17 de Noviembre de 2008
En los últimos días, una extensa resolución del procurador
general de la Nación aportó la cuota extra de sospecha que
la sociedad necesitaba para convencerse de que la corrupción
no sólo no es combatida, sino que hasta parece alentada por
las decisiones públicas que, cualquiera fuera su intención,
terminan ampliando el margen de la impunidad.
En este caso, Esteban Righi, titular de la Procuración
General de la Nación, limitó las funciones de la Fiscalía de
Investigaciones Administrativas en las causas que investigan
los casos de corrupción gubernativa, al dirimir una dilatada
discusión que se venía librando en el seno del Ministerio
Público.
Si
bien el fiscal Manuel Garrido, afectado por la medida,
admite que la decisión de Righi no es ilegal, señala que
dentro del marco de la misma ley podría haberse optado por
una interpretación no restrictiva, de manera que en lugar de
elegir acotar a la Fiscalía le brindara más facilidades para
impulsar las causas de corrupción que se ventilan en la
cuestionada justicia federal.
El
tema no es menor, pues cuando se repasan algunas de las
causas en trámite, como Skanska, el Indec, la "bolsa" de
Felisa Miceli o el presunto enriquecimiento ilícito del
matrimonio Kirchner, se advierte que tienen tal
trascendencia y tan grande condimento político que resulta
ingenuo pensar en la asepsia de una resolución dictada por
un funcionario designado por Kirchner, uno de los
investigados, precisamente.
Por
otro lado, tampoco luce casual que un tema de competencias
que se viene discutiendo desde hace varios años sea
resuelto, de improviso, por un alto funcionario
gubernamental, justo en momentos en que los magistrados
federales deben resolver los candentes casos mencionados que
complican al gobierno actual y que se agravan por las
recientes denuncias interpuestas por los líderes de la
oposición. Desde esta perspectiva podría afirmarse que la
resolución del procurador general es, cuando menos,
sugestivamente oportuna para el Gobierno.
Pero
además, es preciso advertir el daño que la resolución de
Righi hace a la imagen de la Argentina en el contexto
internacional, toda vez que aparece a contramano de la
tendencia universal de combatir activamente la corrupción;
en especial por parte de aquellos países que son signatarios
de acuerdos que, con ese propósito, se vienen celebrando en
todo el mundo. Vaya como ejemplo la propia Convención de las
Naciones Unidas contra la Corrupción, ratificada por la
Argentina, orientada a perseguir la corrupción
administrativa y que, para asegurar ese fin, admite la
posibilidad de existencia de una pluralidad de órganos
dedicados a controlar la conducta de los funcionarios. En el
mismo sentido puede citarse la Convención Interamericana
contra la Corrupción, aprobada en la Argentina por ley,
centrada en la tipificación de los delitos cometidos en la
gestión pública.
En
otras palabras, mientras en los organismos internacionales
se señala, cada vez más, a la corrupción de los gobernantes
como una de las primeras causas de subdesarrollo y se
recomiendan medidas eficaces para combatir las conductas
dolosas de los funcionarios, en la Argentina actual, las más
altas autoridades del Estado parecen hacer lo posible para
que los actos de corrupción que cada día afectan a más
funcionarios del Gobierno, queden ocultos o desdibujados
tras un manto de adecuada impunidad.
Debe
quedar claro cuál es el centro de gravedad del tema que
destapa la comentada resolución. No es, por cierto, el
perfeccionismo legal que pueda pretextar ahora el procurador
general, luego de más de cinco años en su puesto. Menos aún,
enredarse en una discusión sobre una interpretación más
amplia o más restrictiva de la ley. No lo son tampoco las
mayores o menores antipatías que, por celo profesional o
intereses políticos, puedan despertar en los fiscales
federales la participación promiscua de la Fiscalía de
Investigaciones Administrativas en las causas en trámite. El
tema real, el único asunto que debe llamar la atención de la
sociedad y de la comunidad internacional, es si con la
resolución de Righi se facilita o se dificulta la
persecución de los corruptos que anidan en varias de las
ramas del árbol frondoso del Estado.
Todo
parece indicar, y lo que está pasando en la justicia federal
lo demuestra, que a medida que avanza la corrupción se hace
más urgente, por parte del Gobierno, adoptar toda suerte de
normas y artilugios reglamentarios no para combatirla o
desalentarla, sino para limitarse a asegurar su impunidad.
Curiosamente, la resolución comentada se suma a la
resolución 158/07 mediante la cual la Procuración General de
la Nación intenta impedir que en nuestro país los fiscales
puedan investigar los delitos de lesa humanidad cometidos
por las organizaciones guerrilleras en los años setenta.
Esta
segunda resolución, que viola la obligación internacional
del Estado de investigar esos crímenes, ha amordazado a
nuestros fiscales en lo que se refiere a investigar la
responsabilidad de aquellos que parecen haberse asegurado un
rincón de impunidad.
El
Gobierno ha encontrado en la Procuración General un vehículo
que luce funcional para frustrar aquellas investigaciones
que, por una razón u otra, pueden perturbarla.
Reproducción textual del Editorial del diario La Nación
del 17-11-08