05 de Noviembre de 2008
Cien años para no aprender nada. Cien años de ignorancia y la
misma receta aplicada de la misma manera y los malos son los
mismos y los buenos son los mismos y nos seguimos matando a
tiros.
Scioli no debe saberlo, pero su idea
sobre qué hacer con los menores que cometen delitos no es
original, es constitutiva de lo que hace poco se llamaba “ser
nacional”. Y a pesar de lo que puede suponerse, ese “ser
nacional” no fue sólo forjado por dictaduras militares y
capillas sixtinas. Tuvo también la base ideológica de “grandes
pensadores” orgánicos.
En 1908 el Estado publicó Los niños vendedores de diarios y
la delincuencia precoz, un estudio sobre chicos pobres de
entre 6 y 18 años. Los investigaron “científicamente” (a esta
nota le sobran comillas, tomá, guardalas) y los separaron en
tres grandes grupos: a) los industriales, b) los adventicios y
c) los delincuentes precoces.
De los primeros se dijo: “Son en su mayoría argentinos, hijos
de padres italianos, muchos son italianos de origen. Su edad
fluctúa entre los 6 y los 18 años. Casi todos son
masturbadores. Algunos son pederastas. La séptima parte de los
de 10 a 12 años han tenido relaciones heterosexuales. La
mayoría de los padres son católicos y carecen de ideas sobre
política y cuestiones sociales. La miseria, la ignorancia y el
alcohol minan la felicidad de esos hogares proletarios. Tienen
órganos sexuales muy desarrollados” (para este último ítem
daban una causa comillas científica: “Por el onanismo”).
De los del segundo grupo, los adventicios, se dice: “Tienen
entre 9 y 15 años. Masturbación y pederastia más generalizada,
frecuente el onanismo recíproco y aún el coito bucal
recíproco. En estos niños los caracteres degenerativos son más
pronunciados que en los precedentes. La salud física es mejor
en ellos que en los anteriores, pues los enfermizos no pueden
adaptarse al género de vida nómada propia de este grupo (la
contradicción entre los caracteres degenerativos y la salud
física mejor no fue salvada por el otra vez comillas estudio
cierra comillas). Se mezclan y confunden de una manera
insensible con los delincuentes”.
El último de los grupos era de una categoría diferente. No
eran canillitas, eran “delincuentes” que alguna vez habían
vendido diarios, encuestados en el 24 de Noviembre (el 24 de
Noviembre era un depósito inmundo en la calle de ese nombre,
que el higienismo estatal de la época creó para unir a la
Policía Federal con la Universidad de Buenos Aires, ya que
encarcelaban a los “marginales” durante quince días en ese
chiquero inhumano y los sacaban para mostrarlos en las clases
de la Facultad de Medicina). De estos chicos se dice: “Como
delincuentes precoces no presentan diferencias de ningún
género con los que no han sido vendedores de diarios (comillas
y hay que ser comillas científico para llegar a una conclusión
así). Tienen de 10 a 18 años, su vida es más nómada y azarosa.
Son inmorales. Sus ideas sobre política son casi siempre
opositoras al gobierno, irreligiosos, faltos de ideas
estéticas; igual gusto por los dramas criollos. Las relaciones
heterosexuales son comunes, en muchos hay tendencias al
proxenetismo. Los pederastas activos son más numerosos que en
el grupo adventicio, pero escasean los pasivos”.
Ese estudio publicado en los estatales Archivos de
Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines fue un arma eficaz
para el control represivo. En las conclusiones se dice que
“constituyen una masa ignorante, 10.000 vagos salidos de las
filas de los vendedores de diarios son un peligro para el
orden de cualquier ciudad populosa. Una turba de 10.000 vagos
constituye un factor de desorden y de regreso. El vago es un
término medio entre el honrado y el delincuente, término medio
tan terrible como el delincuente mismo, porque la sociedad no
puede defenderse de él atacándolo de frente. Diez mil sujetos
en esas condiciones suelen decidir el éxito de una elección en
la ciudad de Buenos Aires”.
Hace cien años escribía esto el padre del socialismo
argentino, el fundador y primer director del Instituto de
Criminología de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires, el
que se sacó una “g” del apellido para no parecer “tan”
italiano, el que aún hoy tiene su enorme cuadro de honor en la
Facultad de Filosofía y Letras, José Ingegnieros. No estaba
solo, lo acompañaban Ramos Mejía, Cambaceres, Miguel Cané,
Eduardo Wilde y otros hospitales y calles y avenidas.
Poco parece haber cambiado en la Argentina en estos cien años.
El que hace cien años era considerado un científico
progresista hoy sería visto sólo como un tachero reaccionario.
O en el mejor de los casos como un gobernador demagógico. Sin
comillas. Por O. Bazán para el Diario
Critica de la Argentina.
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