20 de Agosto de 2008
Estamos en el hall del Palacio San Martín,
preludiando la llegada de los presidentes de Argentina y
Brasil, y entre canapés y alguna copa de Felipe Ruttini, me
encuentro con Martín Sabatella, cara a cara, y me descerraja
una primera frase que me golpea y me llama a la reflexión: "Mirá,
negro, yo creo que el progresismo blanco, permitido por el
sistema, no sirve para un carajo…".
Me enrosco para adentro, transformándome en
una especie de kung-fu de la política, y repitiéndome y
repitiendo la frase, que todavía me retumbaba en los oídos,
me digo a mí mismo… "pensar que fue el Frepaso y con
posterioridad
la Alianza
la máxima expresión de ese progresismo
permitido por el sistema".
Recuerdo que, en general, esos tipos eran
honestos, sin grandes convicciones, la mayoría de ellos con
educación universitaria.
Su estética, un tanto "escuálida", en general
son flacos, blancos, siempre de corbata, y de fuerte
pertenencia cultural de corte pequeñoburguesa.
Modestos administradores, enemigos de
cualquier uso semántico que altere la sacrosanta moderación,
muy lejos de los pobres, con buenos vínculos con los
organismos de Derechos Humanos, lectores del Gabo,
absolutamente eclécticos en economía.
Más que propensos a "flotar" en política, lo
que constituye en realidad su verdadera actitud de fondo,
frente a la extendida derrota cultural de las capas medias.
Repiten hasta el cansancio que no hay que
asustar ni confrontar la derrota citada "en autos",
equilibristas expertos, se presentan siempre como
alternativistas de centro-izquierda en fastuosas "ligas de
caretones", propensas siempre a los cierres por "arriba", lo
que explicita un fenomenal desprecio por la participación
organizada de la comunidad.
Se niegan permanentemente a representar lo
sectorial porque ellos, desde su lógica mediática*,
pretenden abarcar amplios universos a representar. Empezaron
luchando contra las privatizaciones de los noventa y se
fueron pidiendo el regreso de Cavallo.
Yo, que empecé los piquetes urbanos siendo
concejal de esas fuerzas, con toda autoridad digo que la
sociedad debe defenderse de igual modo de progresistas y de
neoliberales.
Siendo un pibe, que recién asomaba las
narices en política, cierto día en Laferrére tuve la osadía
de preguntarle a un viejo caudillo peronista ya fallecido,
don Federico Pedro Russo, ¿qué es la renovación peronista? Y
este viejo vizcacha, que pasó de ser el cafetero del
municipio a ser electo dos veces intendente, me miró a los
ojos, se sirvió medio vaso de vino, lo levantó y me dijo
"vea, pibe, esto es peronismo". Acercó el
vaso a un chorro de soda, lo levantó, lo puso
ante mis ojos y me dijo, "vea, pibe, esto es la renovación
peronista".
Me llenó de orgullo
y esperanza escuchar a Cristina denunciar con mucha
sencillez a aquellos que quieren un gobierno
light,
o sea un gobierno que no haga ruido, que baje su
agenda transformadora, y que debilitado, quede a expensas de
los poderosos.
Necesitamos recrear un nacionalismo popular y
transformador (si digo "revolucionario" se van a asustar las
clases medias), basado en la memoria, la verdad y la
justicia, en la defensa irrestricta de los soberanos
intereses nacionales, en la integración latinoamericana que
nos lleve a tener Parlamento, fuerzas armadas, moneda, banco
y ductos únicos, como soñaron los padres fundadores.
Necesitamos proteger nuestros recursos energéticos y
naturales, ponerle fin a la extranjerización y concentración
de nuestros trescientos millones de hectáreas.
Debemos desmonopolizar y democratizar
nuestros medios de información.
Es menester romper con la autonomía de
nuestros bancos centrales como una imposición inaceptable de
los organismos financieros internacionales.
Debemos incluir en los beneficios de la
nacionalidad a millones de hermanos que todavía claman en la
indigencia y en la pobreza.
Estos programas que construyen la felicidad
de nuestro pueblo y en los que ya mucho ha rodado nuestro
gobierno nacional, hoy están llenos de acechanzas y
peligros.
Nuestra suerte política no puede quedar en
manos de consultores de comunicación o de progresistas que
creen que la política solo es una rémora estética.
Necesitamos hombres y mujeres llenos de
convicción, de amor a la patria, y de una férrea voluntad
revolucionaria, que estén alejados de cualquier cálculo
especulativo, tanto en lo personal como en lo comunitario,
que estén dispuestos a darlo todo a cambio de patria. Por
eso la disyuntiva de hierro que hoy nos convoca es
progresismo blanco permitido por el sistema o nacionalismo
popular revolucionario, aggiornado en los tiempos, pero
nutrido de la visión política y la perspectiva de Irigoyen,
de Perón, de Eva Perón, de Scalabrini Ortiz, de Jauretche,
de Juan José Hernández Arregui, de John William Cooke, y
tantos otros. También tenemos nuestra estética, que va desde
la hermosa pendeja militante de la universidad hasta las
gordas de nuestros comedores comunitarios, desde los jóvenes
de
la Cámpora
hasta la murga "Los
soñadores del Tambo". Todos, absolutamente alejados de la
estética "escuálida" y de los estúpidos
yuppies
de la city.
En la década de los noventa, los traidores
nos tildaban de nostálgicos, hoy intelectuales como Beatriz
Sarlo, nos dicen que es un error convocar a Jauretche para
intentar leer los tiempos que corren. Nos plantean
sociedades descerebradas, sin pasado, sin historia, sin
memoria, sin conciencia nacional.
Hablando de traidores (y ojo que me refiero
al corredor de fórmula uno), en el día de ayer me tocó vivir
una paradoja fenomenal: mientras Néstor Kirchner recibía a
Reuteman en Olivos, para recomponer la relación, yo visitaba
el Palacio de los Tribunales convocado a una indagatoria
judicial, a explicar los resabios de nuestra defensa
irrestricta del gobierno de Cristina Fernández.
Según muchos progresistas, los movimientos
sociales les afeamos sus listas.
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