9 de Enero de 2009
El drogadicto “no es un delincuente”
Miembro de la Corte Suprema de Justicia y ex jueza del
Tribunal Penal Internacional, Carmen Argibay apela a lo que
sucede en Holanda para explicar por qué el Estado debe ayudar
a los drogadictos a salir de ese drama en lugar de
perseguirlos. Y afirma que los menores “no nacen chorros ni
saben manejar un arma porque sí”.
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Preocupada. Argibay está en contra de que los medios de
comunicación repitan tanto las noticias sobre robos y
homicidios.
La doctora Argibay tiene la mirada clara e inteligente. Hay
una atención muy pormenorizada en su manera de escuchar. Como
si no pudiera dejar de considerar todos los aspectos de cuanto
le está diciendo la realidad. Y, al mismo tiempo, ser una
destacada jurista no le impide una vivacidad y un cierto
sentido del humor que supone una visión amplia pero muy
concreta de la vida.
“Hace muchos años –advierte puntualmente cuando tocamos el
tema de los menores delincuentes– yo fui secretaria del Menor.
Por lo tanto, trabajé mucho tiempo en los juzgados de menores
y tengo bastante experiencia en estos Tribunales. Además, a mí
me empezó a preocupar y a asustar el hecho que, de pronto, en
todos los medios de comunicación y en los ambientes en los que
uno se mueve, comenzó a perfilarse una especie de paranoia.
¡Parecía que todos los delitos eran cometidos por menores y
que los menores eran, más o menos, el diablo con cola y
cuernos! Según este punto de vista, ¡todos esos menores debían
estar o presos o muertos! ¡Y advertí que algo estaba andando
muy mal porque estos menores no salieron del aire! ¡Ni de un
repollo! Estos son “nuestros” chicos. Son “nuestros” menores.
Salieron de algún lugar concreto y alguien los educó o dejó de
educarlos. ¿Cuál es entonces la responsabilidad que tenemos
los mayores? ¡Los chicos no nacen chorros ni saben manejar un
arma porque sí! Alguien, alguna vez, les puso un arma en la
mano y ése es, generalmente, un adulto. Alguien los explota.
Todos los chicos que están en la calle son explotados por
mayores. Entonces me parece que hay que salir a decir esto…
—¿Es decir que hay una responsabilidad que toda la sociedad
debe compartir?
—Yo creo que la gente se olvida de estas cosas porque estamos
todos muy alterados. La sociedad en general está muy alterada.
Hablamos siempre y todo el tiempo de los horrores de lo que
vemos en la televisión y escuchamos en los noticiosos. Pero
estos horrores ocurrieron siempre. Esta es la verdad. Toda la
vida fue así. Cuando yo era secretaria del Menor había
abogados de menores porque, justamente, teníamos menores que
entraban en conflicto con la ley penal. Esto no es de ahora.
Tiene años. Parecería que hoy existe una efervescencia contra
los menores… No sé por qué…
—Lo que ocurre, doctora, es que hoy tenemos un factor
importantísimo que es la droga…
—Había otras cosas. Pero, en definitiva, el problema es ¿por
qué hay droga? Cuando comenzó el consumo empezamos a hablar
con los psicólogos del tema de los menores drogadictos. Y la
idea era –por lo menos así lo afirmaban los psicólogos– que un
chico drogadicto era un emergente en una familia que tenía un
problema no resuelto y una personalidad demasiado débil como
para poder zafar de ese problema que no podía solucionar. Al
no lograr hacerlo, caía en la droga. Estamos hablando aquí de
gente de clase media que, en aquella época, eran los que
podían acceder a la droga…
—Esa época… ¿Cuándo, doctora?
—Le estoy hablando de hace treinta años. Quizás algo más. Pero
el tema es que, luego, la droga se ha ido popularizando porque
es cada vez de menor calidad y, por lo tanto, de un acceso más
fácil. Cuando empezamos a ver que los chicos se drogaban con
pegamentos fue una sorpresa. No había antecedentes. Esto no se
veía hasta que comenzó a ocurrir. Entonces, la pregunta sería:
¿dónde hemos empezado a poner la atención para que esto no
siga ocurriendo? Y las cosas van cada vez peor. Ahora tenemos
el paco, que destruye a los chicos, los mata en muy poco
tiempo. Entonces nos preguntamos: ¿dónde está el Estado que
tiene que proteger a esos chicos?, ¿dónde está el Estado que
tiene que darles educación, vivienda y no permitir que pasen
hambre ni frío? ¿Quién se ocupa de que tengan afecto? ¡Ese
afecto sin el cual no van a poder evolucionar! Estoy hablando
de carencias esenciales que están dentro de los derechos
humanos que el Estado, repito, debe proveerles a esas
criaturas. (Hay tristeza y enojo en las palabras de la
magistrada. Carmen Argibay insiste:) ¡Fíjese que la típica
frase es: “bueno, la responsabilidad es de los padres”! Pero
¿y si no tienen padres? O también: ¿si los padres tampoco han
tenido cómo darles lo necesario? Porque a veces los padres son
explotadores pero otras, no. Directamente, no existen y esos
chicos están en la calle por diversas circunstancias. O porque
los padres se han muerto o los han abandonado o también los
han abandonado otras personas de la familia que habían quedado
a cargo. Por ejemplo, es bastante común que, cuando un chico
entra en un instituto de menores, ¡cuando sale la familia ya
no lo quiere tener! ¡Hay infinitos problemas y el Estado no
tiene un programa de asistencia a la infancia! Esto es
realmente lo que yo veo y por eso lo menciono.
