03 de Diciembre de 2008
Los Kirchner, frente al pasado que vuelve
No por la frecuencia con que han sido citadas, las frases que
siguen dejan de ser lesivas para la ya castigada calidad de
las instituciones argentinas. Son graves, y traen a la memoria
ráfagas de un pasado que parecía irrepetible. Por eso mismo,
porque invocan un pasado nefasto, no hay que dejarlas agonizar
en el olvido.
Hace una semana, el ex presidente Néstor Kirchner admitió que
en su vida política había tenido aciertos y errores, sin
precisar hacia cuál de los lados se inclinaba la balanza. Lo
dijo en su enésima aparición junto al dirigente de la CGT Hugo
Moyano, a quien parece apoyar con más énfasis desde que la
Corte Suprema falló en favor de la libertad sindical. "Todas
las mañanas Cristina me dice: «¡Qué vicepresidente me pusiste,
Néstor!»."
Con un solo golpe de jactancia, Kirchner menoscabó la
investidura presidencial y el sistema de partidos, algo que en
un país marcado por la vulnerabilidad de las instituciones no
puede? no debe? ser tomado a broma por nadie.
Sin embargo, las arrogantes expresiones del jefe justicialista
fueron saludadas por un coro de risas y aplausos en la
Federación Nacional de Camioneros. Al día siguiente, el jefe
de gabinete, Sergio Massa, y el ministro del Interior,
Florencio Randazzo, debieron aclarar que el gobierno de
Cristina Fernández de Kirchner no consideraba la posibilidad
de pedir la renuncia del vicepresidente Julio Cobos.
Los pocos medios extranjeros que se ocupan de la Argentina lo
dicen con naturalidad. En España, El País tituló "Los
dos presidentes Kirchner". El Mundo de Madrid describió
al ex mandatario como "el hombre que desde su oficina en
Puerto Madero mueve todos los resortes del poder". The New
York Times se sintió, a su vez, en la necesidad de aclarar
que el ex presidente Néstor Kirchner no está al frente del
gobierno y que su propia esposa, la Presidenta, lo había
negado. En Londres, el semanario The Economist se
refirió al costo político que pagará CFK "por su fracaso, así
como el de su marido y predecesor, en persuadir a los
inversores de que la Argentina es un lugar seguro para los
negocios".
La Argentina emergió de la catástrofe de 2001 con extremas
dificultades y sacrificios que el ex presidente conoce muy
bien. Kirchner supo avanzar sin sentirse menoscabado por el
magro 22 por ciento de sufragios que recibió en las elecciones
de 2003. Llegó al poder como delfín del caudillo bonaerense
Eduardo Duhalde, pero esa condición subordinada no lo arredró.
Se puso rápidamente a trabajar contra la miseria y conquistó
una popularidad que podía haberlo dejado satisfecho y en paz,
a pesar de que cuatro años más tarde, cuando le cedió la
candidatura a su esposa, los problemas de fondo seguían sin
resolverse. Las debilidades argentinas, que ya eran muchas, se
acentuaron cuando sobrevino el derrumbe estrepitoso de Wall
Street. Las réplicas oficiales a la onda expansiva de la
crisis nacida en los países desarrollados parecieron manotazos
de ahogado.
Dentro de ese contexto, se vuelve más llamativo el hecho de
que en sólo un año el gobierno de CFK haya atravesado momentos
difíciles, que habrían podido ser evitados o atemperados si no
los hubieran provocado las demasías de su influyente marido.
Cito algunos: la incapacidad para dialogar cuando se
discutieron las retenciones agropecuarias, el aumento de siete
puntos en el índice de pobreza por una inflación que triplica
el 9 por ciento establecido por los espejismos del secretario
de Comercio, Guillermo Moreno, uno de los hombres de Kirchner.
La sociedad política que forma el matrimonio presidencial no
es nueva en el peronismo. Otros ejemplos son los del ex
mandatario Eduardo Duhalde y la senadora Hilda González, el
anterior gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, y Olga
Riutort, de quien se divorció; el flamante disidente del
kirchnerismo Felipe Solá y su ex mujer Teresa González
Fernández. Sólo Carlos Menem dejó en claro que "la política no
es un bien ganancial" cuando expulsó a su ex esposa, Zulema
Yoma, de la residencia de Olivos.
Las actividades de la Fundación Eva Perón, financiadas casi
por completo con aportes públicos (y con algunas donaciones
voluntarias, o no tanto), fueron tan importantes para los
millones de argentinos pobres como la política de igualdad
social que derivaba de la nueva legislación laboral, los
planes de viviendas económicas, los alquileres controlados y
las inversiones en salud y educación. Cuando se reformó la
Constitución en 1949, un llamado de Eva al convencional Angel
Miel Asquía bastó para que se cambiara el artículo 77, que
impedía la reelección del presidente. El coronel Domingo
Mercante, que había malinterpretado el coqueto rechazo de
Perón a un segundo término, perdió por eso el favor
matrimonial. El poder de Eva llegó a ser tal que el mismo
Perón, temeroso de que siguiera creciendo, no quiso que
aceptara la candidatura a la vicepresidencia.
