11 de Mayo de 2009
Helicóptero para los “K”
Tinelli, el “Gran Cuñado” y la debilidad
"K": El humor político vuelve a la TV
![](http://www.perfil.com/export/sites/diarioperfil/img/2009/espectaculos/0510.tinelli.cristina.nestor.g.jpg_687088226.jpg)
En los últimos años, la TV archivó todas las
parodias y las escenas de humor que podían disgustar a los
Kirchner. Pero, según los humoristas, habría además otras
razones de la falta de risas en este rubro: el desinterés de
la gente, los costos económicos y el cambiante rol de los
medios. También influye la farandulización de la política.
El conflicto del Gobierno con el campo deterioró a los
Kirchner y abrió las puertas al debate político, condimento
indispensable para la reaparición de ese tipo de humor.
Miedos y disfrute de algo que siempre regresa, porque nunca
termina de irse.
Temor reverencial. Los principales políticos
saben que no pueden dejar de estar en el sketch de Tinelli,
pero buscan que las imitaciones no les jueguen en contra. El
lunes, el programa fue visto por el equivalente a los
votantes de la Capital Federal o más de la mitad de los del
Conurbano.
No explica cómo lo supo, pero este año decidió
cambiar. Dicen que es su intuición, ésa que le permite estar
arriba desde hace 20 años. Marcelo Tinelli abandonó en parte
fórmulas que hasta al más fanático le resultaban perimidas
(“Bailando por un sueño” y derivados) y apostó al regresó de
lo cómico a su programa. Pero no sólo eso. A dos meses de
las elecciones, reedita a partir del lunes “Gran Cuñado”,
que habrá quedado viejo en el nombre (hacía referencia a
Gran Hermano y a los cuñados de
Carlos Menem),
pero que la
promoción se encarga de subrayar como el regreso del humor
político a la Argentina.
Suena exagerado. El humor político nunca se
fue. Todos los diarios y todas las radios tienen, bajo la
forma de humoristas, dibujantes o imitadores, sus encargados
de seguirle la huella a los políticos. Es posible que se
haya replegado en los últimos tiempos, pero en donde falta
el humor político es, sin duda, en la televisión.
Salvo el honroso caso de
CQC,
donde el humor
de cuño periodístico intenta tomar el pulso político,
existen demasiado pocas expresiones de humor político.
Algún informe de
Televisión Registrada,
cosas sueltas en
Peter Capusotto y sus videos
(que ahora ni siquiera está al
aire), pequeñas secciones en los programas de
los hermanos Korol (cada vez más pequeñas), pastillas en algunos
programas de cable y se acabó la lista. Las razones de que
el humor político tenga poca pantalla (y menos predicamento)
son varias, y no se contraponen. Más bien, se complementan.
¿Dónde está la gracia? “Como humorista, creo
que hay menos humor político porque a la gente le interesa
menos la política”, dice Rudy, responsable del humor del
diario Página/12.
“Esto no es de ahora, esto viene de los años
90 y tiene que ver con una farandulización de la política.
Si un corredor de autos o un cantante pueden ser
gobernadores por el solo hecho de ser un corredor y un
cantante, es que las respuestas políticas no alcanzan. Esto
no es de acá, es un fenómeno internacional. Hoy importa
menos qué piensa políticamente Silvio Berlusconi, importa
más su divorcio”, agrega.
Lo que dice Rudy apunta a un cambio en el –qué
paradoja– humor social, a través de la banalización de la
política. Hay otras opiniones.
Miguel Rep, humorista y artista plástico,
sostiene: “Hay mucho chiste sobre políticos, y mucho
imitador. Humor político casi no hay. Sólo sobre la
farándula de los políticos, a tono con la miserabilidad
periodística imperante”.
“No existe el humor político si no existe la
política en la gente. Hasta hace poco, no estaba la cara de
un ministro en la memoria popular. Es imposible hacer sátira
de un político si nadie sabe quién es”, afirma, por su lado,
Alejandro Borenstein, productor, columnista de Clarín e hijo
de un mito del humor político, Tato Bores.
