SINDICALISTAS RICOS,
OBREROS POBRES

20 de Enero de 2009
 

“En 1910, la Argentina tenía el 50% del PBI de la región y el 7% del comercio mundial.

En 1928, era la sexta potencia económica mundial y tenía el tercer ingreso per cápita más alto del mundo, casi igual del de Inglaterra y apenas un 20% menos que los Estados Unidos.

En 1940, tenía más coches que Francia y más teléfonos que Japón e Italia.

¿Qué le ha pasado a la Argentina?”
 

El economista británico de origen australiano Colin Clark publicó, en 1931, un libro sobre las perspectivas de crecimiento económico de las naciones. Basándose en las estadísticas existentes desde 1880 a 1930, proyectó los resultados concluyendo que, de mantenerse idénticas tasas de crecimiento, la Argentina llegaría a tener en 1960 el ingreso per cápita más alto del mundo. Clark fue sólo uno de los tantos economistas internacionales que predijeron para nuestro país el mejor de los futuros.

El fracaso de esta utopía se estudia en diversas universidades del mundo como el malogro institucional más grande de la historia moderna.

En mi anterior nota “Empresarios ricos, empresas pobres”, me referí a la responsabilidad que le cupo al empresariado en esta gran frustración argentina. Hoy me referiré a otro de los grandes responsables de la involución del país: el sindicalismo peronista.

Cuando Perón asumió, el sindicalismo se encontraba en manos de los comunistas, según escribió en su libro “Conducción Política” (Edición 1974): “(…) cuando pronuncié los primeros discursos en la Secretaría de Trabajo y Previsión, (…) yo les hablaba un poco en comunismo. ¿Por qué? Porque si les hubiera hablado en otro idioma en el primer discurso me hubieran tirado el primer naranjazo… Porque ellos eran hombres que llegaban con cuarenta años de marxismo y con dirigentes comunistas. (…) Ellos querían ir a un punto que creían, con la prédica de tantos años, era el conveniente. Eran, mas bien, de una orientación de fondo marxista y, como tal, propugnaban un tipo de revolución distinto del nuestro. Se inclinaban más hacia la lucha de clases (…) Yo no compartía esas ideas. (…) repito, la gente que iba conmigo no quería ir hacia donde iba yo; ellos querían ir adonde estaban acostumbrados a pensar que debían ir. Yo no les dije que tenían que ir adonde yo iba; yo me puse delante de ellos e inicié la marcha en la dirección hacia donde ellos querían ir; durante el viaje, fui dando la vuelta, y los llevé adonde yo quería…”.

¿Cómo consiguió esa adhesión? A través de la instauración de una nueva legislación laboral copiada del contrato de trabajo del gobierno de Mussolini. En ella se otorgaba la personería jurídica a un solo sindicato por rama laboral y se establecía una sola central de trabajadores. Como la personería era determinada por el gobierno, había que adherir a las ideas peronistas para obtenerla.

Con la personería, el sindicato accedía al poder económico gracias al pago compulsivo de la cuota sindical (las retenciones salariales), a la negociación de convenciones colectivas de trabajo, la exención de impuestos, el monopolio de la representación gremial, la reelección de sus dirigentes sin límites de tiempo y, fundamentalmente, el manejo de las obras sociales, punto clave del poder y la corrupción sindical.

La permanencia en el tiempo de este tipo de organización modeló al movimiento obrero argentino de manera contraria a la productividad y la competitividad que el país necesitaba para poder moverse en la dinámica capitalista que el mundo occidental propuso a lo largo de las siguientes décadas. Esta situación resquebrajó profundamente al mercado de bienes nacionales pues obstaculizó a las empresas en sus posibilidades de competir con los productos del exterior, y, además, condicionó al fuero laboral, cuyo accionar no buscó la igualdad de los derechos de todos ante la ley sino que intentó equilibrar las ventajas del más fuerte (la patronal) con relación al más débil (el empleado), por lo que la mayoría de los juzgados comenzó a fallar, en gran medida, a favor de este último sin que importaran demasiado si las pruebas procesales demostraban lo contrario.

En la nota “El Otro Yo de Cristina” escribí: “Mientras los cuadros políticos del justicialismo discursean sobre el respeto a la democracia y la república, los sindicalistas demuestran a través de sus comportamientos, sin rubor ni arrepentimiento, el verdadero sentir peronista. Los dirigentes gremiales se eternizan en el poder; se convierten en millonarios algunos y nuevos ricos muchos; las minorías no tienen acceso a los mandos; son bastantes sumisos cuando el gobierno está en manos de un peronista pero le hacen la vida imposible a los gobiernos democráticos de signo diferente. Cuando no logran sus objetivos utilizando las modalidades de protesta gremiales amparadas por la Constitución, no tienen reparo alguno en ejecutar la violencia física y extorsiva para obtenerlos.

Es en ellos donde se visualiza casi a la perfección la génesis fascista del movimiento. Son muchos años de cultura peronista y han introducido en sus cuadros políticos y sindicales una manera muy especial de ver el país. Gobernar bien es concentrar el poder. Progresar adecuadamente depende de la buena voluntad del gobernante y no del cumplimiento del juego democrático, republicano y federal. Y, por supuesto, el denominado pueblo trabajador debe ser peronista o se perderá todo el poder.” Extraído del diario El País, Madrid, España.