“ENTRE LOS MUROS”:
EL ÚNICO REMEDIO
SOCIAL INFALIBLE

22 de Abril de 2009 

Entre los muros, el film de Cantet, demuestra que las contradicciones del presente obligan a reforzar la acción docente

François Bégaudeu, profesor real y en la ficción lidia, en Entre los muros, con fantasmas propios y ajenos en un aula, donde pone a prueba a los alumnos y éstos, a su vez, hacen lo mismo con él.

Mucha gente pasa por esta vida y muere sin enterarse del sentido más profundo que tiene la escuela en la formación de los seres humanos. Como hay allí en primer plano una cantidad de materias para aprender dispuestas como en una suerte de competencia deportiva, por momentos feroz, que califica a los más aptos y hace sufrir o expulsa a los que menos asimilan, se tiende a pensar que lo primordial del colegio es inculcar nociones concretas sobre matemática, lengua, geografía, historia, física, rudimentos de algún idioma, etcétera, y que enseña lo básico -aprender a leer, escribir y contar-, aderezado por una pátina ligera de conocimientos generales, base de la ilustración de cada individuo, a través de cuyo árido recorrido suelen despabilarse genuinas vocaciones.

Con todo lo importante que resulta lo mencionado es todavía mucho más crucial lo que subyace debajo de ese andamiaje rígido de aprendizajes y evaluaciones. Allí se nos enseña por sobre todo, o debería enseñarse, a convivir en la diversidad, a tolerar y comprender las diferencias de y con los otros, a ser solidarios, a disciplinar el cuerpo y el ánimo en exigencias que serán esenciales para desempeñarse más tarde en el mercado laboral (respeto por los horarios, entender los mecanismos de la autoridad y hasta aguantar a las jefaturas caprichosas, cumplir con las tareas encomendadas y presentarse con vestimenta y aseo adecuados), a trabajar en equipo, a consensuar posturas, a entender que nosotros debemos adaptarnos al mundo (y no el mundo a nosotros), a respetar las reglas instituidas y a cultivarnos con espíritu autocrítico. En una palabra, se aprende en la escuela a ser ciudadano o se pierde la oportunidad para siempre de serlo, convirtiéndose en un paria social, sin distinción de clases, porque si no se cultivan las sensibilidades en la niñez y en la adolescencia, tanto embrutece humanamente la pobreza extrema como la riqueza absoluta.

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Se estrenó el jueves Entre los muros , la película de Laurent Cantet ( El empleo del tiempo , Recursos humanos ) que muestra en carne viva, sin efectismos ni planteos aleccionadores, lo difícil que es llevar adelante todo lo dicho anteriormente hoy en día. Pero, he ahí, en todo caso, una de las enseñanzas implícitas más valiosas del film ganador, en muy buena ley, de la Palma de Oro en el último festival de Cannes: la vida es el arte de lo posible y para transitarla con algún éxito hay que desengancharse de ciertos preconceptos rígidos e idealizados que todos tenemos, y en los que pretendemos encajar la realidad, y procurar, en cambio, abrirnos, intentar entender a los demás, saberlos escuchar y hasta, incluso, aprender de ellos, desviando la enorme energía que derrochamos en irritarnos, y en irritar a los otros, hacia la búsqueda de algunos indispensables consensos que demanda la convivencia en sociedad.

François Bégaudeu es docente y escribió el libro que inspiró la película de Cantet, en algunas de cuyas experiencias se basa, pero lo más interesante es que aceptó el desafío de protagonizarla haciendo casi de él mismo, un profesor amplio y audaz que se carga sobre sus espaldas un bravo alumnado multiétnico en un colegio de un barrio marginal de París. Lo más rico es la frescura con que se desarrollan las tensiones y contradicciones psicológicas, culturales y educativas que acechan y se entrecruzan entre los jóvenes entre sí, con el maestro y viceversa y, a su vez, las repercusiones que provoca en el tribunal de disciplina de la escuela, integrado por el cuerpo de docentes y los directivos, que fluctúan entre las rigideces de sus propias normas e hipócritas poses de supuesto liberalismo.

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Mientras aquí el discurso político se resiente día tras día (ocultamiento de índices económicos y, ahora también, de salud; interpretación aviesa de leyes y textos constitucionales en provecho propio; agresividad en palabras o hechos hacia quienes piensan distinto, clientelismo desembozado) y la institución escolar colapsa (conflictos gremiales, distritos sin clase, escuelas en pésimas condiciones, empeoramiento de la calidad de la enseñanza), la falta de horizontes, la expansión de la miseria, la circulación creciente de la droga y el endiosamiento constante de la violencia en el cine, la TV y los videojuegos provocan un cóctel explosivo.

No es casual que en este contexto tan inquietante se multipliquen episodios como el de la feroz pelea, con ladrillazos, balas y puntazos, desatada entre dos pandillas de adolescentes dentro de una escuela santiagueña el jueves último, y que en ese caldo de cultivo, lamentablemente, fermente la inseguridad que tanto nos preocupa a todos.

"Nos interesa que los medios ayuden a que la educación, los chicos y los adolescentes se instalen en la agenda pública de la sociedad", exhorta Roxana Morduchowicz, directora del Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación.