Ariel Tarico, humorista imitador de Radio
Mitre y de varios programas,
cree que, precisamente, falta
alguien como el padre de Alejandro:
“Un problema es que no
hay referentes fuertes. No hay un Tato Bores, no hay un Pepe
Arias, que marque la senda”.
“Cuando mi papá hacía televisión, todos se
interesaban –recuerda Borenstein–. El mejor ejemplo eran los
ratings que hacía mi viejo. Hoy, no hay ni un solo programa
de política en televisión abierta.”
A todo esto, se suma un problema de costos.
Dice Tarico: “Hacer un programa de TV de humor es caro. Se
necesitan actores, guionistas, decorados... Es más fácil
hacer un programa de refritos de la TV y poner cuatro
panelistas”.
Desde otro punto de vista,
Pedro Saborido,
humorista político y guionista de Peter Capusotto y sus
videos,
afirma: “El humor va y viene, según la coyuntura.
Son cuestiones cíclicas. Ahora, a la gente le interesa más
la política”.
Sin embargo, Saborido agrega: “Para mí no es
un reverdecimiento de la política, sino de la espuma de la
política. Yo veo un cambio en la gente, que tiene que ver
con la desaparición de comités y unidades básicas, y el
desplazamiento de la política a la televisión. Entonces, me
parece que el humor político de la televisión va a hablar de
la política que se habla en los medios, que no es lo mismo
que la política que le interesa a la gente. Si hoy reaparece
el humor político en tele, es por la cercanía de las
elecciones”.
No me haga reír. Muchos coinciden en que fue
la crisis del campo la que desató la vuelta a la agenda
social de la política. “Desde la crisis del campo a esta
parte, hubo un resurgir de la discusión política, y eso
permite el humor político”, piensa Saborido.
Por su parte,
Nik, humorista del diario La
Nación y guionista de “Gran Cuñado”,
va más allá: “Hubo un
gran vacío en el humor político estos años, sobre todo en
TV. Tiene que ver, a mi juicio, con varias cosas: por un
lado, la privatización de los medios. Quizá, los nuevos
dueños tienen intereses o negocios paralelos y no quieren
enojar al gobierno de turno. A eso, hay que sumarle que, en
los últimos años, el oficialismo presiona para que no haya
programas de este tipo”.
Todo un tema, el del oficialismo. Si bien no
existe gobierno que haya disfrutado del humor político (es
inevitable recordar que, en la época de la presidencia del
radical Raúl Alfonsín, Tato Bores no pudo hacer su programa
en los primeros años de ese gobierno), la pareja
presidencial parece ser particularmente adversa al humor
político en general, y al humor que hable de ellos en
particular.
Es difícil de creer, pero fue precisamente Marcelo Tinelli
uno de los últimos en hacer humor político en televisión.
Era el año 2002 y su programa presentaba a “Los raporteros”
(Fena Della Maggiora y Carlos Sturze), “Los gauchos” y el
ahora polémico “Gran Cuñado”.
También existía un programa en América, llamado La otra
verdad, donde los hermanos Korol parodiaban a Kirchner
apodándolo “Virolita”.
Y
en Canal 9, salía No hay 2 sin 3, donde Rodrigo Rodríguez y
Freddy Villarreal interpretaban a la pareja presidencial.
Nada de eso quedó.
“A la gente que está arriba no le gusta que la imiten. Y a
los Kirchner, menos. Me acuerdo que hace unos años, los
imitaban en No hay 2 sin 3 y los levantaron. ¿Y saben qué?
Están equivocados. Uno imita a los que sobresalen”, asegura
Mario Sapag.
El problema es que los Kirchner no parecen permeables a los
homenajes.
