PEDIR EXPORTAR MIENTRAS SE LO PROHÍBE,
EL DISCURSO HABITUAL DE DECIR Y NO HACER

24 de Noviembre de 2008

Paradojas de la gira presidencial

Cristina Kirchner llamó a imprimir a la economía un dinamismo exportador, que su propio gobierno desalienta y hasta prohíbe

El balance del viaje que la presidenta de la Nación realizó a los países del norte de Africa ofrece resultados paradójicos. Nunca conviene desalentar ese tipo de giras. Menos en un trance internacional como el que atraviesa el país en los últimos años, caracterizado por una perniciosa propensión al aislamiento. Que la jefa del Estado visite otros países y dialogue con otros líderes y dirigentes es, de por sí, saludable: la apertura estimula la comparación y, de ese modo, permite una mejor comprensión de las propias circunstancias. Nada mejor que los viajes para ponderar con realismo el propio lugar en el mundo.

La selección de Argelia, Túnez, Egipto y Libia, los países visitados por Cristina Kirchner, parece también adecuada. No sólo por la tradicional y numerosa presencia de la comunidad árabe en nuestro país. Junto con Marruecos (suspendido como parte del itinerario a último momento), se trata de un grupo de naciones sin tensiones con las potencias occidentales y sobre las que no pesan sospechas de padrinazgo alguno sobre el terrorismo fundamentalista.

La Presidenta hizo también una demostración de realismo al suspender por un momento sus insistentes declaraciones en favor de los derechos humanos para aproximarse, de manera siempre elogiosa, a un conjunto de regímenes fundadamente sospechados de violentar las garantías individuales y de vulnerar aquellos derechos universales. Una plasticidad para la que el matrimonio Kirchner se ha venido entrenando en su amistad con Hugo Chávez, cuya propensión a los desbordes institucionales y a eternizarse en el poder imita la de los líderes con los que confraternizó la señora de Kirchner durante la semana pasada.

La travesía por el Magreb encontró también una nota inesperada en la comunicación con el presidente electo de los Estados Unidos, Barack Obama, quien localizó a la Presidenta en Túnez para retribuirle el saludo que ella le había hecho llegar por su consagración en las elecciones del 4 de noviembre pasado. Debería ser motivo de regocijo que el líder de la principal potencia del mundo haya identificado a Jorge Luis Borges y a Julio Cortázar como las celebridades con las que él asocia la argentinidad. Obama evocó, curiosamente, a las dos figuras que el Gobierno había olvidado a la hora de presentar la iconografía nacional en la Feria de Francfort de 2010, y que agregó, después de una ola de críticas, a las de Carlos Gardel, Eva Perón, el Che Guevara y Diego Maradona.

La falta de alusiones ideológicas y de referencias a valores políticos pusieron más en evidencia el imperativo económico que inspiró esta gira por el norte de Africa. Todos los discursos de la Presidenta se centraron en la necesidad de incrementar el intercambio comercial con los países que visitaba.

Es ahí, en el corazón político de este viaje, donde radica su paradoja más llamativa. Porque Cristina Kirchner llamó, una y otra vez, con obsesiva insistencia, a imprimir a la economía un dinamismo exportador que su propio gobierno desalienta y, por momentos, prohíbe.

A pesar de que los desaciertos de la política agropecuaria fueron condenados de manera jamás vista durante el conflicto del Gobierno con el campo, la dimensión exportadora del negocio agroindustrial se ve cercenada todos los días por la triple acción de la Secretaría de Comercio, a cargo de Guillermo Moreno; la Oficina Nacional de Control Comercial Agropecuario (Oncca), a cargo de Ricardo Echegaray, y la Administración Nacional de Aduanas, a cargo de Silvina Tirabassi. El régimen de prácticas no podría ser más engorroso. Los permisos de exportación de la Oncca son muchas veces denegados por la Secretaría de Comercio. Pero cuando se consigue superar esa barrera, todavía puede llegar una traba de último momento de parte de la Aduana.

Esta endiablada política antiexportadora le ha quitado respetabilidad internacional a la Argentina. Por culpa de ella, los productores son sancionados con un descuento diferencial que equivale a lo que, en las transacciones financieras, se denomina "riesgo país". Ese castigo se traslada siempre al productor ya que se resta del precio de los productos agropecuarios.

El costo de estos desatinos lo pagan los productores, los exportadores, la balanza comercial y, en definitiva, el fisco. Según los datos de septiembre pasado, el país exportó 10 millones de toneladas de granos menos que para la misma época del año anterior. Se exportó también un volumen de carnes 17 por ciento inferior al que se registró en el mismo período de 2007.

Resulta difícil de creer que la presidenta que conduce esa política sea la misma que se regocijó en El Cairo porque un frigorífico entrerriano "acaba de concretar un acuerdo para la venta de 3000 toneladas de carne vacuna". Cuesta identificar a la jefa de Moreno, Echegaray y Tirabassi con la persona que, en Túnez, se ufanó de que la Argentina sea "un país productor de materias primas, de alimentos, con una capacidad de producir alimentos para más de 400 millones de personas, siendo nosotros apenas 40 millones".

Viajes como el que acaba de realizar la Presidenta deben ser alentados. Aunque se concluya que los mercados que quiere abrir la diplomacia los terminan cerrando la política comercial y agropecuaria. Aun así, no deberían perderse las esperanzas de que Cristina Kirchner lleve algún día a la práctica las ideas que adornan sus discursos. A veces los argumentos se vuelven comprensibles y valiosos a quienes los pronuncian por el solo ejercicio de la reiteración.  Editorial del diario La Nación.