13 de Abril de 2009
Historia de vida
/ El custodio del ex presidente
El hombre
que fue la sombra de Alfonsín
Daniel
Tardivo cuidó desde 1983 al líder radical, fue un
testigo privilegiado de sus días de esplendor y lo lloró
como a un padre
![](http://www.lanacion.com.ar/anexos/fotos/49/982049.jpg)
Tardivo,
anteayer, en la bóveda de Alfonsín, el hombre al que siguió
a sol y a sombra durante los últimos 25 años Foto:
LA NACION
/ Aníbal Greco
Nunca tuvo conciencia de
que estaba sacando la Browning 9 milímetros. Después se la
encontró en la mano. La razón va en cámara lenta, pero el
instinto viaja a la velocidad de la luz. Tampoco tuvo
conciencia de que había interrumpido el discurso de un ex
presidente arrebatándolo de la tribuna, arrastrándolo hasta
el piso y protegiéndolo con su propio cuerpo. Todo eso había
ocurrido por acto reflejo, en dos o tres segundos, luego de
ver por el rabillo del ojo que abajo, hacia la izquierda, un
hombre entre la multitud había extraído un revólver calibre
32 con la intención de matar de un tiro a Raúl Alfonsín.
Era una noche calurosa de
febrero de 1991, estaban en una calle céntrica de San
Nicolás y el público se desbandaba a los gritos. Daniel
Tardivo pertenecía a la División Custodias Especiales y
desde 1983 oficiaba de sombra armada de un gallego cabeza
dura que andaba predicando la democracia por cada pueblito
del país a pesar de haber tenido que entregar el gobierno
antes de tiempo y también de haber caído provisoriamente en
desgracia política. Tardivo, esa noche, había colocado a
varios de sus hombres en lugares estratégicos. Y de hecho
uno de ellos surgió de la muchedumbre que escuchaba a don
Raúl y le levantó a último momento el brazo a aquel
desconocido que blandía un revólver negro. El desconocido
había prestado servicios en Gendarmería Nacional, tenía
algunos problemas mentales y en el instante de ser atrapado
intentó igualmente disparar. Gatilló el revólver 32 pero la
bala quedó atascada en el cañón, y el custodio atenazó al
sujeto, lo desarmó y lo redujo en un santiamén. Arriba del
palco, Tardivo se revolvió con la Browning y por unos
minutos dio órdenes y mantuvo la alerta. Alfonsín quería
incorporarse, pero su guardián no lo dejaba: podían no ser
uno sino varios los asesinos, podían atacar el escenario. En
esos momentos de confusión todo puede ocurrir y nada debe
descartarse. Cuando estuvieron seguros de que el peligro
había terminado, Tardivo quiso meter al doctor en un auto y
sacarlo de aquella ciudad. Pero Alfonsín se negó
enfáticamente, se limpió y acomodó el traje, tomó el
micrófono y minimizó, con pocas palabras, lo que había
ocurrido. Recibió una ovación y el acto siguió como si nada.
Durante 25 años, el comisario Daniel Tardivo cuidó las
espaldas del ex presidente; para él su memoria sigue
latente, y le rinde homenaje en la Recoleta -
Foto:
LA NACION
Luego tocaba una cena
partidaria en un club y habían recibido amenazas de bomba.
Tardivo trató de persuadir a su "protegido" de que fueran
directamente al hotel, pero "el padre de la democracia" lo
miró con cariño y le dijo: "Mentira, Danielito, nos quieren
joder. Vamos a comer igual". Fueron a comer después de que
la brigada de explosivos revisó el lugar. Danielito jamás
vio un atisbo de miedo en los ojos del abogado de Chascomús.
El agresor de aquella
noche fue indagado, procesado y condenado. Lo confinaron a
un neuropsiquiátrico y a los dos años se quitó la vida.