A
eso vendría a sumarse la debilidad propia de un gobierno que
lleva seis años en el poder (dejemos de lado el chiste de
que Cristina y Néstor son cosas diferentes) y, como ya se
dijo, la cercanía de las elecciones legislativas.
“Cuando la economía funciona, la gente se
relaja y busca entretenimiento. Cuando la economía empieza a
andar mal… Creo que eso es lo que olfateó Tinelli: la
necesidad de reírse de lo que pasa”, asegura Nik. “A veces,
la gente tiene ganas de expresar algo y ahí surge el humor
político. Y claro, el bufón es el único capaz de decir
verdades y que duelan menos”, sugiere el Turco Naim Sibara,
que formará parte del nuevo “Gran Cuñado”.
David Rotemberg, ex integrante del dúo
humorístico Rubio & Rotemberg, y que hoy hace humor en el
diario Crítica de la Argentina, es más ácido: “Después de
bailar por un sueño, cantar por un sueño y nadar por un
sueño, es bueno que Tinelli haya despertado”.
Pero si Tinelli olfateó, también olfateó el
Gobierno: según se sabe, el propio Kirchner se comunicó con
el conductor para saber cómo será ese sketch. “Al político
lo que le preocupa es la imagen –dice Ariel Tarico–, la
imagen que la sociedad tiene de él. Capaz que después de lo
de De la Rúa en VideoMatch, muchos temen quedar como
tontos.”
A dos meses de las elecciones, que más de
cuatro millones de personas (según Ibope) vean una parodia
de la Presidenta y su entorno aparece para el oficialismo
como un verdadera temor real.
El efecto De la Rúa. El inolvidable episodio
ocurrió en vísperas de la Navidad del año 2000. Fernando de
la Rúa, entonces presidente, fue a VideoMatch para hablar de
la renuncia de Chacho Alvarez y otras cuestiones del
momento. Que lo haya hecho ahí y no en otro programa habla
de la popularidad de Tinelli, que los políticos reverencian.
Pero todo salió mal. Primero, cuando alguien
del público se abalanzó sobre De la Rúa, tiró de la solapa
de su saco y le reclamó a gritos por los presos condenados
por el ataque de 1989 al cuartel de La Tablada. Luego, habló
con su imitador y, a la hora de retirarse, confundió la
puerta de salida del estudio, por lo que fue y vino sobre el
escenario, detrás del conductor. La imagen fue contundente:
De la Rúa superaba al imitador.
Tiempo después, el ex presidente radical acusó
a Tinelli de tenderle una trampa e, incluso, de haber
ayudado a derrocarlo.
“Aquel era un gobierno muy precario, y
cualquier cosa dejaba en evidencia que estaban para el
cachetazo. Ningún programa de humor voltea un gobierno. Se
voltean solos”, dice
el Turco Naim.
Todos los humoristas están de acuerdo en ese
punto: “En todo caso, la aparición de De la Rúa en el
programa potenció una opinión generalizada: ‘Me puedo bancar
a un gobierno como el de Menem y sus asuntos turbios, pero
no a uno idiota’. Y claro, siempre es más fácil reírse del
débil”, afirma Tarico.
“Más que un dormido, De la Rúa era un
conservador obcecado. Y su caída tuvo otros motivos. Lo que
le pasó en el programa no tendría por qué ser su final. Por
ejemplo, varios años atrás, atraparon a
Adolfo Rodríguez Saá
en una situación más que confusa con vibradores adentro de
un albergue transitorio, y eso no terminó con su carrera
política”, opina Saborido. Y Rotemberg remata: “A De la Rúa
no lo volteó Tinelli, ya venía volteado por un Alplax”.
“Gran Cuñado”. “Nosotros, con ‘Gran Cuñado’,
no tenemos mala intención. Es posible que algún político se
lo tome a mal, pero bueno, ¿qué le va a hacer? Se la tienen
que bancar... No hay nada más sano que la libertad de
opinión”, dice el Turco Naim.
