10 de Junio de 2009
Polémica: La fiebre de los
chanchos
Un consorcio del barrio de
Belgrano exigió que la familia de una nena con gripe A
abandonara el edificio. Hipocresías de una epidemia
mediática.
Si me decidiera por fin a
tratar de contar la degradación de la Argentina actual, iría
a buscar ese edificio de Belgrano.
La noticia apareció ayer en el
diario Perfil: los vecinos de un edificio de departamentos de Belgrano
–cuya dirección la nota silenciaba prudentemente– detectaron
que una nena, hija de un escribano que vive o vivía en uno
de sus departamentos estaba enferma de la fiebre chancha.
Entonces convocaron a una reunión urgente de consorcio en la
que decidieron –supongo que por mayoría, quién sabe por
unanimidad– exigir a la familia de la nena que abandonara de
inmediato el edificio. “No queremos que toquen los
picaportes de la puerta de entrada, ni compartir pasillos y
ascensores con ellos”, dice la nota que dijeron los vecinos,
y, ante la presión, el escribano y los suyos se rajaron.
La gripe mexicana, gripe porcina, H1A1 o influenza A es una
auténtica epidemia contemporánea: una epidemia mediática,
mucho más virtual que real, mucho más amenaza que certeza,
con su guerra de nombres por delante. El mundo, últimamente,
tiene de ésas: desde la última gran epidemia global real, el
sida, han aparecido varias postulantes –y ninguna termina de
confirmarse en la práctica pero todas tienen su minuto de
fama. En el que varios ganan: los medios ganan, los
laboratorios ganan, incluso los gobiernos ganan. No digo que
todos ellos lo hagan a propósito para ganar; digo que ganan.
Los medios ganan ventas, rating, atención; los gobiernos
ganan la posibilidad de mostrarse atentos vigilantes
preocupados eficaces; los laboratorios ganan mucha mucha
plata. Hay quienes piensan –siempre hay malpensados, decía
mi abuela, hasta que se enteró de aquel refrán que reza:
piensa mal y acertarás– que los laboratorios que producen
supuestos remedios para estas supuestas epidemias ganan
tanto que es difícil imaginar que no hagan un pequeño
esfuerzo para que el mundo crea que existen. Tamiflu, de
Roche, por ejemplo, se vendió como pan caliente –como
milllones y millones de panes calientes– gracias al miedo a
la dizque gripe.
Que ya lleva dos meses trabajando a pleno y resulta un
fracaso. Según el informe de la OMS del viernes pasado, la
fiebre antes conocida como chancha ha causado en todo el
chancho mundo 21.940 casos –de los cuales 11.054 en Estados
Unidos y 5.563 en México– y 125 muertes –103 en México y 17
en Estados Unidos, demostrando que, como a toda dolencia, la
favorecen los ambientes pobres. Su índice de mortalidad
comparado con casi cualquier otra enfermedad es una bicoca y
su grado de amenaza para la supervivencia del género es un
chiste en un mundo donde se mueren a causa del hambre y la
malnutrición 25.000 –acabo de escribir 25.000– personas por
día –por día–. Frente a esas cifras, la fiebre ex chancha es
un chiste malo, aunque eso no es nuevo: frente a esas cifras
–que nos importan tan poco– cualquier cosa se parece a un
chiste malo, pero el hecho de que los gobiernos los medios
las personas se pongan como se ponen por una enfermedad,
intolerable que lleva 125 víctimas en dos meses es un chiste
malo de un gusto complicado. Y se hace más chiste en la
Argentina porque, por una de esas casualidades patrias, la
ex chancha es, aquí, un mal de ricos. Basta con ver la lista
de los colegios que cerraron: privados los más, casi todos
en los barrios caros, varios de ellos superexclusivos. La
enfermedad plagada de nombres es, en ese sentido, lo
contrario del sida, una peste que se encarnizó con los
márgenes de la sociedad, homosexuales, drogadictos, presos.
Aquí la tan nombrada, en cambio, se ha instalado en el
centro: hasta ahora, la causa más habitual de contagio –o
miedo del contagio– ha sido el viaje a Disney.
Tan en el centro está que provoca reacciones bien del
centro: el edificio de Belgrano. Gente educada, más o menos
rica, que podría informarse fácilmente e incluso pensar,
pero que se dejó ganar por los medios, los miedos, la
ignorancia y decidió que su supervivencia –que nunca estuvo
seriamente amenazada– era más importante que cualquier otra
consideración.