Tardivo entró en la
policía por influencia de un vecino y revistó tres años en
la Comisaría 32, pero no corrió allí muchas aventuras: sólo
atendía al público y hacía tareas de oficina. Un superior
que le tenía una confianza ciega influyó para que, con sólo
23 años, integrara la flamante División Custodia
Presidencial, que se abría para proteger en democracia al
presidente electo dentro y fuera de la Casa Rosada y la
residencia de Olivos. La unidad se inspiraba en metodologías
del FBI y del servicio secreto norteamericano. Casi todos
eran policías jóvenes y sin mucha experiencia operativa.
Pero fueron entrenados para la discreción total, para
identificar a un sospechoso de una ojeada, para subir a un
"protegido" en tiempo récord a un auto, para cubrirlo con su
cuerpo, para disparar en movimiento, para armar itinerarios
de seguridad y para comprobar entradas y salidas. Tardivo
tiene 80 por ciento de efectividad en tiro de pistola y
aprendió los trucos del escudo humano con rapidez. En 1983
había votado por primera vez en su vida. Y lo había hecho
por Raúl Alfonsín. Cuando lo vio en el hotel Panamericano,
donde el líder radical preparaba la transición, sintió por
dentro la emoción de esa coincidencia, pero se cuidó mucho
de hacerla visible. Tardivo es parco como una sombra.
Tardivo es una sombra.
Protegió a Alfonsín
durante sus años de gobierno, vio por dentro la Semana Santa
carapintada y no lo acompañó al Messidor, cuando el gobierno
radical se cayó a pedazos, porque su misión consistía
precisamente en quedarse a preparar el regreso a Buenos
Aires. Lo acababan de trasladar a la División Custodias
Especiales y estaba asignado al ex Presidente, que alquiló
una casa en el barrio de Belgrano y un estudio en La Boca.
Desde ese momento, Tardivo
le dedicó a Raúl Alfonsín días, tardes y noches; de lunes a
lunes, con feriados o sin ellos. Lo acompañó a todos los
viajes y campañas y cenó con Alfonsín casi todas las noches
de su vida: el ex presidente tenía comidas con políticos y
Danielito iba primero, revisaba el restaurante, colocaba un
custodio en la vereda y luego ocupaba una silla, mesa por
medio, para mirar todo el tiempo de frente a su "protegido"
mientras un compañero vigilaba la puerta de calle.
La relación entre el viejo
caudillo y el joven y silencioso guardaespaldas, que también
le servía de chofer y de compañero de paddle, se fue
haciendo cada vez más estrecha. Todo lo que Tardivo aprendió
en la vida se lo enseñó, por lección, acción u omisión, Raúl
Alfonsín. Y al cabo de los años ya era parte de la familia.
Daniel Tardivo es un profesional frío y eficiente, pero ese
magnífico viejo gruñón lo perdía. En el cruel invierno de
1999, por la ruta provincial 6, que une Bariloche con
Ingeniero Jacobacci, se pegó el gran susto de toda su
carrera. Fue cuando marchaba en un jeep en medio de la
nevisca, abriendo paso y mirando para atrás una y otra vez.
En un momento dado percibió que la camioneta donde los
seguía Alfonsín con otros dirigentes rionegrinos se había
perdido de vista. Retomó de inmediato la ruta escarchada y
resbalosa y al volver de frente vio, como en una
alucinación, que la camioneta había volcado y que en medio
de la nieve yacía un bulto negro: el cuerpo de su
"protegido".
El ex presidente nunca
quería colocarse el cinturón de seguridad: "Es un agravio
para el conductor, Danielito ?ironizaba?. Colocárselo
implica sospechar de la poca pericia del chofer". Daniel
trató cien mil veces de convencerlo, pero jamás pudo. Ahora
la camioneta había volcado y Alfonsín había atravesado el
parabrisas y estaba incrustado en la nieve.
