay denuncias de los
operadores del gobierno porteño y de los asistentes sociales
que trabajan en el lugar desde la parroquia de la zona -la
Caacupé-, a través de un centro de atención a los adictos al
paco. Esos informes hablan de exclusión y pobreza, de falta de
futuro, pero también hablan de la policía, que debería ser
aliada pero no lo es. "En vez de encargarse de la seguridad,
los policías participan directa o indirectamente de la venta
de mercancías ilegales y de la explotación sexual...", dice un
documento de 2007, del Departamento de Investigación del
Consejo de la Niñez.
La historia oral de la zona cuenta que fue a partir del 2002,
con la crisis y la devaluación, cuando el paco -un residuo de
la producción de cocaína- se instaló en las villas de por ahí.
Con una capacidad destructiva y adictiva descomunal, el paco
empezó por capturar a los muchísimos chicos que viven en la
calle y que fueron siendo más y más. La zona es proclive al
vagabundeo y la vida en calle, por su escaso tránsito de
autos, las enormes calles solitarias, los galpones
abandonados, el sur que nadie ve. Miguel Sorbello fue uno de
los primeros asistentes sociales que trabajó en la zona. Hoy
es coordinador de programas de la Dirección de Niñez del
gobierno porteño, e impulsa una avanzada del Estado en el área
(por ahora una promesa), donde ya trabajó junto a la parroquia
de Caacupé. Sorbello conoce como pocos la zona y habla de un
fenómeno, el de "los chicos en pasillo", que no viven ni en la
calle ni en las casitas, sino que se pasan el día en los
caminitos de la villa, consumiendo el paco que les venden los
"transas" a un peso y medio, esperando que se pase el efecto
para salir a buscar más.
En el "buscar más" es cuando entra el mundo exterior, el de
los abusadores a los que la zona Zabaleta ha bautizado como
"los pitoduro". Las chicas se empiezan a prostituir a los once
o doce años. Desesperadas por paco, van a la avenida Amancio
Alcorta y encuentran a algún camionero que las levanta, se las
lleva a dar una vuelta y les da cinco o, con suerte, diez
pesos. Todo a la vista de la policía y a espaldas de la
justicia (Ver Yo con mi auto...). "Los varoncitos empiezan
antes, a los ocho años, pero tienen otro circuito, los agarran
los cirujas", cuenta Sorbello.
Clarín estuvo recorriendo la zona Zabaleta durante cinco
noches seguidas y en todas había chiquitas ofreciéndose sobre
la avenida Amancio Alcorta, como muestran las imágenes
publicadas hoy. En muchos casos se hace difícil adivinar la
edad, porque sus cuerpos están a veces atiborrados de paco:
adelgazan hasta los huesos, la piel se les quema, van
perdiendo formas, finalmente su identidad.
En la Defensoría de Pompeya, durante 2007 atendieron a 13
chicos explotados sexualmente en la zona Zabaleta. Poco en
relación a la realidad, aunque mucho más que en cualquier otro
punto de la Ciudad. El poco nivel de demanda es hijo de la
vieja legislación sobre la niñez, que hasta 1999 (pero en la
práctica hasta el 2006) suponía que un chico en condiciones de
abandono o víctima de abusos acababa casi siempre "preso" en
un instituto de menores. Eso está cambiando y hoy las
defensorías de los niños intentan, en lo posible y todavía con
muchos defectos, reubicar a los chicos víctimas en otras casas
o con otros familiares. Aunque no siempre ocurre. En 2006, los
operadores de la ciudad llevaron hasta la Fiscalía de Pompeya
el caso de una chica fotografiada mientras era abusada por un
camionero. El resultado de ese caso marcó a todos los chicos
del lugar: ella pasó seis meses en un instituto de menores y
el camionero pasó apenas tres días en la comisaría 32 y luego
fue liberado por falta de pruebas.
La prueba, la famosa prueba. Eso piden los fiscales y eso no
pueden ofrecerles los operadores ni las víctimas. La única
alternativa sería atrapar "in fraganti" a los "pitoduros",
pero para eso hace falta la policía. Guillermo Illanes,
operador del Consejo de la Niñez, sabe que eso es demasiado
difícil: "La policía se hace la boluda e interviene poco o
nada". En el barrio se habla de que cobran un peaje a los
camioneros para no molestarlos o que no hacen nada porque
saben que la prostitución es un eslabón más de la cadena del
paco. Hasta el fiscal de Pompeya admite haber hallado policías
vinculados al comercio de drogas. Sorbello agrega otro
elemento para explicar la inacción: "Yo vi a policías de la
Brigada subiendo pibas a un auto". Estamos en zona Zabaleta y
lo que vemos, ahora, es a una de las chicas de la noche. "Yo
tengo 20. Pero acá empiezan bien de pibitas", cuenta ella, con
sus calzas gastadas, el gorrito visera y un presupuesto que
habla de la miseria: cinco pesos para una "felatio" y veinte
con coito incluido, "la completa". En cinco noches en la zona,
Clarín sólo vio a un patrullero el jueves por la noche. Era de
la comisaría 32, donde atendieron con amable indiferencia a
Clarín, sólo para decir que se cumple con "la función de
desalentar" la prostitución y desmentir la participación
policial. "Es un problema social", se excusan en la comisaría.
Y lo es, claro, aunque no solamente. La titular del Consejo de
la Niñez, Jessica Malegarie, también reclama la acción
policial y la judicial, y muestra preocupación, sobre todo,
por lo que llama "la naturalización" del "circuito perverso"
del que son víctimas los chicos y chicas de la zona Zabaleta.
Esa naturalización sólo puede explicarse en las calles casi
siempre vacías, avenidas transitadas apenas por camiones, el
famoso sur vacío. Es inimaginable este universo en el centro o
norte de la ciudad. "Hay que acompañar a los chicos, ayudarlos
a revalorar sus cuerpos, a que recuperen su identidad. Y para
eso necesitamos más gente en el lugar", se queja Gillermo
Illanes. Desde el gobierno hay promesas. Sorbello ha pedido
presupuesto para el año que viene poder lanzar una fuerte
ofensiva pública en la zona, y en estos momentos se está
elaborando un estudio en toda la ciudad sobre las situaciones
de explotación sexual infantil.
¿Alcanzará? "No, claro que no, pero será mucho más que lo que
se viene haciendo", dice Sorbello. Y la verdad es que se está
lejos si se piensa que en la ciudad hay apenas dos hogares
dedicados al rescate de los chicos del paco y que sólo un
hospital público, el Fernández, tiene cómo desintoxicar a un
drogadicto en estado crítico. A apenas 40 cuadras del
Obelisco, a cinco minutos de taxi, pero del lado equivocado de
la ciudad. Aquí estamos, en la zona Zabaleta. Es cuestión de
pararse y esperar. A la tardecita empezarán a circular los
chicos y las chicas que nadie ve y que muy pocos quieren ver.
La noticia es que existen igual. Reproducción textual de la
columna de:
Gerardo
Young
en el Diario Clarín.
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