22 de Julio de 2008
El país / Edición Impresa
![](novedades319_archivos/image002.jpg)
Verás, Alicia, este país no estuvo hecho
porque sí
“El mal banal es
superficial: se propaga en la superficie, como un hongo. No
se necesitan seres excepcionalmente apasionados,
destructivos o de gran voluntad para que un genocidio pueda
ser llevado a cabo, sino buenos padres de familia, probos
funcionarios, gente de orden.”Hannah
Arendt, Eichmann en Jerusalén,un estudio sobre la banalidad
del mal, 1999
Me tuve que bancar el discurso de Videla. Me
quedé de brazos cruzados puteando para adentro y advirtiendo
que entre la gente había muchos canas adiestrados para
aplaudir y que la gente se contagiara. Es posible que así
fuera. Pero también era cierto que entre aquellos 75.000
argentinos que escucharon a Videla, la oposición era casi
nula. Aquel jueves puede ser señalado como uno de los
momentos de mayor apoyo colectivo que vivió la dictadura.”Claudio
Morresi, a la revista El Periodista,1985
“Dentro de muy poco, caballeros, volveremos a
encontrarnos.
Tal es el destino de todos los hombres. ¡Viva
Alemania! ¡Viva la Argentina! ¡Viva Austria! ¡Nunca las
olvidaré!”
Últimas palabras del criminal de guerra nazi
Adolf Eichmann
Y volvió a suceder. Esta semana, los argentinos recordamos a
la dictadura como si nadie hubiera estado aquí. Cuarenta
millones de argentinos honrados y pluralistas que resultaron
dominados por un grupo de militares que aterrizó en un OVNI.
Locutores graves, periódicos adustos que nos hablan del
“horror”, música incidental, mucho violoncelo y algún
oportuno tambor debajo, silencios y “el horror”.
Todos acaban de llegar al país. La imagen engolada de los
que estuvieron siempre y están ahora destila cinismo y
produce una cansada angustia en el espectador. Ya ni
siquiera dicen que vivieron “engañados”, ahora hablan como
si acabaran de enterarse y corrieran, valientes, a
informarlo al público.
VEINTICINCO MILLONES DE ARGENTÍ-Í-NOS.
A treinta años del Mundial varios periodistas deportivos
decidieron mirarse y mirar al espejo: el resultado es útil
y, en algunos tramos, desgarrador. El viernes se presentó
Hechos pelota de Fernando Ferreira, ediciones Al Arco, y
días antes Fuimos campeones de Ricardo Gotta, una respuesta
a su hijo Sebastián que alguna vez le preguntó por el 6 a 0
a Perú. Ya estaban en las librerías El terror y la gloria,
de Abel Gilbert y Miguel Vittagliano, y La vergüenza de
todos: el dedo en la llaga del Mundial 78, de Pablo Llonto.
–¿Acaso somos masoquistas? –se preguntó Ezequiel
Fernández Moores en una columna del diario La Nación–.
¿Acaso somos responsables de la dictadura, de sus crímenes y
de festejar su Mundial manipulado y de gastos sin control a
gusto y piacere del almirante Carlos Lacoste?
Moores relata que en 2003 los campeones del 78 rechazaron
compartir su recuerdo en el Monumental con los organismos de
derechos humanos. “Muchos jugadores, especialmente el DT
César Menotti, se negaron creyendo que tal vez eso hubiera
implicado admitir culpa, o vergüenza, por haber jugado y
ganado el Mundial (…) Como si ellos hubieran sido los únicos
protagonistas de un Mundial que fue festejado por casi
todos.”
“Yo fui uno de los que sabía que lo estaba pasando”
–escribe, con lucidez, Osvaldo Pepe, secretario de redacción
de Clarín, con un familiar desaparecido y otro torturado,
redactor, entonces, de la revista Goles.
Pero como casi siempre sucede, los que se autocritican son
los menos responsables: chicos que entonces comenzaban en la
profesión, cronistas que en el mejor de los casos se
callaban la boca en defensa propia. El cinismo de los
medios es atroz: Clarín y La Nación, por ejemplo, publican
estas columnas pero no dicen una sola palabra sobre su
propio rol.
