20 de Enero de 2009
“Si dejaran de
afanar todos por dos años, salimos de la crisis”
Luis
Barrionuevo. Secretario general del gremio gastronómico.
Este es un
país único. Cualquiera que retrocediera en el tiempo hasta
la época de la quema del ataúd en el obelisco, por parte de
Herminio Iglesias, y la inmediata primera derrota peronista
en elecciones libres, jamás imaginaría que ese hombre, hoy
ya fallecido, en vez de ser sepultado políticamente por la
historia y por la población, terminaría unos años después
como diputado de la Nación.
Es que los
integrantes de la dirigencia sindical peronista son
especialistas en lubricar los esquemas de la conservación
del poder. En general, se eternizan en sus posiciones dentro
de los poderes políticos y económicos, sin importar
demasiado las barbaridades que hagan o digan, como es el
caso de la frase de Barrionuevo puesta como apostilla
arriba, o la mencionada quema del cajón por parte de
Iglesias, o como las acciones extorsivas del actual
secretario general de la CGT, Hugo Moyano –una imitación
calcada de las modalidades de presión de las mafias
calabresa y napolitana.
Recientemente, la Corte Suprema de la Nación dictó un fallo
que declaró inconstitucional el artículo 41, inciso (a) de
la ley 23551, lo que determinó que ya no es un requisito
estar agremiado para asumir una delegación y sostiene que la
personería gremial en modo alguno puede significar que la
ley le reconozca privilegios. Esta sentencia puede
significar el inicio de un proceso de cambios que lesione
profundamente el poder del sindicalismo peronista.
Se alzaron
muchas voces en contra. Una de ellas, la del abogado de
Moyano y diputado nacional peronista, Héctor Recalde, dijo
que discrepaba con el concepto liberal de la Corte y
consideró que si hubiera libertad de afiliación, y más de un
sindicato por gremio, se lesionaría seriamente la
concentración del poder sindical y se debilitaría la
posibilidad de defender a los trabajadores.
Se trata
del argumento más generalizado a favor de la actual ley
sindical. Se basa en que si hubiera libertad gremial, habría
dispersión política. Esta dispersión, a su vez, eliminaría
la concentración del poder, debilitando la capacidad de
negociación y la realización de huelgas, manifestaciones u
otras presiones habituales para lograr los objetivos
propuestos.
Efectivamente, un sindicalismo democrático y multisectorial
tendría mayores dificultades para lograr una concentración
económica y una capacidad de acción negociadora como la que
actualmente dispone gracias a su monopolio.
Sabemos
que las estructuras democráticas dificultan la concentración
del poder y, sin éste, muchos objetivos serán necesariamente
pospuestos, negociados o archivados porque se deberán
contemplar los intereses de las minorías. Pero si diéramos
validez al argumento de la ventaja que deriva de la
concentración del poder, avalaríamos a los regímenes
totalitarios o a las acciones filo-dictatoriales, ya que, no
hay duda alguna, tienen una mayor eficacia en el logro de
sus objetivos.
Un
gobierno autoritario tiene la capacidad de presionar sin
dificultades a todo aquel sector que se le oponga o no esté
de acuerdo con sus objetivos, puede combatir mejor al
narcotráfico, la delincuencia, la drogadicción, el
alcoholismo, el juego, la evasión impositiva, etcétera. Por
ejemplo, en la mayoría de los países árabes, la ingesta de
alcohol está prohibida y el robo está penado con la
mutilación de la mano, que marca de por vida al ladrón. Por
supuesto, en Arabia Saudita usted puede dejar su auto
abierto y con la llave puesta toda una semana sin que nadie
se lo vaya a robar.
Defender
un régimen gremial monopólico con dirigentes vitalicios,
argumentando que si éste fuera ampliamente democrático no
podría defender correctamente los derechos de los
trabajadores, es un pensamiento autoritario que avala el
concepto de que los fines justifican los medios, y es un
ataque directo a las estructuras democráticas y
republicanas. Implícitamente también es un insulto hacia
todas las organizaciones gremiales multisectoriales y
democráticas que existen en otras naciones porque, según el
discurso sindical peronista, se infiere que esas
organizaciones no pueden defender correctamente los
intereses de sus trabajadores.
Mientras
en la cultura argentina prevalezca una pobre valoración de
la democracia y de los principios republicanos, se mantendrá
el nivel de agresión que, a través de los años, los
distintos sectores de la población, principalmente el
empresariado y el sindicalismo, han ejercido sobre el
capital, tanto el financiero como el social.
En la
reiteración de culpabilizar a los gobernantes de sus
frustraciones el pueblo olvida que sus representantes no
pueden ser muy diferentes a lo que ellos son. Por esta
razón, los gremios peronistas –que detentan el monopolio
sindical y comparten el poder político y económico- no son
inocentes si sus creencias los llevan a una constante
confrontación política y al accionar de conductas
autodestructivas.
Reitero un
concepto: cuando una nación fracasa en lograr el destino
deseado, el principal responsable es el que habita su suelo,
porque una nación es su gente. En definitiva, cada país del
mundo termina teniendo el destino que determine su población
según su estrategia, inteligencia, cultura, sabiduría,
sacrificio, coraje y capacidad en concienciar los errores
cometidos en el pasado para no volverlos a cometer.
Enrico Udenio,
Autor de “Corazón de derecha, discurso de izquierda”,
Ugerman Ed., 2004; y “La hipocresía argentina”, Ed. DeLaRed,
2008.