12 de Mayo de 2009
Panorama político
La fama es puro cuento
La mediatización de la política crece al mismo ritmo que la
indiferencia cívica. En ese círculo vicioso está atrapada la
democracia argentina. La brecha entre representantes y
representados se ensancha y no hay estrella invitada que
alcance para cicatrizar esa herida. No son los actores: lo
que no funciona es el libreto.
![](http://www.criticadigital.com/impresa/fotos/6_553.jpg)
Primero fue Nacha Guevara, después, Andrea Del
Boca, ahora Diego Maradona; el recurso de colgarse de
celebridades durante una campaña electoral es un viejo truco
que ya no debería sorprender, pero lo que llama la atención
es la reacción que genera en el electorado. O mejor dicho,
la reacción que no genera. La mediatización de la política
crece al mismo ritmo que la indiferencia cívica. Y en ese
círculo vicioso está atrapada la democracia argentina, con o
sin Kirchner.
En la Justicia Electoral ya no saben qué incentivos y
amenazas inventar para revertir la alarmante tendencia al
ausentismo de los ciudadanos convocados como autoridades de
mesa para las próximas elecciones. Lo mismo les pasa a los
partidos –a lo que queda de ellos– con la masa crítica de
fiscales que necesitan para defender sus votos a la salida
del cuarto oscuro y en el momento de contar las boletas: no
consiguen voluntarios.
Las razones de este desapego republicano seguramente son
muchas y están combinadas en una maraña difícil de
desanudar. Pero hay datos evidentes que explican este clima
de apatía. Durante esta semana, los programas políticos de
la televisión argentina (que ya no tienen el rating de hace
un par de años) mostraron a varios señores de saco y corbata
–y a alguna que otra señora de trajecito– debatiendo entre
ellos sobre la nueva y la vieja política. Cada uno a su
turno justificó con poca convicción su esquema de alianzas
y, como toda concesión al somnoliento televidente-votante
que se hastiaba del otro lado de la pantalla, cada candidato
reconoció que “la gente” estaba esperando que le hablaran de
sus problemas, y que le propusieran soluciones. En efecto,
resulta casi imposible encontrar en los miles de espacios de
prensa escrita y audiovisual alguna propuesta más o menos
consistente de cualquiera de los postulantes legislativos
sobre temas de la vida cotidiana de aquellos votantes que no
se dedican a la política ni al periodismo. Y no es
casualidad ni un descuido de los estrategas de marketing
político que asesoran a los partidos.
Uno de los activistas sociales más respetados del país
se quejaba, en una cena de amigos de hace unas semanas, de
que sus esfuerzos por convencer a los principales candidatos
electorales de que incluyeran un proyecto de “hambre cero”
en su discurso de campaña resultaron estériles.
Los
políticos están en otra cosa, no se sabe bien en qué, salvo
que uno quiera ser malpensado.
A principios de este año,
una de las caras más conocidas de la oposición se dirigió
informalmente a un grupo de periodistas, luego de una
conferencia de prensa: “Nadie me preguntó por el hambre”, se
quejó. Era cierto. Tal vez los periodistas hayan sido
insensibles ante un tema que “no vende”; tal vez hayan
perdido la esperanza de que algún político conteste
sinceramente algo importante acerca de la pobreza. Lo cierto
es que hoy aquel político integra una de las listas
opositoras con más chances de éxito y, sin embargo, el eje
de campaña de su agrupación no es la erradicación del hambre
en la Argentina.
Con la inseguridad sucedió algo similar. Hace años que se
realizan marchas en reclamo de alguna señal de parte del
establishment político de que la violencia criminal será
tratada como un tema de Estado y no como una curiosidad
sociológica que los ministros del área comentan en sus
tertulias radiofónicas matutinas.
Las rejas que adornan
–en realidad, afean– las fachadas de los hogares de casi
todo el país indican que la inseguridad no se trata de una
moda perversa gestada por algún noticiero de la tevé
capitalina. Sin embargo, sólo el miedo al
qué-dirán-las-encuestas empujó al Gobierno a ensayar alguna
medida de endurecimiento judicial contra el delito, en la
cuenta regresiva electoral.
