POCA REFLEXIÓN MUCHA PATOTA
 

26 de Mayo de 2008
                    


Más allá de lo que ocurra en los actos de Rosario y Salta, el Gobierno se equivoca si cree que la Argentina del 2008 es similar a la de los últimos siete años. En este lapso pasamos de ser una sociedad que temía volver a caer en el precipicio económico y político –y por eso aceptó un liderazgo duro, autoritario e hipercentralizado–, a ser un país que quiere discutir plural, democrática y respetuosamente, entre iguales, entre ciudadanos y gobernantes, cómo queremos que sea la Argentina de los próximos años. No digo de los próximos doscientos –porque resultaría un tanto pretencioso, especialmente si se lo hace a las apuradas–, pero sí de los próximos veinte.

Un acuerdo nacional de este tipo, si ha de ser duradero y no la estrategia fugaz de “relanzamiento y apoyo a Cristina” que propone el Gobierno, debería ser el fruto de un diálogo profundo, donde se invite a debatir y acordar a los principales referentes de la política –tanto del oficialismo como de la oposición–; de la economía –incluidos los dirigentes rurales y los empresarios que no piensan como el Gobierno ni hacen negocios con los Kirchner–; y destacados miembros de la sociedad civil, generalmente reacios a adornar bandos políticos. ¿No se reestablecería la confianza y la esperanza si la Presidenta se animara a hacer una convocatoria de este tipo?

No son tiempos de lucha, son tiempos de cooperación. La confrontación constante, las avivadas, el buscar culpables y no soluciones, la apropiación indebida de los recursos públicos y privados por parte de los gobernantes y sus amigos (sean éstos empresarios, políticos o sindicalistas) y el oportunismo desmedido ha llevado a nuestro país a ser un enigma no sólo para nosotros mismos sino para el resto del mundo.

Tener una actitud más contemporizadora y responsable le ha permitido a Chile, en las últimas décadas, reducir la pobreza estructural del 40% de la población a menos del 14%. Analistas locales e internacionales aseguran que en veinte años el país vecino, mucho menos agraciado en recursos naturales que nosotros, podría convertirse en el primer país desarrollado de América Latina. Es verdad, Chile sigue teniendo índices de desigualdad entre ricos y pobres similares a los de la región, incluidos los nuestros, pero se estima que por su superación constante también logrará mejoras en esta materia.

Nosotros, en cambio, hemos transitado el camino inverso. A falta de un INDEC confiable, hoy discutimos en los medios si la pobreza en la Argentina es del 20 o 30% de la población, pero lo cierto es que la mayoría de las estadísticas locales e internacionales –salvo las de Moreno– señalan que la pobreza estructural de la Argentina ronda el 30%, similar a muchos países del continente, algo impensable hace veinticinco años cuando recuperamos la democracia. El macabro asesinato de la pequeña Milagros, a manos de dos vecinitos de 7 y 9 años, dice más que todas las cifras acerca de este proceso de desintegración social y cultural que padecen millones de argentinos, frente a un Estado incapaz de igualar oportunidades.

La Argentina produce cuatro veces más alimentos de lo que consume. El mundo necesita y está dispuesto a pagar con precios cada vez más altos lo que nosotros sabemos producir con calidad y eficiencia. ¿Es posible que convirtamos esta gran oportunidad en una pelea? ¿No podremos imitar a Brasil, que en lugar de castigar a sus productores rurales acaba de lanzar un programa gubernamental para aumentar las exportaciones agrícolas mediante créditos blandos? Con otra actitud, Brasil hoy produce más granos y petróleo que nosotros (no era así hace una década), y ha desplazado a España entre las economías más importantes del planeta.

Sacarles a unos para darles a otros puede sonar bonito en una tribuna política, pero no es la solución de fondo. La Argentina necesita producir más granos, leche y carne; más petróleo, gas y electricidad; más exportaciones industriales; más productos de base tecnológica. Por nuestro estilo patotero y poco confiable, las inversiones internacionales nos están eludiendo. Y esto lo dijo la CEPAL la semana pasada, en un informe donde señala que Latinoamérica y el Caribe recibieron el año pasado un “boom” de u$s100 mil millones en inversión directa no especulativa, pero que el 50% se destinó a Brasil, Uruguay y Chile, aumentando el flujo a esos países cuatro veces en los últimos diez años; mientras que la Argentina recibió apenas $5.700 millones, revelando una caída de nuestra participación en la inversión extranjera directa en la región del 22% al 8% en relación con la década pasada. A nuestros “aliados” predilectos, Venezuela, Ecuador y Bolivia les fue peor: allí la inversión internacional cayó a un tercio.

Con una inflación descontrolada, una deuda externa que ya alcanzó los mismos niveles de 2001, previos a la famosa quita, y una muy baja inversión productiva, la “macro” tampoco acompaña al gobierno de Cristina Kirchner en esta nueva etapa. No es con pulseadas políticas, maltratos o relanzamientos marquetineros como llegaremos al país federal y estable que todos anhelamos. Por eso es muy importante que haya un cambio de actitud verdadero en el matrimonio Kirchner y sus ministros a partir del 26 de mayo. Todos los argentinos lo estamos esperando. Maria Eugenia Estensoro, columna para Critica de los argentinos.