05 de Febrero de 2009
Reportaje a Gustavo Bossert:
“El Consejo de la Magistratura actual viola la Constitución”
Ex miembro de
la Corte Suprema, Bossert critica por inconstitucional la
politización del Consejo de la Magistratura, que otorga al
oficialismo la posibilidad de sancionar a cualquier juez
“rebelde”. Cree que una reforma procesal agilizaría a la
Justicia, rechaza la rebaja en la edad de la imputabilidad de
los menores y no recuerda antecedentes de que “las grandes
decisiones” del país las tome una pareja matrimonial.
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Decision. Bossert renunció a la Corte Suprema años atrás,
aduciendo “hartazgo espiritual” por los manoseos políticos.
Cae la tarde sobre la Playa Brava de Punta del Este y, a lo
lejos, la Isla de Lobos es un punto en el horizonte. Y es
también el momento para una charla extensa y pausada con el
hombre que renunció años atrás a la Suprema Corte de Justicia
por “hartazgo espiritual”.
—Mañana
termina la feria judicial, doctor…
—Para desgracia de todos nosotros los abogados –se ríe el
activísimo Dr. Gustavo Bossert.
—Termina la feria y hay muchos casos que van a abrirse.
Justamente, días pasados, hablábamos con la Dra. Carmen
Argibay y, al surgir el tema de los represores de la ESMA, nos
señaló que, muy probablemente, esto se trataría al concluir la
Feria. Incluso terminó su comentario con un “bueno, nos
pelearemos o no nos pelearemos en la Corte pero lo vamos a
tratar”, dicho, obviamente, con sentido del humor.
—Lo cierto es que hay un término de tres años como máximo, en
principio, para mantener en prisión preventiva a quien no
tiene sentencia de condena. Y en virtud de esto es que se ha
anunciado esta cosa terrible para el alma de todos los que
hemos sentido, como si estuviéramos en el infierno, los actos
de la dictadura. Es decir que por aplicación de esta norma
vigente, estos represores pueden llegar a quedar en libertad.
Pero aquí lo que la ciudadanía tiene que advertir es que este
hecho no es imputable a la Justicia sino que estos casos, en
los que yo nunca intervine como juez, son muy complejos porque
están colmados de alternativas que prolongan estos procesos
(más allá de la voluntad de los jueces) y lo cierto es que de
lo que se trata es más bien de la agilización que debe
efectuar el Congreso de la Nación a través de reformas
legislativas en el procedimiento para estos casos. Y al
respecto debo recordar (como bien sabe todo aquel que lee los
diarios) que hace algunos años dos juristas eminentes como
Ricardo Gil Lavedra y Andrés D’Alessio, que además fueron
algunos de los jueces que condenaron a los comandantes de la
dictadura, presentaron un proyecto en el Congreso con ánimo de
colaboración para agilizar estos temas (con la idea de que no
suceda lo que está ocurriendo). Por su parte, en aquel
momento, el Congreso, quizás porque no venía en forma oficial
sino firmado por dos ciudadanos independientes, no lo trató.
Tal vez ahora el Congreso ponga su atención sobre esto y
modifique las normas procesales para que esta situación no
vuelva a ocurrir. Ahora bien, obviamente, no puedo opinar
sobre lo que va a resolver la Corte Suprema a partir de este
mes de febrero pero tengo plena confianza en la sagacidad, la
sabiduría y el criterio jurídico de esta Corte actual.
—Bueno,
doctor, pero desde la ignorancia del lego, el ciudadano se
pregunta si en crímenes de lesa humanidad (como en este caso)
pueden caber dudas al respecto de la libertad de los
inculpados.
—Mire, el crimen de lesa humanidad significa varias cosas
específicas porque es una alteración a los principios
generales del derecho penal. Allí no puede haber perdón ni
amnistía y, esencialmente, no puede haber prescripción. Sin
embargo no se ha desarrollado la tesis que, por tratarse de un
crimen de lesa humanidad, no deben aplicarse los términos
legales sobre la duración de las prisiones preventivas sin
sentencia. A lo mejor esta tesis (y por eso mismo no quiero
adelantarme al sabio criterio de la Corte) llega a ser
sostenida por la Corte. No lo sé. Es gravísimo pero creo que
los que tienen que reflexionar sobre esto son los señores
legisladores y modificar (tal como se les ha propuesto) las
normas de procedimiento para que situaciones de estas
características no ocurran más.
—Por
esto mismo, doctor Bossert, uno se pregunta reiteradamente:
¿por qué es tan lenta la Justicia? ¿No dispone de fondos
suficientes como para ser más ágil?
