16 de Julio de 2009
Novedoso
sistema ofrece la compra de casas en countries con viñedos
"llave en mano"
La propuesta de
countries con viñedos gana presencia en el interés de
inversores locales y extranjeros. Características de la
nueva moda y precios.
Una casa casi al pie de la
Cordillera de los Andes. La ventana abierta de par en par, y
la vista que se pierde dentro de un abanico de viñedos
arqueados por la uva. El sol enclavado en pleno cielo y el
viento que baja de la montaña. Sin paredones que lo apresen.
A un costado de la casa, la cava. Donde descansan las
botellas que mañana albergarán el primer vino etiquetado con
un nombre. Que bien puede ser el suyo.
La escena comienza a hacerse común
en diversos sectores de Mendoza. De 2004 a esta parte, las
cumbres más altas de la provincia han sido testigo de la
puesta en marcha de proyectos inmobiliarios que conjugan
viviendas de alta gama con terrenos y parcelas aptas para la
actividad vitivinícola.
Encabezados por
Santa María de los
Andes y Private Venyard Estate,
las iniciativas más
avanzadas hasta el momento, la propuesta de countries con
viñedos poco a poco gana presencia en el interés de
inversores tanto argentinos como estadounidenses y
brasileños.
Quienes se inclinan por adquirir una
parcela en estos espacios reciben, además de asistencia
legal, asesoramiento para la concreción de la bodega e,
incluso, de la vivienda que se desee construir.
Ingenieros agrónomos, enólogos y
arquitectos son parte de la dotación que asiste al inversor
para que éste lleve adelante su propuesta vitivinícola. Con
precios que alcanzan los u$s80.000 la hectárea, estos
desarrollos aparecen como una alternativa para quienes,
además de mejorar la calidad de vida, apuntan a incursionar
en nuevos negocios.
¿Cómo es este último punto? “Quien
se instala puede producir uvas en cuatro años. Y al quinto
ya ofrecerá vino. Con sólo vender uvas, que alcanzan los
10.000 kilos por hectárea, el inversor saca lo suficiente
para cubrir los gastos de viñedos y expensas establecido
para el proyecto”, explicó a iProfesional.com
Alejandra Gil
Posleman, ejecutiva del área de Marketing de Santa María de
los Andes.
Y añadió: “O sea, obtiene más de los
u$s5.000 que son necesarios desembolsar por año en esos
conceptos”. Según la ejecutiva, los vinos que posibilitan el
suelo de esa área, ubicada en Alto Agrelo, a sólo 35 minutos
de la ciudad de Mendoza, “son de alta gama por naturaleza, y
garantizan precios finales hasta cuatro veces por encima de
lo que costó producir cada botella”.
Impulsado por la firma
Fiducia
Capital Group,
el proyecto Santa María de los Andes
comprende 800 hectáreas surcadas por varias fuentes de agua
y, en virtud de su orientación a la actividad vitivinícola,
provistas con sistemas de riego por goteo o aspersión.
La propuesta Private Vineyard
Estate, en tanto, parte de 372 hectáreas distribuidas en
parcelas de viñedos de entre 1 y 2 hectáreas. Emplazada en
medio del valle de Uco, la iniciativa cuenta con el apoyo de
Santiago Achával, uno de los enólogos más reconocidos,
quien
asiste a los nuevos propietarios en la elaboración del
vino.
En la actualidad, el desarrollo ya
cuenta con 120 hectáreas ocupadas con diez varietales, las
cuales pertenecen a más de 55 propietarios.
De acuerdo a un artículo de
Ángeles
Benedetti,
“la administración de las fincas es llevada a
cabo por equipos especializados que aportan en cada etapa
del proceso un análisis completo del suelo y el agua, e
incluyen recomendaciones con respecto a los distintos
varietales, el desarrollo de la uva y el rendimiento
estimado”.
Combinación atractiva
“Estos proyectos están surgiendo de
diversas maneras, aunque todos guardan particularidades que
los hacen distintos. La idea básica fue tomar algunas
hectáreas para promover una vivienda premium rodeada de
viñedos. Y ha ido dando sus resultados; sobre todo para los
inversores extranjeros”, comentó a
iProfesional.com
Germán
Gómez Picasso, director de Reporte Inmobiliario.
