21 de Abril de 2009
Deserción escolar
El abandono
Uno de cada cinco chicos argentinos deja el
colegio secundario. Se van por motivos económicos,
aburrimiento y porque la educación media no parece aportarles
información “relevante”. Algunos trabajan. Otros ni siquiera.
Radiografía de una generación que ya no piensa en “formarse
para el futuro” y que en países como Estados Unidos alcanza a uno de cada tres
jóvenes.
![](http://www.criticadigital.com/fotos/revc60_escuela_1.jpg)
Lourdes.
trabaja en una ONG intentando hacer volver a los chicos al
colegio. (Fotos: Luis María Herr, Diego Paruelo, Guadalupe
Gaona y Diego Sandstede)
A lo largo del año pasado, había
días en los que
Lourdes
Dorronsoro
se despertaba a las seis de la
mañana en Béccar, tomaba el colectivo, llegaba a las nueve a
Berazategui, se detenía frente a la casa de Brian y tocaba el
timbre. Lourdes es trabajadora social de
Cimientos —una organización no gubernamental (ONG)
que aborda el problema de la deserción escolar— y Brian es un
chico de catorce años y diez hermanos que, durante 2008, faltó
más de setenta veces al colegio.
Cada vez que Lourdes se enteraba de que Brian no estaba
concurriendo a clases, cruzaba el conurbano, llamaba a la
puerta con el temple de un testigo de Jehová y se ponía a
explicar eso de la educación.
—Te conviene estudiar, Brian —decía.
—Pero si yo no dejé la escuela.
—Bueno, Brian, vas una vez por semana. Tenés que ir a la
escuela para…
—… sí, ya sé, para ser alguien.
—No: vos ya sos alguien. Pero vas a ver que ir a la escuela
tiene sentido.
Gracias a estos diálogos —y a tantas otras cosas: talleres,
programas, becas— Brian sobrevivió al año pasado, arrancó 2009
como alumno regular y empezó a sentir eso que cada vez sienten
menos chicos: que la escuela tenía algo que ver con él. Que el
colegio secundario servía para algo.
—Hay un taller de música que me da ánimos para venir —cuenta
ahora—. Me siento con más pilas, porque la verdad es que antes
no me levantaba de la cama. Pero me di cuenta de que tenía que
cambiar, de que yo ya era grande.
Brian es uno de los 10.697.681 alumnos argentinos que todos
los días se despegan de la cama para ir a estudiar. Pero,
hasta el año pasado, formaba parte de una estadística menos
épica y más dura: en el país, 27 de cada cien jóvenes no
estudian, y un 20 por ciento de alumnos empiezan pero no
terminan la escuela media (una cifra que en la ciudad de
Buenos Aires, el conurbano y el resto de la provincia trepa al
23,9 por ciento).
El problema ni siquiera es nacional: en Estados Unidos, donde
uno de cada tres alumnos que asisten a secundarios públicos
deja el estudio, ya se está hablando de “dropout nation” (un
término cuya traducción —mucho menos simpática— podría ser “la
nación del abandono escolar”).
¿Por qué se van los que se van? Por motivos económicos. Por
aburrimiento. Porque no creen estar perdiéndose de nada. Y
porque la escuela parece haber dejado de ser un lugar donde se
“forma la subjetividad” —así lo plantean los especialistas—
para transformarse en un espacio que capacita para buscar
trabajo y ganar plata. Y, francamente, si el objetivo es ganar
plata, hay más de una forma de llegar a eso: en Estados
Unidos, por ejemplo, ya existen chicos como Blake Peebles, un
adolescente que dejó la escuela para dedicarse a jugar
concursos “profesionales” de Playstation (cuando los padres
vieron que su hijo sólo ganaba sándwiches de pollo,
contrataron un maestro particular). Y en nuestro país hay
chicas como
Lali
Espósito, estrella teen de la serie
Casi
Ángeles, que dejó quinto año para dedicarse a
la actuación (aunque igual se irá de viaje de egresados con
sus amigas).
Para
Juan
Vasen, psicoanalista y autor del libro
Las
Certezas Perdidas —que trata sobre los dilemas de
la educación en el reino del mercado— este tipo de ejemplos
ayuda a entender que el abandono escolar no es un problema de
clase baja, sino de época: los chicos, no importa su
extracción social, sienten que la escuela los educa para estar
en la escuela, pero no en la vida. “Hay un proceso de época
que impacta de distinto modo en las distintas clases sociales
—advierte—. En general, lo que se ve es que los medios y la
informática le están disputando el monopolio del saber a la
escuela.
Ahora la vocación no es importante: lo importante es
engancharte un trabajito que te permita acceder a cierto nivel
de consumo. Y cuando el planteo es ese, la ‘salida laboral’,
la verdad es que te empieza a sobrar mucho de lo que enseñan
en la escuela. En mi consultorio es muy común que los pibes de
quince o dieciséis años transmitan una sensación de absoluta
futilidad. Lo único que los alienta a terminar es la cosa
protésica del viaje de egresados. El viaje cumple una función
de ‘Okey, todos queremos irnos a la mierda, pero mantengámonos
unidos hasta el final porque ahí se pone bueno’.”
El año pasado Brian no pensaba en viajes, ni en Playstations,
ni en la fama de la televisión.
—Yo era un vago —sintetiza. Porque Brian tenía fiaca para
todo, incluso para pensarse un sueño a medida. Cada vez que
faltaba, sus padres —él hace changas, ella trabaja para una
fábrica de termos— se preocupaban, lo retaban, lo obligaban a
hacer algo: un mandado, la limpieza de la casa. Sus hermanos,
todos mayores que él, le hablaban de la importancia de
insistir con la escuela. Hasta que finalmente Brian volvía; a
su modo, volvía.
En Argentina, hay chicos que dejan la escuela y ni siquiera lo
saben. “Es llamativo: muchos te dicen ‘pero si yo nunca dejé
la escuela’, porque para ellos es normal ir una vez por
semana”, explica Dorronsoro, la trabajadora social de
Cimientos (www.cimientos.org.ar): una ONG que se dedica al área de la educación desde hace
doce años, y que desde hace tres estableció un programa de
inclusión escolar para promover la permanencia y el reingreso
de los jóvenes al colegio. Cimientos —que no cuenta con
financiamiento estatal— tiene este proyecto piloto en cuatro
escuelas de Berazategui —entre ellas la de Brian— y otorga
becas de 135 pesos a 120 chicos que están en situación de
vulnerabilidad escolar (esto es, que dejaron la escuela o
tenían más de 60 inasistencias). Para retenerlos, además,
establece talleres de apoyo en Lengua y Matemáticas,
instancias de capacitación y acompañamiento de los docentes, y
talleres de expresión cultural como música, muralismo y
teatro.
Gracias al taller de música, Brian tiene ganas de ir a la
escuela.
Revista C. |