22 de Abril de 2009
Entre los
muros, el film de Cantet, demuestra que las contradicciones
del presente obligan a reforzar la acción docente
![](http://www.lanacion.com.ar/anexos/fotos/47/985547.jpg)
François Bégaudeu, profesor real
y en la ficción lidia, en Entre los muros, con fantasmas
propios y ajenos en un aula, donde pone a prueba a los alumnos
y éstos, a su vez, hacen lo mismo con él.
Mucha gente pasa por esta vida y muere sin enterarse del
sentido más profundo que tiene la escuela en la formación de
los seres humanos. Como hay allí en primer plano una cantidad de
materias para aprender dispuestas como en una suerte de
competencia deportiva, por momentos feroz, que califica a los
más aptos y hace sufrir o expulsa a los que menos asimilan, se
tiende a pensar que lo primordial del colegio es inculcar
nociones concretas sobre matemática, lengua, geografía,
historia, física, rudimentos de algún idioma, etcétera, y que
enseña lo básico -aprender a leer, escribir y contar-,
aderezado por una pátina ligera de conocimientos generales,
base de la ilustración de cada individuo, a través de cuyo
árido recorrido suelen despabilarse genuinas vocaciones.
Con todo lo importante que resulta lo mencionado es todavía
mucho más crucial lo que subyace debajo de ese andamiaje
rígido de aprendizajes y evaluaciones. Allí se nos
enseña por sobre todo, o debería enseñarse, a convivir en la
diversidad, a tolerar y comprender las diferencias de y con
los otros, a ser solidarios, a disciplinar el cuerpo y el
ánimo en exigencias que serán esenciales para desempeñarse más
tarde en el mercado laboral (respeto por los horarios,
entender los mecanismos de la autoridad y hasta aguantar a las
jefaturas caprichosas, cumplir con las tareas encomendadas y
presentarse con vestimenta y aseo adecuados), a trabajar en
equipo, a consensuar posturas, a entender que nosotros debemos
adaptarnos al mundo (y no el mundo a nosotros), a respetar las
reglas instituidas y a cultivarnos con espíritu autocrítico.
En una palabra, se aprende en la escuela a ser ciudadano o se
pierde la oportunidad para siempre de serlo, convirtiéndose en
un paria social, sin distinción de clases, porque si no se
cultivan las sensibilidades en la niñez y en la adolescencia,
tanto embrutece humanamente la pobreza extrema como la riqueza
absoluta.
* * *
Se estrenó el jueves Entre los muros , la película
de Laurent Cantet ( El empleo del tiempo , Recursos
humanos ) que muestra en carne viva, sin efectismos ni
planteos aleccionadores, lo difícil que es llevar adelante
todo lo dicho anteriormente hoy en día. Pero, he ahí, en todo
caso, una de las enseñanzas implícitas más valiosas del film
ganador, en muy buena ley, de la Palma de Oro en el último
festival de Cannes: la vida es el arte de lo posible y para
transitarla con algún éxito hay que desengancharse de ciertos
preconceptos rígidos e idealizados que todos tenemos, y en los
que pretendemos encajar la realidad, y procurar, en cambio,
abrirnos, intentar entender a los demás, saberlos escuchar y
hasta, incluso, aprender de ellos, desviando la enorme energía
que derrochamos en irritarnos, y en irritar a los otros, hacia
la búsqueda de algunos indispensables consensos que demanda la
convivencia en sociedad.
François Bégaudeu es docente y escribió el libro que inspiró
la película de Cantet, en algunas de cuyas experiencias se
basa, pero lo más interesante es que aceptó el desafío de
protagonizarla haciendo casi de él mismo, un profesor amplio y
audaz que se carga sobre sus espaldas un bravo alumnado
multiétnico en un colegio de un barrio marginal de París. Lo
más rico es la frescura con que se desarrollan las tensiones y
contradicciones psicológicas, culturales y educativas que
acechan y se entrecruzan entre los jóvenes entre sí, con el
maestro y viceversa y, a su vez, las repercusiones que provoca
en el tribunal de disciplina de la escuela, integrado por el
cuerpo de docentes y los directivos, que fluctúan entre las
rigideces de sus propias normas e hipócritas poses de supuesto
liberalismo.
* * *
Mientras aquí el discurso político se resiente día tras día
(ocultamiento de índices económicos y, ahora también, de
salud; interpretación aviesa de leyes y textos
constitucionales en provecho propio; agresividad en palabras o
hechos hacia quienes piensan distinto, clientelismo
desembozado) y la institución escolar colapsa (conflictos
gremiales, distritos sin clase, escuelas en pésimas
condiciones, empeoramiento de la calidad de la enseñanza), la
falta de horizontes, la expansión de la miseria, la
circulación creciente de la droga y el endiosamiento constante
de la violencia en el cine, la TV y los videojuegos provocan
un cóctel explosivo.
No es casual que en este contexto tan
inquietante se multipliquen episodios como el de la feroz
pelea, con ladrillazos, balas y puntazos, desatada entre dos
pandillas de adolescentes dentro de una escuela santiagueña el
jueves último, y que en ese caldo de cultivo, lamentablemente,
fermente la inseguridad que tanto nos preocupa a todos.
"Nos interesa que los medios ayuden a que la educación, los
chicos y los adolescentes se instalen en la agenda pública de
la sociedad", exhorta Roxana Morduchowicz, directora del
Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la
Nación.
