31 de Julio de 2007
El legendario director de cine Ingmar Bergman murió a los 89
años de edad en Faroe, las islas suecas donde se había
retirado desde 2004. Miguel Molina de BBC Mundo hace un
homenaje a quien muchos consideran el mejor director de la
segunda mitad del siglo XX.
El poeta del cine
Uno ve la imagen de un niño que nació en Uppsala el 14 de
julio de 1918 y creció en un ambiente profundamente religioso
(su padre era ministro luterano) en el que eran frecuentes los
castigos en cuartos oscuros, y que le hizo perder la fe a los
ocho años.
Uno ve la imagen de un estudiante de literatura y de arte que
no terminó su carrera porque ya no podía quitar los ojos del
escenario ni de la pantalla.
Uno ve la imagen de un artista que pasó casi medio siglo en
las islas Faroe, donde filmó varias de sus películas, y desde
donde anunció en 2004 que no volvería a salir.
Y de pronto las imágenes se agolpan y uno cree que tiene una
visión más clara de Bergman y de su obra.
Y no ve los espejos que el artista fue poniendo en su obra
hasta 1982, cuando anunció que Fanny y Alexander sería su
última película y que a partir de entonces se dedicaría a
dirigir teatro, aunque tiempo después hizo algunos trabajos
para televisión.
La naturaleza humana
Bergman fue, como muchos clásicos, alguien a quien todos citan
pero cuya obra muchos desconocen.
Las películas de Bergman, si alguien quisiera limitar los
alcances de las metáforas, hablan sobre la fe, la existencia,
la mortalidad, la soledad, es decir la naturaleza humana, en
historias densas contadas en un estilo directo y ascético.
Los Comulgantes (1962), Persona (1966) y Gritos y Susurros
(1972) son las películas de Bergman que Bergman consideraba
más importantes.
Los Comulgantes cuenta la historia del pastor luterano Thomas
Ericsson, en cuyo personaje podrían encontrarse ecos del padre
de Bergman y del propio director, que ve derrumbarse su fe
ante el peso de la realidad.
El reverendo Ericsson es un hombre que desfallece porque no
puede comunicarse con Dios ni con los hombres.
Persona (Bergman dijo que por primera vez no le
importaba qué pensaría el público) cuenta la historia de una
actriz que perdió la voz durante una representación de Electra
y se va a vivir a las Islas Faroe bajo el cuidado de una
enfermera.
Es una obra ambigua, metáfora de muchas cosas, pero quizá más
que nada de la relación entre el artista y su público. Uno de
los personajes de la película habla sobre el desesperado sueño
de ser y de la dificultad de ver más allá de las máscaras que
usamos y los papeles que interpretamos en nuestras vidas.
Gritos y Susurros cuenta la historia de tres hermanas.
Dos de ellas van a visitar a la otra, gravemente enferma de
cáncer, que vive acompañada por su sirvienta.
La película -en la que el rojo ocupa un lugar importante
"porque simboliza el interior del alma- revela las verdaderas
personalidades de las hermanas que sobreviven. Una de ellas
sufre porque tiene problemas en su matrimonio y la otra no
sufre ni vacila ante nada.
Como las otras dos películas importantes para Bergman,
Gritos y Susurros explora la incomunicación entre las
personas pero también la fe y la muerte, los grandes temas de
su obra.
Libertad creativa
Bergman hizo más de 40 películas, cuatro o cinco de ellas para
televisión, pero además puso en escena innumerables obras
suyas o ajenas, y trabajó también en producciones
radiofónicas.
Su forma de trabajo -Bergman pensaba los guiones durante
meses, a veces años, antes de comenzar a escribirlos- otorgaba
plena libertad creativa a los actores, con quienes entabló
relaciones profundas que duraron a través de sus películas, y
a quienes alentaba a tocar su vena creadora haciendo que
improvisaran sus diálogos.
El mundo recuerda sus trabajos con Max von Sydow y Bibi
Andersson en su primera época, y con Liv Ullmann desde
mediados de la década de los 60. Otra persona importante en el
trabajo de Bergman fue Sven Nykvist, su camarógrafo desde
1953.
Para Bergman era importante ser crítico con el trabajo propio,
aunque recomendaba no dejarse llevar por la emoción a la hora
de juzgar el resultado, y decía que no se preguntaba si era
excelente o terrible sino si era suficiente o si había que
filmar de nuevo una escena o una secuencia.
Bergman fue un hombre que amó a las mujeres. Se casó con Else
Fisher, con Ellen Lundström, con Gun Grut, con Käbi Laretei y
con Ingrid von Rosen, pero también tuvo una relación
sentimental con Liv Ullmann. El artista tuvo nueve hijos,
algunos de ellos directores de cine, actores y actrices.
Su última película fue Sarabanda (2003), que se filmó para
televisión y se considera como secuela de Escenas de un
matrimonio (1973).
Y uno ve la imagen del anciano de 89 años que se murió una
mañana de lunes en su isla. Y luego nada.
Bergman: "Mis películas me deprimen"
"No veo mis propios filmes con frecuencia. Me pongo nervioso y
me entran deseos de llorar", dijo en una rara entrevista,
concedida a la televisión sueca.
"Me siento miserable. Creo que es terrible", agregó.
Bergman, de 85 años de edad, es considerado uno de los
directores más influyentes de la historia del cine.
Sus obras, entre las que se cuentan "Fresas salvajes", "El
séptimo sello", "Como en un espejo", "El silencio" y "Fanny y
Alexander", suelen explorar temas filosóficos y existenciales,
así como las dificultades de comunicación en las relaciones
humanas.
La muerte y la fama
Hablando de "El séptimo sello", en la que un caballero reta a
la Muerte a una partida de ajedrez, Bergman confesó que cuando
la dirigió, en 1956, le "tenía un miedo terrible a la muerte".
Según dijo en la entrevista, siente que, desde que recibió el
Gran Prix en Cannes en 1956 por "Sonrisas de una noche de
verano", su fama ha sido tan grande que nadie le dice
honestamente lo que piensa de sus filmes.
"No he tenido a nadie con quien pueda debatir mis guiones",
dijo.
"Incluso cuando las películas están terminadas, no tengo a
quien mostrárselas para que me dé una opinión sincera. Sólo
hay silencio".
Bergman, quien también ha dirigido varias comedias, dijo que
uno de los momentos más felices que recordaba fue cuando le
otorgaron la orden de la Legión de Honor en París, en 1985.
"Cuando salimos del palacio Eliseo, había una limusina
gigantesca esperándonos, y cuatro motos de la policía".
"Es probablemente una de las pocas veces que sentí mi fama",
señaló.
"Pensé que era tan fantástico que me reí hasta el punto de
gritar. Me reí tanto que me caí al piso de aquel enorme auto".
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