23 de Junio
de 2008
Más de una vez, hemos señalado que los medios
de comunicación en manos del Estado nacional deben estar al
servicio de la comunidad y no del poder político. Se trata de
medios del Estado, no del Gobierno ni tampoco del partido
gobernante.
Del mismo modo, los importantes fondos públicos que se
invierten en propaganda oficial deberían estar destinados a
difundir actos de gobierno, pero no a hacer campañas políticas
o a atacar a sectores de la sociedad.
Lo expresado sirve a la hora de evaluar la manipulación de la
información y el lamentable uso de los fondos públicos que ha
hecho el gobierno nacional en los últimos días, en el contexto
del conflicto con el campo.
La realidad puede ser la única verdad, pero hay que admitir
que tiene muchas facetas y no todas agradables. Algo de eso
debe de haber primado a la hora de informar sobre los sucesos
del último fin de semana, porque dos de los medios de
comunicación en manos del gobierno nacional sólo recogieron la
información de aquellos aspectos de la conflictiva realidad
política y social argentina que les interesaba destacar.
Efectivamente, tanto la agencia nacional de noticias Télam
como Canal 7 -"la televisión pública", según el lema
publicitario- cubrieron los hechos del último fin de semana de
una manera manifiestamente sesgada y bastante poco sutil. Los
cacerolazos del lunes último, que tanto llamaron la atención
de todos los argentinos, hayan participado de ellos o no,
fueron relegados y minimizados, mientras que sí eran bien
difundidas por cables de agencia y por pantalla las
manifestaciones kirchneristas de apoyo al Gobierno en la Plaza
de Mayo.
Lamentablemente, no es la primera vez que estos medios de
comunicación públicos se transforman en voceros del
oficialismo de turno. Por supuesto, la falta de discriminación
entre Estado, gobierno y partido no es patrimonio de los
Kirchner y sus adláteres, pero sí es cierto que puede
advertirse claramente un marcado abuso en la utilización de la
agencia oficial y el canal estatal, además de un desmesurado
uso de la cadena nacional.
El indebido empleo de los fondos públicos, sin embargo, no
termina ahí. Con motivo del acto del miércoles último en la
Plaza de Mayo, que tuvo a la jefa del Estado como oradora,
hubo una intensiva campaña radial y televisiva, y después del
discurso presidencial todavía hubo un último spot, una versión
acortada del que ya había circulado antes, esta vez sin los
rostros de los cuatro miembros de la comisión de enlace de los
ruralistas, a quienes se definía como "los cuatro señores que
quieren ganar o ganar". Esta clase de campañas, casi propias
del Far West, cuando se difundía la foto de un malechor
buscado por el sheriff del condado, solo conduce a alentar los
tan criticables "escraches".
Aunque la comisión del Congreso que debe auditar estos gastos
del Gobierno casi no se reúne (según señaló la ONG Poder
Ciudadano), en 2007, el Poder Ejecutivo Nacional invirtió
322.392.600 pesos en publicidad oficial, un 55 por ciento más
que durante 2006, de acuerdo con la información recibida por
la Asociación por los Derechos Civiles, en su trabajo de
monitoreo de la pauta publicitaria.
Según la central de medios Initiative, más de la mitad del
dinero gastado en propaganda política se destina a la pauta
por televisión, que es, por supuesto, el espacio más caro. De
allí que algunos especialistas en comercializar espacios
publicitarios hayan hecho un cálculo de que la última campaña
publicitaria hecha para "llenar" la Plaza de Mayo costó no
menos de un millón de pesos por día.
En esta columna editorial hemos advertido muchas veces sobre
esta "confusión" entre Estado y partido, de la cual la
tradición política argentina ha padecido largamente en los
últimos años. Por ejemplo, cuando se utilizó el avión Tango
01, el helicóptero presidencial y hasta personal de la
Presidencia de la Nación en la logística de mitines
partidarios para apuntalar las sucesivas campañas
proselitistas de Cristina Fernández de Kirchner y de otras
figuras del oficialismo, algo que ahora volvió a repetirse con
la campaña de spots televisivos y radiales.
Conviene, entonces, señalar una vez más que el presidente de
la Nación es la máxima autoridad de todos los argentinos, no
de un partido o de un grupo mayoritario. La transparencia y el
respeto por la ley y las instituciones deben imponerse por
sobre la discrecionalidad de los funcionarios de turno, porque
en estas virtudes reside realmente el bien común y no en
declamaciones altisonantes hechas en el lugar público más
conocido de la Argentina.
Editorial del 21.06.2008 Diario La Nación
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