La licenciada Mirta Romay, creadora de la señal educativa
Formar y que desarrolla desde hace años contenidos multimedia
volcados hacia la educación, se concentra ahora en Tucumán:
"Estamos capacitando a una gran masa de agentes socios
sanitarios, madres cuidadoras, referentes sociales que
trabajan con la infancia, voluntarios en su mayoría sin
formación, que hay que profesionalizar, ofreciéndoles recursos
culturales".
Allí, la pantalla de Canal 10 posibilitará la ampliación
del plan que, ojalá, trascienda la elección del 28 de junio.
Se dijo ya muchas veces, y hay que repetirlo una y otra vez:
sin educación no hay futuro.
Pero hay algo peor: sin educación tampoco hay presente.
Pablo Sirvén,
psirven@lanacion.com.ar. Reproducción textual y
autorizada por el autor de la columna en la sección
Espectáculos (de la cual es
secretario de Redacción) del diario La Nación,
del 19-04-2009
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NOTA RELACIONADA:
Acassuso entre muros
Acá en el Sur, a todos los problemas reales de la película
francesa
Entre muros
se les suma la miseria; todo es más cruel, más definitivo. Lo
comprueba la obra Acassuso. La contracara tercermundista del
film.
Al tipo se lo intuye buena persona. Enseguida
pensás “qué buen tipo”. Es profesor en una escuela pública. Se
ve que le gusta su profesión, que sabe que todos esos chicos
ahí, nacidos en desventaja, tienen una sola posibilidad en un
mundo horrible y es ahí, en la escuela, donde de una vez y
para siempre pueden acercarse a esa oportunidad.
Él sabe algo que sus alumnos no, y no tiene que ver con
conjugaciones, con tiempos de verbo, con desinencias. O
también, pero es más urgente. Tiene que ver con la vida misma,
y cuánto cuesta hoy un profesor que quiere decir algo sobre la
vida a sus alumnos. Pero esos chicos también saben algo que el
profesor no, desconfían de esa y de todas las instituciones
porque ven que hay un espacio enorme entre lo que es y lo que
debería ser, entre lo que se enseña y lo que se vive. El
diálogo es de sordomudos. Y a los gritos.
No sabemos casi nada del tipo. Sabemos que da clases y que
quisiera que eso sirviera para algo. Que se desespera porque
ahí enfrente un montón de adolescentes tienen más problemas de
los que él puede enfrentar. Son chicos, los ve, los siente,
inmersos en una superficialidad que lastima. Son mensajes de
texto sobre la nada, discusiones interminables sobre fútbol
contaminado de nacionalismo o viceversa, de desesperación ante
un futuro que no dice nada, que no ofrece nada, que no seduce
nada. Un futuro que se desmiente a sí mismo, porque todo el
tiempo asegura que no va a venir. Uno intuye que el tipo todo
el tiempo intenta recordar por qué empezó con todo eso, qué
cosas quería, en qué cosas creía cuando empezó a dar clases.
Qué pensaba él que en los cuarenta, cincuenta años útiles que
tendría, podría aportar a que todo no se vaya, finalmente, al
diablo. Algo pensó cuando era joven, algún ideal sobre el ser
humano lo movió y se metió en una carrera que seguro no lo iba
a hacer rico, ni famoso, ni poderoso.
Pero le iba a permitir ser mejor, hacer mejores a los otros.
Se hizo profesor, se lo ve, interesado. Y tiene todo en
contra. Pero es profesor, caramba, ¿es que alguien le pondrá
su nombre a una calle alguna vez? ¿Entenderemos alguna vez que
sin hombres y mujeres así, con ganas de ser profesores, no
tendremos solución alguna y olvidate de la seguridad y todos
esos salvavidas?
Y ahí sus alumnos. Que miran, le discuten, pelean, se
desorientan una vez y otra vez y otra vez. Chicos rodeados de
peligros, chicos que no son peligrosos, están en peligro.
Chicos básicos que aprenden lo básico y creen que la fuerza es
la victoria; el desprecio, la gracia; la ignorancia, la
libertad. Y uno lo ve al tipo ahí, tratando de que a esos
pibes su propia vida no les resulte indiferente. Y que quiere
decirles que se preocupen, que se ocupen, que hagan algo, por
lo que más quieran, que hagan algo. Está claro que es difícil
en estos tiempos tener 14. Es difícil relacionarse con alguien
de 14. Los puentes fueron dinamitados. Con suerte los padres
tenían cuatro canales de televisión cuando eran adolescentes.
Hoy sus hijos viven en las pantallas. Nunca en la historia de
la humanidad una generación cambió tan radicalmente respecto
de la anterior. Y todo se agrava y se acelera.
¿Cómo si no es con el ejemplo se les enseña? Chicos a los que
debe ser dificilísimo decirles que estudien, que hay un
camino, que hay un sacrificio y que está bueno hacerlo, porque
conocer es poder y a menos ignorancia, menos esclavitud. La
película es francesa, se llama Entre muros, acaba de
ser estrenada y tiene premios y todo eso. En este diario le
pusieron diez puntos.
Acá en el Sur, a todos los problemas reales de Entre muros se les suma la miseria; todo es más cruel, más
definitivo. Lo comprueba la obra Acassuso en el teatro Andamio
90. La contracara tercermundista de Entre muros.
¿Qué pasaría si tantos padres de hijos adolescentes, si
tanto profesor desesperado, tanto alumno desorientado fueran
al teatro, fueran al cine juntos? ¿Qué pasaría si por una vez
aquellos padres que pasan de todo se tomaran el trabajo en
serio de pensar en sus hijos y apagasen una noche la tele, y
apagaran una noche la compu y se sentasen y les dijesen a sus
hijos: “Chicos, hay algo de lo que me gustaría hablarles”?
O. Bazán
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