28 de Julio de 2009
Los jóvenes y
la crisis: Vuelta al nido familiar y el adiós a la independencia
Con la
ilusión hecha pedazos, algunos mastican frustración y otros padecen una serena
resignación. Son los que regresan al hogar paterno, tras un malogrado ensayo
de autonomía. Con la crisis, las ansias de independencia se desvanecieron para
muchos jóvenes. Más rápido que tarde, una porción nada desdeñable debió
resignar los espacios donde vivían solos o con amigos para reinsertarse en el
nido familiar. Allí donde la protección y los costos de vida están casi
siempre cubiertos.
En el Centro
de Transparencia Inmobiliaria le ponen cifras a la tendencia: "Dos de cada
diez contratos inferiores a $2000, sobre todo de jóvenes, hoy se rescinden
anticipadamente. Ni siquiera se pueden ir a algo más chico o cambiar de zona.
Se bajan provisionalmente del alquiler y vuelven a la casa de los padres o de
algún pariente", cuenta Ricardo Tondo, titular de esa institución.
Agrega que
en el primer semestre de 2009 aumentaron un 50% las consultas por las
conflictivas negociaciones para renovar los contratos. Es un agrio tira y
afloje, cuya renta antes era del 1% sobre el valor del bien y hoy, del 0,6%.
"Si en 2007 pagaban 700 pesos, ahora les exigen un 60% más, o el doble",
describe Tondo. "A los inquilinos también se les hace cuesta arriba el aumento
del 40% en las expensas y en el costo de vida."
Los valores
hablan por sí solos: un monoambiente en Palermo, Barrio Norte, Recoleta o
Belgrano puede valer hasta $ 1300 (sin contar los $ 200 promedio de expensas).
En Caballito o en Flores, entre $ 900 y 1100, y $ 850, en la zona de Congreso.
Si se
calcula que una renta no debería exceder un tercio de los ingresos, ¿cuánto
debería ganar un joven empleado para poder autoabastecerse?
La libertad,
en el freezer
Fue una
postal pretérita, la de un país que crecía al ocho por ciento anual, la que
los arrimó a una independencia efímera. Con sus primeros pasos en el mercado
laboral, lograron mudarse solos y solventar sus cuentas.
El cambio de
coyuntura, empero, transformó esos logros en una remozada hilera de excluidos
del mercado de locaciones en la Capital. En ella se cuelan también parejas,
hombres separados y adultos desempleados, cuyo número resulta difícil de
cuantificar. Los expulsó la crisis económica y, con ella, la cesantía laboral,
el mercado negro de trabajo y la restricción de otras oportunidades de empleo.
La economía
posterga o anula sueños y, este año, los verdugos fueron el precio de los
alquileres, la inflación y el incremento exponencial del valor de los
servicios públicos y de las expensas.
No hay magia
que ayude a que los números cierren. La vuelta a la casa que los vio crecer,
entonces, abre ahora un interregno para el ahorro o para el deshago. Es una
tregua de subsistencia hasta que "suba la marea" y renazcan perspectivas más
pródigas para una real emancipación. Duradera.
Radamés
Marini, presidente de la Unión Argentina de Inquilinos,
certifica la migración de los jóvenes de la plaza de alquileres. Denuncia,
además, que "muchos locatarios enfrentan aumentos del ciento por ciento al
momento de renovar los contratos pautados en 2007".
"Lo que
vemos también es que para no comprometer a sus garantes, pagan los dos meses o
el mes de rescisión, y se van", dice Marini. En
la Asociación
de Propietarios de Bienes Raíces, su vicepresidente, Jorge Curk,
señala: "La plaza locativa es mayor a la demanda. Por eso, con el buen
inquilino tratamos siempre de contemporizar y llegar a un acuerdo. Pero es
verdad que hoy la situación para poder alquilar está realmente mucho más
difícil".
Sin embargo,
en la
Cámara Inmobiliaria Argentina, su titular Néstor Walenten,
ubica esa
tendencia "en casos muy puntuales", pero reconoce un incremento del 45% de la
oferta de departamentos vacíos en relación con el mismo período del año
anterior. Y lo atribuye no a un éxodo de los inquilinos, sino a las profusas
inversiones en ladrillos retiradas de la venta junto con los nuevos metros
cuadrados construidos, hoy volcados al mercado locativo.
Sin vivienda
ni trabajo
Sebastián
tiene 42 años y pide no dar a conocer su apellido. Cuenta que trabajó ocho
años en el departamento de marketing de una empresa de consumo masivo. Hoy
está divorciado, tiene un hijo de 7 años y, hasta hace poco, pasaba
puntualmente una cuota alimentaria de $ 2500. Ganaba $ 8000, hasta que lo
echaron de la empresa. A él la "independencia" no le sabe a furor de juventud,
pero se siente igual que un chico al que le falla el intento.
Desde
entonces, percibe un seguro de desempleo de
la Anses
(en
total, tres cuotas de $ 400) y debió dejar de inmediato el alquiler de un
departamento de dos ambientes en el barrio de Belgrano. Su hermano casado, lo
acogió en su casa y, ahora, se las ingenia con trabajos de consultoría free
lance, que factura con un talonario ajeno.