Nik sentencia: “El humor es una revancha del
ciudadano. Yo percibo un enojo con el oficialismo, y también
con mucha gente de la oposición. Pero claro, el que está en
funciones recibe más críticas que el que no ejerce, eso
siempre fue así”.
Pero, ¿es justificado el temor que siente el
oficialismo? Responde Nik: “El miedo al ridículo siempre
está. En el humor político siempre hay conceptos que se
imponen, y que se desprenden de la observación. Por ejemplo,
De la Rúa parodiado como un dormido. Es probable que el
humorista exagere, pero el mote no surge de la nada. El
problema para el Gobierno sería si se fijasen ciertos
conceptos de la pareja gobernante que desagradan a la pareja
gobernante”.
El Turco agrega: “‘Gran Cuñado’ es la vuelta
del humor político, pero constructivamente, sin
intencionalidad, y mucho menos, sin intencionalidad
política. No sé Larry de Clay, pero ninguno de nosotros
quiere ser gobernador”.
Sin embargo, existen en este caso
condicionamientos a la frase “sin intencionalidad”.
Por ejemplo, lo que refiere Rotemberg: “Hay
algo que le escuché decir a Carna (uno de los humoristas de
Tinelli) que me llamó la atención. Dijo: ‘«Gran Cuñado» va a
volver con todo el espíritu de Tato Bores’.
Con todo
respeto, ni con setenta sesiones de espiritismo lo
lograrían. Básicamente porque Tato era reflexión política,
pero también ética intachable. Con Tinelli, no es el caso”.
Alguno recuerda que Kirchner fue en persona a
la inauguración de una de las radios del conductor.
Otro humorista, off the record, decía:
“Yo no me olvido que Carlos Menem cerró su campaña por la
reelección en VideoMatch”.
Las suspicacias están a la orden
del día. El que ríe último. “Ningún programa cómico
puede derribar un gobierno. Decir verdades no produce esas
cosas. Eso es todo”, cree Mario Sapag. “El humor no voltea
gobiernos, pero sí ayuda a pensar”, aclara Rotemberg.
“Me interesa el humor y el arte, y poco me
interesa el humor político. Mientras la gente se divierta,
todo bien. El límite es el respeto, hacia ellos y el que
merecemos nosotros”, dice Martín Bossi, otro de los
integrantes del elenco de “Gran Cuñado”. En cualquier caso,
el humor político vuelve a estar en el centro de la escena.
Quizá, porque nunca se fue.
“A veces me preguntan por qué los programas de
Tato siguen teniendo vigencia –dice Alejandro Borenstein–. Y
es que los conflictos no se han resuelto, por eso parecen
siempre actuales. Pasan los años y los conflictos siguen
iguales.” Pasan los años y los conflictos siguen iguales.
Quizá sea ésa y no otra la fórmula que explica la vigencia,
la actualidad y la necesidad del humor político.
Cristina y Néstor, en la versión de Tinelli
Hoy a las 22.30 –o, eventualmente, cuando los
programadores de Canal 13 ubiquen el final de Valientes– el
humor político regresará a la televisión argentina. O, mejor
dicho, regresará el humor político masivo, porque no puede
negarse que el año pasado, desde el canal oficial, Diego
Capusotto lo hacía en la temporada de Peter Capusotto y sus
videos. El pelilargo militante peronista Bombita Rodríguez
fijaba una mirada despiadadamente irónica sobre los 70, y
Micky Vainilla mostraba el racismo de cierta oligofrenia
artística y/o social. Era el rating más alto de la emisora y
se transformó en un programa de “culto”, pero nunca
“masivo”. Lo de Capusotto era –es, con las repeticiones que
aún se mantienen en la pantalla– un intento de devolver a la
televisión el humor político.