Tardivo corrió hacia don
Raúl, lo dio vuelta y agradeció escucharlo quejarse porque
pensaba seriamente que se había mudado al otro barrio. Lo
subieron entre varios a su jeep y lo llevaron inconsciente
kilómetros y kilómetros en medio de esa maldita tormenta
blanca. Alfonsín gemía de dolor, con los ojos cerrados y la
cara acerada. Su ángel guardián sentía impotencia. Ni los
celulares tenían señal en aquellos páramos. Llegaron a una
precaria sala de auxilios y lo subieron luego a una frágil y
destartalada ambulancia. Daniel iba a su lado, sin sentir
siquiera el frío y con los testículos en la garganta. Al
final internaron al ex presidente en General Roca con un
diagnóstico aterrador: "Traumatismo de tórax con once
fracturas en las costillas, contusión pulmonar, derrame
pericárdico e insuficiencia respiratoria".
Estuvieron toda la noche
en vela, esperando que los médicos dieran un nuevo parte y
recibiendo miles de llamadas de todo el país. Después se
decidió su traslado a Buenos Aires y su ingreso en una sala
de terapia intensiva del Hospital Italiano. Tardivo montó un
cerco de seguridad en el hospital y pasaron allí 40 días
angustiantes. Principalmente los primeros: Alfonsín estaba
en coma y el médico les recomendaba a los familiares que le
hablaran porque eso podía ayudarlo a recuperar el
conocimiento. Tardivo entraba a las seis de la tarde en su
habitación y lo saludaba, y se quedaba esperando en vano,
tímido y respetuoso, que el hombre atado a ese respirador
hiciera el mínimo gesto.
Alfonsín fue recuperando
paulatinamente la lucidez y la motricidad. Le dieron de
alta, pero tardó tres meses en volver a su rutina. Nadie
puede proteger al "protegido" de la fatalidad. Se lo puede
incluso proteger, y hasta cierto punto, de la muerte
inducida. Pero nadie puede proteger a un hombre de su
destino.
Apenas dos años más tarde,
durante los tristes sucesos de 2001, el guardián sentía la
renovada bronca de Alfonsín. "Que se vayan todos, que se
vayan todos ?repetía entre dientes Raúl cuando escuchaba los
cánticos?. ¡No somos todos iguales!" Ya residía en el octavo
piso de un edificio de departamentos de la avenida Santa Fe.
En el quinto tenía sus oficinas. La Argentina era un
polvorín y no había distingos: todos los políticos eran
acusados de ineptos y de ladrones.
Alguien avisó por teléfono
a Tardivo que había una manifestación frente al domicilio de
don Raúl. "Voy a bajar, Danielito", le advirtió. Tardivo
manejaba lentamente el coche y trataba de disuadirlo. "No,
voy a bajar igual, ¿sabés? ?insistía Alfonsín, lleno de
ira?. Pará acá. ¡Pará ya mismo!" Cuando Daniel dobló en la
esquina, Alfonsín levantó la traba y abrió la puerta. El
custodio tuvo que frenar para que el ex presidente no se
lastimara. Alfonsín salió con ánimos de plantar cara y, si
era necesario, agarrarse a piñas. Tardivo dio aviso por
radio y se tiró desesperadamente a tierra para cubrirlo y
sacarlo del tumulto. Eran ochenta contra dos. Los exaltados
lo insultaban y Alfonsín les devolvía el obsequio con
argumentos gritados y también con puteadas largas. Tardivo
se había puesto en el medio, pero no podía impedir que le
pegaran por detrás: el caudillo recibió patadas en los
tobillos y trompadas en los riñones. Su custodio lo arrastró
como pudo, y vio que aparecía un patrullero, y en un impulso
lo metió en el edificio y cerró la puerta.
En los últimos tiempos
Alfonsín no salía mucho de su casa. Daniel Tardivo había
ascendido a comisario y le habían otorgado la jefatura de su
unidad, que está a cargo ahora mismo de la seguridad de los
ex presidentes, los embajadores de Estados Unidos e Israel,
varios jueces de la Nación y muchos de los testigos
protegidos. Alfonsín siempre le preguntaba por su pequeño
hijo Vicente y por su trabajo, y se alegraba sinceramente de
sus progresos. Las últimas veces lo encontró en cama: la
sombra se sentaba a su lado y hablaban de cosas incidentales
y también de Boca e Independiente. "Este año no estoy para
el fútbol, Danielito", le dijo en las vísperas con un hilo
de voz.
