20 de Enero de 2009
La playa, refugio para las personas que buscan evitar ser
aplastadas por los Cuatro Jinetes del Kirchnerismo.
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La playa, refugio contra políticos y colisiones religiosas. |
Foto:
Cedoc
La Constitución debería incluir el derecho ciudadano a pasar
mes al año panza arriba donde se quiera. Mejor el mar. Moción
imbatible: para resucitar. De exigirse texto ampliado agregar
“y recuperarse del castigo de once bárbaros meses”. Ripiosa
como es, la vida podría ser llevadera. La empobrecen
chirimbolos y ordenanzas. Urge propuesta “Menos objetos y
decretos. Vivamos la persona”. Y de paso, otra: fundir
religiones para evitar colisiones. Donde se mire, huelen a
cuento (basta mirar los zapatitos rojos de Benedicto) Asperjan
incienso pero huelen a pólvora. La historia lo tiene muy
probado. Tras media luna, cruz o candelabro, hay palazo
escondido. Baten el parche del más allá para robarse el más
acá. Por eso, bien vendría el remedio de una síntesis.
Ni pueblo elegido. Ni fábula de jinete subiendo a caballo al
cielo. Ni tres personas en una. La monoteísta tríada al
photoshop y a regalarnos el consuelo de una cara no letal. Un
flamante icono global que aplaque conflictos. Por ahí hasta
“sale” Buda que era piola y humano. No murió de mística sino
de reventón de hígado tras comilona tanta. No estaría mal.
Tampoco mezclar más lo suelto. Es hora ya de que todos
compartan por igual lo mismo. Como sucede con el sol poniendo
y la luna saliendo. O el mar uniendo. Promover una religión
mundial que castigue los pecados de la cintura para arriba y
deje en paz los otros. Hoy el código penal de la primera
comunión suena a fantasía. Ser lascivo o perezoso es casi un
don (o una ingenuidad) Los pecados grosos (distribuir droga,
vender cañones, lavar dinero, “quedarse con el vuelto”) no
tienen infierno al que temer.
Legislar un mes sabático puede ayudar a diseñar la salida
política que en el resto del año no se ve. De ser posible mes
que se viva junto al mar (la tierra es insegura) Si algo
sagrado queda todavía (reptando por ella se inició la Gran
Aventura del Primate Humano) son las playas del mundo. El
espacio más sereno que haya a mano para tentar nacer de nuevo.
Vaya milagros que se ven en una playa. Por empezar, la gente
se abuena.
El mar (único animal que está vivo desde la creación) nos
empieza a igualar ni bien nos aproximamos a él. Miles de
cascarudos saltan de sus automóviles y al pisar la arena se
convierten en corderos. Se desnudan de historia. Retoman
biología. No bien mojan sus pies se les activa un tatuaje
interior. Al rato brota y se lo ve, folsforescente, repartido
en la piel (y el gesto) colectiva. Es el dibujo de la primera
ameba que nos parió. Quien quiera investigar el fenómeno entre
inocente a una playa y la verá. Al rato la podrá descubrir
posada en brazo propio. Este milagro es impensable en ciudad
alguna. Allí el entero y dolido aparato humano dedica día y
noche a evitar ser aplastado por el Rodillo del Poder. En
ciertos países por los Señores de la Guerra. Entre nosotros,
por los Cuatro Jinetes del Kirchnerismo (y otros de a pie).
Casi todos los países sufren la plaga de cuatreros locales o
foráneos. O de falta de mar. Y algunos, aun teniéndolo. Eso
les pasa a los martirizados habitantes de Gaza. Sus 40 kms. de
largo son limitados al este por un muro carcelario de alambre
de púa. Y al oeste, por el mar. ¿Por el mar? Sí, el ejército
israelí les prohibe andar o sentarse (sic) a lo largo de 40
kms. de playa palestina. No solo les ocupan tierra y cielo. Su
flota les impide salvar la vida a orillas del mar propio. Un
genocida es cosa seria.
Esteban
Peicovich, especial para
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