"Estoy muy
incómodo. A mi hijo lo llevo a Mc Donald´s y al shopping porque no tengo un
lugar cómodo donde estar con él. Una parte de lo que gano va para mi ex mujer
y con el resto está claro que no llego a ningún alquiler", se lamenta.
Agradece
tener una familia "muy italiana" con la que poder contar. "Lo ideal sería
encontrar un trabajo ya, pero hallar hoy un aviso en el diario, es igual de
probable a que me arregle con mi ex mujer", ironiza.
Proponen
subsidios por parte del Estado
En la
Legislatura porteña espera ser debatido un proyecto de ley para la creación
del Sistema Estatal de Locaciones Urbanas para Jóvenes, tal el nombre con el
que el presidente de la Comisión de Vivienda, Facundo di Fillippo (CC),
bautizó su propuesta, émula de un modelo español. Está orientado a jefes de
hogar, de entre 21 y 30 años, con uno o más hijos a cargo, y supone subsidios
por parte del Estado para el inquilino y el locador que suscriban contratos
dentro de ese régimen. Otra propuesta con estado parlamentario en el Senado,
de Teresa Quintela (FV-La Rioja), también propicia la creación de una
organización estatal de viviendas para alquilar, a partir de la reformulación
de la ley de alquileres.
Protagonistas
Roxana Goyret,
25 años
Roxana
Goyret es psicopedagoga, maestra integradora y profesora de inglés en dos
colegios privados. Trabaja doble turno y con ambos sueldos reúne $ 2200. Hasta
hace poco vivía "sola y feliz" en un amplio dos ambientes en Congreso, que
había subalquilado por $ 1100 con expensas. Se había ahorrado el depósito y la
comisión inmobiliaria, además de la hora y media diaria de viaje hasta el
trabajo, desde la casa de sus padres, en Bella Vista. Hacía un esfuerzo extra
y daba clases de apoyo para contar con un plus. Había alcanzado, finalmente,
la "emancipación total", hasta que venció el contrato. Para renovarlo le
exigían $ 1400. "La cifra ya no me cerraba. Caí en la cuenta de que la
independencia está buenísima si no tenés que vivir con la soga al cuello",
argumenta. ¿El corolario? Las puertas bien abiertas de la casa materna y la
convivencia alborotada con sus cuatro hermanos. Dos de ellos, en similar
situación. "Volver a irme sigue siendo un anhelo postergado", reconoce.
Mientras tanto, ahorra y se da el lujo, por seguridad, de tomar un chárter al
trabajo diariamente.
Juan Carlos
Fernández, 45 años
"Hoy uno ya
no tiene sueños, sino realidades y demandas",
reflexiona Juan Carlos Fernández, recién separado y sin hijos. Hace 20 años
que trabaja en el Congreso de la Nación y gana $ 4000. De su hogar conyugal se
fue con lo puesto, tras una convivencia desgastada. "Me encontré sin buscarlo
con alguien que me dijo «te amo» más veces en el último mes que mi mujer en 16
años de vida juntos. Uno se olvida del amor, aunque siempre lo necesita",
murmura.
Rearmar un
nuevo escenario le supone, de entrada, $ 4000. Hay deudas ya contraídas que se
pagan mes a mes. Y las urgencias del corazón tienen tiempos dispares a los
económicos, más lentos e inciertos. "No existe más el "contigo pan y cebolla".
Hoy una pareja resulta inviable con un solo ingreso", se sincera Fernández,
ahora, instalado en su antiguo cuarto del hogar materno, en Constitución.
Nuevamente Paulina, su mamá adorada, lava y plancha con tesón sus camisas, ya
limpias y planchadas. También lo espera con la comida caliente, a pesar de que
le avisa que ya cenó. "Uno trata de que la vuelta sea lo menos traumática
posible pero, a mi edad, es difícil", se sincera.
Daniela Madeo,
25 años
"Fue un
golpe al orgullo. Me había ido como superada, y cuando me vi entre la espada y
la pared, tras consumir todos mis ahorros para poder bancarme sola, volví a
Villa Devoto con la cabeza gacha, pero distinta. Maduré y me enriquecí mucho",
cuenta Daniela Madeo de sus dos años de autonomía plena en un departamento que
resultó una ganga por lo oscuro, en Recoleta. Lo solventaba con dos trabajos,
que luego debió resignar para formarse, pasantía rentada mediante, en una
nueva vocación: las políticas públicas, como flamante graduada de un máster.
La coyuntura reordenó sus prioridades: cuando el sueldo era holgado y el
trabajo, seguro, anhelaba viajes y consumos. Ahora que los ingresos son flacos
y en pocos meses caducará su contrato, prioriza la estabilidad laboral. Cuesta
la readaptación, dice. Molestan los roces con los hermanos y las imposiciones
patriarcales. Pero la heladera está llena; el auto, a su disposición, y los
vencimientos de las cuentas ya no son fechas para recordar.
Loreley
Gaffoglio, reproducción textual de su nota en el diario La Nación. |