16 de Junio de 2009
El precio del silencio
Tardíamente,
dirigentes empresariales han advertido los eslabones
oficiales de una cadena que estrangula la iniciativa privada
Cuando
en pleno gobierno de Néstor Kirchner
tomó estado público el avance del oficialismo sobre
el Consejo de la Magistratura en perjuicio de la
independencia del Poder Judicial, prácticamente no se oyeron
condenas provenientes del ámbito empresarial. Parecía, según
se llegó a señalar, una cuestión exclusivamente técnica, tal
vez propia de abogados y constitucionalistas, pero
aparentemente alejada del interés de la mayor parte de los
empresarios.
Algo
similar ocurrió durante esa misma gestión con las presiones
del secretario de Comercio Interior,
Guillermo Moreno, plagadas de intimidaciones,
amenazas e insultos, dirigidos telefónica o personalmente a
representantes de empresas nacionales o extranjeras. Más
allá de comentarios confidencialmente susurrados por algunos
de quienes fueron los destinatarios específicos de esas
agresiones, se consintió con el silencio ese trato
descomedido y brutal.
Algo
parecido sucedió cuando el funcionario antes nombrado
intervino en el Indec y comenzó
una desgraciada era de falseamientos estadísticos, que por
sus consecuencias trascendió las fronteras del país. Pero
mientras los argentinos constataban con sus bolsillos la
mentira que cada mes se dibujaba desde el Indec, el entonces
líder de la Unión Industrial Argentina hacía malabares
lingüísticos para no objetar, ante la requisitoria de los
medios, aquellas cifras.
Líderes
empresarios concurrían abigarradamente a cuanto acto eran
convocados en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno y
aplaudían con entusiasmo a la señora de Kirchner cuando,
desafiante, enfrentaba la protesta del campo, que se
convirtió, a poco andar, en la de la mayor parte de la
ciudadanía del país.
En la
misma línea de concesiones, fueron también pocas las voces
empresarias, y menos incluso las del sector financiero, que
objetaron la decisión oficial de manotear los fondos
jubilatorios administrados por las AFJP, incautándose del
ahorro de millones de argentinos que habían optado un año
antes por continuar sumando sus aportes al sistema privado
de capitalización. Aquellos dirigentes empresarios no se
percataron de que con ese paso el Gobierno no sólo
dispondría de una caja suculenta para aceitar sus manejos
políticos, sino que tendría la llave que luego le permitiría
incorporarse a los directorios y, eventualmente, a las
sindicaturas de las más grandes empresas privadas del país.
Hay
numerosos ejemplos adicionales. Los casos específicos de lo
sucedido con Aerolíneas Argentinas; con el opaco rescate de
la papelera Massuh; con el avance burocrático y fiscal sobre
el comercio de granos; con los superpoderes conferidos
dócilmente por los parlamentarios del oficialismo al Poder
Ejecutivo y reiteradamente prorrogados en una presunta
emergencia que no tiene fin; con la arbitraria distribución
federal de los recursos, y, más recientemente, con el
anuncio de una peligrosa ley de medios de comunicación.
Casos que no han merecido, sin embargo, mayores
observaciones por parte de un empresariado que, en todo
esto, eligió permanecer en silencio.
De
pronto, frente a la nueva ola de estatizaciones por parte de
Hugo Chávez, que afecta, una vez más, a empresas
argentinas de primera línea y a la llamativa falta de
convicción por parte del gobierno de los Kirchner para
defender a esas empresas nacionales, pareció que los líderes
fabriles comenzaron a despertar de su complaciente letargo.
Advierten ahora que todos los pasos del Gobierno que,
considerados individual y aisladamente, no merecieron su
juicio crítico no son otra cosa que eslabones de una cadena
que conduce al estrangulamiento de la iniciativa privada. Es
decir, al reemplazo paulatino de un conjunto de propietarios
y ejecutivos de empresas que van camino de ser manejadas,
directa o indirectamente, por una nomenclatura de burócratas
o amigos del poder, que dicen encarnar a una "nueva
burguesía nacional".
Por eso,
a buena parte de la dirigencia empresaria argentina de
nuestros días podría aplicarse aquel conocido pasaje que,
aunque frecuentemente atribuido a Bertolt Brecht,
correspondería al pastor alemán Martin Niemöller. Porque
cuando desde el gobierno "vinieron" sucesivamente por los
jueces, por el campo, por el sistema de estadísticas, por
las jubilaciones, por el federalismo y por otros principios
que hacen a la esencia de la República, buena parte de
nuestros líderes empresariales callaron. De allí que hoy,
cuando parecen "venir" por ellos, como advirtió Niemöller,
son pocas las voces independientes que quedan para poder
alzarse con la convicción cívica que quizá faltó en su
momento. Editorial del diario La
Nación.