—Vea, independientemente de que al crecer la población y haber
más conflictos siempre es necesario ampliar el numero de
cámaras y de juzgados, lo cierto es que también ésta es una
tarea que puede resolverse legislativamente a través de la
modificación de los códigos. Por ejemplo, una persona que
tiene que recuperar una casa o cobrar una deuda (conflictos
civiles o comerciales de cualquier índole) se encuentra con
procedimientos interminables. Por citarle uno de ellos, el
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación establece un
procedimiento escrito que aplica un juez de primera instancia,
una cámara en segunda instancia, la posibilidad de ir a la
Corte y todo ello contribuye a que termine con una desilusión
porque por cada escrito viene un contraescrito, un incidente,
va a la cámara en la que demora seis meses etc, etc. En
reemplazo de todo esto, por ejemplo en los años 90 diversos
juristas como Carlos Colombo y Julio Cueto Rúa han hecho
proyectos maravillosos para reemplazar este procedimiento
escrito y eterno actualmente vigente que destroza la paciencia
de cualquier ciudadano que debe litigar. Estos juristas
proponen un procedimiento muy ágil similar a los que emplean
otros países.
—¿Por
ejemplo?
—Una sola instancia ante un Tribunal compuesto por tres jueces
y en el que, después de los escritos de demanda y de
contestación, casi todo ocurre verbalmente. Los jueces toman
una audiencia preliminar en la que se resuelven todas las
cuestiones previas y, después, el juicio en sí mismo se
resuelve en lo que se llama la audiencia de vista de causa. Es
una audiencia en la que están presentes los tres jueces, las
dos partes (el actor, el demandado, los testigos, los peritos)
y a través de esa audiencia en la que los jueces escuchan todo
cuanto deseen manifestar los presentes e interrogan libremente
a las partes, la gran ventaja es lo que se llama la
“inmediación” en el Derecho Procesal.
—¿Exactamente en qué consiste?
—En vez de leer la fría letra escrita de los escritos actuales
en los que se puede mentir impunemente (cosa que ocurre), los
jueces les ven la cara a los que están declarando. Observan
sus tics nerviosos, los guiños, los labios, el titubeo. Y de
ese modo pueden observar quién miente y quién dice la verdad.
Repito que éste es un sistema mucho mejor y los señores
legisladores (lo digo con todo respeto) si buscan en los
cajones de la Cámara de Diputados van a encontrar varios
proyectos. Entre ellos, el que acabo de mencionar que podría
perfectamente reflotarse porque ha sido objeto de seminarios
en todas las universidades. Yo también he trabajado en lo que
se llamó la Ley de Implementación para ponerlo en práctica a
costo cero. No voy a entrar en detalles tediosos pero es
perfectamente posible reemplazar un sistema por el otro con un
mínimo costo y utilizando todo el material actual. Insisto en
que los señores legisladores busquen (tanto en el Senado como
en Diputados) estos proyectos y los traten para que así
podamos tener una Justicia que demore un tiempo razonable, que
es el que la gente necesita para recuperar lo que le deben en
un tiempo útil ¡y no volverse viejo esperando una sentencia!
—Lo
terrible también es la falta de confianza en las instituciones
que esto genera…
—Desde ya, pero además ocurre algo muy triste y es que mucha
gente, sin saber esto, depende de estos trámites infinitos que
están establecidos en los códigos procesales y se la agarran
con los jueces y conjeturan todo tipo de situaciones. Insisto
en que la clave está en esto, en reformar los códigos
procesales.
—¿Usted
advierte buena voluntad como para que se realice esta reforma?
—Los que hemos trabajado en esto en los años 90 (y todo el
mundo sabe las profundas diferencias que tuve con el gobierno
menemista) pensamos que los legisladores de diferentes
partidos lo iban a considerar como una causa útil. Pero,
pasaron los años y nada ocurrió hasta el momento de esta
conversación que hoy mantengo con usted.
—Algo
insólito, sin duda. Y ya que tocamos temas difíciles, ¿qué
ocurre con el Consejo de la Magistratura?
—Bueno, éste es un tema trascendente. Y se lo voy a explicar.
