04 de Noviembre de 2008
Somos el país de las
indefiniciones, aun en tiempo de crisis. La llamada oposición
languidece ante el descaro de Kirchner y sus agentes en el
poder. La intimidación paga. El pacto de resignación nos
transforma en un país de inertes espectadores de la propia
ruina. "Vamos cantando al suplicio", como escribió Rimbaud.
Todos registramos en una especie de archivo universal de la
infamia el asesinato de Barrenechea, la excarcelación judicial
del asesino de 17 años, la apropiación de los fondos de las
AFJP, la proliferación de los narcos y de la droga infantil.
Niños drogados que matan padres de familia. Todo lo
registramos minuciosamente, día tras día, como los eunucos
chinos del Celeste Imperio.
Todo se acepta; todo se olvida a los tres días: el ingeniero
Barrenechea desangrándose ante sus hijos; el aportante
confiscado que creía en el futuro de una jubilación seria; el
derrumbe de la Bolsa. Todo se asimila; nada lleva al grito y a
la movilización de la inmensa mayoría, que actúa como víctima
vejada cotidianamente por una minoría victimaria que se ha
adueñado del poder y que tiene más ineptitud que
resentimiento.
La ciudadanía porteña no se convoca para acompañar a Mauricio
Macri, su elegido, para gritar ese vaciamiento de poder a que
es sometido el principal núcleo político-económico de la
Argentina. La ciudad de Buenos Aires tiene menos autonomía que
cualquier provincia de las más pobres. Hasta ahora, le faltó
policía para enfrentar el vandalismo armado.
Tampoco logra Elisa Carrió abandonar su admirable metafísica,
que la lleva más a la estética y a la recomendación ética que
a la praxis, tan urgente en tiempo de disolución nacional. Ni
Duhalde se decide a decir: "Yo manejé la otra crisis y me
siento capacitado para proponerme para estar al frente de la
gran convergencia republicana que necesitamos".
Y Hermes Binner, Felipe Solá, Juan Carlos Romero, Ramón
Puerta, Roberto Lavagna, los Rodríguez Saá, Margarita
Stolbizer, Julio Cobos, Ricardo López Murphy. Todos siguen
bailando con sus propias sombras: sombras prestigiosas, pero
solipsistas.
No saben empedrar esa vereda de enfrente que espera
angustiosamente la mayoría de los argentinos en esta hora de
miedo y perplejidad ante un gobierno que prefiere el lumpen al
pueblo trabajador y demuele la economía (la agraria y ahora la
industrial, con la confiscación de los fondos de las AFJP).
Es como la anarquía prerrevolucionaria de Rusia en 1905,
aprovechada por Lenin para su comunismo trágico. Pero aquí es
la anarquía sin revolución. Como quien dice, guiso de liebre,
pero sin liebre. (Kirchner se escribe con K de Kerenski?)
Esa llamada oposición se debe concentrar en programa y
liderazgo. Estamos en tsunami nacional y mundial. Deben
concentrarse en alguno o algunos de ellos, más allá de
hipócritas partidismos, y promover acciones y soluciones. O
tienen que dar paso y apoyar a quien tenga claridad, coraje y
pueda reunir la fuerza necesaria. Se requiere ahora concentrar
la voluntad nacional para enfrentar tanta anarquía e
indisciplina como existen. Desde la escuela hasta el
vandalismo de un país que carece del elemental orden público
constitucional.
Por eso, en este silencio de fangal resonó como un ladrillazo
en la noche la voz de ese vicepresidente (un "hombre sin
cualidades" como escribiría Musil) que tuvo el coraje de decir
su verdad a favor de la masiva realidad popular de la protesta
agraria.
Una voz en el desierto de resignación. Y, poco después, otra
verdad que resuena como pedrada contra cristal en el ominoso
silencio de un pueblo mayoritario que no sabe exigir lo que
siente. Esta vez, de parte del secretario general de la CGT,
Hugo Moyano: "Los asesinatos de José Ignacio Rucci y de tantos
otros también son delitos de lesa humanidad".
Esta frase de verdad y coraje saca del olvido a centenares de
inocentes sin sepultura jurídica. Centenares que quedaron
sumergidos por esa especie de zona penal liberada surgida de
la razón trotskista, ignominioso derecho de asesinato: de
protagonistas, de símbolos (como Rucci) o de inocentes
absolutos, como la hijita del capitán Humberto Viola, o las
empleadas y vigilantes que murieron en la atroz masacre en el
comedor de Seguridad Federal (2 de julio de 1976).
