26 de
Enero de 2009
Mensajes
para el poder
Más que una
cadena de hechos extraños en un secuestro extorsivo, los
sucesos misteriosos que rodean el caso de Leonardo Bergara
parecen mensajes dirigidos, en primer término, a la interna
de la policía bonaerense, que, pese a las reiteradas
"purgas", no deja de mantenerse activa. Pero también parecen
apuntar al ministro de Seguridad, Carlos Stornelli, y al
gobernador Daniel Scioli. Si bien el mandatario bonaerense,
como todos, respiró aliviado por la aparición con vida del
cautivo, tuvo que esperar casi treinta horas interminables
después de que se pagó el rescate.
Una
víctima de un secuestro que aparece en la casa de un policía
en actividad; tres uniformados presos acusados de integrar
la banda de captores, y un rescate que se paga en Pinamar,
cerca de donde Stornelli pasa sus vacaciones. Mucho para ser
fruto de una ingenua casualidad.
La
planificación de la banda para coordinar el pago del rescate
parece trabajo de policías experimentados en secuestros:
investigándolos o cometiéndolos. La zona donde se dejó el
dinero, médanos alejados en Pinamar, accesibles desde la
ruta por senderos para conocedores, habla de alguien que se
mueve en el territorio a la perfección y es capaz de
asegurarse la salida, sin riesgos.
Basta
recordar el crimen de José Luis Cabezas -hoy hace 12 años-
que apareció asesinado en una casi desconocida cava de
General Lavalle, cerca de Pinamar, para comprobar que
policías de la costa, que conocían la zona, habían dispuesto
que el cuerpo fuera quemado allí, muy cerca de donde el
entonces gobernador Eduardo Duhalde pasaba sus vacaciones.
Ahora, los
mensajes se repiten en el caso Bergara. Un jefe policial, el
capitán Juan Cardozo, recibió una llamada en su celular
desde un teléfono usado por los captores. Fue liberado, pero
su segundo, el oficial Víctor Vega, que usaba la línea,
quedó preso. La misma suerte que Cardozo, seguramente
correrá el policía dueño de la casa de El Pato donde
apareció el cautivo. ¿Por qué dejar a Bergara allí
abandonado? Sólo para complicarlo.
Sí, hay
policías envueltos en la trama: los tres prófugos. Se
sospecha de un sargento exonerado. Su automóvil se cree que
fue usado en el secuestro. Más rarezas: ningún secuestrador
usa su auto para el delito ni habla por su teléfono para
negociar el rescate.
Los
mensajes dirigidos a la interna policial y al centro de
poder provincial llegaron a destino, como una venganza, pero
revelan que parte de la bonaerense no mejoró nada.
La
relación entre el poder político y la policía cambió en el
último año, desde que Scioli se hizo cargo del gobierno. Del
piramidal control político sobre la gestión policial que
ejerció León Arslanian, se pasó a un modelo de autogestión
policial con responsables civiles y un jefe uniformado.
Este
modelo puede asegurar un equilibrio de gestión policial,
pero favorece la corrupción en la cadena de mando de la
fuerza.
La purga
policial permanente de Arslanian tuvo su fin con Scioli. El
reaseguro que del ex ministro era la ley de emergencia
policial, que permitía un fluido drenaje de elementos
sospechosos. Igual que cuando los médicos operan y dejan una
vía para que eliminar el foco infeccioso.
La
política de Scioli, de tener a la bonaerense de amiga, lo
terminó por defraudar. Porque si bien Stornelli destacó que
fueron policías los que encarcelaron a los suyos como
responsables del secuestro, también son un grupo de
uniformados los que están presos o prófugos por el secuestro
de Leonardo Bergara.
Hernán Cappiello,
para el diario La Nación.
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28 de
Enero de 2009
NOTAS
RELACIONADAS
"El modelo"
Señor
Director:
"En
nuestro país y particularmente en el Gran Buenos Aires,
matar, violar, secuestrar y robar son actividades protegidas
por el diseño político de distribución de la miseria que el
gobierno denomina eufemísticamente «el modelo».
"Detrás de
cada crimen hay jueces y fiscales garantistas,
organizaciones de los derechos humanos y operadores
políticos que preservan el negocio del que viven y de paso
cuidan la base electoral de sus líderes.
Ninguno de ellos
perderá sus sueldos, subsidios o prebendas sólo porque sus
patrocinados, mayores o menores de edad, crean conveniente
matar a sus víctimas. Los muertos no votan.
"Los
malvivientes delinquen porque no le temen al sistema de
prevención y éste no es temible porque sus responsables,
principalmente los buenos jueces y policías, son perseguidos
por los poderosos socios de aquéllos.
"Mientras
los asesinos y los ladrones no teman morir enfrentando a los
custodios del orden y éstos no formen parte de una decisión
estratégica del poder destinada a privilegiar a los que no
matan ni roban ni violan ni secuestran, «el modelo» seguirá
llevándose la vida, los bienes y la honra de los
argentinos."
Carta de
lectores del 26-01-2009
Carlos I. Guaia
DNI 11.956.782
SENTADOS EN LA
MESA DEL PODER
La hipótesis más
intrincada y probablemente más real del secuestro de
Leonardo Bergara no aparece en la causa judicial: que se
trate de una operación política de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires contra Daniel Scioli. ¿Los
uniformados buscan tener nuevamente un jefe de tropa propia?