“Hemos retornado a la necesidad de fundar. Pocas frases
pueden sintetizar el sentido de una voluntad política
colectiva con menos palabras que las que empleó el brigadier
Agosti. En efecto, todo el Proceso de Reorganización
Nacional responde a la voluntad de las Fuerzas Armadas de
actuar históricamente con un sentido fundacional” –publicó
La Nación, en la columna editorial, en plena dictadura.
“La palabra presidencial, sin buscar aplausos anticipados,
ha fijado un rumbo apto para la solución de los problemas
nacionales. Y como el mismo Presidente lo expresa, el
acierto de las decisiones del gobierno será en definitva el
que suscitará la adhesión de la mayoría de los argentinos”
–editorializó Clarín en junio de 1976.
“A pesar del boicot organizado por terroristas en
distintas capitales de Europa. A pesar de las consignas
subversivas que circularon clandestinamente con
instrucciones de alterar el orden. A pesar de las presiones
de ciertos periodistas extranjeros que empezaron criticando
y ahora elogian. A pesar de todo y contra todos los
argentinos hicimos el Mundial”, editorial de la revista
Gente, 1 de junio de 1978.
“Legítimo orgullo nacional. La
Argentina mostró al mundo rostro noble, alma limpia y
corazón abierto. Una respuesta al desafío de los profetas
del odio”, tituló el vespertino La Razón.
Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el proceso, de
Eduardo Blaustein y Martín Zubieta editado por Colihue, es
uno de los trabajos más útiles y documentados si se trata de
indagar en las memorias del subsuelo. “Este Mundial reveló
que el pueblo argentino está ansiando hacer algo positivo,
después de infinitas frustraciones –le dijo a Clarín Ernesto
Sabato–. Reveló un profundo sentimiento nacional (…) ojalá
sirva para crear las bases de una nación en serio, para
permitirnos levantar un país donde haya teléfonos que
funcionen, hospitales que sirvan, maestros honrosamente
pagados.”
El autor de Sobre héroes y tumbas encarnaría, sin pensarlo,
una metáfora de la clase media argentina: ya había apoyado
el golpe de Onganía y luego el de Videla, más tarde le
tocaría descender al Infierno escuchando frente a frente los
testimonios del Nunca Más.
En el documental Mundial 78, verdad o mentira, transmitido a
mediados de la semana por el canal Encuentro, desfilaron
frente a la cámara Sergio Renán, director y algunos de los
protagonistas de La fiesta de todos, la película del
Mundial: Diego Bonadeo, Félix Luna, Enrique Macaya. En el ya
citado Hechos pelota, Juan José Panno recuerda: “Hasta 1976
trabajé en Clarín, del que me echaron bajo la acusación de
guerrillero industrial.
Además echaron a los 16 integrantes de la Comisión Interna,
a 50 activistas y, en el transcurso de ese mismo año, a
otros 400 gráficos y periodistas. Estuve dos años en Europa
y volví en 1978, sin intención de quedarme y finalmente
entré en El Gráfico cubriendo la selección hasta el Mundial
82. Recuerdo las discusiones políticas con el Flaco Menotti,
que decía que Galtieri era un tipo diferente, en el que se
podía confiar (…) Pienso que quizá me dejé usar, que mi
culpa es la de omisión”. En declaraciones de 1999 a la
revista Mística Ricardo Petracca, dirigente de Vélez, afirma
algo similar:
–¿Cómo califica el Mundial 78?
–Como una farsa. Un circo armado para tapar cosas terribles.
–Y ustedes, los dirigentes, ¿qué fueron
entonces…
cómplices?
–No, cómplices no. Fuimos idiotas útiles.
Llonto
recuerda, en el libro de Ferreira: “Clarín organizó un
partido de homenaje a los campeones del mundo cuando se
cumplió un año del Mundial, contra el Resto del Mundo.
Estaban en el estadio Videla y la señora de Noble con un
tapado blanco. Clarín de aquellos años se manejaba con la
AFA y con la Junta. Pedía algo y se lo daban sin problemas”.
El 4 de junio de 1978 escribía, en Clarín, Joaquín
Morales Solá: “Los argentinos tuvieron oportunidad de ver al
presidente Videla, en su primera experiencia multitudinaria.
Improvisó un breve discurso que siguió la línea conciliadora
y pacifista habitual en el primer mandatario”.
¿Es lo mismo un columnista que un
cronista? Es igual un editor que un redactor? ¿Un conductor
que un locutor de turno?
