31 de Diciembre
de 2008
Durante
este año, los Kirchner terminaron de divorciarse de los
electores que no están comprometidos con ningún partido
político. Ellos son los que definen las elecciones desde 1983.
Las causas son la obstinación en interpretar la realidad con
categorías ineptas, la soberbia y la omnipotencia, la mentira
descarada y sistemática, que irrita y en la que pocos creen;
la incitación a la fragmentación social, el necio desmanejo
económico y su hija boba, la inflación; la destructiva burla
de las instituciones, la desatención objetiva (no ya en el
cínico "relato") de los problemas sociales, como la
marginación, la desnutrición infantil, la educación, la salud
pública y la seguridad personal; la corrupción rampante, el
matonismo como forma de gobierno y el recurso a la patota
-apenas sin camisas negras- como fuerza de provocación y
choque.
Pese a los últimos manotazos, seguramente el
kirchnerismo está muerto. Pero todavía hay que enterrarlo.
La oposición debe cuidarse de incurrir en la ligereza de creer
que esto será fácil y buscar tenazmente la conformación de un
frente único que asegure el triunfo, tanto el año próximo como
en 2011, para superar las diferencias, con generosidad y
grandeza de miras, en aras de recuperar la República.
Afirmar que este proyecto es imposible porque
hay varias oposiciones y no una es, en el nivel teórico,
desconocer la dinámica de los grupos sociales, que están
permanentemente fraguando coaliciones y disolviéndolas, según
las afinidades o divergencias que prioricen en diferentes
circunstancias. Y en la práctica, tiende irresponsablemente a
regalarle el poder al kirchnerismo.
Pero el kirchnerismo es sólo el último episodio
del brutal deterioro que sufre nuestro país desde hace muchas
décadas. La tarea impostergable consiste en revertir de cuajo
esta progresiva disolución que nos está destruyendo como
nación posible. Y ello requiere cambios mucho más profundos y
complejos que meramente vencer al kirchnerismo.
Para empezar,;
1)cumplir la Constitución y respetar
seriamente las instituciones,
2) recuperar el federalismo, al eliminar la dependencia
económica de las provincias hacia el poder central;
3) reconfigurar la Justicia para reasegurar su independencia.
4) Adoptar un sistema electoral que establezca una relación
efectiva entre representante y representado, y revitalice la
función del Congreso como poder real.
5)Insertar adecuadamente a la Argentina en el mundo;
6) acabar con el clientelismo y la corrupción;
7) reformular la organización sindical para erradicar sus
perversiones;
8) solventar la educación y la salud públicas para que dejen
de ser tristes remedos de lo que alguna vez fueron;
9) hacer un pacto socioeconómico equitativo que logre una
inclusión temprana y la igualdad de oportunidades, sin
distraerse por los desvalimientos, pero que corte
definitivamente con la inútil cháchara del populismo.
10)Reconocer la función de las empresas en la creación de
valor y el desarrollo, y ofrecerles reglas generales y
perdurables, en un marco legal estricto que recompense el
trabajo y la creatividad, en vez del negociado. Ir formando
una conciencia moral que impida que un funcionario pueda
siquiera titubear en financiarse degradando a la sociedad, por
ejemplo, con el juego. Ejercer una política honesta,
programática, no personalista, veraz, leal, respetuosa del
adversario, no declamativa, sino eficiente en la producción de
resultados y en la que el Estado sea predecible y confiable,
no un actor más de la ley de la selva.
En síntesis: un proyecto de nación,
ambicioso pero posible, con el que podamos identificarnos y
ser partícipes.
Por supuesto, todo esto es más fácil de decir que de hacer.
Pero no por eso debemos achicar las metas, sino, más bien,
cuidarnos de no errar en la construcción política necesaria
para alcanzarlas.
Habría que partir del hecho de que entre los partidos
opositores y parte del justicialismo se han ido perfilando dos
polos democráticos: uno de centroizquierda y otro de
centroderecha. Cada uno debería culminar en la formación de un
partido nuevo que depurara de sus viejos vicios las
estructuras de los partidos concurrentes. Esos dos partidos, y
los demás que quisieran adherirse a ellos, deberían acordar un
pacto refundador para definir un proyecto de nación y reglas
que se comprometan a cumplir a rajatablas. En lo inmediato,
sería necesario que esos dos partidos constituyeran un frente
para las próximas elecciones presidenciales, perdurable por
varios períodos, dado que nuestra realidad actual requiere
imperiosamente privilegiar, por encima de las diferencias, la
recuperación de la República y la formación de una cultura
política civilizada.
Esto marcaría claramente el fin y la superación de una época y
la inauguración de una práctica política nueva y promisoria.
Al mismo tiempo, se lograrían las mayorías electorales y la
cohesión suficientes para afrontar la ciclópea tarea de
refundar la Argentina sobre bases que permitan el éxito, al
que no estamos condenados, pero que merecemos.
En esta construcción política se debe ser extremadamente
exigentes en la definición del proyecto y las reglas que lo
regirán, así como draconianos respecto de las consecuencias de
infringirlas, pero dúctiles respecto de las personas que
participen. La importancia y la dificultad de la tarea no
admite otra ética que la de la responsabilidad, que juzga los
actos por sus consecuencias objetivas, y no por sus
intenciones. Por eso, no deberíamos arriesgarnos a sufrir otro
fracaso por motivos que no sean los decisivos. Esta trágica
responsabilidad excluye no sólo egoísmos, rivalidades,
fundamentalismos o mohínes narcisistas, sino también, aunque
duela, pruritos comprensibles.
La médula del asunto es que, en una sociedad madura, las
reglas son más importantes que las personas. Con buenas
instituciones y reglas se puede construir una buena sociedad,
aun con personas que disten de ser santos. Pero no a la
inversa.
Por último, para institucionalizar el país hay que empezar por
institucionalizar los partidos, que serán la herramienta
transformadora. Tanto dentro de los partidos como en el frente
externo, debería acordarse la institución de internas abiertas
para dirimir las candidaturas, so pena de hacer casi
imposibles los acuerdos y burlar desde el vamos cualquier
vocación institucional. Los medios redefinen indefectiblemente
los fines, por lo que un medio no institucionalizado nunca
podrá institucionalizar nada.
Soy consciente de la enormidad del propósito.
Pero, como decían los griegos, lo bello es difícil .Enrique
Kleppe ..El
autor es empresario del sector frutícola y profesor de
Filosofía egresado de la Universidad de Buenos Aires
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