15 de Enero de 2009
Osvaldo Bayer repasa climas intelectuales de
la Argentina del siglo XX
“Este país no tiene nada que ver con el que yo soñé”
Desde “El Tugurio”, su casa de
Belgrano, el historiador de 81 años, autor de La Patagonia
rebelde y Severino Di Giovanni, el idealista de la
violencia, habla de la amistad con Osvado Soriano, de sus
peleas durante las reuniones a las que se sumaban David
Viñas, León Rozitchner y Tito Cossa, de posibles “recelos
con las feministas”, de fútbol y de las razones que lo
llevaron a vivir entre Buenos Aires y Alemania. Una
entrevista íntima.![](socexclusivas124_archivos/image002.jpg)
Sin tregua.
“Me propuse volver a la Argentina por una cuestión de moral
y de ética. Quiero seguir la lucha que inicié tiempo atrás,
una lucha por un socialismo libertario”, asegura.
Para los vecinos que conocen a Osvaldo Bayer,
el cartel fileteado con la inscripción “El Tugurio”, que
está apostado en la puerta de calle de su casa, es un
indicio ineludible de que allí vive él.
A los que jamás escucharon su nombre, el chapón verde y
amarillo de la entrada más los heterogéneos graffitis de la
fachada los llevan a concluir que la misteriosa vivienda
está habitada por un “viejo boludo” –tal como él mismo
escuchó que lo llamaban dos adolescentes– o sencillamente
les sugieren un edén de señoritas dispuestas a dar placer.
“¿Acá hay minas?”, le consultaron una vez dos audaces y
despistados muchachos. La respuesta del octogenario
historiador fue breve y posiblemente un tanto decepcionante:
“Minas no, pero hay muchos libros”.
Cuando Bayer regresó al país luego de
siete años de exilio en Alemania eligió cobijarse en su
antigua casa familiar de Belgrano, que tiempo después fue
bautizada como “El Tugurio” por su amigo Osvaldo Soriano.
Hoy, con sus 81 años, aún recuerda en detalle las noches de
tertulias que se hacían en su living atestado de libros,
periódicos y fotografías familiares.
“Cuando volví a la Argentina, con Soriano, David Viñas, León
Rozitchner y Tito Cossa hacíamos las reuniones de los cinco.
Discutíamos sobre política, religión, moral, literatura e
historia mientras comíamos empanadas y bebíamos vino. Luego
tomábamos champán como intelectuales consagrados, y la
discusión terminaba de pie. El tema lo solía largar Soriano,
que era un ‘provocador’, y las noches terminaban con una
gran discusión entre León y David”, rememora el prestigioso
escritor.
–Cuénteme alguna de esas
discusiones acaloradas.
–Soriano solía llegar una hora más tarde para que le
reprocháramos su tardanza y así él podía contar alguna
anécdota. Una vez vino con cara de pastor protestante y
dijo: “Perdonen que llegué tarde pero acabo de pasar por la
iglesia y hubo una fuerza que me atrajo y tuve que entrar.
Me sentí atraído por un altar donde estaba Cristo
crucificado y la Virgen María. No me van a creer pero tuve
que ponerme de rodillas”. Se hizo un silencio. De inmediato,
León soltó: “¡En el fondo, como buen degenerado, sos
católico! Los católicos tienen como signo un instrumento de
tortura que es la cruz y un tipo que está torturado. Hasta
cuando hacen el amor con su mujer en la cama tienen la cruz.
¡Vos sos así porque sos un degenerado!”. David le dijo:
“¡No, Léon! Vos no sos el único judío. Mi madre era judía y
el catolicismo no es lo que decís. Hay otras cosas también”.
Entonces ahí se agarraban y la discusión terminaba con todo.
Estas reuniones se hicieron hasta que se nos murió el
querido Osvaldo, y nunca más quisimos juntarnos.
–¿Qué lugar
tenían las mujeres en ese espacio?
–Ninguno. No voy a hablar de eso porque es un tema íntimo,
pero cada uno tenía problemas con las mujeres, menos yo que
siempre tuve la misma mujer. Tal vez había recelos con las
feministas porque seguro habrían copado la discusión.
–¿Les gustaba
hablar de fútbol?