Muertos no registrados judicialmente. Como si les hubieran
robado las sepulturas. Son cientos de empresarios, vigilantes,
sindicalistas, niños que iban de la mano de sus padres. Un
ejército de muertos sin prestigio trotskista. Simple materia
para la acumulación de "muerte revolucionaria". Asesinatos
fungibles, impersonales.
La palabra firme de Hugo Moyano, que reclama por Rucci,
resuena en todos los espacios, como la de Cobos aquella
madrugada. Trepa por las escalinatas solemnes de Tribunales y
retumba en la caoba noble y funeraria de los jueces supremos,
camaristas, fiscales que con su silencio permitieron que la
"lógica de la muerte revolucionaria" se extendiera en la
Argentina.
Se trata de la "zona liberada" judicial (y hasta moral) de
nuestra justicia entre cobarde y tuerta, pero que jamás lleva
los ojos vendados, como debería...
La bomba de Seguridad Federal: 16 muertos, 65 heridos, 12
ciegos y mutilados de por vida.
¿Alguien osaría afirmar que esos asesinatos fueron justicia?
¿Quién reclama por esos ciegos y baldados olvidados,
silenciados desde ya tres décadas?
Es el Poder Judicial el que registró estas cifras del otro
lado de la barbarie: 22.000 hechos subversivos entre 1969 y
1979, 5215 atentados con explosivos, 1311 robos de armamentos,
1748 secuestros de personas, 1501 asesinatos de empresarios,
funcionarios, políticos, periodistas, militares, policías,
niños, ancianos, etc.
Rodolfo Galimberti, el más dostoyevskiano, perverso y lúcido
del bando trotskista dijo: "Hubo un día que matamos 19
vigilantes".
Vigilantes anónimos, que murieron por representación, más allá
de culpa o combate. Muertos sin sepultura, escribiría Sartre.
¿No hay fiscal que pregunte y se honre? ¿Nada tienen que
gritar los equilibrados jueces de la Corte ante la demolición
jurídica de la Argentina?
Y no se trata de ir en busca de la otra parte de nuestra "moribundia".
Se trata de restaurar el indispensable equilibrio y llegar al
Bicentenario con una respuesta de grandeza, de concordia, de
reunión de los vivos en una gran amnistía, dejando atrás la
querella de muertos que está ocupando nuestro espacio real.
Punto de partida previo e indispensable.
La Argentina va en carreta hacia la catástrofe. Es
inexplicable: la miramos desbarrancarse en todos los ámbitos
(institucional, moral, educativo, económico, internacional)
con esa pasividad, con esos ojos inertes de las vacas que
miran desde el alambrado pasar los camiones por la ruta.
Entre las democracias bobas y las perversas, el país se
disuelve. Misteriosamente sometidos, no sabemos salir del
secuestro de ineptitud y autoritarismo, pese a la voluntad de
vida y creatividad de un pueblo perplejo que ya no atina a
superar los escombros de sus instituciones demolidas y vivir
en verdadero diálogo democrático.
Mientras tanto, entre la inédita crisis mundial y el Gran
Asalto local, con tremendas consecuencias para la empresa y el
sector trabajador, nos aproximamos a una anarquía que podría
desbordarse en vandalismo (del espontáneo y del conducido).
Pasaríamos de la palabra "seguridad", que todavía empleamos
elegantemente, a "sedición", "saqueos" y la constitucional
"conmoción interior". (Ojalá no tengamos que pasar de nuestro
malvivir al verbo "sobrevivir".) Estamos confiados con
ingenuidad de pueblo venusino, maternal y fraternal, con sus
policías inhibidos por el Gobierno, que debería respetarlos, y
con un ejército diezmado en su presencia y poder, objeto
enconado de una venganza que ya no tiene nada que ver con
"castigo a represores", sino con demolición de nuestro sistema
y del Estado. Los asesinos y asaltantes drogados tienen armas
operativas. Los policías, en esta Argentina al revés, las
tienen sólo decorativas. Han creado tal corruptela que el
policía tiene más temor de defender que el delincuente de
actuar. La calle es usada por grupos ideologizados desde hace
años como campo de ejercicio de violencia urbana. Hasta andan
de capucha y garrote ante el Estado lelo.
La mayoría de los argentinos, esa silenciosa grey de
humillados y ofendidos por la indignidad cotidiana, necesita
una gran convocatoria, un fulgor del coraje con que se
construyó este gran país.
Todos, en todos los sectores, debemos movilizarnos y obligar
al Gobierno y a los políticos a dejar de danzar con sus
sombras y afrontar la realidad trágica de un país paralizado
por la incapacidad activa. Por Abel
Pose su
nota en el diario La Nación, El autor es escritor y
diplomático.
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