15
de Octubre de 2008
Johnathan Swift escribió
Los viajes de Gulliver en la primera mitad del siglo XVIII.
Concebida originalmente como una sátira feroz
hacia las costumbres y comportamiento de las cortes de su
época, Los viajes… fueron mucho más allá de la
descripción hiperbólica sobre la vanidad y la hipocresía
reinantes entre los hombres de estado y los partidos
políticos de su tiempo. En verdad, su obra traduce una
visión desgarrada y escéptica de la condición humana. A
propósito de la relectura de Swift ,publicada por el
escritor José María Ridao días atrás en el diario español El
País, no resulta difícil asociar el universo fabulado por el
gran irlandés a la realidad que ofrece nuestro mediatizado
país, donde los hechos cotidianos que digerimos por tevé
opacan la ficción de aquellas aventuras surrealistas de
Gulliver. Precisamente, según escribe Swift, Gulliver
“siente una repulsa generalizada y bastante indignación al
comprobar de qué modo descarado se abusa de la credulidad
humana”, en referencia a la literatura de viajes, muy en
boga en el siglo XVIII.
Los viajes dentro y fuera de nuestro país son ya un sello
imborrable de la gestión de Cristina Fernández de Kirchner.
Hace poco, en el corazón del Imperio, desgranaba
recomendaciones con dedo admonitor sobre el plan B que
debían encontrar rapidito los hombres del Norte. Ahí están
las bolsas del mundo en caída vertiginosa, a pesar de las
advertencias. Después que nadie diga que nuestra Presidenta,
no avisó.
Mientras cae a nuestro alrededor el mercado global, en
nuestro país del “No me acuerdo”, parafraseando a María
Elena Walsh, no se alzan-en oposición a lo que cae- valores
que rocen alguna cuestión que escape a la rutina
“tinellizada” de la tele, donde, entre otras actuaciones,
pudimos ver a CFK representando su rol de alegre
¿presentadora? en su viaje de cabotaje a la plataforma off
shore de Río Grande. Allí junto a la repetición de las
palabra “ bueno, nada”, al hispánico modo y del adjetivo “im-pre-sio-nante”,
recalcado con énfasis para ponderar el “día divino” que le
había tocado, nos fue posible admirar el show de una
estética “pum para arriba”-algo kitsch- que no cesa. Rodeada
de operarios, ingenieros y del empresario dueño de YPF, la
Presidenta lució un gorro forrado en lana cashmere, calzado
sobre el pelo recogido a la manera de una cloche, gracioso
sombrero de moda en los locos años 20. Con manifiesta
euforia dejó luego estampada su firma en las camperas
naranja de los acompañantes, previa entrega de una
virgencita de Luján, bendecida “por un cura del pueblo”. Y
se retiró dando algunos saltos acompañados de mohines (sabía
que el gorro le quedaba bien, bella entre tanto varón
impresionado), tal como llegó, diciéndole a Mario (Das Neves)¿
“viste que no hace tanto frío”?
En rigor de verdad, si Gulliver visitara el país de CFK,
vería- más allá de los imponentes tacos aguja donde se
alza Cristina para recibir al apuesto príncipe belga o a la
apacible Michelle Bachelet -y de todo lo que sabemos realza
la cara y la figura de nuestra Gobernanta- la misma
cultura del disparate pintada por Swift y habitada por unos
cuantos iconos de su sátira fantástica. Por caso, las lolas
siliconadas de Sabrina Sabrok (con siete kilos de peso,
“bailando por un sueño”) son el registro real de aquella
enorme teta por la que resbalaba Gulliver en el país de los
gigantes, Brobdingnag. Vería también, las lolas
agrandadas de María Luján” like a virgin” Telpuk, luego de
lucirlas en Playboy, viajando a Miami para declarar como
ciudadana argentina y contradecir dichos de Antonini Wilson
porque: “quiere que Argentina esté limpia”… Para
completar el universo que imaginó Swift, observaría cómo en
el reino de la tevé está de moda hacer remakes - al estilo
de Roberto Galán- con los hermanos Grosso, hombres
pequeñitos parecidos a los que Gulliver encontró en Liliput.
Y Gulliver se hallaría como en su casa de ficción.
Pero los argentinos sabemos que estamos en nuestra casa,
bien lejos de la literatura. Qué pena.
Malele Penchansky.
Periodista y escritora. Diario Perfil.
| 09.08.2008 | 23:37