–Soriano era muy hincha de San Lorenzo. Los otros no tanto.
Me acuerdo que una vez me vino a visitar a Berlín cuando yo
estaba en el exilio. Un domingo me pidió hablar por teléfono
a Buenos Aires porque tenía un problema con la editorial.
Habló y una hora después me dijo que se había olvidado de
decirle una cosa al editor y que necesitaba hablar de nuevo.
Llamó y regresó muy contento. Ahí le solté: “No entiendo
cómo podés ser hincha de un club que tiene el nombre de un
cura”. Se cabreó y me dijo: “No es por el cura Lorenzo Masa.
Es por el combate de San Lorenzo”. Entonces le respondí:
“¡Peor, militarista!”. “¡Andá a la mierda!”, me contestó y
se fue. A la mañana siguiente, me dijo: “Yo no sé cómo podés
ser hincha de ese club que como nombre tiene ese adminículo
con el que rezan las viejas”, en referencia a que yo era
hincha de Rosario Central. El nombre es por la ciudad, no
por el adminículo. Pero igual le dije: “¡Me ganaste!”.
(Risas)
–¿Qué es lo que más extraña
de Soriano?
–La amistad. Fue muy buen amigo. Una vez me quedé a dormir
en su casa y uno de los gatos, el famoso Negro Vení, estaba
al lado de mi cama y cuando me levanté salió como un balazo
y se tiró por la ventana. Me asomé y estaba despatarrado en
la calle… muerto. Desperté a Soriano y le dije: “Se suicidó
el Negro Vení”. Me miró con una ferocidad tremenda y me
dijo: “¿Qué le hiciste?”. Se vistió y llevamos el gato al
veterinario. Sólo tenía una pata rota. Cuando volvíamos me
dijo: “Cuando lleguemos, nos tomamos un café y me explicás
qué le hiciste al gato”. Le contesté: “Es la última vez que
vengo a tu casa. Vos tenés gatos locos y no voy a correr el
riesgo de perder un amigo”.
En la cárcel de
mujeres. Impulsado
por el deseo de escribir sobre historia y sumido en la
curiosidad por “vivir la vida del pueblo”, Bayer dio sus
primeros pasos en el periodismo en Alemania y después en el
diario argentino Noticias Gráficas de la mano de Rogelio
García Lupo.
Después de un año y medio en esa publicación, partió para la
Patagonia a dirigir el periódico Esquel y un año más tarde
fundó La Chispa, donde comenzó a denunciar el trato que
recibían los pueblos originarios.
Sus planteos no fueron bien recibidos por las autoridades y
debió regresar a Buenos Aires.
De inmediato, con el rótulo de “Periodista héroe de la
Patagonia” y la ayuda de varios colegas, consiguió trabajo
en Clarín.
–¿De qué se
debatía en las redacciones por ese entonces?
–Noticias Gráficas era una redacción de intelectuales.
Tomaban a escritores o gente que tenía talento para
escribir. Recuerdo que había un poeta olvidado,
González Carvalho, José Portogalo, Bernardo Verbitsky
y otros más. Se hablaba mucho de política. Se debatía el
peronismo, con sus pros y sus contras. La redacción era más
bien socialista, pero no del Partido Socialista que había
cometido el gravísimo error de haberse metido a hacer la
Unión Democrática. También se hablaba de literatura y de
sociología.
El autor de Severino Di Giovanni, el idealista de la
violencia y La Patagonia rebelde, se desempeñó como
secretario general del Sindicato de Prensa desde 1959 hasta
1962, año en el que decidió hablar de la figura del coronel
Federico Rauch en la ciudad bonaerense que lleva ese nombre.
Cuenta: “Di una conferencia en la biblioteca pública y les
dije que Rauch fue un genocida, contratado para exterminar a
los indios ranqueles. También conté sobre el indio Arbolito,
que le boleó el caballo a Rauch y le cortó la cabeza.
Propuse que cambien el nombre del genocida por el de
Arbolito. La sala estaba llena y de pronto todo el mundo
rajó. Luego me enteré de que el nuevo ministro del Interior
era el general Juan Enrique Rauch, bisnieto del coronel
Rauch. Allanaron el sindicato y detuvieron a un montón de
sindicalistas, y a mí me llevaron a la cárcel de mujeres”.
