20 de Mayo de 2009
¿Y si prohibimos las leyes?
El argumento que
defiende la picardía de las candidaturas testimoniales es
que la acusación en su contra se sostiene en dichos, no en
hechos: los postulantes no ganaron aún y mucho menos
renunciaron efectivamente a sus bancas.
La ley
no es pareja. Un ciudadano puede ser condenado por injurias
o por discriminación, o sea apenas por decir algo.
En
democracia, ningún mecanismo importante de la República
debería quedar en manos de una sola persona o de un solo
factor de poder. El reparto de responsabilidades garantiza
cierta sensatez del sistema.
Ante la catarata de
irregularidades que manchan el proceso electoral, el
periodismo y la oposición –parte de ellos, al menos–
hicieron los deberes. Por ejemplo, Crítica de la Argentina y
La Nación publicaron esta semana investigaciones que
muestran cómo se utilizan bienes, servicios y hasta a altos
funcionarios públicos para empujar la campaña de Néstor
Kirchner. Entre los políticos opositores, el diputado de la
Coalición Cívica Fernando Iglesias acaba de ampliar su
denuncia penal contra Kirchner por “usurpación de la
Presidencia”.
Acciones
similares iniciaron el abogado Ricardo
Monner Sans, por el uso indebido de fondos estatales
para proselitismo partidario, y el radicalismo, que denunció
las “candidaturas testimoniales”.
La Justicia y los organismos de auditoría de
los actos del Ejecutivo no parecen estar haciendo su parte.
En general, predomina un silencio indiferente. Y, en algunos
casos, ciertos magistrados ya dejaron claro que no se puede
hacer nada. O que no van a hacer nada. La Corte Suprema
pateó la pelota afuera. Y la jueza
electoral Servini de Cubría calificó de “abstractas”
las impugnaciones a las candidaturas testimoniales. “Son
legales, no hay nada que las prohíba. Se podrá estar o no de
acuerdo, pero en todo caso hay que crear una reforma de la
ley”, sentenció la magistrada. En sintonía con la relajación
judicial, el apoderado del Frente
Justicialista, Jorge Landau, dijo que las denuncias
son “endebles” porque “no tienen ningún asidero”.
El argumento apela
a la picardía de plantear que no hay delito porque aún no se
concretó el hecho. Es decir, los supuestos candidatos
testimoniales no tuvieron la oportunidad de ser elegidos en
cargos que supuestamente no piensan asumir.
Por
ahora, es cierto, sólo hay dichos, como el de
Daniel Scioli, que, cuando le
preguntaron si va a asumir como diputado luego de las
elecciones, contestó: “Cuando llegue el momento, veremos.”
O sea que explícitamente el candidato bonaerense puso en
duda si cumpliría o no con el mandato de las urnas.
Ahora, ¿los dichos no cuentan?
¿Por qué, entonces,
se puede condenar a un ciudadano por apología del delito,
por injurias o por discriminación, o sea apenas por decir
algo, aunque no lo concrete en los hechos?
Otro
argumento defensivo posible es plantear que la renuncia a un
cargo electivo es un acto individual al que cualquier
persona tiene derecho, precisamente por motivos personales
que pueden resultar insondables.
“Hemos tenido varios casos que asumieron y luego se fueron
a cargos públicos”, relativizó Servini de Cubría, recordando
otras renuncias al mandato electoral desde el regreso de la
democracia.
Pero, ¿qué pasa si
esa renuncia planificada y públicamente anunciada es un plan
orquestado por un partido que decide involucrar a medio
centenar de intendentes de un distrito en la maniobra
electoral?
En la legislación comercial se puede
encontrar un símil de esta conducta: si una empresa decide
aumentar el precio de un producto, en general se trata de un
acto lícito. Pero si un conjunto de empresas del mismo rubro
se pone de acuerdo para no competir, fijando un piso de
precios, ese pacto puede ser penado como cartelización, por
ser una conducta de deslealtad comercial. O sea que una
acción individual legal se puede volver ilícita si forma
parte de un plan mayor de manipulación.
Eso sí, Servini de Cubría ya
advirtió a través de los medios que vigilará y castigará a
los ciudadanos designados como autoridades de mesa que no se
presenten el 28 de junio: nadie les preguntará en la
Justicia si actuaron así porque se negaron a avalar con su
firma un acto eleccionario que tuvo mucho de farsa.
¿Pero
todo esto a quién le importa?
A
juzgar por la ausencia de cacerolazos y escraches contra los
“testimoniales” y de acuerdo con el abrumador rating de la
nueva edición de “Gran Cuñado”, parece que las mayorías
están en otra cosa.
Y eso no es culpa de Marcelo
Tinelli; al contrario, las caricaturas de los candidatos en
el prime time televisivo han logrado al menos instalar la
campaña electoral como tema de conversación popular, cosa
que ya resulta un milagro para un candidato verdadero.
Es más, el sainete funciona esta
vez como una catarsis contra el desconcierto del electorado
ante las listas electorales de ficción.
No obstante, la
risa suaviza la digestión del problema, pero no lo resuelve.
Tampoco
es culpa –como sostiene el pensamiento “gorila” local y
extranjero– del peronismo.
El PJ, en todo caso, asumió que su rol en el
siglo XXI es el de gerenciar mejor que nadie la pobreza, la
inequidad y la marginalidad crecientes, que en manos de
otras fuerzas ha resultado un cóctel ingobernable en las
últimas décadas.
¿Será
culpa de Hugo Chávez, que con
cada visita contagia a la pareja presidencial justicialista
de su espíritu neobolivariano?
En la conferencia conjunta de
ayer, Cristina aprovechó para criticar a la prensa por su
falta de objetividad; a su lado, estaba el presidente
venezolano, que calificó de “terroristas” a los medios de
comunicación que está por castigar.
La culpa
no es del chancho sino de quien le da de comer.
Por eso,
el Gobierno aprovecha la escasez de alimentos en Venezuela
para firmar millonarios acuerdos de exportación ganadera que
le permitan premiar a empresarios amigos y allanarles el
camino a funcionarios ansiosos de ponerle el sello K al
negocio cárnico.
Todo
bajo la mirada de capataz de Guillermo
Moreno, quien tampoco es culpable de nada. (Si Moreno
disfruta sin pudor de desplazar a
Héctor Massuh de su famosa papelera, es porque le
contaron que la firma era financieramente inviable desde
hace dos décadas, zafando diariamente de los rojos bancarios
a fuerza de warrants contra su stock o cualquier otra tabla
de salvación provisoria).
Nadie es responsable, porque
todo es perdonable: por eso Techint, que hasta hace unas
semanas hablaba pestes del kirchnerismo a través de sus
operadores, ahora felicita públicamente al Gobierno por su
intermediación con Chávez en la expropiación de Sidor.
¿De quién es la culpa, entonces, de que nada
sea como se supone que debería ser? La respuesta fácil es:
la culpa es de las leyes.
Silvio Santamarina, en su artículo para el
diario Crítica de la Argentina.