La expectativa con el regreso de la casa de
“Gran Cuñado” es grande. No en vano Marcelo Tinelli sabe que
“el número de rating está ahí”, y cuando mañana salude con
su “buenas noches, América”, el interés de millones de ojos
estará puesto en ver el resultado del trabajo de Andrés
Parrilla, autor de las máscaras con que estarán los
personajes de “Gran Cuñado”. El segmento humorístico
parodia, al mismo tiempo, a los reality shows y a la
comunidad política vernácula –tanto del oficialismo, la
oposición y el campo– en un año electoral, y dos días
después de que se hayan formalizado las candidaturas y a
siete semanas de los comicios –es decir, en la recta final
de la contienda partidaria (o algo así)–, por lo que cobra
vital importancia rogar para quedar bien parados ante la
audiencia votante.
Las versiones y las razones. Distintas fuentes
dieron cuenta de que Néstor Kirchner en persona se habría
comunicado con Marcelo Tinelli para interiorizarse acerca de
cómo lo presentarán en el show. La preocupación del
presidente del Partido Justicialista se habría basado –como
la de tantos de sus colegas– en el poder de fuego –y de
daño– de los números: el lunes, ShowMatch promedió –según
Ibope– 41,5 puntos de rating, mientras que el martes, 36,1.
De acuerdo con la encuestadora, eso equivale a que
aproximadamente 4 millones de personas el lunes y 3 millones
y medio de personas el martes estuvieron delante del
televisor viendo a Tinelli y los suyos –y los no tan suyos,
porque buena parte del pico histórico del debut se debe a
las presencias de Antonio Gasalla y Guillermo Francella–.
En 2007, en la Capital Federal había poco más
de 2 millones y medio de ciudadanos en condiciones de votar,
mientras que en los 39 partidos del Gran Buenos Aires,
sumados, eran unos 7 millones. Es decir: la cantidad de
personas que vieron ShowMatch el último lunes son más que
los votantes de la Capital y un poco más del 50% de los del
GBA. Por más que los números de Ibope representen a personas
de todas las edades y no sólo a votantes potenciales, la
masa humana que convoca ShowMatch –o, si se prefiere, la
estrategia de Marcelo Tinelli– puede resultar decisiva en
una campaña que, hasta el momento, no ha mostrado más que
los primeros estiletazos.
No es casual, entonces, que Tinelli mismo haya
reconocido al aire el llamado de políticos que estaban
interesados en que se sumaran imitaciones de ellos al “Gran
Cuñado”. Como dijo el publicitario
Gabriel Dreyfus –asesor de campaña de la alianza Coalición
Cívica/Unión Cívica Radical–: “El político que no está en
‘Gran Cuñado’ no existe”. Dato no menor es que uno de sus
asesorados, Alfonso Prat Gay, no estará en la casa.
El elenco de notables. En la casa construida
en uno de los estudios de Ideas del Sur que imitará hasta el
más mínimo detalle a la de Gran Hermano –hoy Operación
Triunfo, o algo así–, con guiones supervisados por el
humorista Nik, estarán aquellos que Marcelo Tinelli y su
equipo consideran piezas clave –y populares– de la política
argentina.
“Tanto para ser político como para ser artista
tenés que tener una carga de omnipotencia muy grande;
entonces, si te creés todopoderoso, te resulta muy feo que
alguien venga y le muestre a la gente tu parte graciosa o
miserable”, dijo el actor Martín Bossi. Y no es una
declaración menor, ya que él interpretará a la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner y, según indicaron fuentes de
la productora, en la interpretación resultan claves el dedo
índice enarbolado como si fuera un arma y la burla constante
al estilo oratorio de Cristina. Eso sin contar las
confabulaciones que tramará junto a su marido, Néstor
–interpretado por
Freddy Villarreal,
a quien gracias a sus
imitaciones ya le endilgaran la caída en desgracia (y, casi,
la caída a secas) de Fernando de la Rúa, personaje que
también volverá a encarnar en esta entrega del reality
satírico–, en contra de
Julio César Cleto Cobos
–personificado por
José María Listorti,
quien optó por dotar
a su personaje de un discurso plagado de negaciones como,
por ejemplo, “no positivo”–. Problemas de convivencia que
intentarán reflejar en el espacio cerrado uno mucho más
abierto.