El juego democrático se debate hoy entre el discurso
políticamente correcto que todo dirigente debe sostener en
los medios y la desesperación por traccionar nichos de
votantes reales, cuya ideología no siempre coincide con el
abecé de los derechos humanos universales. Es el caso de la
dinámica de vodevil que tomó la relación del peronismo con
Aldo Rico. En principio, el kirchnerismo bonaerense lo
sostenía un poco a escondidas, consciente de que le sumaba
votos pero no imagen positiva; cuando esa alianza entre un
gobierno de rostro progresista y un símbolo carapintada se
volvió indefendible en los medios, Rico quedó afuera. El
ex militar y Luis Patti tentaron entonces a los cuentavotos
del PJ disidente, pero también allí los asesores de imagen
tocaron la alarma de la impresentabilidad mediática de estos
personajes. No obstante, queda pendiente un dato
perturbador: ambos son influyentes porque, en su momento,
triunfaron en las urnas.
La semana pasada, la Fundación Konrad Adenauer organizó en
Ecuador un seminario de comunicadores para analizar la
relación entre periodismo y política. Entre los asistentes
estaba
Alex Contreras, el ex vocero de Evo Morales:
Contreras, que sigue defendiendo el proceso de
transformación de Bolivia, renunció a su cargo como protesta
a un acto de censura en el gobierno de Evo. Uno de los temas
del seminario fue analizar los efectos de la teoría de
“comunicación directa con el pueblo, sin intermediarios” que
aplican en los países del eje bolivariano, incluida la
Argentina.
Lo que se presenta como un supuesto contacto directo con
la gente, pasando por encima de la manipulación de los
medios de comunicación, se trata en realidad de una excusa
para multiplicar la creación de medios estatales y
paraestatales, y la radicalización del viejo truco de
cooptar medios privados para que resulten canales confiables
para el gobierno de turno. Por ejemplo, cada emisión de Aló
Presidente, el talk show maratónico de Hugo Chávez, tiene un
costo de mercado estimado en un millón de dólares, por su
duración y logística de producción. Es decir que los
gobiernos que supuestamente menos creen en la prensa son los
que más dinero público invierten en medios.
En la Argentina, el PJ oficialista y el disidente
desplegaron una batalla mediática millonaria.
Francisco de
Narváez compró diarios, canales de radio y televisión, y
hasta agencias de publicidad, para hacer “nueva política”, y
su búnker de campaña parece más un call center que una
unidad básica.
Lo mismo sucede con la
cuantiosa inversión publicitaria del Gobierno, que incluye
el reclutamiento de famosos. No obstante, la reciente
entrevista que Néstor Kirchner le concedió en exclusiva a
Telefe para no anunciar su candidatura perdió en el rating
minuto a minuto con una telenovela.
La brecha entre representantes y representados se ensancha y
no hay estrella invitada que alcance para cicatrizar esa
herida. No son los actores: lo que no funciona es el
libreto.
Silvio Santamarina,
Critica de la Argentina.
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NOTA RELACIONADA:
Atento a
las encuestas, Kirchner se convierte en "Mi pobre angelito"
Se alistó como candidato para pelear la
batalla decisiva para su sobrevivencia política. Adelantó la
elección para escaparle a los efectos anunciados de la
crisis económica. Inventó las candidaturas testimoniales
involucrando nada menos que al gobernador de Buenos Aires.
Gritó y despotricó desde las tribunas contra los que lo
quieren hundir en el último infierno y también contra los
que apenas ejercen su derecho a opinar y cuestionan algunos
de sus actos. Nada de eso le alcanzó hasta ahora a
Néstor
Kirchner para suponer que podrá dormir tranquilo después de
la elección de junio. Las encuestas, y sobre todo las
propias, las que esta vez no se difunden, le alientan cada
día el sobresalto.