Una clave para el interés que
despierta este tipo de emprendimientos, expresó el
especialista, “pasa por la posibilidad de solventar los
gastos con la propia producción de vino”. “Tenés tu propia
etiqueta y hasta te quedás con botellas para subvencionar
otros desembolsos”, dijo.
Más allá de estas posibilidades,
para Gómez Picasso el principal atributo que distingue a los
emprendimientos mendocinos “está relacionado con el disfrute
y la posibilidad de tener una experiencia mayor a la de
vivir en cualquier country”.
“Está por encima de la rentabilidad.
Y tiene mucha relación con el entretenimiento. Al estar en
Mendoza, y tratarse de un producto inmobiliario atípico, es
lógico que se apunte a los extranjeros. Sin dudas la opción
es hasta 100% más barata de lo que significaría comprar un
terreno para poner viñedos en Estados Unidos o Francia”,
ejemplificó.
Preventa
Consultados por los efectos del crac
económico global, desde Santa María de los Andes aseguraron
a este medio que “si bien el movimiento concreto bajó, no se
detuvo el interés de inversores externos por invertir en
Mendoza”.
“Tuvimos mucha preventa desde que
esto se inició hace cuatro años. Ya construimos desde
oficinas hasta el ClubHouse. También está a punto de
cerrarse la llegada de un hotel 5 estrellas al complejo.
Argentina sigue siendo una alternativa muy válida en un
contexto de incertidumbre”, sostuvo
Gil Posleman.
Respecto de
los inversores que ya concretaron su desembarco en Santa
María de los Andes, la ejecutiva comentó que “en su mayoría
son argentinos, aunque también hay varias hectáreas en manos
de estadounidenses, canadienses y brasileños”.
“Se trata de
tierras productivas, y que representan una inversión segura.
Si bien los valores son más atractivos para los extranjeros,
a lo que se apuesta en estos momentos es a profundizar
también la demanda en el mercado interno”.
DyN.
-----------------------------------
NOTA
RELACIONADA:
Marcelo Miras, mago de
vinos patagónicos
Nació en
San Rafael, donde sus abuelos tenían viñedos y donde
descubrió su vocación. Vive en el Valle desde hace 19 años;
durante los primeros 12 fue el enólogo de la bodega Canale.
Hace 7 que lo es de
la Bodega del Fin del Mundo
y con su
familia elabora su propio vino, “Ocio”. Su vínculo con el
vino es un vínculo pasional. Invitarlo a hablar de lo que
más le gusta es un viaje gozoso que puede durar horas. Es
uno de los magos de los vinos patagónicos, uno de los
enólogos más cotizados, cuyo talento fue hacer y seguir
haciendo de los mejores vinos de estos terroirs …
Llegó a la región
hace casi 19 años contratado por la bodega Humberto Canale y
desde entonces hizo camino al andar.
Marcelo Miras nació hace 45 años en
Mendoza, creció entre viñedos y los primeros pasos en el
arte de hacer vinos los dio en las fincas familiares, en San
Rafael: “Me vinculo con el vino a través de mis abuelos
maternos y paternos. Ellos eran viñateros minifundistas que
vendían las uvas a bodegas locales. Mi abuelo materno,
Manuel Pérez, vendía a una cooperativa. En ese tiempo los
viñedos estaban asociados con otros cultivares. Es muy común
en Mendoza que el que producía viña también producía olivos
o fruta. Mi abuela paterna, Rosario, tenía sus higueras.
Hacía higos en pasa y una pasta de higos con nueces
insuperable”.
Marcelo retomó el amor por las vides
de sus abuelos, porque su padre se desligó de la tierra para
trabajar en un banco provincial. Por su cargo gerencial su
familia recorrió toda Mendoza. “Pasaba los veranos y fines
de semana con mis abuelos, tíos y primos en San Rafael
-recuerda-. De chico hice labores en el viñedo. Aprendí a
podar, a tironear, a juntar los sarmientos, a cosechar.
Cuando éramos chicos la recompensa por colaborar era dar una
vuelta en una rastra tirada por un caballo. Una de las cosas
más lindas era la época de cosecha. Ya más grande me pagaban
como a cualquier operario, con una ficha en el tacho de uva,
así que volvía de las vacaciones con algo de plata para
darme un gusto.
