28 de Abril de 2009
Entre buenas
y malas palabras
Hay palabras
y palabras. Se puede decir poco y nada en más de 12 horas de
discurso. Mucho en apenas tres frases. Hablarle al país sin
sacarse de encima el tremendo lastre que uno mismo se creó. Y
autogenerarse un embrollo sólo por no admitir lo que se hizo.
Por orden de aparición: la ministra de Salud del Chaco, Carlos
Reutemann, el presidente de Paraguay y la diputada Patricia
Bullrich.
El soliloquio de más de
12 horas de la esposa de Capitanich
le ganó a los de Fidel de sus
mejores años. Y aportó nada, salvo una conclusión que no
quedará entre los hitos de la epidemiología: la culpa del
dengue la tiene el mosquito. Aunque quizá favorezca la
salida que su marido no encuentra: ahora piden para ella
juicio político.
Reutemann apenas se corrió
de su parquedad permanente. Lo suficiente como para decir que
su eventual victoria en Santa Fe no será de
Kirchner sino de él. Que quiere
estar en la "pole position" para el 2011 y que Reutemann (usó
la tercera persona para hablar de sí mismo) es mejor candidato
que Macri y que Kirchner.
El prolífico
Fernando Lugo pretendió explicar
tácitamente la cantidad de hijos que tuvo y que no reconoció:
fue sólo "multiplicación de afecto" (ver: Lugo pidió perdón
por ocultar su paternidad y dijo que no renuncia). Todo el
mundo entendió de qué afectos hablaba aunque él no lo dijo.
También confesó que es "imperfecto". Y qué duda cabe que ahí
sí tiene mucha razón.
Bullrich
no pasó un control de alcoholemia y le secuestraron el auto.
Según ella no había tomado "prácticamente nada" porque el vino
era malo. Pero bastó para ser sancionada. Encima armó un
batifondo que la embarró más.
Hay palabras y palabras.
Algunas parecidas a las que pronunció el capitán Ahumada para
justificar la debacle de River: la culpa la tuvo el árbitro.
Reproducción textual de la columna del
Editor General Adjunto de Clarín, Ricardo Roa (rroa@clarin.com).
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