—Es una falencia inexplicable pero usted, por ejemplo, como
magistrada, ¿cómo estructuraría un programa de asistencia para
la infancia?
—Es difícil decirlo así, porque estas cosas requieren un
estudio y un trabajo que sea multidisciplinario. No es una
cuestión en la que solamente puedan opinar los jueces pero,
por ejemplo, si tenemos chicos drogadictos a los que queremos
rescatar, ¿por qué no tenemos escuelas granja? ¿Por qué en
todas las tierras que estaban ocupadas por las distintas
Fuerzas Armadas no se utiliza su infraestructura, tal como lo
está haciendo ahora la ministra de Defensa, que las ubica en
otras áreas de gobierno? Cuando había conscriptos debía haber
camas, frazadas, etcétera; ¿dónde fueron a parar? Durante el
invierno se podrían organizar en esos mismos cuarteles hoy
desactivados, lugares donde poder proteger a esos chicos.
¡Aquí nomás, en Palermo, tenemos una cantidad de cuarteles!
Pero, claro, se necesitan maestros para educar, trabajadores
sociales o psicólogos para darles contención. Gente que pueda
brindarles un buen trato a los chicos y pueda ser contratada
cuando una criatura de 10 o 12 años pasa la noche a la
intemperie, le duele el oído, tiene frío… alguien que pueda
hacerse responsable de escucharlo, ¡llamar al médico y
quedarse con el chico hasta que venga el médico y diga por qué
le duele el oído! Para ese chico, esto que le estoy diciendo,
es muy importante. Y si nadie se lo brinda, ese chico le va a
retribuir a la sociedad con mala conducta. Cuando le dicen:
“tu vida no vale nada”, el chico se pregunta: “¿por qué yo voy
a respetar la vida de los demás?”.
—No sé si me equivoco, doctora, pero parecería que los que
piden bajar la edad de la imputabilidad están buscando también
sacarse un problema de encima…
—Es una forma de tener mucho miedo. Y el miedo es muy mal
consejero ¿eh? Toda la vida lo fue, y los filósofos de la
antigüedad siempre han sostenido que el miedo es un pésimo
consejero. Cuando uno tiene miedo y trata de echarle las
culpas o las responsabilidades a otro es porque, generalmente,
está haciendo las cosas muy mal. Esto causa serios desastres
que, después, son muy difíciles de revertir. Ese es el
problema. Mi impresión es que, en el fondo, lo que le pasa a
la gente es que no sabe cómo reaccionar en muchos casos. No
sabe, tampoco, por qué se ha venido todo esto encima nuestro.
Pero, ¡quizá se olvidan de lo que nos pasó no hace tanto
tiempo! Aunque la gente no lo quiera creer, esos hechos han
ejercido una gran influencia en el presente. El mundo está
mucho más violento. ¿Por qué? ¿Es un fenómeno cíclico? No lo
sé. Pero, mire, el otro día recibí un correo electrónico que
contenía grandes quejas sobre la juventud. Eran padres que se
quejaban por la conducta de los jóvenes y, fíjese, uno de los
textos era de Sócrates y ¡lo notable es que era perfectamente
aplicable a nuestro mundo contemporáneo! El e-mail terminaba
diciendo: “Padres, no se aflijan. Esto pasó siempre”. Por
supuesto que las situaciones no han sido siempre iguales. Las
hay más graves que otras, pero lo cierto es que, aun dentro de
nuestra historia, aparecen hechos terribles. Esas cosas
pasaron. En forma diferente pero ocurrieron. Yo diría que, en
Argentina, desde 1930 el Estado ha abandonado a la gente
porque, en el fondo, ¡no le interesa la gente!
—¡Además, los chicos interesan menos porque no votan!