Sin vocación o carisma comparables, la tercera esposa de Perón
llegó más lejos. Se llamaba María Estela Martínez Cartas y su
nombre artístico era Isabel. Había conocido al presidente
depuesto por el golpe militar de 1955 en el cabaret Happy Land,
de Panamá, donde era bailarina. Diez años después se convirtió
en la delegada que desbarató el peronismo sin Perón del
sindicalista metalúrgico Augusto Vandor. Gobernaba el radical
Arturo Illia cuando vandoristas y verticalistas se separaron,
apenas llegó Isabel. A los seis meses, los vandoristas fueron
derrotados en las elecciones provinciales de Mendoza.
Isabel volvió a Madrid, pero no abandonó la escena política
argentina. En octubre de 1973, integró la fórmula que ganó las
elecciones presidenciales. A la muerte de su marido, en julio
de 1974, asumió la jefatura de gobierno bajo la tutela del
ministro de Bienestar Social, secretario, maestro en artes
esotéricas y creador de los escuadrones de la muerte de la
Triple A, José López Rega. Ambos dejaron una infausta memoria.
Platón fue el primero en distinguir el simulacro de su modelo,
la esencia de las apariencias. El ex presidente votado por el
pueblo en elecciones legítimas no es en modo alguno comparable
al esperpéntico asesino López Rega. Tampoco la ambiciosa CFK,
que desde su juventud como estudiante de Derecho en La Plata
aspiraba al protagonismo político, es equiparable a Isabel,
que siempre se dejó llevar por las decisiones de otros. Pero
los postulados platónicos permiten pensar que sólo difiere
aquello que se parece (la imagen que se parece a otra y no es
idéntica) y, por tanto, sólo en sus diferencias los seres
humanos se asemejan.
Basta un ejemplo. Para caracterizar el rápido declive de
Isabel, que desembocaría en una de las peores catástrofes
nacionales, Pablo Kandel y Mario Monteverde escribieron en su
libro Entorno y caída , impreso en marzo de 1976: "El
deterioro se advertía ya en tres campos: el de la opinión
pública, ante los desaciertos del gobierno; el interno del
justicialismo, donde las disensiones adquirían cada vez mayor
magnitud, y el de la situación económica, que se debilitaba
velozmente". La cita se refiere "al binomio Isabel-López Rega",
pero también podría aplicarse a la rápida erosión de la imagen
de CKF en sólo un año, a la reagrupación del peronismo
antikirchnerista alrededor de Duhalde y a la caída del consumo
en los últimos meses de 2008.
Desde la reunión de gabinete del 5 de julio de 1974, López
Rega estuvo detrás de cada decisión presidencial. El dirigente
del radicalismo Ricardo Balbín habló por primera vez del
"microclima" en el que se encerraba Isabel, dominada por el
Hermano Daniel -como llamaba al secretario, astrólogo y
ministro-, quien había logrado una provechosa alianza con las
62 Organizaciones y la CGT. Esa alianza se rompió cuando
Celestino Rodrigo, ungido ministro de Economía por su amistad
con López Rega, aumentó el dólar en un 100 por ciento, la
nafta en un 175 por ciento, la electricidad en un 75 por
ciento y marcó un tope del 40 por ciento para los salarios. En
la pulseada que siguió al Rodrigazo, los sindicatos pusieron
fin a la regencia de López Rega. La Presidenta siguió gritando
"¡A mí no me entorna nadie! ¡Ni el propio Perón me pudo
entornar en 18 años!", pero su dignidad nunca se repuso de
haber tenido un primer ministro en las sombras.
La naturaleza autoritaria del peronismo, como los anillos de
Saturno, ya ha sido descubierta. Su origen corporativo se
opone al sistema de representación republicano. Lo peor es que
también lo debilita: el poder de emisarios, influyentes y
familiares confunde la estructura del partido con la del
Estado. Dado que el PJ tiene una sede, Kirchner no necesita
organizar reuniones políticas en la residencia de Olivos
-residencia oficial donde vive la presidenta que eligieron los
argentinos para gobernar un país que es de todos los
ciudadanos, no sólo de los justicialistas-; mucho menos
debería instruir a los ministros como si de él fueran los
atributos del mando. Lo hacía López Rega -también desde
Olivos- y a la Argentina no le sienta bien ese mal ejemplo.
Tampoco ayuda que se muestre con el secretario general de la
CGT y que días más tarde el sindicato de Moyano atente contra
la libertad de prensa al bloquear las plantas de impresión de
Clarín y LA NACION, así como la playa de revistas.
CFK tiene por delante las tres cuartas partes de su mandato.
Los años que le quedan no serán fáciles. La nacionalización
del sistema privado de pensiones y el regreso del Ministerio
de la Producción parecen actos desesperados para salvar al
kirchnerismo en vísperas de elecciones peligrosas para su
hegemonía. La memoria de los fracasos del pasado jugará sus
cartas, y difícilmente lo hará para favorecer una sociedad
conyugal. Ninguna voluntad de poder merece respeto si pone en
riesgo la democracia, que cumple ya veinticinco años, porque
detrás de ella hay cuarenta millones de seres humanos y un
electorado que de buena fe eligió a una presidenta, sin
añadiduras familiares.
Reproducción textual del texto de Tomas Eloy Martínez para el
diario La Nación. |