23 de Junio de 2009
![](http://www.agencianova.com/data/fotos2/9369_pena2.jpg) ![](http://www.diariouno.com.ar/export/sites/diario/imagenes/2009/06/17/PRE-alejandro-doria.jpg_874778526.jpg)
En lo único en que se parecían fue en el talento. Pero,
después, nada más. Uno vivió y murió en la desmesura; el otro
vivió y murió en la sobriedad. Confrontaron a la distancia, y
sin proponérselo, dos estilos creativos antagónicos, unidos en
una paradójica y postrera coincidencia: a Fernando Peña y a
Alejandro Doria la muerte los sorprendió el mismo día, el
miércoles último.
La cosecha de ambos en materia de repercusión post mortem se
ajustó con milimétrica precisión a lo que supieron sembrar en
vida: una vez más pudo comprobarse que lo estentóreo, como es
obvio, se abre paso más fácilmente con la prepotencia de lo
irreflexivo y quien no grita ni hace olas queda
irremediablemente atrás.
Peña difunto se expandió tanto como lo hubiese hecho en vida
por lo que el pobre Doria se hizo acreedor a más restringidos
y modestos obituarios, para colmo salpicados de erratas, que
los que merecía por sus valiosos aportes al cine y a la TV.
* * *
¿Qué duda cabe que Fernando Peña fue un enorme artista en el
teatro y un extraordinario comunicador en radio, cantera
inagotable y exuberante de personajes queribles, inquietantes
y hasta oprobiosos?
Había que verlo en acción: era un verdadero comando dispuesto
a entregar mucho más que una mera actuación, un guerrero de la
escena que apuntaba a hacer vivir una experiencia sensorial
distinta durante tres o más horas con tal de remover hasta el
último cimiento del espectador, desubicándolo y, a veces,
hasta agrediéndolo gratuitamente.
Alejandro Doria, por su parte, fue un noble director integral
como los que ya casi no hay: nunca se dejó tentar por
narcisísticos artificios para hacerse notar él, sino que muy
generosamente economizó recursos en el manejo de las cámaras
en función de ceder todo el protagonismo a los actores, a los
que jerarquizó sin interferirlos con enfoques bamboleantes ni
compaginaciones entrecortadas.
La muerte de conocidos, sean famosos o no, provoca un fenómeno
curioso entre los que (todavía) quedamos vivos: tendemos a
exculpar y a endiosar al que se acaba de ir, pero lo cierto es
que la muerte no mejora a nadie.
En este sentido, y aun a riesgo de que resulte antipático y
políticamente incorrecto hacerlo en estos momentos de tan
exagerada y persistente glorificación mediática de Fernando
Peña, es necesario señalar que la gran repercusión que su
fallecimiento produjo tal vez no se debió tanto a sus
señalados méritos como artista, sino a su perfil de personaje
escandaloso y provocador, siempre dispuesto a chapotear en los
peores barros chimenteriles, casi como un patético mediático
más, siendo que era mucho más que eso.
Esa autoimpuesta obligación adolescente de querer
transgredirlo todo, ese afán recurrente de apelar
obsesivamente a lo escatológico, ciertas execrables pulsiones
autoritarias, sexistas y hasta racistas que solía poner de
manifiesto, y no siempre escudándose tras la fachada impune de
alguno de sus personajes, hicieron de Peña un personaje dual,
oscuro y luminoso, muy apetecible para la TV, tan ávida de
escándalos, muchas veces por lo peor que podía ofrecer y no
por lo mejor.
* * *
He aquí la diferencia abismal entre Peña y Doria: el gran
cineasta y director de TV prefirió callar cuando sus
innegables aportes al medio audiovisual empezaron a dejar de
ser valorados. Sufrió él (por tener poco o ningún trabajo y no
ser reconocido como merecía), pero también sufrimos nosotros,
como público, aunque no nos hayamos dado cuenta, porque se nos
privó de recibir más obras de un creador con valores
invisibles para los efectistas pretenciosos que vinieron
después a ocupar su espacio. Doblemente injusta la marginación
que padeció Doria porque no sólo ofrecía calidad, sino también
éxito, como lo prueba su último trabajo en cine, Las
manos , sobre
la vida del padre Mario Pantaleón, una de las películas
argentinas más vistas de los últimos años.
* * *
Se le debe a Peña haber sido una de las
celebridades que más hizo para sacar a la luz y hacer públicas
ciertas problemáticas gay. Sin embargo, muchas veces lo hizo
de manera más que repudiable, a los empujones, como un delator
autoritario y policíaco que señalaba con su dedo nombres
famosos que resguardaban para su intimidad esa condición.
Es
que creer que se puede hacer exactamente lo mismo en el
escenario masivo y multitudinario de los medios que lo que se
ofrece, a manera de experimentación vanguardista, en el
pequeño reducto off ,
donde esos excesos se perdonan y hasta pueden ser
aconsejables, fue uno de sus enormes equívocos y, por eso,
ayudó tanto a derribar prejuicios como a construir otros.
Cuando se repasan los hitos de Alejandro Doria como guionista,
puestista, director integral (y hasta como actor al principio
de su carrera) en cine, teatro y TV es difícil, si no
imposible, encontrar algún fracaso. Otra vez el mérito es
doble: siempre apuntó a armar espectáculos de cierta calidad,
pero haciéndose cargo de la sensibilidad popular, no
ignorándola ni, mucho menos, traicionándola con crípticos y
huecos elitismos.
Por no ser "rendidor" para los programas de
chimentos y por no hacer de su vida una permanente
incorrección, el olvido se tragará más rápido a Alejandro
Doria que a Fernando Peña. Qué se le va a hacer: son las leyes
de la vida (y de la muerte).
Pablo Sirvén,
psirven@lanacion.com.ar, en
su columna en el Diario La
Nación. Reproducción textual aprobada por el diario La Nación
y por el autor.
|