La licenciada Mirta Romay, creadora de la señal educativa Formar y que desarrolla desde hace años contenidos multimedia volcados hacia la educación, se concentra ahora en Tucumán: "Estamos capacitando a una gran masa de agentes socios sanitarios, madres cuidadoras, referentes sociales que trabajan con la infancia, voluntarios en su mayoría sin formación, que hay que profesionalizar, ofreciéndoles recursos culturales".

Allí, la pantalla de Canal 10 posibilitará la ampliación del plan que, ojalá, trascienda la elección del 28 de junio.

Se dijo ya muchas veces, y hay que repetirlo una y otra vez: sin educación no hay futuro.

Pero hay algo peor: sin educación tampoco hay presente. Pablo Sirvén, psirven@lanacion.com.ar. Reproducción textual y autorizada por el autor de la columna en la sección Espectáculos (de la cual es secretario de Redacción) del diario La Nación,  del 19-04-2009
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NOTA RELACIONADA:
 

Acassuso entre muros

Acá en el Sur, a todos los problemas reales de la película francesa Entre muros se les suma la miseria; todo es más cruel, más definitivo. Lo comprueba la obra Acassuso. La contracara tercermundista del film.

Al tipo se lo intuye buena persona. Enseguida pensás “qué buen tipo”. Es profesor en una escuela pública. Se ve que le gusta su profesión, que sabe que todos esos chicos ahí, nacidos en desventaja, tienen una sola posibilidad en un mundo horrible y es ahí, en la escuela, donde de una vez y para siempre pueden acercarse a esa oportunidad.

Él sabe algo que sus alumnos no, y no tiene que ver con conjugaciones, con tiempos de verbo, con desinencias. O también, pero es más urgente. Tiene que ver con la vida misma, y cuánto cuesta hoy un profesor que quiere decir algo sobre la vida a sus alumnos. Pero esos chicos también saben algo que el profesor no, desconfían de esa y de todas las instituciones porque ven que hay un espacio enorme entre lo que es y lo que debería ser, entre lo que se enseña y lo que se vive. El diálogo es de sordomudos. Y a los gritos.

No sabemos casi nada del tipo. Sabemos que da clases y que quisiera que eso sirviera para algo. Que se desespera porque ahí enfrente un montón de adolescentes tienen más problemas de los que él puede enfrentar. Son chicos, los ve, los siente, inmersos en una superficialidad que lastima. Son mensajes de texto sobre la nada, discusiones interminables sobre fútbol contaminado de nacionalismo o viceversa, de desesperación ante un futuro que no dice nada, que no ofrece nada, que no seduce nada. Un futuro que se desmiente a sí mismo, porque todo el tiempo asegura que no va a venir. Uno intuye que el tipo todo el tiempo intenta recordar por qué empezó con todo eso, qué cosas quería, en qué cosas creía cuando empezó a dar clases. Qué pensaba él que en los cuarenta, cincuenta años útiles que tendría, podría aportar a que todo no se vaya, finalmente, al diablo. Algo pensó cuando era joven, algún ideal sobre el ser humano lo movió y se metió en una carrera que seguro no lo iba a hacer rico, ni famoso, ni poderoso.

Pero le iba a permitir ser mejor, hacer mejores a los otros. Se hizo profesor, se lo ve, interesado. Y tiene todo en contra. Pero es profesor, caramba, ¿es que alguien le pondrá su nombre a una calle alguna vez? ¿Entenderemos alguna vez que sin hombres y mujeres así, con ganas de ser profesores, no tendremos solución alguna y olvidate de la seguridad y todos esos salvavidas?

Y ahí sus alumnos. Que miran, le discuten, pelean, se desorientan una vez y otra vez y otra vez. Chicos rodeados de peligros, chicos que no son peligrosos, están en peligro. Chicos básicos que aprenden lo básico y creen que la fuerza es la victoria; el desprecio, la gracia; la ignorancia, la libertad. Y uno lo ve al tipo ahí, tratando de que a esos pibes su propia vida no les resulte indiferente. Y que quiere decirles que se preocupen, que se ocupen, que hagan algo, por lo que más quieran, que hagan algo. Está claro que es difícil en estos tiempos tener 14. Es difícil relacionarse con alguien de 14. Los puentes fueron dinamitados. Con suerte los padres tenían cuatro canales de televisión cuando eran adolescentes. Hoy sus hijos viven en las pantallas. Nunca en la historia de la humanidad una generación cambió tan radicalmente respecto de la anterior. Y todo se agrava y se acelera.

¿Cómo si no es con el ejemplo se les enseña? Chicos a los que debe ser dificilísimo decirles que estudien, que hay un camino, que hay un sacrificio y que está bueno hacerlo, porque conocer es poder y a menos ignorancia, menos esclavitud. La película es francesa, se llama Entre muros, acaba de ser estrenada y tiene premios y todo eso. En este diario le pusieron diez puntos.

Acá en el Sur, a todos los problemas reales de Entre muros se les suma la miseria; todo es más cruel, más definitivo. Lo comprueba la obra Acassuso en el teatro Andamio 90. La contracara tercermundista de Entre muros.


¿Qué pasaría si tantos padres de hijos adolescentes, si tanto profesor desesperado, tanto alumno desorientado fueran al teatro, fueran al cine juntos? ¿Qué pasaría si por una vez aquellos padres que pasan de todo se tomaran el trabajo en serio de pensar en sus hijos y apagasen una noche la tele, y apagaran una noche la compu y se sentasen y les dijesen a sus hijos: “Chicos, hay algo de lo que me gustaría hablarles”?
O. Bazán