11 de Noviembre de 2008
Peligro: pirañas al ataque en el Obelisco
Son 30 y
viven en la calle, comiendo sobras de los restaurantes y
aspirando pegamento. Sus víctimas son oficinistas distraídos
y mujeres solas. Cómo interviene el Estado.
“Dame
todo. Dame monedas, dame monedas. Dale apurate”, dice un nene
a un oficinista que camina impávido por una esquina en el
microcentro porteño. Enseguida lo rodean entre cuatro. Tienen
a lo sumo diez años. Uno empuña un Tramontina de serrucho
gastado que mueve nervioso. A pocos metros, otro chico de la
ranchada, pero unos cuantos años mayor, ve la escena y grita:
“¡Gato, salí de ahí!”. Los nenes obedecen a la voz del “amo” y
se sientan rápido como labradores mansos. Esos nenes, que a
esa hora podrían estar jugando o durmiendo en sus casas, son
en realidad un grupo integrado por 30 chicos, entre mayores y
menores, que cuando el sol baja, sobrevive arrebatando algo a
los peatones que salen de sus trabajos. Como en la mayoría de
las ciudades de Latinoamérica, a estos chicos que atacan en
grupo se los llama “pirañas”. El tema es dramático e
ilustrativo: mientras políticos y jueces discuten si se debe
bajar la edad para acusar a menores de delitos graves, cientos
de niños viven desamparados y delinquir es la única forma de
subsistencia que conocen. Y el Estado sigue ausente.
A María Martínez Gusoni la
abordaron a metros del Obelisco. “Trabajo en el microcentro y
salgo tarde. Una noche caminaba por Diagonal Norte para Plaza
de Mayo mientras hablaba por celular. Me rodearon diez nenes
que no me llegaban a la cintura. Uno intentó manotearme el
teléfono. Grité. Lo reté y siguieron caminando. Nadie se
acercó a ayudarme”, cuenta.
“Hay banditas de cinco o seis pibes que se abalanzan sobre los
peatones para sacarles cualquier cosa. La policía no puede ni
hace nada. Igualmente, en esta esquina, a la noche no se ve a
ningún cana”, dijo un comerciante de la 9 de Julio y Diagonal
Norte que prefirió no dar su nombre.
Lucía Moras tiene 24 años y es estudiante de sociología. Un
domingo estaba paseando por la zona de la avenida 9 de Julio y
Diagonal Norte. “Un par de nenes diminutos se me acercaron y
me pedían monedas. Me rodearon entre cinco o seis. Les grité y
se fueron. Están todas las noches por esa zona. Viven muy
descuidados y desprotegidos. No hay una decisión fuerte por
parte del Estado para torcer la realidad de estos chicos. Son
nenes abandonados”, opina Lucía.
A pesar de que los “aprietes” de los nenes son cada vez más
frecuentes, fuentes de la Policía Federal dijeron que “el tema
de los menores y el delito es un clásico. La policía no puede
intervenir en estos casos. Sólo podemos actuar de manera
preventiva, no como nosotros quisiéramos. No tenemos la
posibilidad de actuar de una manera efectiva”.
LA ÚLTIMA VEZ.
Marquitos tiene doce años. No se acuerda de la última vez que
fue a su casa en la localidad bonaerense de Florencio Varela,
a 25 kilómetros del Obelisco, pero sí recuerda que allí tocó
una 9 milímetros; ese día, su mamá le dio un nuevo castañazo y
guardó el fierro debajo del colchón. “Agarré la que usa la
yuta”, dice extasiado.
Mide un metro y unos pocos centímetros y es hincha de Boca.
Tiene las piernas flacas. La izquierda está quebrada por los
golpes que él dice que le dio la policía. Se levanta la remera
y muestra más marcas: parecen frutillas, pero son bastonazos
sin amor.
“Mi tío está preso en el penal de Sierra Chica, en el pabellón
de refugiados. Robó un supermercado. En la cárcel lo respetan:
¡enseguida se planta de manos!”, dice orgulloso. Tiene varios
hermanos, a los que no ve casi nunca, y una madre y un padre.