Debe de haber entre ellos muchas buenas personas, amorosos
padres de familia, esposos dedicados, cristianos
legítimamente preocupados por el sufrimiento de sus
prójimos, patrones comprensivos, empleados cumplidores,
pero, en el efecto colectivo, conforman un grupo de hijos de
mil putas ratas egoístas a los que sólo les importa su
pequeña parcela de bienestar personal por encima de
cualquier otra cosa: tanto que son capaces de aceptar que
son una manga de hijos de mil putas ratas egoístas a cambio
de preservar esa parcela. Es un caso curioso, extremo de
segurismo: de esta idea de que todos los males vienen de
afuera y que todo lo que viene de afuera es malo mientras no
se demuestre lo contrario, y que la mejor respuesta es
encerrarse, amurallarse, cortar los vínculos con el espacio
público.
Yo creo que esos señores merecen un castigo: que se haga
pública su dirección –y si acaso sus nombres– y que podamos,
cada vez que pasamos por delante de su plaza fuerte
amurallada, mirarlos con el desprecio que tan bien se han
ganado. Digo: que se hagan cargo de sus actos. Y que todos
los demás también lo hagamos: las ratas nunca viven mejor
que en los buenos basurales.
Nota de
Martín Caparrós para el diario Perfil.
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ORIGEN DE LA NOTA PRECEDENTE:
Echaron a una familia del
edificio en el que vivía, sólo por padecer la gripe A
Se trata de los parientes más
cercanos de la niña que contrajo la enfermedad por viajar al
parque Disney en Orlando, Estados Unidos . Al regresar, su
padre oculto que habían realizado el viaje. Por eso, se
contagiaron al menos 12 de sus compañeras del Colegio Esquiú
de Belgrano, en Buenos Aires.
Cuando se enteraron, sus
vecinos de edificio organizaron con urgencia una reunión de
consorcio y decidieron expulsarlos. No hay ningún aval
oficial ni razón médica para tomar este tipo de medidas
extremas. Es el tercer caso de discriminación grave que se
da en el país por la epidemia de influenza…
Increíblemente, en las
primeras consultas el padre ocultó el hecho de haber viajado
al país con más enfermos, como ya era los Estados Unidos. El
profesional, sin ese dato clave para sospechar el
diagnostico, descarto la posibilidad de realizar los
análisis de rigor porque no había “nexo epidemiológico”.
Entonces apenas se registraban dos casos en todo el país.
Recién cuando se enteró del paseo por Disney, pidió el
hisopado y mandó la muestra al Instituto Malbrán. El domingo
24, las autoridades de Salud de la Nación dieron a conocer
que había dado positiva por gripe A. Dos días después, el
martes 26, el Colegio Fray Mamerto Esquiú, al que va la
niña, fue cerrado por dos semanas completas: 12 compañeras
de la hija del escribano habían contraído la enfermedad...
A partir de entonces comenzó
lo aún más alocado de la historia. Alguien, en el edificio
del barrio de Belgrano donde vive la familia de la niña
enferma, se enteró de que padecía la gripe, e hizo arrancar
un mecanismo de exclusión digno de lo peor del ser humano.
Se llamó a una urgente reunión en el consorcio, en la que se
decidió manu militari expulsar sin más a la “familia
contagiada”.
“No queremos que toquen los
picaportes de la puerta de la entrada, ni compartir pasillos
y ascensores con ellos”, fueron unos de los argumentos
triunfantes, por aclamación, en la asamblea. Cuando se lo
comunicaron –es de imaginar que por vía telefónica- el
escribano entró en la disyuntiva de plantearse ante sus
vecinos y resistir la medida, o acceder al “pedido”. Con
desesperación, pidió consejos a algunas de las autoridades
intervinientes en la epidemia, que no supieron cómo detener
la flagrante discriminación que se estaba cometiendo. Quizá
para no ocasionarle más trastornos a su familia, armaron
valijas y se mudaron (¿temporariamente?) a la casa de otro
pariente. Es muy probable que la historia no terminara ahí y
habrá alguna instancia judicial contra el consorcio.
Extracto del artículo de Martín de Ambrosio, diario Perfil.