Los disparos del....
 general Kirchner

 

25 de Agosto de 2008

El ex presidente está enojado con los periodistas. El desafío personal con Moreno. Los murmullos por Bonafini. Los trapos rojos de Capusotto. Y la gestión de Massa por Messi.

Julio es mi coronel y Néstor mi general– dice Guillermo Moreno cada vez que comparte una mesa con representantes del empresariado.

Cristina Kirchner ratificó al secretario de Comercio en su primera conferencia de prensa. Pero esta semana el coronel De Vido y el general Kirchner creyeron necesaria una foto porque, se sabe, una imagen vale más que mil palabras.

“Sí, le sacaron una foto para que quede claro el mensaje”, le dijo el jefe de Gabinete, Sergio Massa, a los suyos, por si hiciera falta.

El mensaje no es sólo para el poder económico que ya no tolera las formas –y más que seguro el fondo– de las órdenes del polémico funcionario, sino para el periodismo.

Kirchner tiene apuntado los nombres de trabajadores y dueños de medios que desatan su inquina. Los murmura hacia adentro en sus caminatas por Olivos y los dispara, con gritos estentóreos, delante de sus más acérrimos colaboradores.

El tema lo obsesiona tanto o más que el superávit fiscal. A tal punto que suele mostrar sus dotes de imitador para que, en una suerte de adivínalo con mímica, su círculo áulico acierte el nombre del periodista televisivo encarnizado.

Ya se dijo: su decisión es no ofrendar la cabeza de Moreno a los periodistas. Y probablemente el error sea creer que el problema es con los periodistas y no con la inflación y el descrédito del INDEC.

El ex presidente se divierte con sus juegos adolescentes de la misma forma que, proclive al fatalismo, lo atormentan los artículos críticos. Nunca compartió el poder con semejante estado deliberativo. Ni en Santa Cruz ni en la Nación. Está haciendo un aprendizaje forzoso. Le cuesta admitir una derrota, como la de las retenciones móviles, que lastimó la gestión de Cristina pero lejos estuvo de poner en riesgo la gobernabilidad.

–Néstor nunca te va a dar la razón. Pero anota –dice, porfiado, un hombre del corazón del proyecto oficial. A la memoria se remite: aquella fatídica constituyente de Misiones, que terminó aceptando a regañadientes pero que redundó en una charla franca y abierta con el gestor de su derrota, el cura Joaquín Piña.

–¿Y Moreno? –pregunta Crítica de la Argentina sobre el ícono de la inflexibilidad K.

–Hay que esperar que pase el terremoto. La primera reacción después de una sacudida como la que nos propinó Cobos es atornillarse. Defender lo de uno. No va a entregar a Moreno a los grupos ni a la prensa. Cuando más se lo pidan, más lo va a defender –insisten con un argumento que por viejo no le quita la posibilidad de ser cierto.

TRAPOS ROJOS. El enojo de Kirchner con los medios –amén de la tregua alcanzada con Clarín– no es sólo de trastienda. Como botón de muestra está la dura pulseada con el grupo PRISA que salió a superficie esta semana. De todos modos, institucionalmente hay muestras, grageas, de cambios: si no se trataron de simples espasmos, la conferencia de prensa de Cristina y la apertura en la distribución de la pauta publicitaria a medios críticos son algunas de ellas. Massa buscará profundizar esa línea participando en la cena anual que organiza la Asociación de Entidades Periodísticas (ADEPA).

¿Cuánto hay allí de real voluntad oficial de cambio y cuánto de efecto Cobos?

El estado deliberativo que tomó el país tras el voto “no positivo” del vicepresidente ya congeló proyectos sospechosamente ampulosos, como la construcción del tren bala, y terminó con el encolumnamiento ciego de los legisladores oficialistas. Éstos no dejaron pasar el proyecto de reestatización de Aerolíneas Argentinas con la costura del cuestionado secretario de Transporte, Ricardo Jaime. ¿El Congreso se animará a aprobar una extensión de los superpoderes con el remanido argumento de la emergencia?

