17 de Noviembre de 2008
"Con Kirchner hay caricias, pero no se
confundan: no hay amor." Así se confesó Hugo Moyano en la
última reunión del Consejo Directivo de la CGT, convocada de
urgencia para diseñar una estrategia frente al fallo de la
Corte Suprema que, al sustraer a los sindicatos reconocidos
por el Estado el monopolio de la representación de los
trabajadores, dinamitó la arquitectura del movimiento obrero
peronista.
![](../../../../images/hugo_Moyano_1.jpg)
Durante ese conciliábulo, que se celebró el
jueves pasado, los atribulados sindicalistas se imaginaron
víctimas de una emboscada del Gobierno. A quien postula un
complot siempre le sobran indicios. Moyano encontró el
primero: "En un país donde todo pasa
por las manos de una sola persona, es imposible que una
decisión tan grave haya sido ignorada por esa persona". Seguía
hablando de Néstor Kirchner, claro.
Al argumento del líder de la CGT se sumaron
otros. ¿Alguien puede concebir que el procurador Esteban
Righi se haya expedido hace ocho meses sobre el tema sin que
llegara señal alguna a la Casa Rosada? ¿Los ministros de la
Corte tampoco avisaron? ¿O fue Kirchner quien les pidió
silencio? El ferroviario José Pedraza parecía el más
enardecido. Y el estatal Andrés Rodríguez dejó por una vez de
defender al oficialismo para sugerir algunos ataques: "No
pongamos el eje en la defensa corporativa. Hablemos de los
dramas sociales que están aumentando en todos lados".
Es difícil que los gremialistas acepten
excusas. Sin embargo, en Olivos hubo enojo con el ministro de
Justicia, Aníbal Fernández; con el de Trabajo, Carlos Tomada
(se enteró del fallo durante una reunión con Armando Cavalieri),
y con el senador Nicolás Fernández, a quien suponen garante de
la conducta de Lorenzetti por haber impulsado su nombramiento.
Kirchner les reprocha haber estado dormidos mientras la Corte
decidía. Si se conocen los mecanismos con los que el Gobierno
procesa información y toma decisiones, dan más ganas de
creerle al esposo de la Presidenta que a los desconfiados
gremialistas.
Para despejar las dudas, Moyano resolvió
someter su vínculo con Kirchner a un papel tornasol. Los
abogados de la CGT, comandados por Héctor Recalde, redactarán
un proyecto de decreto de necesidad y urgencia que entorne lo
más posible la puerta que abrió la Corte. En ese texto se
establecerán mínimos de representatividad para aspirar al
ejercicio de la función sindical. Ocurre que la multiplicación
de las organizaciones reconocidas será el comienzo de otras
cesiones de poder: los nuevos sindicatos podrán reclamar
lugares en el Consejo del Salario, en la Superintendencia de
Salud (donde la CGT cuenta con una comisión asesora) o en la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) y, sobre todo,
podrán exigir que se diversifiquen los convenios colectivos y
las obras sociales, que son el corazón y el pulmón del poder
gremial en el país.
"Si no tuvieron nada que ver con el fallo, que
firmen el decreto", razonó uno de los impulsores de la
iniciativa. Los Kirchner no están acostumbrados a ese tipo de
ultimátum.
Los empresarios acompañan la pretensión de
mantener el statu quo de la organización sindical. Temen que,
como consecuencia del fallo, las discusiones salariales
desaten una carrera entre distintas organizaciones para
demostrar cuál obtiene más beneficios. Sólo en algunas
compañías cayó bien la sentencia: son las que prefieren contar
con sindicatos por empresa, que se verían facilitados a partir
de ahora. Pero, en general, los hombres de negocios calculan
que con los criterios de la Corte las relaciones laborales
serán más conflictivas.