¿Quieren desplazar a Stornelli?
El secuestro de Bergara adquiere otra lógica bajo ese
prisma. Alguna lógica, al menos.
–La policía le está diciendo a Scioli: “Acá hacemos lo que
queremos. Fijate: secuestramos a un tipo, nos pagan el
rescate en Pinamar y te lo devolvemos en la puerta de la
casa” –dijo a este diario un ex integrante de la fuerza que
pidió reserva de su nombre. Otras dos fuentes aseguran que
un mensaje de contenido similar fue escuchado por Bergara
antes de que le taparan los ojos y los oídos con algodón y
cinta adhesiva: “A vos no te vamos a hacer nada. Esto es
para descabezar a alguien de la jerarquía”.
Bergara, claro, negará una y mil veces esta frase: sabe que
su vida corre más peligro ahora, en libertad, que encerrado
como moneda de cambio.
–Acá hay un negocio de tres mil palos –le dijo a Crítica
de la Argentina un juez federal que sigue atentamente
el caso desde sus vacaciones–. No sé si es eso, pero vale la
pena preguntárselo: si el embrollo era con el hermano, como
salieron a decir, ¿por qué no secuestrar al hermano, o a la
mujer, o a sus hijos?
–Lo de Pinamar fue una tocada de orto –analiza una fuente
del gabinete nacional. Ir a cobrar el rescate ahí es sacar
diploma de impune.
La impunidad es una constancia del secuestro: Bergara fue
cambiado ocho veces de lugar de cautiverio y siempre se
enteró –por dichos de los secuestradores– de que estaba
dentro de la misma jurisdicción.
Ayer, mientras los K difundían en off la versión
del autosecuestro, basándose en las peculiares
intervenciones telefónicas que captó la SIDE, la provincia
advertía que la culpa de todo era del hermano.
–¿Por qué dejaron tantas huellas distintivas? –se preguntan
los investigadores juidiciales–. ¿Por qué aceptaron joyas
como parte del rescate cuando éstas son fáciles de rastrear?
Secuestro o no, hermanos o hijos únicos, de civil o
uniformados, la Bonaerense quiere volver a sentarse a la
mesa. ¿Alguien le pondrá los cubiertos?
Jorge Lanata,
para Crítica de la Argentina.
NOTA RELACIONADA
El
extraño mensaje de un delito
Es más que llamativo que el secuestro
de un hombre, con un buen desenlace de acuerdo a los tan
inseguros parámetros argentinos -salió con vida, aunque se
debió pagar el rescate-, produzca lecturas políticas casi en
exclusividad.
Es cierto que la banda que perpetró el delito parece
enteramente formada por policías de la Provincia de Buenos
Aires. Se podría pensar en el clásico "mano de obra
desocupada". Pero no: lo que todos tratan de adivinar es qué
mensaje le quiso mandar la Bonaerense al poder político.
Esto no se produce por casualidad o por un afán desmedido
por la interpretación. Como bien explicó Rolando Barbano en
la edición de ayer, Scioli no bien llegó al poder clavó los
frenos sobre la reforma más profunda que se efectuó en la
más numerosa y poderosa fuerza armada del país -más de
52.000 efectivos-, llevada a cabo por León Arslanian y que
descalabró, en parte, un aparato de poder siempre opaco y no
pocas veces letal.
La última puntada a ese proyecto era la creación de la
Bonaerense II, una nueva Policía que reemplazara aquella y
se manejara con la transparencia debida. Eso quedó abortado
no bien Scioli y Stornelli arribaron a sus puestos.
Por estos días el gobernador asegura que "tampoco podemos
generalizar porque algunos integrantes de la fuerza habrían
tenido alguna vinculación con el caso". Y también, que
"hemos realizado muchos cambios en la Policía, pero son
paulatinos y están vinculados con la dinámica de la
gestión". Es decir, lo que dice Hamlet cuando le preguntan
qué está leyendo: "Palabras".
Y otra de las tantas palabras del gobernador es "extraño",
como calificó al secuestro de Bergara. Si la interpretación
del mensaje político es correcta -y todo parece apuntar
hacia allí- no resulta extraño este golpe mediático sobre el
poder político de parte del aparato de la Bonaerense.
En un año electoral la gravitación de esa fuerza en el
entramado de la provincia de mayor peso del país -con
intendencias millonarias en votos aunque con vastas mayorías
de pobres- resulta más que clave, sobre todo teniendo en
cuenta la función de la Bonaerense como regulador y
disciplinador social dentro del conurbano.
Lo que resulta más que llamativo pasados los 25 años de
democracia plena en la Argentina es que se avizore en el
panorama tan pocos políticos con intenciones de llevar a
cabo políticas. Y que actúen casi calcados, idénticos, en
general, por reacción espasmódica ante los acontecimientos o
ante sus veneradas encuestas.
El secuestro de Bergara lo que desnuda es, justamente, la
ausencia de una política del Estado acerca de la Bonaerense.
A través de esa omisión pareciera que el aparato cuela su
fuerza.
En un país y en una provincia en que la inseguridad es una
moneda -a diferencia de las otras- que circula sin
inconvenientes esta carencia supone un lujo tan doloroso
como inaudito. Reproducción
textual de la columna de la fecha del periodista Marcelo
A. Moreno,
diario Clarín.