09 de Marzo de 2009
Una llama misteriosa, del escocés Philip Kerr: el libro
que va a escandalizar a la Argentina
La novela de Perón pedófilo y Evita nacionalsocialista
Describe al ex presidente como un dictador de pene
pequeño, que busca vírgenes y las obliga a abortar. Y a su
primera mujer como una madre abandónica y comehombres que
ayuda a los nazis por consejo del Papa. Polémico.
![](socexclusivas160_archivos/image002.jpg)
Retratos y distorsiones.
El protagonista del libro, Gunther, es reclutado
personalmente por el mandatario y la primera dama para
espiar
a sus “compañeros” en un palacio estilo indio.
La Argentina
es una dictadura militar donde los oficiales de inmigración
saludan a los recién llegados con un taconeo y un "¡Heil
Hitler!".
Juan
Domingo Perón
es un dictador que, probablemente, sufre una enfermedad
venérea en su pequeño pene y cuyo hobby es mantener
relaciones sexuales con adolescentes a las que luego manda a
abortar, esposadas y drogadas, a la clínica del
doctor
Joseph Mengele,
que vive en la calle Arenales.
Evita,
que tiene una hija con un ex oficial de la Gestapo pero la
abandona para dedicarse a la causa de los pobres y a Perón,
es una “resentida” comehombres que, por consejo del Papa,
ayuda a los nazis a escaparse de Europa.
Los argentinos son furiosamente antisemitas, adictos al
churrasco, fascistas, superficiales, “porque no tienen ni el
deseo ni la voluntad de ser fascistas propiamente dichos”,
carecen de sentido del humor y tienen carácter triste porque
viven en un rincón perdido del mundo.
Buenos Aires es un puerto que “huele a gases de caños de
escape, humo de cigarros, café, perfumes caros, carne
cocinada, fruta fresca, flores y dinero”, donde los ingleses
y los norteamericanos hacen sus negocios, viven 250 mil
judíos, los “Russos”, en los barrios de Villa Crespo,
Belgrano y Once, y el poder real es de los nazis.
A este microcosmos llegan en 1950, a bordo del barco
italiano SS Giovanni, tres ex miembros de las temidas SS:
Adolf
Eichmann, Herbert Kuhlmann y el reacio Bernie Gunther.
Bernie, Kerr y Chandler. Antes, a Bernie Gunther lo podíamos
encontrar en la Berlín de los años 30, en el frente ruso de
la Segunda Guerra Mundial o en la Viena de posguerra.
Cínico, mordaz, idealista, noble, atrapado en los vaivenes
políticos que dieron origen al nacionalsocialismo y luego
prisionero de sus consecuencias, soldado en la Primera
Guerra Mundial, ex inspector de la Kriminalpolizei,
detective privado con un ojo en la próxima chica y el otro
en el próximo caso, duro pero querible, la versión alemana
de Philip Marlowe y uno de los personajes mejor logrados de
la novela policial de carácter histórico. Puro Chandler,
como definió The Observer, la escritura de su creador, el
escocés Philip Kerr.
Con la
trilogía del Berlín Noir, compuesta de "Violetas de marzo",
"Pálido criminal" y "Réquiem alemán", Kerr se ganó, a fuerza
de calidad de escritura, poder de la trama y atención al
detalle, un lugar importante entre los creadores de sagas
detectivescas de la cultura popular europea.
Tanto así que, después de quince años de silencio, decidió
“resucitar” el personaje en un muy buen libro titulado Unos
por otros, donde encontramos a
Gunther
en 1949 como hotelero, con la esposa internada en un
manicomio e inmiscuyéndose en organizaciones secretas del
neonazismo para seguir el rastro de los criminales de guerra
que pretenden escapar a América.
La Argentina ya se olía pero estalla en A quiet flame,
título inglés de la quinta entrega de la serie que RBA
publicará en español como Una llama misteriosa.
Horrores históricos. Misteriosa es la llama pero también son
las razones que llevaron a un escritor que tan
minuciosamente ha trabajado el arte de la reconstrucción
histórica a publicar tal esperpéntico catálogo de errores,
horrores y clichés.
Según Kerr, la fórmula en que se basa la ficción es la del
“que pasaría si”, ayudada por la lectura del libro sobre los
nazis en Argentina llamado La auténtica Odessa, de Uki Goñi.
Pero el resultado final es una apología del racismo y la
mala leche.
A las pocas horas de llegar, Gunther es reclutado
personalmente por Perón, Evita y el jefe de una SIDE que
opera desde la Casa Rosada –una “especie de palacio de un
maharaja indio”– para infiltrarse entre sus viejos camaradas
con el aparente objetivo de establecer un registro de sus
vidas pasadas.
En un ir y venir entre Buenos Aires 1950 y Berlín 1932,
ciudades atadas por un caso policial sin resolver, muy
pronto se ve envuelto en las supuestas ramificaciones de la
Directiva 11 –la infame prohibición a la inmigración de
judíos firmada por
José
María Cantilo
durante el gobierno conservador– y la lucha entre “los
Perones” y los nazis emigrados por el control de miles de
millones de dólares depositados en Suiza.