Alrededor de Marquitos, un grupo de chicos espera sentado las
bolsas llenas de desechos comestibles que tiran desde el local
de McDonald’s; esperando darle un último mordisco a un Big Mac
frío que alguien no terminó de comer.
Mientras tanto, otro nene aprieta una bolsa de leche llena de
pegamento. Jala un poco más. Los ojos bailan un malambo.
Respira una bocanada de aire y arranca de nuevo. Tose un
instante. Pasa la bolsa como si fuese un mate a otro que babea
de ganas. El segundo la agarra, se la acomoda en la boca. Jala
una, dos, tres veces, hasta quedar tambaleando. Va de nuevo.
Nunca termina y el poxi hace efecto rápido. Ese nene ya debe
de estar alucinando en la Fábrica de Charly, flotando entre
chocolates. Su ranchada para a unas cuadras del Obelisco.
“Somos como 20 o 30 los vagos. Todavía la banda no tiene
nombre. El más chico debe tener ocho años”, cuenta el nene.
Al lado de Marquitos está Fede, una miniatura de once años.
Fede no habla, no le gusta. Está atento a otra cosa: sus ojos
no se detienen buscando algún peatón distraído. Marquitos
habla pausado. Cuenta que el tío, el preso, le enseñó la
destreza de manejar una faca. Saca del pantalón largo verde
militar una navaja de varias funciones. “Está vieja, pero se
la sigue aguantando”, dice, y en abanico abre el cuchillo con
dos dedos.
–¿Qué te gustaría ser
cuando seas grande?
–Ladrón de bancos –responde entre risas–. Acá se juntan un par
de monedas, hay que hacer cosas grandes.
Hay 800 chicos que viven en
la calle
Según un
censo de diciembre de 2007 realizado por la Dirección General
de Niñez y Adolescencia de la ciudad de Buenos Aires, hay 798
chicas y chicos que viven a la intemperie. Al Programa de
Atención de Niños, Niñas y Adolescentes en Riesgo Social se le
destina más del 50% del presupuesto de la Dirección General de
Niñez y Adolescencia, alrededor de $50 millones anuales. Con
este dinero se sustenta el programa de operadores de calle,
centros de día, paradores y hogares. Desde el Ministerio de
Desarrollo Social, establecieron que el 80% de los chicos
provienen de la provincia de Buenos Aires. También hay una
línea gratuita 108, del Gobierno de la Ciudad, que brinda
servicios de atención para personas y chicos en situación de
calle. En lo que va del año, se recibieron y atendieron 6.000
llamados, realizados por los mismos chicos o vecinos. Las
causas más comunes que llevan a los chicos y chicas a vivir en
la calle son la desintegración familiar, situaciones de
precariedad, maltrato o déficit habitacional.
“Hagamos cumplir la ley”
“Acá lo central no es discutir
teorías legislativas, teorías doctrinarias respecto de la
aplicación de una norma, lo central es que cada uno cumpla con
su tarea y que además hagamos cumplir la ley porque, si no,
todo se transforma en discusiones teóricas y lo primero que
tenemos que hacer es resolver la práctica”, dijo el jefe de
Gabinete, Sergio Massa, al opinar sobre la ola de inseguridad.
“La tarea de prevención se debe llevar adelante en todas las
áreas. Hay lugares que por sus condiciones urbanísticas se
prestan más a que el delito los use como aguantaderos, pero me
parece que en ese caso hay que trabajar en la urbanización”,
agregó Massa cuando se le preguntó sobre lo que había dicho el
gobernador Daniel Scioli, que calificó a las villas de
aguantaderos. Nota de Critica de la
argentina 08-11-08. NOTA DE LA REDACCIÓN: Si
como dice Massa , Jefe de Gabinete, porque el gobierno no hace
cumplir la ley y menos aun practica la prevención?
Basta de
mini inauguraciones de “kiosquitos” y trabajen para el pueblo
y no para ustedes señores gobernantes y políticos
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