En la Constitución reformada del ’94 se creó el Consejo de la
Magistratura y el Jurado de Enjuiciamiento de magistrados con
el objetivo siguiente: desvincular de la política el
nombramiento y la remoción de los jueces. Así fue que en el
artículo 114 de la Constitución del ’94, se dispuso que el
Consejo estuviera compuesto por 20 miembros repartidos en
forma equilibrada entre representantes políticos (legisladores
y un representante del Presidente), abogados, jueces y,
además, académicos. Como lo dice la Constitución, un
equilibrio entre todos estos integrantes. Y, justamente para
que no se produjera el predominio de algún sector, se dispuso
la existencia de un Jurado de Enjuiciamiento de nueve
miembros: tres jueces, tres abogados y tres legisladores. El
actual Congreso aprobó, en febrero de 2006, una ley que cambió
las cosas y tiró abajo esta estructura. El Consejo de la
Magistratura está hoy dominado por el sector político. Fijese
usted: ¡de 13 miembros actualmente siete son políticos! En el
Jurado de Enjuiciamiento también dominan los legisladores pero
con el agravante de que no solamente son políticos o
representantes del presidente sino que los cinco miembros del
oficialismo (sea de éste o de otro gobierno, porque aquí
hablamos de las instituciones y no de las personas) tienen un
poder de decisión definitivo sobre dos temas fundamentales:
decidir quién puede ser juez y a quién se le debe hacer un
juicio político. Fíjese, hay concursos y, por ejemplo, un
aspirante gana con la fusta bajo el brazo y los otros, como
dicen en el hipódromo, a doscientos metros atrás. No obstante,
cuando hay que armar las ternas para enviarlas al Ejecutivo
para que se designe un juez, la mayoría oficialista actual
puede decir que no simplemente porque no le gusta el ganador o
no le conviene. Quizás porque se trate de alguien con quien no
se va a entender cuando haya que juzgar algún caso de
corrupción…Y no estoy hablando sólo del presente sino también
del futuro. También si hay un juez que se ha portado
evidentemente mal, esa mayoría oficialista de cinco miembros
es suficiente como para oponerse a sancionarlo por motivos de
conveniencia política.
A mi modo de ver, quiero recalcar y con respeto hacia quienes
opinen en forma diferente, creo que esta reforma que rige
desde febrero 2006 es absolutamente inconstitucional porque
(se lea como se lea el artículo 114) queda claro que este
sistema actual lo está violando. Recordemos que allí se dice
que debe haber un equilibrio entre legisladores, jueces,
abogados y académicos. También lo que hay que recalcar (y la
ciudadanía debe tenerlo presente) que en las democracias
occidentales donde existen Consejos de la Magistratura (por
ejemplo, Francia, Italia, España) no hay un solo legislador
porque el objetivo de la creación de un consejo es desvincular
de la política tanto el nombramiento como la remoción de
jueces. Y le agrego que, de acuerdo a lo que leemos en los
diarios o sabemos por propia experiencia, esta composición
actual del Consejo de la Magistratura y del Jurado de
Enjuiciamiento ha creado en muchos jueces una sensación de
cierta inseguridad con la siguiente consecuencia: a través del
tiempo, todo juez no quisiera irse nunca de la magistratura.
Yo mismo, si no hubiera sentido el imperativo moral de decirle
a la República que algo estaba muy mal en la Corte Suprema, me
hubiera quedado toda la vida en la Justicia. ¡Adoraba mi
función! Todo juez cree profundamente en su tarea y, aunque le
llegue la edad de jubilarse, sigue y sigue porque,
contrariamente a lo que cree mucha gente, los jueces no sólo
trabajan seis horas de mañana sino que vuelven a la tarde y se
quedan todo el día en su despacho. Es algo que se hace con
muchísimo cariño. Y, últimamente, frente al estado de cosas
que acabo de describirle, me encuentro con muchos jueces que,
con enorme pena, bajan los brazos y se van.
—También, doctor, entre los temas que nos preocupan está el de
la rebaja en la edad de la imputabilidad. ¿Usted qué opina?
—Bueno, éste es tema no sólo para juristas sino para
sociólogos. Sobre todo para los criminólogos. Yo no lo soy.
Parece difícil que la rebaja de la edad de la imputabilidad
pueda llegar a contrarrestar la ola de delitos que,
desgraciadamente, se viene multiplicando por esa maldición que
se llama el “paco”. A través de las noticias vemos
permanentemente que esos chicos matan, en muchos casos, sin
que sus víctimas opongan resistencia. Por gusto. Hasta con
risas. Y esto es el “paco”. Un tema, reitero, para sociólogos
y criminólogos pero lo que sí es necesario es la
multiplicación de establecimientos de rehabilitación. Y lo
terrible es que esto, en la República Argentina, ¡es casi una
utopía! Tengamos en cuenta el hacinamiento que existe en los
establecimientos para menores. Llega al punto que, violando
las normas legales, hay chicos en los establecimientos para
adultos. De manera que diría: “¡Que Dios nos ayude!” porque no
sé cuál es el remedio definitivo. Lo que sí ocurre es un
sentimiento de indignación entre la gente cuando lee que un
muchacho que no ha cumplido los 16 años le disparó a alguien
por puro gusto y saber que no puede ser considerado un
delincuente porque no es imputable.
—Hay
otro tema muy grave. Se trata de los secuestros extorsivos. El
empresario Leonardo Bergara, secuestrado el 22 de diciembre,
volvió ya a su casa pero lo cierto es que, por las personas
detenidas o indagadas, parecería estar implicada la Policía
Bonaerense. Frente a la Justicia, ¿qué pasa con la seguridad,
doctor Bossert?
