13 de Abril de 2009
Alfonsín, el milagro de Borges y el empalago sin pudor de
estos días
Tanta palabra dicha y escrita.
Tanto elogio sincero y tanto charlatán de ocasión. Tantos
que lo acompañaron siempre y tantísimos otros que supieron
ponerle piedras en el camino, o que directamente le
revolearon las piedras por la cabeza, o lo quisieron ignorar
y negar, y ahora lo reverencian en una corte adulona y
grosera. Tanta abundancia de Alfonsín en la simbolización
política de estos días.
Todos
quieren apropiarse de Alfonsín,
representar sus valores, portar su legado, olvidar sus
errores y disimular sus fracasos, llevar su bandera y
agitarla, como propia, ante los ojos de una sociedad
fatigada, desencantada, temerosa por la crisis que le
prometen y ya se empieza a sentir, y que dentro de once
domingos tiene que volver a votar.
Es algo
empalagosa tanta abundancia, aunque no por eso menos
merecida. Y muy entendible, si se echa un vistazo rápido,
aun piadoso, a los actores políticos de hoy y a los libretos
que recitan.
Los
radicales, herederos naturales, se arremolinan ya sin pudor
en torno de Julio Cobos, al que
habían echado a patadas porque los abandonó para correr en
brazos de la seducción kirchnerista. Eso fue antes de que
Cobos abandonara a Kirchner y a Cristina, trepando de un
salto a una popularidad que persiste y confirmando su
notable capacidad para desplazarse hacia donde calienta el
sol.
Los
kirchneristas, ahora pretendidos compañeros de principios e
infortunios de Alfonsín en un discurso que no creen siquiera
sus más disciplinados centuriones, hablan de ilusorias
paralelas con líder recién muerto mientras falsifican las
candidaturas que vienen, anotando candidatos a cargos que no
piensan ocupar. Quizás supongan, en el fondo de su historia
y de su ideología, que "la democracia es un abuso de la
estadística", definición infeliz de
Jorge Luis Borges, que no era peronista justamente.
Los
demás protagonistas de la política, gobernadores y
diputados, piqueteros y ruralistas, funcionarios de todo
rango, oficialistas y opositores, de la izquierda a la
derecha y casi todos apiñándose en el centro, que es lo que
receta la corrección de estos tiempos, tratan de llevarse su
tajada de Alfonsín.
Todos le
piden ahora un milagro a Alfonsín. Unos le ruegan hacerles
ganar una elección que nunca soñaron. Otros, la utopía de
dotarse de sus valores y principios, que a veces declamaron
pero jamás, de verdad, tuvieron.
Quizás
hagan bien en creer en las propiedades milagrosas del
Presidente de esta democracia maltrecha que entre todos
supimos construir. Porque a Alfonsín se le puede atribuir
por lo menos un "hecho no explicable por las leyes
naturales", que es como la Real Academia define el milagro:
Alfonsín hizo que Borges creyera en la democracia.
Ese
Borges, argentino notable, antiperonista cerril, "un genio
pero no un sabio" según la filosa definición del gran
Osvaldo Bayer, y que fue
contemplativo con dictadores como
Videla y Pinochet, que supo condecorarlo. El mismo
Borges que le había dicho a Bernardo
Neustadt, a quién si no, aquello de "la democracia es
un abuso de la estadística, y además no creo que tenga
ningún valor". Palabras dichas en julio de 1976, cuatro
meses después del golpe de Videla y
Massera, ni antes ni después, y publicadas en Extra,
la revista de Neustadt.
El mismo
Borges que, a tono con los tiempos, finalmente, en un
artículo publicado por Clarín el 22 de diciembre de 1983
titulado "El último domingo de octubre", decía cosas como
éstas:
"Escribí
alguna vez que la democracia es un abuso de la estadística;
yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que
la definió como el caos provisto de urnas electorales. El 30
de octubre de 1983, la democracia argentina me ha refutado
espléndidamente.
"Es casi
una blasfemia pensar que lo que nos dio aquella fecha es la
victoria de un partido y la derrota de otro. Nos enfrentaba
un caos que, aquel día, tomó la decisión de ser un cosmos.
Lo que fue una agonía puede ser una resurrección. La clara
luz de la vigilia nos encandila un poco. Nadie ignora las
formas que asumió esa pesadilla obstinada.
"Tantos
años de iniquidad o de complacencia nos han manchado a
todos. Tenemos que desandar un largo camino. Nuestra
esperanza no debe ser impaciente.
"Asistiremos, increíblemente, a un extraño espectáculo. El
de un gobierno que condesciende al diálogo, que puede
confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la
interjección, los argumentos a la mera amenaza.
"La
esperanza, que era casi imposible hace días, es ahora
nuestro venturoso deber".
Borges murió el 14 de junio de 1986. Alfonsín, el 31 de
marzo de 2009. Lo que ellos representan sigue vivo.
Julio Blanck, para
Clarín. jblanck@clarin.com