“Hoy vivir en el campo es vivir en
un country; cuando yo era chico vivir en el campo era hacer
cosas de campo. Mi tía María sacaba una grasa, creo que de
cerdo, para pasarnos por las manos todas curtidas por las
tareas. Se cocinaba en una estufa hogar, algo hecho a las
brasas; mis tías preparaban en unas bateas de madera el pan.
Envolvían el amasijo toda la noche para desayunar con el pan
recién hecho. En mi casa de Roca tengo un horno de barro…
son las reminiscencias que me quedaron de mi infancia”.
El tiempo pasó y Marcelo terminó su
secundaria con título de técnico agrónomo enólogo. Luego
ingresó en la Universidad Juan Agustín Maza de Mendoza,
donde se recibió de licenciado en Enología e Industrias
Frutihortícolas. “Cuando le dije a mi viejo que quería
estudiar Enología me preguntó si estaba seguro, si no tenía
en el menú otro plato (risas); mis hermanos son contadores
pero yo no tenía dudas, siempre supe que mi destino estaba
entre viñedos”.
Cursaba sus estudios superiores
cuando comenzó a trabajar en su oficio. Tenía 21 años cuando
entró en una bodega (Vitícola Vidaña) donde estuvo 6 años.
Trabajaba de 7 a 14 y viajaba hasta Rodeo del Medio, donde
estaba la facultad, para cursar hasta las 11 de la noche.
“Los enólogos empezamos haciendo análisis y vamos escalando
posiciones y tomando experiencia -cuenta-. La facultad te da
herramientas y la bodega, la práctica. Rápidamente quedé
como segundo enólogo y luego pasé a primero, de modo que me
recibí y ya tenía una buena base”.
Por ese tiempo conoció a dos
personas que provocaron un cambio total en su vida: don Raúl
de la Mota, enólogo de enólogos, y Guillermo Barzi,
presidente de la bodega Humberto Canale. “Cuando sos joven y
empezás siempre tenés algún mayor que te guía; mi guía era
don Raúl. Por ese tiempo tenía un compañero de facultad que
vendía elementos para bodegas y me dice: ‘Che, don Raúl te
quiere ver’. Me voy a la bodega Weinert, donde trabajaba, y
me contó que estaba buscando un enólogo para una bodega en
Río Negro. Cuando dijo ‘Río Negro’ se hizo un silencio; no
era una decisión que se tomaba así nomás.
“Entonces me comunicó que estaba por
viajar a Mendoza el ingeniero
Barzi y que me quería conocer.
Lo de Guillermo fue una cosa muy curiosa. Sucede que me
llama a la bodega para ponerse en contacto conmigo y no me
encuentra, me deja un mensaje y ese mensaje nunca lo recibo.
Por esas cosas del destino, se me ocurre llamar un miércoles
a don Raúl, un poco para preguntarle si Barzi había
encontrado a otra persona. ¡Menos mal que lo llamé! El
ingeniero Barzi me estaba esperando en el hotel en ese
momento. Yo tenía un Fiat 600 y salí corriendo a verlo.
Hablamos y acepté su ofrecimiento. Luego fuimos los dos a
ver don Raúl y él, que nunca me tuteaba, me preguntó: ‘¿A
usted le molestaría tener un enólogo asesor?’ ¡Imaginate, yo
tenía 25 años! Por supuesto que dije que no. El enólogo
asesor iba a ser él. ¡Yo sentí que tocaba el cielo con las
manos! Trabajar con De la Mota era en sí mismo un premio. Yo
le tengo un gran cariño a don Raúl, él es mi maestro en
Enología y aún hoy lo sigo consultando”.
EN RÍO NEGRO
Ése fue el inicio de otra etapa en
la vida de Marcelo Miras. No conocía el Alto Valle de Río
Negro. Viajó el fin del verano de 1990. Tenía 26 años. Su
esposa, Sandra Ponce, también de San Rafael, había aceptado
los cambios, pero primero viajaría él y luego ella, con sus
hijos de 2 y 3 años. En ese entonces no sabía que Río Negro
sería su puerta de entrada a la Patagonia, los primeros
pasos a una experiencia tan nueva como fascinante.
Así recuerda Marcelo su llegada:
“Viajé en colectivo. Lo primero que me sorprendió al entrar
al Valle fue ver los frutales conducidos de la misma manera
que en Mendoza conducíamos los viñedos, en espalderas.