La estrategia de los humoristas radicará
fundamentalmente en dar con un elemento reconocible de los
políticos reales para conducirlos al nivel del absurdo. Así,
el Mauricio Macri
de Martín Bossi –hace dos personajes, al
igual que Villarreal–, que ya se impusiera en una de las
ediciones, hablará todo el tiempo de las cosas que hay que
hacer. No menos entusiasta resultará el Sergio Massa en la
piel de Mariano Iúdica, quien no sólo mantendrá una sonrisa
pétrea sino que hará continuas referencias a su pago chico,
el partido de Tigre. Si de optimismo se trata, habrá que
prestarle atención al Daniel Scioli en manos del humorista
Jorge Fossetti, ya que sus palabras más repetidas serán
“está todo bien”.
Pero no todo es alegría y buena onda. El
Alfredo de Angeli que llevará adelante Campi promete, además
de reiterados momentos en que se le caiga algún diente,
delirio en extremo –no debe olvidarse la antológica
composición que el humorista ya había hecho de Aldo Rico–.
Más irracionalidad, con no pocos toques de violencia, tendrá
el Guillermo Moreno que le tocó en suerte al Turco Naim y
también el Hugo Moyano que hará Toti Ciliberto –que en las
trasnoches de América deleita con sus personificaciones
deportivas de Mostaza Merlo y Juan Román Riquelme–, y el
Luis D’Elía en la piel de Claudio Rico. Alicia Kirchner, en
versión de Gladys Florimonte, no será violenta, aunque
mostrará sumisión ante su hermano.
En la primera edición,
el cómico Waldo
había tenido que encarar a un personaje parco en sus
palabras
–Emir Yoma–,
y en esta versión le asignaron un político no menos
enigmático:
Carlos Reutemann.
Por el lado de la oposición, el grupo de “valientes” que
entrarán en la casa se completa con:
Francisco de Narváez –Roberto Peña,
quien
jugará reiteradamente con los tatuajes no tan velados del
político, y es probable que haga referencia a Tinelli mismo
(o, más específicamente, al brazo del conductor, con dibujos
flamantes diseñados por su hija Candelaria)–,
Luis Juez
–Fernando Ramírez
se la pasará contando chistes–,
Elisa Carrió –Mauricio Jorpack– y Felipe Solá –Sebastián Almada–.
Del oficialismo, se suman
Aníbal Fernández
–muy verborrágico
y bigotudo, encarnado por, justamente,
Carna–
y la flamante candidata
Nacha Guevara
–agregada a último momento, en la piel de
Fátima Flores–.
El juego de la silla (y las presiones). El
ShowMatch de mañana estará integrado totalmente por “Gran
Cuñado”. Se prevé un envío a la semana, y a partir del lunes
19 deberá convivir con otros segmentos humorísticos del
show. Ese día, la votación telefónica de los televidentes
habrá determinado los tres personajes con más votos
negativos –o, para el caso, “no positivos”–, quienes serán
nominados y, a partir del lunes 26, comenzarán a armar las
valijas de a uno.
Entonces, el programa planteará un esquema de
votación pública y constante. Justamente en un año en el que
la Presidenta adelantó las elecciones para que no se
estirase la campaña. Mientras los partidos comiencen a hacer
sus gastos de publicidad, desde la pantalla se generará una
difusión de sus imágenes que no podrán controlar.
No es iluso suponer que el teléfono de Tinelli
sonará con mucha frecuencia. Cuando se le preguntó al
conductor sobre las presiones que recibirá, él respondió,
sucinto: “¿Viste el tai chi? Hay que saber dejar pasar”.
Demetrio
Lopez, en su nota en el Diario Perfil.