10 de Febrero de 2009
Ahora hay que tomar medidas concretas. La crisis global ya fue
suficientemente analizada. Es hora de políticas en común para
evitar más ajuste y desempleo.
Concluyó el
World
Economic Forum 2009, en Davos,
con una característica nunca antes vista: rostros largos e
incapaces de dar una respuesta común para salir de la crisis.
Recriminaciones mutuas y palabras duras. Estupor porque hace
un año, allí mismo, nadie dijo cuán mal llegaría a estar la
economía global. Tal vez lo único rescatable fue una certeza
compartida: el proyecto económico global impulsado desde hace
más de tres
décadas fracasó, ahora es urgente crear una nueva estructura
financiera internacional.
¿Se necesita Estado fuerte y eficiente en el control? Sí. ¿Se
necesitan reglas claras para la presencia del mercado, capaz
de crear verdadero crecimiento y no burbujas financieras de
fatales resultados? Sí. ¿Se necesita dar a la política toda su
fuerza, para ordenar lo que quede tras la catástrofe? Sí.
Todo eso está bien. Pero la pregunta de la calle es una sola:
¿cuándo se ponen a tomar medidas concretas para que no se
sigan cerrando fábricas, paralizando construcciones o
aplicando brutales programas de ajustes con millones de
desempleados?
En América latina, donde tuvimos cinco años de crecimiento
ininterrumpido a más del 5%, no es fácil entender lo que ha
ocurrido. Pero ahora lo importante es buscar respuestas
colectivas, que involucren a toda la sociedad, respuestas en
las cuales dejemos de lado la pequeña política y nos
planteemos medidas asentadas en la gran mayoría nacional. Y
que sean bases para una estrategia de largo plazo.
Recientemente participé, junto a expositores nacionales y
algunos ex presidentes de Europa y América latina, en un
debate convocado por el Congreso Nacional de México. Allí,
todos los partidos políticos convinieron en iniciar jornadas
de reflexión para definir una estrategia común. Fue un debate
prometedor y, al menos entre quienes veníamos de fuera, hubo
coincidencia en ideas matrices. Cinco puntos que me parecen
altamente orientadores para nuestro continente.
Primero. Las medidas que se adopten para enfrentar la crisis
deben estar en sintonía con el tipo de sociedad a construir a
futuro. Si, por ejemplo, hay programas para capacitar mano de
obra o apuntan a medidas contracíclicas, definir el
mantenimiento de esos programas si resultan positivos. Las
políticas públicas de emergencia también pueden ser parte de
aquellas más permanentes, si entendemos por dónde debe ir un
país para construir una sociedad con igualdad.
Segundo. El sistema financiero debe continuar actuando a como
dé lugar. En algunos casos las normas deberán aplicarse con
más rigor; en otros habrá que intervenir fuerte, como hoy
ocurre en Europa y otros países. No es posible que el sistema
crediticio se desplome y con ello las posibilidades de
inversión y consumo.
Tercero. Los programas de inversión pública, especialmente en
el amplio campo de las infraestructuras, deben ser para hoy.
No sacamos nada con proyectar autopistas o aeropuertos si los
estudios de ingeniería demorarán un año. En tiempos de crisis
lo importante es que la masa salarial no disminuya. Un país
puede crecer mucho a través de desarrollo minero, pero crea
muy pocos puestos de trabajo. Por eso hay que apuntar a obras
públicas que mantengan la masa salarial y el poder adquisitivo
de las grandes mayorías que consumen.
Cuarto. Convertir la crisis en oportunidad y reforzar los
programas de capacitación. Ayudar a terminar sus estudios a
quien aún no lo hace, capacitar para nuevas ocupaciones, en
plazos no mayores de diez años. Algunos lo harán y deberán
capacitar al 10 por ciento. Otros buscarán hacerlo al 20 por
ciento por año, completando la tarea en un lustro. Lo que
hagamos debe ser pensado para más allá de la crisis.
Quinto. Apoyar el consumo de los más modestos, con políticas
de subsidios directos bien focalizadas. Se trata de llegar a
un diez, quince o veinte por ciento de la población con
menores ingresos. Esta es una inyección en el sistema
económico porque hay un cien por ciento de seguridad que tales
subsidios se traducen de inmediato en aumento del consumo, lo
cual se está buscando para reactivar la economía. Del mismo
modo se puede suspender el pago de hipotecas cuando queda
cesante el deudor y las cuotas impagas se agregan al final del
plazo. Algo parecido puede hacerse con los costos de matrícula
en las universidades cuyo pago se posterga hasta que los
padres encuentren empleo. De paso, junto con la reactivación,
pueden ayudar a mejorar un poco la mala distribución del
ingreso. Puede que algunos busquen fijar ciertos precios de
productos básicos para que la inflación no afecte a los de
menos ingresos. Incluso, que se piense en la devaluación para
mejorar las exportaciones, pero estas son políticas que deben
tener siempre presente su efecto en el nivel de inflación a
largo plazo: al final, ésta siempre golpea con mayor dureza a
los más pobres.
¿Qué pasa si seguimos esta ruta? Posiblemente, América latina
pueda tener más peso en el debate que viene, agrupando fuerzas
en la demanda por un sistema financiero internacional post
crisis más justo y equitativo.
Hay que ser políticamente imaginativos e influyentes. A
comienzos de abril tendrá lugar la próxima cita del G-20 en
Londres, donde América latina participa a través de Argentina,
Brasil y México. Y luego vendrá la Cumbre de las Américas, tal
vez para un nuevo diálogo con Estados Unidos. No tenemos mucho
tiempo, pero podemos llegar con una posición de consenso.
Decir que tenemos méritos porque hemos manejado bien nuestras
economías, porque hemos crecido y también la cohesión social.
Decir cómo queremos al Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional o instituciones de ese tipo, puestas al servicio
de los países más subdesarrollados. Y demandar reglas
internacionales eficientes para que una crisis como la actual
no se reproduzca en el futuro.
Ricardo
Lagos, ex presidente de Chile. Nota publicada en el diario
Clarín.
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