25 de Agosto de 2008
Las cosa se
va a poner fea cuando acabe Beijing. Cuando lleguemos a casa y
ya no nos vayamos a China de viaje como nos estamos yendo
ahora, ¿qué haremos? Cuando la televisión caiga otra vez en su
programación habitual, tendremos que padecer ooootra vez la
adormecida y tibia televisión argentina.
Redefinamos hoy el término
“televisión”. En cada reportaje que me hacen una de las
últimas preguntas es: “¿Y cómo ves la televisión de hoy?”
Uffff. La televisión es un simple aparatito que muestra, no
refleja, la vida tal cual es. Nunca nos cuestionamos lo
que vemos a diario en la calle. Cuando nos sentamos en un bar
y miramos para afuera no debatimos sobre lo que estamos
mirando.
La gente pasa, suceden
cosas en todo momento, se dan situaciones estrafalarias y
nadie analiza lo que ve. Lo ve y punto. Veamos la televisión y
no hablemos más del tema.
Sobreintelectualizando
vamos embruteciendo, vamos perdiendo sensibilidad,
es como escribir una teoría de lo que sentimos al comer un
helado de dulce de leche. Agarrá el cucurucho, chupá y tragá y
callate.
Lo mismo deberíamos hacer
con la tele. Deberíamos volver a drogarnos con Toddy para
mirar sin culpas Popeye o Los picapiedras. No pensábamos en
nada y sin embargo no era la tele una fábrica de ignorantes.
Están de moda ahora dos estupideces, bien estúpidas, como
todo lo que está de moda; una de ellas es decir que uno no usa
celular y la otra es decir que uno no ve televisión. ¡Pero por
favor! No le creo a nadie que diga alguna de esas dos cosas, a
no ser que viva bajo tierra; la información, la comunicación,
la televisión y la radio son como un virus electrónico que
penetra en el tejido social y está muy lejos de nuestro
control detenerlo.
La masa que pasa por una
vidriera de una casa de electrodomésticos siempre, aunque sea
por un segundo, pispea la imagen que muestra el televisor en
exhibición. Puede usted ser una vieja alemana nazi que vive en
Martínez en un piso 14 cobrando los quince mil euros de rentas
de su führer muerto, odia a la Argentina y a los argentinos
porque somos todos latinoamericanos y usted no puede, usted
señora, no conocer a Tinelli ni importarle con quién almuerza
Mirtha, pero seguro que tiene tele, aunque sea para mirar,
como usted dice, sólo los canales de cultura, ballet y ópera.
Pero usted mira televisión.
Basta de irla de
inteligentes, seamos inteligentes de una vez y sepamos que
disfrutar de la televisión no es un pecado y tampoco significa
que uno es un bobo. Encendé la tele y escuchá de lo que quiero
hablar hoy.
El problema de la
televisión de hoy no son sus televidentes, son sus
productores, sus dueños, sus directores artísticos. Estas amas
de casa en pantalones y corbata que en lo primero que piensan
es en “cómo lo tomará mi madre”, como me dijo una vez un
“groso” de la tele. Estos corderitos disfrazados de lobos que
lo único que quieren es un buen rating no saben cómo
conseguirlo. Lo único que hacen es copiarse los unos a los
otros, copiar formatos extranjeros y arrancarse las pestañas
para ver quién le pone más guita a Ricky Martin, la nueva
madre soltera que con sus mellizos empañó a los mellizos Pitt-Jolie.
Estos mediocres ascendidos
devenidos en peces gordos
siguen conservando su pulpa prudente a la hora de programar
sus canales, cansando a una Doña Rosa que en cualquier momento
los saca de sus cómodos sillones de cuero a plumerazos en el
orto. La programación que ofrecen es una estafa, muchachitos.
Me llamaron muchísimas
veces para hacer televisión, el cuento y la promesa siempre es
la misma: “Queremos hacer un programa diferente, desacartonado,
que no se parezca a nada, corrernos de Gianola y alejarnos de
Petinatto… va a ser totalmente original, muy bien producido,
vamos a salir a la calle y hay unos pibes nuevos guionando que
tienen una cabeza increíble”. Desconfío de la oferta, la
rechazo y un mes después veo la promo de aquel programa que me
habían ofrecido y ya huele a fracaso, a ya visto.
Anteayer me llamó un
productor de un importante programa de televisión que esté
entre lo mejorcito de lo que se ve para proponerme hacer un
test, un remanido y tonto test que queda viejo, forzado y
caduco. Tomé aire antes de contestarle que sí y como un rayo
al centro del cráneo retumbó el trueno del definitivo no.
“No, no lo voy a hacer,
sabés, decile a tu jefe que ya no es novedad que yo haga un
test, que por favor se anime a hacer otro tipo de televisión,
a nadie le interesa que Peña conteste preguntontas, como diría
Portal, decile que si quiere que el programa explote en rating
que consigan un burro erecto, yo encremado y dado vuelta
contra una puerta de establo y que lo vendan para el próximo
bloque”. Se rió y me cortó.
Para ir al programa de la
Legrand también fueron idas y vueltas eternas de
conversaciones con condiciones absurdas entre mis productores
y los de la señora. Todos tenían pánico, no miedo, pánico,
terror. Señores productores de televisión, entiendan que no se
puede hacer televisión con miedo y mucho menos con precaución.
La verdadera televisión es
la que muestra YouTube…
la vida, como es. Un pendejito de 13 años con una handycam
filma como mea un Mercedes nuevo estacionado en la puerta de
su cuadra en un barrio paquete de Viena y en un día logra
millones de visitas sin ningún “genio” o “creativo” que
calienta sillones al pedo.
La sociedad quiere verse de
una vez por todas y para eso hay que mostrársela tal cual es,
sin preproducción. Necesitamos conductores que miren a la
gente y no a la lente, conductores que dejen de hacerle la
genuflexión eterna a los pnts, que muestren lo que hay detrás
del cartón pintado. Conductores vivos.
Se esta dando vuelta la
torta y los televidentes son fieras, tiburones que ahora
quieren cuerpos frescos en el mar, mientras los popes de la
tele se atrincheran aterrados detrás de escritorios con
almanaques que se vencen y grillas sin propuestas originales.
Televisar Youtube es una
salida que varios ya están utilizando, pero en cuanto la doña
se aggiorne y se compre una laptop te apagó la tele, querido
pope. De Francella y Peña estamos hartos, Rony travestido
en esos trajes espantosos que le ponen no me cierra, Maru
Botana me grita y me ordena que sea feliz, el momento light al
final del noticiero proponiendo que le pongan un nombre al
panda recién nacido me tiene harto.
Pachu y Pablo ridiculizando
lo ya ridículo me retumba y me redunda, era novedoso en la
época de Casero y tiene una textura diferente en el teatro,
pero no a las ocho de la noche mientras estoy condimentado la
colita de cuadril, me aburrió. Prefiero ver a los pastores
brasileros que por lo menos son verdaderos. No los veo, mis
queridos popes, gerenciando la TV que viene. Renuncien con
dignidad y que dirija el pendejo de trece.
Fernando
Peña reproducción textual de su columna del 23-08-08 para
Critica de la Argentina
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