Llegué a Roca un domingo. Me estaba esperando Juan Martín
Vidiri (gerente de Producción de la bodega). Fuimos directo
a la bodega Humberto Canale. Recorrimos los viñedos hasta
que el sol se puso. Ya de noche vi una luz prendida en una
casa pegada a la bodega y me acerqué. Estaban Juan Garabito
(gerente de Ventas) y su hija Gaby; fueron las primeras
personas a las que conocí, gente fantástica”.
Marcelo llegó a fines de febrero de
1990, década clave para la bodega, que iniciaba su
modernización. “Cuando llegué estaban pintando el
laboratorio, así que estaba todo desarmado. Armé mi mesa de
trabajo rápidamente porque la cosecha estaba encima. Llegó
don Raúl y empezamos a degustar vinos. Hicimos un trabajo
enorme. Degustamos más de 300 vasijas. Nos llevó una semana
completa recorrer toda la bodega para saber qué vinos
teníamos”. Llegó la cosecha, una cosecha grande. Trabajaron
muy duro ese primer año. Cuando el trabajo estuvo encauzado,
la familia de Marcelo se mudó para iniciar una rápida
adaptación.
Otra cosa que hicieron ese primer
año -recuerda Marcelo- fue colocar Epoxi en las piletas y se
inició el cepillado de todas las cubas y toneles. “Don Raúl
trajo cepillos curvos para poder trabajar en el sentido de
la duela y para que el sacado de la viruta fuera siempre del
mismo espesor. La idea era cepillar y dejar madera nueva en
contacto”. También hicieron un mejoramiento en el trabajo en
el viñedo. “Uno siempre tiene el afán de mejorar, de
inventar, de cambiar el estilo. Así que asumimos ese desafío
con don Raúl cuando arrancamos. Hoy hablás con los enólogos
más nuevos y te das cuenta de que nosotros, los más maduros,
atravesamos dos etapas bien marcadas en la vitivinicultura
regional. Yo he tenido la dicha de ver la decadencia y el
resurgimiento y me considero parte de ese resurgimiento”.
El vínculo con la bodega Humberto
Canale fue definitivo en su vida. Allí descubrió la
potencialidad de los vinos de la Patagonia. “Guillermo Barzi
fue el gran visionario de esto -afirma-; él siempre puso la
mirada un poco más lejos. Desde la década del ‘60, cuando
encargó a los ingenieros Cassino y Llorente purificar sus
viñedos. Desde entonces Canale marcó la diferencia con
respecto a las otras bodegas. Y es, de hecho, la única
bodega que ha perdurado en el tiempo y con gran prestigio.
Es la más antigua de la Patagonia. El producto, fiel a sí
mismo, es su certificación de calidad”.
A partir de 1995 Miras y De la Mota
seleccionaron los paños de viñedos para la elaboración de
los vinos. “En términos sencillos, seleccionás los mejores
racimos para hacer los vinos superiores y los distintos
vinos. En ese proceso descubrimos cosas muy interesantes;
por ejemplo, algunos paños de Malbec. Canale, hasta
entonces, no comercializaba Malbec como varietal puro sino
que se usaba para cortes. Nosotros, me refiero a todas las
personas que trabajamos en un viñedo y en una bodega,
empezamos a comercializarlo como varietal puro. También
empezamos a vinificar Pinot Noir como varietal tinto. Con
don Raúl trabajamos muy duro para saber qué vinos se
lograban acá; descubrimos el potencial de algunas variedades
como el Pinot Noir. Y fijate que el Pinot Noir pasó a ser la
estrellita del lugar. Hoy debe haber en la Patagonia unas
150 hectáreas de Pinot Noir, y en crecimiento”.
Los 12 años que estuvo Miras en
Humberto Canale fueron de crecimiento profesional sostenido.
La bodega se modernizó y los premios internacionales y
nacionales comenzaron a llegar y a multiplicarse.
