EL “NEPOTISMO TESTIMONIAL”
FUE Y ES EL MEJOR EXPONENTE
DE LA DECADENCIA DEL PAÍS

1º de Junio de 2009

El imperio del nepotismo

Dada la fragilidad de los partidos, el electorado no es llamado a votar por ideas ni por dirigentes de prestigio, sino por apellidos

En el seno de la política argentina ha terminado de estallar, como acaso nunca antes, el vicio del nepotismo. Se trata de un mal antiguo, por cierto. Pero la extensión que ha adquirido en esta oportunidad sirve para examinar otras deformaciones de nuestra cultura cívica.

Sería hipócrita mirar el fenómeno con sorpresa: la Presidencia de la Nación ha sido tomada, desde el encumbramiento de Cristina Fernández de Kirchner, como un bien ganancial. En el Gobierno ya nadie se esfuerza por disimular que las decisiones más importantes de la administración pasan por las manos del esposo de quien fue elegida para llevarlas adelante. El país había conocido un solo caso similar en estos tiempos: los Juárez, en Santiago del Estero, fueron los precursores provinciales de los Kirchner.

La estrategia de las denominadas "listas testimoniales", adoptada para apuntalar la alicaída candidatura del ex presidente en la provincia de Buenos Aires, agravó el problema. El ardid es, en sí mismo, aberrante: se trata de incorporar en las listas a individuos que no asumirán el cargo para el que se ofrecen porque preferirán seguir ejerciendo la gobernación, la vicegobernación o la intendencia que ocupan en la actualidad. A quienes ofrecieron una mínima resistencia a este fraude, se los invitó a cometer otro: postular a un pariente. Así las listas electorales repiten, como si fueran una guía telefónica, el mismo apellido aquí y allá. Los Massa, los Curto, los Granados, los D´Elía, los Díaz Pérez, los Bruera son sólo algunos ejemplos de clanes enteros que se ofrecen como representantes del pueblo. La desviación no es sólo bonaerense (también están los Busti en Entre Ríos o los Alperovich en Tucumán) ni oficialista: desde los primos Macri hasta los hermanos Storani o Barrionuevo, pasando por los Atanasoff y los Patti (padres e hijos), también la oposición apostó a las familias para seducir al electorado.

El nepotismo fue identificado desde un comienzo como una práctica defectuosa. El nombre mismo proviene de "nepote" e identifica a los sobrinos de los papas del Renacimiento, agraciados por sus poderosos tíos con todo tipo de canonjías. Sin embargo, la gravitación de los lazos de parentesco en las actividades públicas no siempre debe ser censurada. Un estudio académico reciente, publicado en los Estados Unidos ( In Praise of Nepotism. A Natural History , de Adam Bellow), enumera infinidad de casos de individuos que eligieron, por vocación, la profesión de un pariente. Los ejemplos más obvios son los de los Roosevelt o los Kennedy, pero también en las finanzas, las ciencias o las artes se reiteran a veces los apellidos y también la dedicación y el talento.

En cambio en muchos otros casos (demasiados) el nepotismo sólo sirve para que los lazos de sangre prevalezcan sobre los méritos. Es lo que sucede en sociedades arcaicas, poco competitivas, cerradas, donde en vez del esmero y la capacitación se premia la herencia, la explotación de algo tan dado como el apellido.

Democracias modélicas, como la de los Estados Unidos, tampoco se salvan de esa degradación: en el Congreso de ese país hay numerosos legisladores que representan a dinastías instaladas allí desde el siglo XVIII. Nada que deba sorprender a los argentinos: Néstor, Cristina y Alicia Kirchner y Armando Mercado forman un grupo similar al de los Menem, los Saadi o los Sapag, donde las bodas o la filiación garantizan el acceso a un salario público a hermanos, primos o cuñados.

El actual proceso electoral ha puesto esta mala práctica al servicio de otras. El nepotismo fue estimulado porque, dada la fragilidad de los partidos, el electorado no es convocado a votar por ideas ni por dirigentes prestigiosos, sino por apellidos. La incapacidad de la clase política de regenerarse incorporando a sus filas a nuevos actores ha dejado la representación política en manos de familias que se profesionalizan en arrancarle recursos al Estado.

La otra cara de este empobrecimiento es la baja calidad de la formación cívica de buena parte del electorado, que puede votar a un candidato creyendo que está votando a otro. Es en este ardid donde las listas testimoniales y el nepotismo se combinan para una misma estafa.

Sería un error limitar la evaluación del nepotismo al campo de la política y la vida electoral. Se trata del síntoma de deformaciones más amplias; es una desviación que hace juego con otras del mismo estilo. Los lazos de parentesco operan como un factor de discriminación para el acceso a la función pública, del mismo modo que el soborno puede ser la vía rápida para ganar una licitación o conquistar un mercado. El desprecio por el mérito que denota el nepotismo es el mismo que se ve reflejado en un sistema educativo que ha relajado de manera demagógica las evaluaciones. Estas lacras se recortan, en definitiva, sobre un mal más general y atávico: la resistencia de una sociedad a garantizar la igualdad de oportunidades y a establecer un sistema objetivo de premios y castigos. Diario La Nación.