–¿Por qué lo enviaron a la
cárcel de mujeres?
–Para humillarme. Sesenta y tres días estuve allí.
–¿En la celda
estaba solo?
–No voy a dar detalles, pero no la pasé mal. Vayamos a otra
pregunta. (Risas)
Violencia, exilio y
ausencias.
–Cuando el camino de la lucha armada se empezó a acentuar a
comienzos de los 70, ¿cuál era la discusión con sus
compañeros que tomaron esa vía?
–Rodolfo Walsh, Haroldo Conti y Paco Urondo veían ese camino
como el único. Para mí la salida era la de Agustín Tosco. El
Cordobazo y no la guerrilla. Eso no quiere decir que la
historia me haya dado a mí la razón.
–¿Cómo los
recuerda?
–Les tengo mucho cariño. Haroldo Conti era el escritor del
Delta. Era tan apasionado cuando hablaba del Delta que en
sus ojos se empezaban a dibujar las islas y el Paraná. Con
Paco nos sentamos durante cuatro años uno al lado del otro
en el diario. Tengo una anécdota que lo describe bien. Era
un gran luchador pero le gustaban las cosas buenas de la
vida. Una vez nos quedamos trabajando hasta la una y pico en
la redacción y le propuse ir a comer al boliche de la
esquina. “No, si voy a cenar, voy a un restaurante donde se
come bien”, me dijo.
–¿Qué es lo que
más le pesa de esas ausencias?
–Pienso en cómo deben haber sufrido
cuando eran torturados. En el caso de Haroldo le rompieron
las rodillas a patadas y le ponían la comida a diez metros y
tenía que arrastrase para comer. Todas esas humillaciones
que sufrieron esas cabezas tan enormes por haber luchado por
el pueblo. En cambio, los que no se comprometieron con el
pueblo fueron recibidos por Videla. Los delatores de marfil
fueron premiados. En mi último libro, Entredichos, está la
polémica con (Ernesto) Sabato donde hablo de su
“colaboracionismo” con la dictadura. Igual (Jorge Luis)
Borges, que fue un genio en la literatura pero no fue un
sabio, ya que aceptó la condecoración de (el ex dictador
chileno) Augusto Pinochet.
–Usted relató
que cuando se estaba por exiliar, en el aeropuerto de
Ezeiza, un brigadier le dijo que nunca más pisaría la
Argentina. ¿En algún momento creyó las palabras que oyó de
ese hombre?
–El brigadier Santuchone me dijo: “Usted jamás va a volver a
pisar el suelo de la patria”. Cuando el avión empezó a
volar, yo pensé: “A lo mejor este miserable uniformado tiene
razón y nunca más puedo volver a la Argentina”. Ocho años
después volví y lo busqué. Le iba a hacer la venia y decir:
“Brigadier, estoy de nuevo pisando el suelo de la patria”.
El beso de
Marlene Dietrich. Con movimientos suaves,
Bayer deja el sillón, se dirige a la inmensa biblioteca y
toma la foto de la actriz y cantante alemana Marlene
Dietrich. “Ella me besa todas las noches antes de irme a
dormir”, apunta.
Enseguida su mirada se posa en el retrato de su nieto
Giuliano, quien murió hace poco más de un año. Con su pesar
a cuestas, busca aire en el patio de paredes descascaradas y
plagado de diarios y potus. Toma uno de los tallos colgantes
y confiesa: “Siempre acaricio las hojitas”.
–¿Por qué
decidió vivir cuatro meses en Alemania y ocho en la
Argentina?
–Porque quiero estar con mi mujer, mis hijos y mis nietos,
que ya tienen su vida hecha allá. La separación de la
familia es una de las cosas imperdonables de la última
dictadura. Me propuse volver a la
Argentina por una cuestión de moral y también de ética.
Quiero seguir la lucha que inicié tiempo atrás, una lucha
por un socialismo libertario.
–¿Cuánto tiene
que ver este país con el que soñó?
–Nada. Soñé con otra cosa, como mis queridos amigos a los
que los sorprendió la muerte. Yo
quisiera un socialismo libertario, donde se cumpliera la
estrofa del Himno que dice: “Ved en trono a la noble
igualdad”. Critica de la Argentina