A Moyano y sus compañeros les interesan poco
estas consecuencias de mediano plazo. Lo que no los deja
dormir es la posibilidad de que la fulminante reforma laboral
que llevó adelante la Corte sea el preludio de otras
embestidas, ahora sí lideradas por Kirchner. En la CGT temen
que las obras sociales sean la próxima caja sobre la que se
abalance el santacruceño.
Uno de los directivos narró la pesadilla en la
reunión del jueves pasado: "Con sólo modificar un artículo de
la ley 23.661 el Gobierno puede establecer el seguro de salud
que pretendió en su momento Alfonsín, con lo que administraría
15.000 millones de pesos anuales, es decir, el mismo flujo de
las AFJP".
Esta fantasía se sostiene en algunos indicios.
A los gremialistas les resulta muy antipático que Graciela
Ocaña se haya acercado a las obras sociales. Sobre todo desde
que supieron que Cristina Kirchner, al entregar a la ministra
la cabeza de Héctor Capaccioli, le dio esta enigmatica
instrucción: "Ahora, Graciela, no tendrás más excusas: tenés
que ejecutar tu plan".
Ocaña es una figura agresiva para los
sindicalistas tradicionales. Además de acreditar una antigua
militancia en la CTA, en los últimos meses adoptó medidas muy
costosas para ellos. Anuló, por ejemplo, innumerables pagos de
subsidios porque las prestaciones no estaban bien
documentadas.
Las obras sociales dejaron de recibir esos
fondos, que se habían vuelto rutinarios. Ahora la ministra se
propone eliminar una de las condiciones que hacen
posible el fraude: el anacronismo de
padrones de afiliados que no se depuran desde hace años.
Se podrá aducir, en contra de estas amenazas,
que en reemplazo de Capaccioli fue designado Juan Rinaldi, un
abogado salido de las entrañas del gremio de los camioneros.
Pero en las últimas horas esa peculiaridad comenzó a ser
puesta en duda por los propios sindicalistas. Es cierto que el
jueves Moyano recibió a Rinaldi y lo hizo saludar por el resto
de la conducción de la CGT, que aplaudió como sólo lo hace
cuando está ante el dueño de una chequera. Pero al cabo de la
reunión comenzaron las aclaraciones. "Rinaldi es abogado de
Hugo, pero al Gobierno llegó de la mano de Aníbal Fernández
por un tema complicado que le resolvió a Omar Suárez, del SOMU",
informó un laboralista.
El secretario general de un gremio de servicios
sembró más cizaña: "A Rinaldi lo vamos a tener en observación.
No olvidemos que cuando fue a la Justicia a denunciar a
Capaccioli por los negocios de San Javier no tuvo en cuenta
que entre los clientes de la droguería estaba también el
sindicato de camioneros. Pregúntenle a la esposa de Moyano,
que maneja la obra social, qué opina de Rinaldi. El quiere ser
ministro de Trabajo y eso lo puede hacer olvidar algunos
compromisos".
Si estos fantasmas comienzan a invadir las
cabezas de los sindicalistas no es porque Capaccioli o Rinaldi
sean decisivos en la relación con el Gobierno. El cambio
dramático en la atmósfera que se respira en la CGT se produjo
por el fallo de la Corte. "Fue como la muerte de Rucci, pero
sin sangre",
dijo un viejo líder sindical siempre sensible a los resabios
camporistas que anidan en el kirchnerismo.
Moyano se allanó al fraude del Indec con la
inflación, defendió la expropiación de los ahorros
jubilatorios y disimuló hasta ahora la ola de suspensiones.
Sin embargo, desde el viernes su numen Héctor
Recalde comenzó a pedir que se reponga la doble indemnización
por la inminente ola de despidos.
Nadie sabe todavía qué consecuencias tendrán
las mudanzas del humor de los sindicatos para un gobierno que
se sostiene en la CGT como si fuera su columna vertebral.
Reproducción textual de la
columna del periodista Carlos Pagni para el diario La Nación
del
17-11-08
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