–Hay momentos en la vida en los que un hombre tiene que
decir que no –dice Giancarlo Giannini en Pasqualino siete
bellezas, el bello film de Lina Wertmüller, mientras escapa
de las tropas nazis.
¿Se podía decir que no? ¿A qué costo? Yo era, entonces, un
chico de diecisiete que había comenzado a trabajar a los 14
y me fui de Radio Nacional en 1977, después de que alguien
me prohibiera difundir un tema musical. Podía hacerlo, no
tenía una familia a cargo, ni deudas, y no volví a los
medios hasta el 82. La pregunta sobre los límites
individuales es íntima y su respuesta, indeleble: quien la
formule vivirá toda su vida con ella. Los psicópatas, claro,
están capacitados para evitarla ya que la culpa no se cuenta
entre sus debilidades.
ESA MUJER.
Hannah Arendt
(teórica política y filósofa alemana, 1906-1975, autora,
entre otros, de Orígenes del totalitarismo, La banalidad del
mal, Lecciones sobre la filosofía política de Kant) relata,
en el ya citado Eichmann en Jerusalén, los pormenores del
juicio del criminal de guerra en 1961.
–No perseguí a los judíos con avidez ni con placer. Fue
el gobierno quien lo hizo. La persecución, por otra parte,
sólo podía decidirla un gobierno, pero en ningún caso yo.
Acuso a los gobernantes de haber abusado de mi obediencia.
En aquella época era exigida la obediencia, tal como lo
fue más tarde de los subalternos -declaró el máximo
responsable de las deportaciones a los campos de
concentración.
Eichmann no sintió nunca cargos de conciencia y siempre
ocupó el cargo de subalterno (teniente coronel de la
subsección B-4).
Se pregunta Arendt: “¿Es éste un caso antológico de mala
fe, de mentiroso autoengaño combinado con estupidez
flagrante? ¿O es simplemente el caso del criminal
eternamente impenitente? Dostoievsky en una ocasión cuenta
que en Siberia, entre docenas de asesinos, violadores y
ladrones, nunca conoció a un hombre que admitiera haber
obrado mal”.
“Eichmann no era estúpido –escribe Arendt– únicamente la
pura y simple irreflexión fue lo que lo predispuso a
convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Tal
alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar
más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, la
naturaleza humana.” Esa incapacidad para distinguir el bien
del mal explicaba que pudiera haber cometido acciones
monstruosas y, a la vez, fuera incapaz de mentir o dañar a
un superior para progresar en su carrera.
La tesis de Arendt concluye que la banalidad del mal permite
rescatar la posición de la libertad humana: “Cada uno podía
decidir por sí mismo ser bueno o ser malvado en Auschwitz”.
Para decirlo de otro modo: aun estos delitos extraordinarios
podían ser juzgados por las instituciones del hombre. Como
sostiene José Lazaga, en Hannah Arendt o el valor de pensar,
“así se restablecía la continuidad histórica con el pasado,
condición para que los hombres volvieran a tener futuro”.
EN CHILE SE CONSIGUE.
El pasado 21 de junio el Colegio de Periodistas chilenos
pidió perdón a los familiares y víctimas de la dictadura
“por aquellos medios y colegiados que mintieron para servir
al régimen opresor, disfrazando asesinatos con falsos
enfrentamientos con fuerzas de seguridad”.
El presidente del Colegio, Luis Conejeros, lo hizo en la
persona de Roberto D’Orival e Isabel Gallardo, el primero
representando a los familiares de los 119 desaparecidos en
la Operación Colombo (hecha por la DINA dentro de la
Operación Cóndor con los diarios El Mercurio, La Tercera y
La Segunda) y la segunda en nombre de las familias de seis
asesinados por la DINA en 1975, disfrazados como falsos
enfrentamientos entre la Argentina y Chile.
El Tribunal de Ética Metropolitano del Colegio inició
investigaciones sobre ambos casos hace algunos años y emitió
sus fallos en 2006 y 2007 sancionando a ocho periodistas y
exculpando a tres (dos de ellos por fallecimiento). Las
condenas dieron lugar a un debate interno donde algunos
miembros sostenían que los nombres de los periodistas no
debían ser publicados. Finalmente, el sábado antepasado se
hicieron públicos.
Jorge Lanata, Director de Critica de los
Argentinos
INVESTIGACIÓN:
J L /
LUCIANA GEUNA/ JESICA BOSSI.
|