La desaparición de varios argentinos de origen judío y su
búsqueda del rastro de la “hija” de Evita lo lleva a un
campo de concentración en los cañaverales tucumanos,
abandonado pero con cámara de gas incluida, cuidado por
Hans
Kammler, el ingeniero alemán que diseñó los campos de
concentración nazis y las bombas V2.
Arrestado, es puesto en un vuelo de los que organizaba el
gobierno peronista para deshacerse de los opositores
arrojándolos al Río de la Plata. Arrojan a todos menos a él
y así se llega a un final bien chandleriano pero tan poco
convincente como el resto de las situaciones.
En la version inglesa, Kerr desparrama palabras en español
como un niño que descubre un juguete nuevo, de manera tan
antojadiza como errónea: el juego de la “quinella”, la isla
“Marín García”, el “Oficial Registro” y los prostíbulos de
“pesar poco”. Desde la dedicatoria –“Para el desaparecido”–
hasta la penúltima página –“Cía. de Navegación Fluvial
Argentina”– aprendemos que los “oyentes” son los espías
peronistas, las “casitas” son las milongas prostibulares,
los “caballeros blancos” son con quienes sueñan las mujeres,
los “creolos” son los cafishos, los empleados públicos son
“chanchos” y los gays son los “jotos” o “pájaros”.
Tucumán está situada en la Pampa húmeda, el olor que
prevalece –hasta en los jabones del hotel– es el de la
mierda de caballos y está poblada por “indios guaraníes”,
gauchos y “mestizos”, que son los indios locales. En los
alrededores de Buenos Aires, los pasajeros del tren “huelen
el mar”, la gente toma “cubanos”, “fuman hasta los gatos y
los perros” y la picana es el único aporte argentino a la
modernidad porque “el fascismo nunca lució tan bello como
aquí”, ya que “el peronismo es la marca argentina del
fascismo”.
“Luis Irigoyen fue presidente y después embajador en
Alemania”, por lo que hay una avenida con su nombre. Perón
es un “neurótico que sufre de retención anal”, fue
“originalmente depuesto en octubre del 1945” y llama a sus
novias “frutas inmaduras”. Por Mengele mismo nos enteramos
que el General “gusta de las chicas jóvenes, doce, trece,
catorce. Vírgenes. Le gusta la estrechez de las jovencitas
porque su pene es muy chico... ya hice trece abortos para
él”. Evita es la “Madona de Buenos Aires” o la “Dama de la
Esperanza”, reparte a los pobres “el dinero del Reichsbank”
y cuando se encuentra con Gunther le dice que ella no es una
“putita” ni una “chupacirios”, mientras se desabrocha la
blusa y pone las manos del detective en su corazón aunque él
“siente sólo las tetas” y trata de disimular su erección.
Para rematar, en las notas de autor, asegura que como
resultado de la firma de la Directiva 11 –nunca aclara que
fue firmada durante el gobierno de Ortiz– al menos 200 mil
judíos europeos fueron condenados a muerte y que grandes
cantidades del botín nazi terminaron en manos de “los
Perones”. ¡Guanderful, señour Filipi!
“Muchos se enojarán
pero deben recordar que es sólo ficción”
Cándidamente, Kerr confiesa que no es un buen viajero, por
lo que la Argentina de su libro está reconstruida en buena
parte a partir de un cúmulo de fotografías viejas.
Respecto de los aspectos más polémicos intenta responder a
las críticas en el portal web del
periodista norteamericano Ron Rosenbaum.
“Me atrevo a decir que habrá muchos argentinos que se
enojarán con el contenido de mi novela pero deben recordar
que es sólo una novela. Sin embargo, me parece un corolario
inevitable del hecho de haber tenido miles de criminales de
guerra de las SS en su país que ahora otras personas, como
yo, puedan especular acerca de que es lo que estos tipos
hicieron mientras estuvieron allí”.
“Podemos decir que cada país tuvo su puñado de nazis pero
ninguno en la escala del número que había en Argentina”,
continúa, para recordar que “la reacción de la gente en
Argentina después del secuestro de Eichmann no fue
preguntarse cómo un hombre como ese podía estar en el país
sino desatar una ola de antisemitismo. Desde el momento en
que se anunció que Eichmann estaba en Jerusalén hasta que
terminó el juicio, en 1962, no era seguro ser un judío en
Buenos Aires. Hubo varios disturbios antisemitas y muchos
judíos de la ciudad fueron secuestrados y asesinados. A una
chica se le colocó una esvástica en el cuerpo antes de ser
asesinada”.
El escritor piensa que Argentina nunca se sintió cómoda con
su población judía y todavía no se siente así, dados los
atentados contra la AMIA y la Embajada de Israel.
Además, niega tener alguna prueba de que el prófugo nazi
Hans Kammler se haya refugiado alguna vez en Argentina o que
haya existido algún campo de concentración nazi en Tucumán.
Todos los intentos que hizo Crítica de la Argentina para
comunicarse con él o conocer sus opiniones a través de la
editorial inglesa y de la española fueron infructuosos.
Critica de la Argentina