Los días previos a la
muerte se notaban el movimiento y la gravedad de la
situación en el rostro de sus colaboradores más íntimos. El
31 de marzo, a las seis de la tarde, Tardivo decidió
quedarse en el quinto piso a esperar las novedades. Cerca de
las ocho y media empezaron a llegarle rumores de que su jefe
se había muerto. Cuando los medios empezaron a difundir la
noticia no pudo más, se acercó al escritorio de Margarita
Ronco, la eterna secretaria del "doctor", y le preguntó si
era cierto. Marga se lo confirmó. Medido y elegante, alejado
de la imagen tradicional del cana y del lenguaje taquero,
ensimismado y racional, el comisario pestañeó un dolor
profundo y tragó saliva amarga. Las sombras no ríen ni
lloran. Sólo son sombras.
Subió al rato a saludar
con abrazos a todos y les pidió permiso a los hijos de
Alfonsín para despedirse. Pasó a su cuarto y lo vio dormido,
y le agarró la mano y le dio un beso en la frente. No estaba
dormido, estaba muerto, y había mucho que hacer. Reunió a su
equipo y le dio instrucciones. ¿Cuándo se acaba la
responsabilidad de un custodio? Alfonsín ya no corría
peligro, la misión había cesado. Pero Tardivo puso a tres
hombres suyos en un auto y él mismo subió con el féretro y
viajó en el interior del furgón hasta una sala de velatorios
de Belgrano. Esperaron en la funeraria que prepararan el
cadáver y luego repecharon solos la larga noche en esa sala
helada cerrada al público, haciéndole compañía al hombre
muerto como si aún estuviera vivo.
A las siete de la mañana
siguiente trasladaron el cadáver en su ataúd al Congreso, y
Tardivo verificó que todo estuviera en orden dentro el Salón
Azul. Muchos le daban el pésame a Daniel: no podían concebir
a Raúl Alfonsín separado de su inseparable guardaespaldas.
Se mantuvo en guardia setenta horas en ese salón. Sólo se
retiró un momento para darse un baño y cambiarse el traje y
la camisa, pero regresó de inmediato a su puesto de comando.
Finalmente, acompañó a la familia hasta la Recoleta en
aquella larga y emocionante caravana. Y como aquella vez en
San Nicolás volvió a actuar por instinto. Al bajar el cajón
envuelto en la bandera argentina, por acto reflejo se puso
detrás. Siempre se ponía en esa posición cuando Raúl
Alfonsín entraba en un lugar o subía a un palco para
hablarle a una multitud. La razón va en cámara lenta, pero
el instinto viaja a la velocidad de la luz. Las fotos lo
inmortalizaron en ese trono, con cara seria y compungida,
mientras los granaderos cargaban el ataúd hasta la bóveda de
los caídos en la Revolución del Parque.
Se quedó con sus hombres
hasta que se retiró la última persona y el sol empezó a irse
a pique. No atinaba a moverse mientras los empleados del
cementerio no terminaran su trabajo en el panteón. Cuando ya
no había nada que hacer, uno de sus hombres le dijo:
"Comisario, ¿y ahora?". Era completamente extraño entrar con
Raúl Alfonsín a un predio y marcharse luego sin él. Ya no
podían llevarlo a ninguna parte y estaban más solos que
nunca. "Ahora nos vamos", respondió la sombra, dio media
vuelta y caminó despacio hacia el olvido.
Reproducción
textual de la nota del periodista Jorge Fernández Díaz, para
LA NACION.
El personaje
DANIEL
TARDIVO,
Custodio de Alfonsín
-
Profesión: oficial de la Policía Federal.
-
Protegió al ex presidente desde 1983 hasta su muerte.
Nació en Banfield. Tiene dos hijos (una mujer de 19 años y
un chico de tres años). Trabaja 12 horas por día. Es
fanático de Boca. Cumplió en enero 30 años en la policía.