Los números en los que Kirchner cree le
hablan de una estrecha diferencia final, de 5 ó 6 puntos,
sobre Francisco de Narváez. Otras mediciones que le
acercaron son más optimistas, pero Kirchner está entrenado
en la aspereza y la sospecha: prefiere planificar qué hacer
para que el escenario de derrota que le pinta un tercer
grupo de sondeos nunca se pueda concretar.
Ante una realidad adversa,
prestidigitador incansable, Kirchner inventó y puso en
escena esta semana la última versión de sí mismo. Algo así
como "Mi pobre angelito", un hombre que se pretende cálido y
afable, que visita jardines de infantes en el Gran Buenos
Aires, acaricia a niños, saluda a padres y maestras, y trata
de convencer buenamente, con paciencia y esmero, que lo
mejor es votarlo a él.
De algún modo es el regreso a una
tesis que el propio Kirchner había desarrollado a comienzos
de año, cuando le decía a sus numerosos visitantes en Olivos
que pretendía un tiempo con "ondas de amor y paz" para
transitar hacia la elección de medio término del segundo
gobierno kirchnerista. Nadie hizo más que él para que ese
pretensión quedara frustrada.
Es ese Kirchner que se esfuerza por
aparecer manso y tranquilo el que ayer, en una muy
distendida entrevista por televisión -otra pieza en el
mecano de su lanzamiento como candidato- dijo de sí,
aludiendo a su notoria condición de gobernante consorte:
"Soy por primera vez un Primer Damo en la Argentina".
Un interlocutor habitual de Kirchner
preguntaba anoche, y anticipaba: "¿Viste cómo hacemos todos
los deberes? ... estamos muy prolijitos y vamos a seguir
así". Le preocupaba resaltar el cambio de tono, la última
reinvención de Kirchner candidato, después de comprobar que
el chicote y la chequera sirven para disciplinar intendentes
y gobernadores, pero que no pagan buen dividendo en la
opinión pública. En el Gobierno admiten que algo más
del 60% de los bonaerenses está dispuesto a votar contra
Kirchner.
Tratándose de política y de campañas,
todo es provisorio. Y este nuevo tono quizás se confirme o
se modifique, según las próximas encuestas muestren que
tuvo, o no, el efecto buscado. Pero el entorno del ex
presidente, como todos los entornos de todos los políticos,
suele entusiasmarse fácil con los cambios de rumbo que
imprimen sus jefes, sean decisiones de alta estrategia o
simples manotones en la oscuridad buscando la salida a una
situación de encierro.
Una cuestión en extremo sensible para
el desarrollo de la campaña y para el resultado de la
elección, es la confirmación práctica de la lealtad que le
juran a Kirchner los caudillos municipales, los legisladores
y los funcionarios de la Provincia.
Cuando mañana cierren las listas se
verá cuántos intendentes ponen el cuerpo y se anotan en las
candidaturas testimoniales, para empujar sin dobleces el
voto en sus municipios. Después del entusiasmo inicial, unos
cuantos están pidiendo una dispensa para zafar del cepo en
que los metió Kirchner. Rápido de reflejos, ayer
Daniel Scioli empezó el rondín de arengas y conminación final a los
recelosos jefes municipales.
Los caudillos del peronismo
bonaerense van a terminar jugando fuerte para Kirchner,
porque saben reconocer y respetar a quien tiene el poder.
Pero es improbable que esa obediencia vuelva a tener alguna
pincelada de compromiso más allá de la conveniencia. "Ojalá
que gane, pero que gane por un voto", se escuchó mascullar a
uno de los principales dirigentes de la Provincia,
ligeramente fatigado ya de las peregrinaciones a Olivos para
renovar la pleitesía. Y ansioso por ser parte de un nuevo
tiempo peronista. Hablaba de Kirchner como de alguien
ajeno. A Kirchner eso le preocupa poco. Prefiere que le
teman, no que lo quieran.
Julio Blank, en su nota periodística del diario Clarín.