Hoy todos se atreven a confrontar con el kirchnerismo. Hasta en el PJ, partido verticalista si los hay, asoman voces críticas y se compiten lealtades. Un día Eduardo Duhalde teje un armado con los díscolos y al otro Kirchner se lo desteje convocando a esos peronistas a cobijarse bajo el calor del poder. Jorge Busti, Juan Carlos Schiaretti y Carlos Reutemann pueden dar cuenta de ello.

Ni Canal 7 zafó. Un par de semanas atrás la emisora recibió una inesperada queja de la embajada rusa. La Casa Rosada intentó entender las razones. Los diplomáticos estaba enojados por un sketch de Peter Capusotto. Su personaje Cecilio –un representante de Tradición, Familia y Propiedad que imita a Sandro y que con la música de Dame fuego canta “Rojo, rojo, sucio trapo rojo”– quemó una bandera de la Unión Soviética. En el Gobierno dijeron, no sin un dejo de humor, estar para el cachetazo.

POLÍTICAMENTE INCORRECTO. Las quejas no sólo afloran por fuera de la Casa Rosada. Intramuros crece el internismo y hasta hubo un murmullo por el manejo que Hebe de Bonafini hace de los fondos para planes de viviendas. La titular de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo es un emblema de la resistencia contra la dictadura militar. La mayoría de la clase dirigente no estuvo a su altura en aquellos años de plomo. Probablemente por eso hoy se pase por alto algunas de sus “desprolijidades administrativas”, como evaluó con diplomacia un ministro kirchnerista. ¿Acaso Felisa Miceli –sí, la ex ministra de “la bolsa”– no fue encomendada a encarrilar esa situación?

Siempre resulta políticamente incorrecto hacer este tipo de observaciones de una militante de los derechos humanos, y más aún de un Gobierno que como ninguno se ocupó del tema desde el regreso de la democracia. El hecho puede sorprender tanto como la decisión de la propia Bonafini de ofrecerle a Alberto Fernández un espacio en la radio de la Universidad de las Madres.

Nadie sabe si el saliente jefe de Gabinete aceptará el convite. Pero el gesto se suma a otros que le acercan desde el entorno kirchnerista. Fernández sigue con una agenda abultada y su departamento oficia de despacho. Es verdad que el desfile por Puerto Madero es incesante pero equipararlo a Gaspar Campos, como lo hizo en privado, resulta una enormidad, por utilizar un vocablo al que solía recurrir cuando estaba en funciones.

En estos días compartió una comida con Roberto Lavagna, quien viene realizando pronósticos agoreros. Como jefe de Gabinete lo había tanteado tras la salida de Martín Lousteau. Fernández quedará exento de las conjeturas destituyentes porque Kirchner sabe de sus movimientos. La tensión entre ambos no se disipó del todo, pero al menos se hablan, algo que el ex jefe de ministros no logró con Cristina, aún dolida por su portazo. “Lealtad no es obediencia”, justifica en privado, cansado de años de supuesta abnegación.

Massa, su sucesor, parece menos conflictuado con el rol que le toca desempeñar. Se muestra ejecutivo, obediente y su afán de protagonismo está a la vista.

Massita –así lo llama Kirchner– , o más bien la hiperkinesis del jefe de Gabinete, fue materia de análisis en el restaurante El Repecho, de San Telmo, donde los viernes suelen reunirse a comer los ministros Carlos Tomada, Nilda Garré y Jorge Taiana, además de Daniel Filmus y Mercedes Marcó del Pont. Nadie supo confirmar si allí se habló del llamado que el joven jefe de Gabinete le hizo a Julio Grondona. ¿El propósito? Que el titular de la AFA hiciera lobby ante el Barcelona para asegurar la presencia de Messi en los Juegos Olímpicos de Pekín. Hoy, con la medalla de oro colgada, ese secreto es el peor guardado de la Rosada.
Columna del periodista 
Diego Schurman  para el Diario Critica de la argentina