TORTURAS:
UN TESTIMONIO
 EN PRIMERA PERSONA

27 de Abril de 2009

 


Damien Corsetti, soldado norteamericano miembro de la Inteligencia Militar. (Foto: E. Arrossi)

 

 

Si hay alguien que sepa de las torturas aplicadas por los soldados estadounidenses en la 'Guerra contra el Terrorismo', es mi amigo Damien Corsetti. Él interrogó a cientos de prisioneros en Irak y Afganistán. Y también participó en 8 sesiones secretas de interrogación a altos cargos de Al Qaeda que oficialmente estaban en "lugares secretos". En esos casos, la misión de Damien era asegurar que los presos no iban a morir por los malos tratos recibidos.

 

Después de casi seis meses como interrogador en Bagram, en Afganistán, y siete en Irak (de ellos, varios en la cárcel de Abu Ghraib, famosa por las fotos en las que se ve a los soldados estadounidenses, maltratando salvajemente a los presos), Corsetti fue sometido a un consejo de guerra. Fue acusado, entre otras cosas, de torturar y someter a vejaciones sexuales a los prisioneros a su cargo. Sin embargo, el tribunal militar, tras apenas media hora de deliberaciones, le declaró inocente.

 

Steven Clemons ha comparado en 'The Guardian' a Corsetti con el coronel Kurtz de 'El corazón de las tinieblas' y de 'Apocalipse Now'. Pero Corsetti no es ningún demente que se va a la selva (de Congo o de Vietnam) a torturar y a esclavizar. Él no es Kurtz. Kurtz son quienes alentaron y permitieron las torturas. Con el agravante de que ellos, nunca vieron el horror que habían creado. Corsetti, sí. testimonio es uno de los ejes de 'Taxi to the Dark Side', el documental de Alex Gibney que ganó el Oscar a la mejor obra de no ficción en 2008.

 

En 2007 entrevisté a Corsetti (puede ver el artículo aquí). Desde entonces me he reunido con él varias veces, y tengo casi 20 horas de grabación, así que en aquella entrevista apenas salieron muchas cosas que me contó. Todas, sorprendentes. Acaso la más llamativa sea que los presos afganos y de Al Qaeda no consideraban que el trato que recibían fuera particularmente malo. Sobre todo si se comparaba con lo que hacían los afganos a sus rivales durante la guerra civil que siguió a la retirada de la Unión Soviética de ese país. O con lo que hacían los soldados soviéticos a las guerrillas anticomunistas de ese país. O con lo que hacía Sadam a sus presos. Una de las cosas que pocos saben sobre Abu Ghraib es que, antes de utilizarla, los soldados estadounidenses tuvieron que retirar cientos de cadáveres en putrefacción que se amontonaban en la cárcel: ellos fueron las últimas víctimas de Sadam Husein.

 

Eso no quiere decir, sin embargo, que el tratamiento que recibían los presos fuera bueno. De hecho, era mucho peor que lo que los informes del Senado y la Administración de Obama han divulgado. A su llegada a la cárcel Bagrám, todos los presos eran objeto de una sodomización simulada, en la que un médico introducía su mano en el ano del recluso. A continuación, el detenido pasaba entre varias horas y dos días en aislamiento.

 

Corsetti tomó cientos de fotos del cuerpo desnudo de un detenido que hablaba buen inglés y cuyo nombre nunca le fue comunicado, pero que, según sus propias palabras, "había sido hecho pulpa. Tenía moratones y cortes por todo el cuerpo". También era común sofocar a los internos: se les ponía una capucha, a continuación se empapaba ésta en agua y se les ponía bajo una lámpara. La evaporación hacía que los presos sintieran que se asfixiaban. Además, se practicaba el tristemente famoso waterboarding (ahogamiento simulado), curiosamente con botellas de San Benedetto, un agua mineral muy cara, pero que era la única que tenían los soldados de EEUU en Bagram.

 

La policía militar trataba con extrema dureza a los detenidos. Hablar, por ejemplo, era motivo de aislamiento sensorial, es decir, de encierros en celdas, con auriculares tapando los oídos y anteojos oscuros cubriendo los ojos, colgado por las muñecas del techo. En esa situación, una persona puede volverse loca en unas pocas horas. Muchos presos se tiraban así días.

 

Respecto al uso de insectos que ha sido denunciado ahora, no es nuevo. Basta con leer las declaraciones de Jalid Sheij Mohamed, el 'cerebro' del 11-S, publicadas por el Pentágono, en las que acusa a EEUU de usar esa técnica de tortura con sus propios hijos de corta edad para que desvelaran el escondite de su padre. Además, Bagram y Abu Ghraib están llenas de unos bichos aterradores: las llamadas 'arañas-camello' (unos bichos que, aunque no son y venenosos, tienen fuerza y mandíbulas lo suficientemente grandes como para comer ratones y lagartos) y los escorpiones. Damien recuerda a los presos quedarse inmóviles cuando en las jaulas en las que se hacinaban decenas de ellos entraba alguno de esos bichos (las luchas entre las arañas-camello y los escorpiones son uno de los pasatiempos favoritos de los solados de EEUU en Irak y Afganistán, que a menudo graban esa versión posmoderna del circo romano en vídeo).

 

Los detenidos de Al Qaeda se pasaban semanas desnudos, colgados del techo. Defecaban, orinaban y vomitaban encima. Los soldados llamaban a eso la 'trifecta', una palabra inglesa que podría traducirse aproximadamente como 'trío'. Sólo se les liberaba para las sesiones de interrogatorios, que consistían normalmente en palizas acompañadas de ahogamientos simulados y de algunas otras técnicas más sofisticadas, como la aplicación de luces que los cegaban temporalmente.

 

Corsetti insiste en que la tortura nunca dio resultados. Y es algo que parece creíble. Al Qaeda, que es, más que un grupo terrorista, una ideología o un fondo de capital-riesgo ('venture capital') que financia a grupos e individuos no tiene una estructura jerárquica en la que la captura de un miembro ocasione el derrumbe de la organización.

 

Damien Corsetti afirma que sus mayores éxitos como interrogador los logró con humillaciones psicológicas (por ejemplo, haciendo que un preso limpiara los excrementos del suelo) y creando incentivos para que los detenidos hablaran. "Nunca me encontré con un escenario de 'bomba de relojería'", dice, en referencia a la teoría de la 'ticking bomb', desarrollada por algunos intelectuales que no tienen ni idea de lo que están hablando, y explotada hasta la saciedad por ese horror televisivo llamado '24'.

Según la teoría de la 'ticking bomb', torturar a alguien puede ser necesario si esa persona tiene información acerca de algún delito o acto terrorista que va a ser cometido pronto. En ese contexto, vale la pena hacer lo que se apara que cante.

Le comento eso a Damien y sonríe: "No hace falta torturar a nadie para que hable. En unos pocos días, todo el mundo acaba cantando". Pablo Pardo, desde Washington, para el diario El Mundo, de España.