26 de Enero de 2009
Cárceles
degradantes
Es inviable la
recuperación de los delincuentes si purgan sus condenas en
cárceles del todo inhumanas
Datos difundidos por el
Comité contra la Violencia Carcelaria de la Provincia de
Buenos Aires explican, en cierta forma, el porqué de la
reincidencia delictiva, tan frecuente en nuestro país. La
mayor parte de las cárceles argentinas no responde a la
positiva intención de impulsar y promover la recuperación de
los reclusos, sino que está constituida por antros
abarrotados de una población carcelaria que allí no hace
otra cosa que padecer la tiranía de los presos veteranos,
acumular rencor contra la sociedad, asimilar nuevas técnicas
delictivas y hasta correr riesgos mortales.
En su artículo 18,
nuestra Constitución expresa que "las cárceles de la Nación
serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de
los reos detenidos en ellas". No obstante, la cruda realidad
es muy diferente: entre enero y octubre últimos, sólo en las
cárceles bajo jurisdicción bonaerense hubo 86 muertes, de
las cuales 34 fueron traumáticas, 27 ocurridas en grescas o
asesinatos lisos y llanos, 7 por suicidio, y 52 por
enfermedades no tratadas.
Muchas de las cárceles
argentinas presentan infraestructuras obsoletas, carentes de
mínimas comodidades, en las cuales se apiña una población
numerosa, que excede largamente la capacidad de albergue de
esos inmuebles. La promiscua convivencia convierte a las
prisiones en escuelas de aprendizaje del delito y da origen
a verdaderas mafias entre los internos, con consumos
clandestinos de alcohol y drogas, introducidas en los
recintos carcelarios por familiares de los internos o por
guardianes corruptos. No deberían extrañar, pues, los
suicidios, las constancias concretas de grescas y
asesinatos, las denuncias de maltratos, las revueltas
frecuentes y las comprobaciones de clandestinas salidas de
los internos, llevadas a cabo para que vuelvan a delinquir
en beneficio de quienes hacen la vista gorda ante esas
irregularidades o, peor, las promueven en provecho propio.
Entretanto, las
autoridades nacionales y provinciales, que no desconocen la
situación, sólo han atinado a formular promesas, proyectos
inconclusos y soluciones parciales que poco han contribuido
a reparar este desatino. Abundan las promesas y los
proyectos bienintencionados, pero escasean los hechos
concretos y, en especial, sigue ausente la decisión firme de
encarar la cuestión carcelaria mediante una política de
Estado que la aborde en todos sus complejos aspectos.
Probablemente si se procediese de esta última manera, se
progresaría muchísimo en la lucha contra la inseguridad.
Mientras las
intervenciones de las ONG continúen arrojando conclusiones
tan penosas como las aquí comentadas, las cárceles
argentinas no dejarán de alimentar y engrosar las
estadísticas delictivas. Es menester revertir esa
degradación no sólo porque así lo imponen el expreso mandato
constitucional y el sentido común, sino, además, por razones
de estricta humanidad. Quienes han delinquido deben pagar la
deuda que han contraído con la sociedad, mas ello no implica
que internándolos en tan inhumanos confinamientos se les
esté negando, como se les niega, la legítima posibilidad de
rehabilitarse y volver a ser pares de sus semejantes.
Editorial de La Nación del
día de la fecha.