—Yo, obviamente, no sé cuáles son los caminos internos por los
que transitan los que comandan el servicio de seguridad en la
provincia de Bs.As. pero, mirando los años anteriores, quiero
decir una palabra en homenaje al Dr. Carlos Arslanian quien
entró con toda dureza en los sectores delictivos que encontró
dentro de la organización policial y que, por supuesto,
excluyó de la Fuerza. Hoy son los llamados “sin gorra”, que
seguramente se la tienen jurada a muerte a este hombre que,
con enorme valentía e inteligencia, enfrentó esta gravísima
situación. Pero, a juzgar por la noticia del secuestro que
usted menciona, parece que todavía queda mucho por hacer.
Ignoro cómo están trabajando las actuales autoridades pero es
de desear que los ejemplos de coraje en el desempeño de la
función pública se reproduzcan.
—Quería
consultarlo sobre un tema que, por su gravedad, podríamos
también incluir entre los problemas de conciencia. Me refiero
a la despenalización de la droga…
—Mire, quiero recordar algo al respecto. La Suprema Corte
democrática, en tiempos de Alfonsín, en el así llamado caso
Bazterrica, estableció que no puede perseguirse penalmente al
simple consumidor por más que se le encuentren algunos
cigarrillos de marihuana o lo que sea. Y por simple
consumidor, entendámonos, me refiero al que no tiene
balancines, al que se le encuentra una pequeñísima cantidad,
etc. A este sujeto no se lo puede perseguir por el artículo 19
de la Constitución que dice “las acciones privadas de los
hombres que no afecten a terceros, etc.” están exentas de la
autoridad de los magistrados. Este es el argumento jurídico.
Quiero aclarar que después la Corte de los años 90 cambió de
criterio en un caso en el que decidió que se debía penalizar.
Ahora, como sabemos, se habla de despenalización pero quiero
aclararle que, a través de lo que me he ido informando a lo
largo del tiempo y por mi presencia en la Justicia, no ha
habido prácticamente casos de persecución judicial contra
meros consumidores. Me parece que hay una conciencia de que al
pobre tipo que es un enfermo y una víctima de una terrible
adicción no hay que perseguirlo. La realidad es que estoy de
acuerdo con lo que dice el Ministerio de Justicia de la
Nación.
—Es lo
que dice Aníbal Fernández…
—En primer término por el artículo 19 que le mencioné y luego
porque es un enfermo al que hay que rehabilitar. Recuerdo
haber leído acerca de la experiencia holandesa que, cuando
despenalizó al consumidor sin perjuicio de perseguir al
traficante que merece el más severo de los castigos, creó los
centros para atender drogadictos y controlarlos en forma tal
que son las propias instituciones las que van disminuyéndole
la cantidad de droga hasta desintoxicarlo. Recordemos que los
drogadictos fuertes se inyectan y muchas veces con agujas
contaminadas por el sida u otras enfermedades. En esos centros
de salud esto, lógicamente, no ocurre. También es importante
recordar que los que concurren a esos centros de salud reciben
gratuitamente la dosis que les corresponde con lo cual
combaten a los que trafican y lucran con la droga. Como no soy
un experto en el tema, no tengo estadísticas pero el sentido
común indica que es una forma inteligente y posible de
rehabilitación. Para eso están los grandes fondos públicos de
los que se puede destinar una importante partida para la salud
pública. No nos engañemos, en el siglo XXI el gran drama del
mundo es la droga que hoy, en Argentina, cuenta con
traficantes que quince años atrás no se conocían. Según
coinciden los informes internacionales nos hemos convertido,
por desgracia, en un país de tráfico y consumo.
—Ultima
curiosidad de mi parte, Bossert: ¿como jurista, usted recuerda
antecedentes de un cogobierno como el de la pareja reinante,
los doctores Kirchner, en Argentina?
—No recuerdo antecedentes. La presidenta constitucional es
la Dra. Kirchner pero a través de las noticias periodísticas
basadas en los testimonios de numerosos testigos dentro y
fuera del Gobierno, las grandes decisiones se toman en
conjunto con el ex presidente Kirchner. Lo cual, más allá del
tema jurídico e institucional, me permito decir que es dañoso
para la Sra. Presidenta ya que el Dr. Kirchner tiene un
carácter sumamente irascible, intransigente y que, cuando se
encuentra frente a opiniones adversas, en vez de considerarlas
propias de un compatriota con el que se podría dialogar, las
ubica como posiciones de un enemigo. Yo no tengo ninguna
actividad política pero creo que, esto que le estoy diciendo,
es lo que llevó al Gobierno a esa actitud errada de considerar
al campo argentino como un enemigo simplemente por protestar
frente a la aberración de multiplicar retenciones a un sector
del que proviene gran parte de la riqueza nacional.
Reproducción textual del reportaje de
Magdalena Ruiz Guiñazú para diario Perfil.
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