Durante este tiempo Miras no era el
único que experimentaba en la región, tendencia que se
acentuó con la salida de la convertibilidad y la llegada de
capitales nuevos para poner en marcha distintos
emprendimientos en el sector. “A Hans Vinding Diers (bodega
Noemía) lo conozco porque vino como enólogo asesor de la
compañía inglesa que empezaba a importar los vinos de Canale
a Inglaterra. Los ingleses, muy profesionales ellos, tienen
sus enólogos, inclusive los supermercados ingleses tienen
sus degustadores profesionales. El primer año fue a las
piñas -recuerda-; yo era el dueño de la cocina y que viniera
otro cocinero a meter la cuchara en tus cosas no te gusta
nada. Pero aprendés de eso también, el intercambio enriquece
a todos. Así fue que armamos con Hans los vinos para los
ingleses que se llamarán Canale Black River y, por otra
parte, la versión para el mercado interno, que será el Gran
Reserva Marcus. Tiene pequeñas diferencias de estilo,
adaptado a los distintos paladares: uno para el mercado
inglés y otro para el argentino. Otra joyita fue el Cabernet
Franc que hicimos en el 2001; fue excelente, fue el primer
Cabernet Franc de la Patagonia.
“Hay premios obtenidos en Canale que
me llenan de orgullo, que me regocijan el alma; pero el
mejor premio que tengo es cuando la gente toma un vino del
cual uno es partícipe o creador, lo bebe y te dice que le
gustó”.
VIENTOS DE CAMBIO
El 2000 llegó con cambios para la
familia de Marcelo, que para entonces tenía tres nuevos
miembros: los hijos del matrimonio son Andrés, Pablo, María
Celeste, Luciano y Ana Cecilia. Ya en su madurez
profesional, Miras pone en marcha un emprendimiento familiar
haciendo sus propios vinos que se comercializan con la marca
“Ocio”. Pero, sin dudas, es un tiempo de cambios
trascendentes, sobre todo porque el desarrollo de un polo
vitícola en la provincia del Neuquén lo tendrá como actor.
En las
tierras que había sumado
Roberto Gasparri, otro visionario de la fruticultura,
al valle (en San Patricio del Chañar, Neuquén) se avecinaba
una profunda transformación. Frutales y viñedos se
multiplicaron y con fuerte impulso del Estado la estepa
mutó. En 1999 se plantaron los primeros viñedos, con
resultados excelentes. En este contexto
Julio Viola
inició un proyecto inmobiliario que terminó en la Bodega del
Fin del Mundo, cuyo enólogo y gerente técnico sería Marcelo
Miras.
“Yo tengo la suerte de arrancar en
Neuquén con un proyecto de cero, el sueño del enólogo.
Bodega del Fin del Mundo hace 6 años atrás no existía.
Cuando Julio Viola me ofreció llevar adelante una bodega, me
impuso un desafío profesional enorme. Me desvinculé de
Canale con pena, por todo el cariño que le tengo a la
empresa. Pero el cambio implicaba una nueva etapa, ascender
otro escalón. Primero vine a un proyecto de 400 hectáreas de
viñedos. Pensar en plantar viñedos en 400 hectáreas para mí
fue una experiencia nueva. A los dos años la cosa cambió y
nos fuimos a 800 hectáreas. Fue entonces que se decidió
levantar una bodega. Viola se inició en la vitivinicultura
con este proyecto; de hecho, empezó pensando en hacer
viñedos y vender parcelas llave en mano. Pero en el 2001
Julio me dijo ‘Vos vas a hacer el vino, así que tenés que
pensar qué bodega es la que querés’. Se arrancaron dos paños
de vid y se empezó la bodega”.
A partir de entonces todo fue
vértigo. Plantaciones, viajes, pruebas y nuevos premios.
“Hablaba con Roberto de la
Mota, el hijo de don Raúl,
quien me decía ‘Che, Marcelo, éste es el sueño del pibe’, y
sí, ha sido un sueño. Claro que no pensás en eso todo el
tiempo, cobrás conciencia en circunstancias como ésta,
cuando te entrevistan, ¡sos parte de la historia y no te das
cuenta!”.
Un sueño
veloz, por cierto. Hoy, Bodega del Fin del Mundo está entre
las mejores 30 de Argentina, con una gran producción,
aceptación del producto en el mercado interno y de
exportación y más de 160 medallas en distintos concursos.
Los vinos ya dan que hablar con ese tiempo, lo cual habla de
su potencial futuro.
Pero, si bien
el factor geográfico y la edad de los viñedos son cruciales,
hay un ingrediente que pone Miras que hace la diferencia:
“Para hacer vino tenés que sentir pasión, porque eso se
embotella”. Y sus vinos son como él: pura pasión.
Susana Yappert, diario Río Negro.
|
|