17 de Noviembre de 2008
Con las travestís también somos derechos y humanos
Ahí está,
blanca y radiante, con la opulenta cola envuelta en tules y
las infaltables lágrimas ornándole los ojos. Florencia de la V
se "casó" -en realidad, no hubo papeles de por medio- y una
revista de actualidad le dedicó la tapa y una veintena de
páginas al acontecimiento y la siguiente tapa con una
cobertura de similar tamaño a la luna de miel de la travestí y
su pareja en México.
Todo, en el marco de una exclusiva que tiene su sustento: se
trata quizá de la máxima estrella de la revista porteña, lo
cual habla con callada elocuencia de la sexualidad criolla.
El dossier del casamiento tuvo el despliegue de rigor, con la
correspondiente colección de famosos ataviados para resaltar,
el lanzamiento del ramo de la novia, el vals, la torta y hasta
el toque tan argentinamente familiero de las adolescentes
hijas del novio repartiendo sonrisas por doquier.
También la nota sobre la luna de miel cumple con los
requisitos del caso: fotos con todo el glamour que se puede
lograr con un partenaire algo rollizo y tatuado sin reparar en
superficie en la pileta, en la playa, de compras, en la suite
del hotel, con el infaltable anochecer atrás y besos, abrazos,
cariños prodigados a troche y moche.
Y en el artículo Florencia habla casi de todo: de la relación
de diez años con Pablo, de su obsesión por el trabajo, de su
búsqueda de felicidad, del romanticismo y, por cierto, de la
noche de bodas, de su hechizo y su magia.
Pero, entre tanto palabrerío, hay algo de lo que no se
habla. De que con su marido tienen algo más en común: el mismo
sexo. Porque ella declara, orgullosa, que le están haciendo la
primera nota como "la mujer del señor Goycochea." Pero no es
una mujer: es una travesti.
Esa es la palabra que muy llamativamente se obvia en la
cobertura. Lo que instala con la potencia de la verdad una
ficción o una ilusión en la cual demasiados, al parecer,
pugnan por creer: la condición femenina de Florencia de la V.
La historia, tan real, también parece inspirada en la
literatura: Flor es la versión sexualmente ambigüa de
Cenicienta. Es la travesti que, merced a su talento y
esfuerzo, llegó a convertirse en estrella, tanto que esa
circunstancia permite borrar hasta su propia marca de
identidad sexual.
Y esto sucede en el marco de una sociedad particularmente
despiadada con las travestis. Pocos grupos sociales son tan
sistemáticamente marginados, perseguidos y castigados como el
de los transexuales. Ni documentos ni derechos reales tienen
estos hombres que no lo son ni mujeres tampoco, siempre merced
al exquisito trato policial y a la discrecionalidad del
funcionario de turno.
Pero al mismo tiempo son usados con frenesí. Son miles
y miles los machos porteños que van a experimentar su homo o
bisexualidad desfilando por los jardines de Palermo, el gueto
en el que la hipócrita moral imperante ha confinado a las
travestis locales.
Por eso, el rutilante estrellato de Florencia de la V. se
parece tanto a una coartada social: resulta que somos tan
progres que podemos instaurar a una travesti como sex simbol.
La realidad es otra: esta es una sociedad que condena a
las travestis a la prostitución porque les niega cualquier
otro trabajo.
Y el éxito de Florencia de la V. no alcanza para legitimar
tanta crueldad y tanto desprecio.
Reproducción textual de la columna del periodista Marcelo
Moreno el diario clarín
del 16-11-08 |