—Por supuesto. ¡Eso en los estados democráticos, y en los
otros porque a los jóvenes hay que tenerlos dominados! ¡A ver
si después nos resultan unos subversivos! ¿O acaso, en nuestro
país, no se robaron los bebés para que no fueran educados por
padres subversivos?
—Sin duda. La idea fue robarlos para que se criaran en otro
ambiente…
—Entonces queda claro que el Estado no quiere ocuparse de eso.
De un programa para la niñez. Después de los años 90 nos
encontramos con que tenemos una exclusión social brutal. ¿Y
qué hacemos para revertirlo?
—Sin duda la exclusión social aumenta en los años 90, pero ¿a
qué atribuye usted que nuestros gobiernos democráticos, que ya
llevan 25 años, no hayan generado un Estado que penetre a
fondo en el tema de la minoridad?
—¡El tema de la minoridad no da rédito político! Este es el
asunto y hay que enfocarlo desde otro punto de vista. El
Estado no debe buscar tanto el rédito político sino lo que es
realmente bueno para una sociedad. Y si lo hace, si piensa en
lo que es bueno, ¡el rédito político le va a venir solo,
porque la gente va a reconocer que está haciendo algo en este
sentido! La vida de la comunidad va a mejorar mucho y la gente
va a estar más tranquila con chicos más protegidos y sin estas
situaciones horribles… Mire, hace unos días han matado a un
chico porque se le ocurrió vestirse de una manera peculiar
(los floggers). ¡Resulta entonces que no pueden vestirse como
quieren ni pensar como quieren porque hay otros chicos a los
cuales esto no les gusta! Es una cosa terrorífica. ¿Por qué
pasa esto? Creo que es un tema de contención, de no aceptar al
que piensa distinto.
—Cuéntenos, doctora, usted que a través del Tribunal de La
Haya ha tenido una experiencia europea tan importante, ¿qué
hacen al respecto los países de la Comunidad? ¿Tienen escuelas
granja? ¿Cómo son los institutos de menores?
—Esto depende de cada país. Por de pronto, en Holanda hay
cierto tipo de droga que está permitida con un límite muy
concreto. Por ejemplo, la marihuana. Pero no está permitida en
cualquier parte ni se puede fumar en cualquier sitio ni en la
vecindad de una escuela. Hay cafés absolutamente
individualizados en los que la gente sabe que puede fumar
marihuana. En otros lugares, no. La droga dura no está
admitida pero hay un programa en el que la gente que se
reconoce adicta y quiere curarse se anota en un hospital que
es el que le irá disminuyendo la dosis en forma proporcional.
Esto está controlado por médicos y a continuación viene el
tratamiento por desintoxicación. También hay hogares granja en
los que los chicos trabajan con flores, los tulipanes, y esto
funciona. ¡Por supuesto que en Holanda hay cárceles como hay
arbolitos que venden por la calle y gente que va presa! Pero
en Holanda se considera que al drogadicto hay que ayudarlo a
salir de la drogadicción. No es un delincuente. Y esto marca
una diferencia enorme.
—¿En Holanda tienen problemas de seguridad callejera?
—Como en todo el mundo. También asaltos en las casas. En la
casa de una amiga mía entraron una noche con toda la familia
comiendo en la planta baja. ¡No hicieron el menor ruido y los
dueños de casa recién se enteraron al subir que los habían
desvalijado! También hay gente que se hace pasar por policías
para robarles a los turistas las cámaras y las mochilas. ¡Eso
ocurre todos los días, pero lo que pasa es que se publica o se
ve en pantalla una vez y luego se acabó! ¡No están pasando
durante todo el día la noticia del tipo disfrazado que asaltó
a otro! Cuando se repite tanto la información parecería que
hubo cincuenta asaltos y no uno solo. Le recuerdo que
Amsterdam es la capital de las tres mafias más fuertes del
mundo: la de las armas, la de la droga y la de los diamantes.
Hay allí un muerto por noche, pero no se produce el escándalo
informativo que tenemos aquí.
—Pero también, doctora, hay un tema de organización. Días
atrás, en la provincia de Buenos Aires, un instituto de
menores recién inaugurado, en el que se ahorcaron dos chicos,
¡no contaba con psicólogos entre su personal! Tuvieron que
cerrarlo ante la gravedad de lo que había ocurrido.
—Esas son las cosas que yo no puedo entender. ¡En el país de
la Psicología, en el que las tres cuartas partes de los
estudiantes universitarios se dedican o han estudiado
Psicología en algún momento, ¿cómo puede ser que falten
psicólogos en un instituto de menores del Estado que
obviamente los necesita?! Yo me pregunto: ¿no les ofrecen el
trabajo? ¿No les pagan lo suficiente y por eso no hay interés
en estos puestos? ¿No hay presupuesto para contratarlos? Si es
así, ¿cómo abren un instituto? La presencia de esos
profesionales es tan fundamental que nos preguntamos: ¿qué le
pasa al Estado por la cabeza que no prevé algo tan obvio? ¡Un
instituto con menores conflictivos y sin psicólogos!
