26 de Mayo de 2008
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ho páginas con ocho artículos, más un anexo que identifica 56
"ejes de acción": ese es el esqueleto de lo que hasta ahora
hay sobre el Acuerdo Económico Social del Bicentenario,
subtitulado Bases para el Desarrollo Económico con Inclusión
Social y Equilibrio Territorial. Pero salvo contadísimas
excepciones, por lo demás ninguna muy precisa, es todo tan
genérico que cualquiera podría ponerle su firma.
Dice el documento en el arranque: "El Gobierno Nacional
representado por la Señora Presidenta de la Nación, doctora
Cristina Fernández, conjuntamente con las entidades
representativas del ámbito laboral y empresarial, tales como
(...) convienen en suscribir...".
Para empezar, en el "tales como" no aparece ninguna entidad
del campo. Están la CGT, la Unión Industrial, los banqueros
nacionales de ADEBA, las cámaras de la Construcción y de
Comercio y la Bolsa.
La ostensible omisión de las entidades agropecuarias en ese
primer párrafo, da lugar a sospechar que alguien en el
Gobierno pudo haber pensado que era factible firmar un
acuerdo, este 25 de Mayo, sin ellas y con lo que había. O en
incorporarlas más adelante.
Es posible que en el acto de Salta la Presidenta haga alguna
referencia al pacto en gestación o que, incluso, anuncie
medidas de otro orden: algo que suene a que se ha recuperado
la iniciativa. Pero el contraste con el acto rural en Rosario
puede ser grande. Así como ya son grandes los costos que
provoca el interminable conflicto con el campo, los que
también paga el Gobierno y los que sienten sus propias fuerzas
políticas del interior, en las ciudades y en los pueblos.
En el mismo primer párrafo se advierten otras ausencias no
menos notables: entre ellas, los partidos políticos, el
Parlamento, las organizaciones sociales y la banca extranjera
de ABA. De hecho, no aparece el Estado como tal, sino el
Gobierno Nacional.
¿Quién podría oponerse a la vigencia del Estado de Derecho, al
crecimiento económico sostenido "con equidad distributiva", a
la erradicación del analfabetismo y del trabajo infantil, al
pleno empleo y a "garantizar una educación de calidad para
todos y todas"? ¿Quién cuestionaría que se construyan
viviendas para reducir el déficit habitacional, que haya
"nueva infraestructura hospitalaria y educativa", se "reduzca
la brecha entre provincias prósperas y rezagadas" o incremente
"la capacidad del país en ciencia, tecnología e innovación"?
Tanto como la necesidad de contar con "instituciones públicas
y privadas robustas y eficientes", todas esas son consignas
del documento central y del anexo. Expresiones encomiables,
pero sin plazos ni definiciones de políticas concretas.
También asoman otras aspiraciones: reducir "a la mitad" la
tasa de desempleo y la pobreza, elevar al 50% la
"participación de los asalariados en el PBI" y achicar otro
tanto la informalidad laboral (el trabajo en negro). La única
referencia a los tiempos es que los objetivos fueron pensados
"con un horizonte en 2016".
Tal como ayer adelantó Clarín, con mayor premura se trabaja en
un acuerdo salarial entre la CGT y las centrales empresarias.
Y sin otro contenido que los títulos, en los papeles figuran
proyectos también anticipados por este diario: un régimen para
repatriar capitales, un blanqueo en realidad; la sanción de
una Ley de Riesgos de Trabajo; la Ley de Radiodifusión que
empuja el Gobierno y desgravaciones impositivas para
reinversión de utilidades de las pequeñas y medianas empresas.
Se dice que "las partes" -Gobierno, CGT y empresarios- se
proponen avanzar con estas medidas para hacer "tangibles" los
acuerdos. Tal vez se trata de proyectos efectivamente
cercanos, pero, por oposición, la palabra "tangibles"
revelaría que el resto del glosario es intangible.
Aun así, el blanqueo es una medida bien controvertida;
simplemente, porque, menos plata del narcotráfico y del
terrorismo, puede amparar fondos de muy diverso origen y
porque, además, beneficiaría a quienes eludieron el Fisco y
descalificaría a los cumplidores. Y la Ley de Radiodifusión es
una iniciativa tan polémica, que los propios empresarios
preferirían apartarse de una pelea que el Gobierno mantiene
con otros.
Probablemente no era posible incluir mayores precisiones, dada
la premura oficial por sacar algo. Tal vez más adelante el
"Consejo para el Diálogo Económico y Social" que se piensa
crear vaya poniéndole letra a los títulos y titulitos.
En el entretanto, quizás el Gobierno se anticipe con algunas
decisiones que atiendan los problemas más apremiantes. Y con
medidas concretas empiece a remontar los serios déficits de
gestión que se manifiestan en la Administración Pública,
pendiente estos últimos meses del conflicto con el campo y de
los juegos de poder alrededor de lo mismo.
Pero si todo lo que hay es lo que se lee en los documentos,
cuesta entender por qué tanto apuro en firmar el Acuerdo del
Bicentenario. Se sabe: no todos los fastos políticos tienen,
siempre, el mismo valor.
Reproducción textual de la columna en
el Diario Clarín de Alcadio Oña.
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