Realmente, no sé. No lo entiendo.
—En algún momento la idea de las escuelas granja funcionó en
los años 70…
—Muchas veces los argentinos tenemos problemas acerca de lo
que hizo el funcionario anterior a nuestra gestión... Todo
está mal y hay que borrarlo. Hay que empezar de nuevo, y esto
se ha convertido en algo trágico, porque no podemos aceptar
que algunas de las cosas que hicieron otros puedan haber
estado bien hechas. ¡Aunque no pensemos igual! Lo importante
es aprovecharlas y no tirar abajo lo anterior por aquello de
“yo empiezo de cero”. Lo trágico es que no empiezo de cero. Ya
vengo arrastrando un problema. Entonces, ¡aprovechemos lo que
ya está y lo que ha andado bien debe ser mantenido y, si se
puede, mejorarlo! No tirarlo abajo como estamos haciendo.
—Volviendo entonces a las escuelas granja, que no serían un
correccional pero sí una institución, ¿cuál sería la forma de
encuadrarlas?
—Por ejemplo, podrían servir, incluso, como vivienda para
chicos en estado de abandono. En otros casos sería simplemente
una preparación para el trabajo futuro, que es algo que
debemos crear o recrear en nuestro país. Me refiero a la
cultura del trabajo, que se ha perdido mucho porque la gente
se ha acostumbrado a que le brinden las cosas de arriba o al
“no hacer nada y después veremos”. Esto no puede ser. Hay que
fomentar nuevamente la cultura del trabajo y las escuelas
granja son buenas para eso. Pero, atención. Si transformamos
las escuelas granja en cárceles la cosa cambia. Todo depende
de la manera en que se organicen, cómo se establezcan los
reglamentos. También es muy importante poner el acento sobre
quién se contrata. ¡Por supuesto que si contratamos a un
carcelero vamos a tener una cárcel! Hay que contratar a gente
con vocación, con ganas de tratar bien a los chicos y algo que
para algunos suena cursi pero no lo es, que es “amor para
dar”. Esto es lo que realmente necesita la gente. Y lo estamos
olvidando. Nos peleamos tanto que lo estamos olvidando… A lo
mejor, con un poquito de cariño, vamos a andar mucho mejor…
—¿Qué tipo de experiencia recuerda de su desempeño como
secretaria del Menor?
—Yo fui secretaria del Menor a fines de la década del 60,
luego fui también secretaria Tutelar de Menores, así como de
Sentencia y de Instrucción. Lo cierto es que recuerdo un caso:
el de un chiquito que se había escapado de la casa porque
quería ir a la cancha a ver un partido. Tenía un poco más de
diez años, estaba muy desnutrido y los padres no lo dejaban ir
al fútbol. Terminó en manos de la policía cuando entró de
contrabando a la cancha y de ahí al Juzgado de Menores porque,
además, había roto una vidriera para robar. Cuando le pregunté
por qué lo había hecho me dijo: “Y… señora, ¡yo vi una
“pascuería” y yo nunca tuve un huevo de Pascua!”. Obviamente
se trataba de la vidriera de una confitería con huevos de
Pascua. Era inimputable, por supuesto. Llamamos entonces a la
familia y hablamos con ellos. Les explicamos que tenían que
tener en cuenta los sueños y los deseos de ese chiquito,
acompañarlo, etcétera. Bueno, fue una excelente experiencia.
El chico volvió a la escuela, anduvo bien y empezó luego a
trabajar. Después lo perdí de vista, pero lo que quiero
subrayar es lo importante que resultó el contacto y el trabajo
con la familia. También, por supuesto, tuvimos experiencias
negativas, como las violaciones en los institutos y, cuando
los chicos salían, la utilización que algunos personajes que
habían conocido allí, ejercían sobre ellos. Los mandaban a
robar y en muchos casos terminaban muertos.
—Por último, doctora, aunque estemos en el mes de feria, ya en
febrero la Corte deberá ocuparse de los represores de la ESMA…
—Seguramente. Vamos a ver qué pasa porque tiene que ir al
procurador. El procurador tendrá que opinar y después
veremos qué opina la Corte…(ironiza Carmen Argibay)... Y nos
pelearemos un rato… O no… ¿Estaremos todos de acuerdo? Pero,
¡esto es algo que estudiaremos a la vuelta de las
vacaciones! Reproducción textual de la entrevista
por
Magdalena Ruiz Guiñazú.
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